Misas Dominicales
del Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes,
Arzobispo Primado de México

MAYO 2022
V Domingo de Pascua, 15 de mayo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”.
La interpretación de este mandamiento nuevo se refiere a la relación entre las personas, que debe ser movida por el amor. Y el concepto se clarifica con el testimonio de Jesús “como yo los he amado”. Jesús pasó haciendo el bien. Su persona no se centró en sí mismo, sino en el otro, cumpliendo la misión que el Padre le encomendó: manifestar la vida trinitaria, que es el amor incondicional que mira siempre el bien del otro por encima del propio.
¿Acudo a Jesús, para aprender de su ejemplo y fortalecer mi espíritu en vista de amar al prójimo como Él lo hizo? Porque amar al prójimo significa no solamente cuidar de la persona, sino de todo aquello que necesita para una vida digna: casa, vestido y sustento. Ciertamente nadie es capaz de resolver las necesidades de todos. La tarea es promover la colaboración de los demás para edificar una sociedad con espíritu solidario y subsidiario que ofrezca las condiciones favorables a todos sus miembros.
¿Cómo iniciar y desarrollar tan desafiante misión? Hoy la primera lectura recuerda que los primeros discípulos eran conscientes de afrontar las dificultades y para ello se animaban compartiendo sus experiencias: “Pablo y Bernabé… animaban a los discípulos y los exhortaban a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”.
Por tanto, lo primero es recordar con frecuencia, que la edificación de una sociedad, que manifieste en su estilo de vida la Civilización del Amor, es el proyecto que Dios quiere, y espera de la humanidad. El Auxilio Divino es la base y el sustento de nuestra esperanza para colaborar en dicho proyecto.
En segundo lugar, y como consecuencia de confiar y experimentar la ayuda divina, es comprometernos a vivir en comunidad: familia, vecindad, colonia, ámbito laboral, y recreativo. Para lo cual es indispensable promover y testimoniar en la relación con los demás, el respeto a la dignidad de toda persona, desde los valores de la Justicia y la Verdad.
La acción comunitaria y organizada es la gran labor a la que estamos llamados por Dios. Además, así encontraremos el sentido fundamental de nuestra vida. ¿Descubro, la importancia de promover el bien de la comunidad para vivir como buen cristiano? Para ello es indispensable dejarnos conducir por el Espíritu Santo, prometido por Jesús a su Iglesia, al Pueblo de Dios.
¿Y cómo realizamos ese aprendizaje? Como lo hacía la primitiva Iglesia: “reunieron a la comunidad y les contaron lo que había hecho Dios por medio de ellos y cómo les había abierto a los paganos las puertas de la fe”.
Con razón el Papa Francisco ha propuesto y solicitado a la Iglesia, que la Sinodalidad es la manera indicada. La cual consiste en caminar juntos, y para ello se requiere tres pasos fundamentales: primero capacidad de dialogar en escucha recíproca; segundo paso, discernir en común para clarificar las situaciones, conflictos, y necesidades del Pueblo de Dios; y tercer paso, proponer a las respectivas autoridades las acciones convenientes, con actitud y disposición corresponsable, para realizar de forma solidaria y subsidiaria, las que decida la autoridad competente.
Estos tres pasos: capacidad de escucha recíproca, discernimiento eclesial, y acción en equipo, debe permear todas las estructuras e instancias de conducción y decisión pastoral para animar y realizar las actividades acordadas.
Así aprenderemos a caminar juntos bajo la acción del Espíritu Santo, que nos proporcionará la sabiduría y la fortaleza necesaria para no bajar la guardia ante las adversidades, dificultades, e incluso discusiones y conflictos, que de ordinario aparecen en el proceso. Al realizar este camino sinodal haremos un aporte especialmente valioso a nuestra sociedad, ante los nuevos contextos socioculturales y políticos.
Siempre los cambios de estilo en llevar la conducción social plantea enormes retos, y uno de ellos es superar la polarización que genera naturalmente lo nuevo, lo distinto. Nuestro País vive con frecuencia una polarización que enfrenta a los distintos sectores sociales, impidiendo el diálogo fecundo y creador, que conduzca a visualizar y promover las iniciativas convenientes, y la participación convencida para la ejecución. Es urgente por ello, generar caminos de reconciliación y entendimiento en todos los niveles de la sociedad.
Para aprender la escucha recíproca que exige el auténtico diálogo, es indispensable la libertad de expresión en todas sus modalidades, solo así conoceremos los argumentos y opiniones de todos; y es la base para la conciliación de los distintos puntos de vista aun los contrastados; ya que escuchar al otro me ayuda a reconocer aspectos no considerados, máxime cuando se trata de confrontaciones en las mismas informaciones.
La Iglesia tiene por misión servir a la sociedad, y para realizar esta tarea necesita generar entre los fieles una constante actitud de escucha y comprensión, ante quien piensa lo contrario. Toda comunidad eclesial debe estar siempre dispuesta a promover el diálogo para mediar y superar las polarizaciones, colaborando en la reconciliación, recordando que es el camino de la paz social.
De esta manera colaboraremos adecuadamente para hacer realidad la visión de San Juan, y participar en ella: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva…Es la morada de Dios con los hombres; vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo”.
Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien ya participa en plenitud de la morada de Dios, para que nos auxilie en nuestro caminar hacia la Casa del Padre.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para promover que toda persona cuente con Casa, Vestido y Sustento.
Que podamos sentir ahora más que nunca, que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón, que nos comprometa en colaborar en la integración del Pueblo de Dios.
Te encomendamos a todos los educadores y maestros para que orienten y ayuden a las nuevas generaciones en asumir los valores espirituales humanos y cristianos para que sean capaces de edificar la anhelada civilización del amor en nuestra Patria.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
IV Domingo de Pascua, 8 de mayo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
III Domingo de Pascua, 1 de mayo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Nosotros también vamos contigo. Salieron y se embarcaron con él, pero aquella noche no pescaron nada”.
Ha quedado atrás Jerusalén, han superado el temor, y vuelven a Galilea y a sus actividades como pescadores. Se encuentran siete de los discípulos de Jesús, y Simón Pedro los invita a retomar las actividades propias de la pesca, todos se suman gustosos a la iniciativa de Pedro; sin embargo esa noche no pescaron nada. Siete es número de plenitud, Pedro es la cabeza, pero volver a las antiguas labores de pescadores no era la misión para la que Jesús los había llamado. Todavía no han comprendido, que serán pescadores de hombres.
Jesús con bondad y paciencia se presenta como un hombre cualquiera a la orilla del mar: “Al amanecer, Jesús estaba en la orilla del mar, pero los discípulos no lo reconocieron”. Han trabajado en vano, regresan cansados y sin la satisfacción de haber logrado el objetivo; pero en esas circunstancias adversas reciben la sorpresa de reencontrarse con el Maestro, con Jesús vivo.
¡Cuántas veces hemos vivido esa experiencia de frustración cuando hemos puesto todo nuestro empeño en algo, que consideramos importante, y que por nuestra experiencia lo hacemos con plena confianza que lo lograremos, pero no obstante nuestro esfuerzo, el resultado es nulo! Y, si además se trataba de una tarea o misión apostólica, que haría mucho bien a los demás y a la misma Iglesia, sentimos que Dios nos ha abandonado, que no le ha agradado nuestra iniciativa, o que algo hicimos mal.
Sin embargo esta escena, expresa que son ocasiones donde, de manera imprevista y sorprendente, se hace presente el Señor Jesús para suscitar la revisión y el discernimiento, que conducirá a lo que realmente Dios Padre quiere de nosotros.
Así lo expresa el fracaso de la pesca y la presencia de Jesús que les indica: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos obedecen y descubren que con Jesús podrán pescar en abundancia. “Jesús les dice: Traigan algunos de esos pescados”, y es Simón Pedro, quien arrastró hasta la orilla los pescados grandes. Pedro es el que les dijo a los otros vamos a pescar. Pedro es quien escucha del discípulo amado, Juan, que el hombre de la playa es el Señor, y se tira para ir rápido junto a Él.
Las acciones que acontecen cuando la lógica humana no los espera, serán de ahora en adelante la forma de encontrar a Jesús resucitado, quien está detrás de esas acciones, como lo manifiesta esta escena. Así Jesús indica a sus discípulos la misión que necesita para ofrecer eficazmente la Redención al mundo. En esto consiste, que sean pescadores de hombres, pescadores en los mares de la humanidad. Es así como los momentos de fracasos, sufrimientos y desolación se convertirán en encuentro con Dios, que generan la paz y la esperanza, y que fortalecen al discípulo para llevar a cabo la misión.
Lo cual contemplamos en la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, donde expresan la valentía para resistir azotes que no merecen, tormentos que no son justificables. Lo hacen no solamente aceptándolos con resignación, sino alegremente, y felices de testimoniar, que Dios se hace presente a través de su generosa entrega: Los miembros del Sanedrín mandaron azotar a los apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos se retiraron del Sanedrín felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús”. ¿Cómo es posible eso? Solamente mediante el discernimiento de la voluntad de Dios Padre, y la decisión y cumplimiento de esa voluntad divina.
¿Cómo podremos obtener la experiencia de encuentro con Jesucristo? A partir del gesto de Jesús, que prepara el fuego para freír los peces, y los invita a compartir el pan y el fruto de lo que pescaron ellos. De esta puesta en común descubriremos que la misión de la Iglesia, una parte la hará Dios y la otra el hombre con su trabajo.
Así alude a la Celebración litúrgica para compartir nuestros proyectos y trabajos con el pan de la Eucaristía. Por esto es conveniente preguntarme con frecuencia si la Eucaristía es para mí el momento de encuentro con Jesucristo para recibir el pan de la vida que me ofrece. Y también recordar que necesito prever momentos habituales de oración para tomar conciencia del permanente acompañamiento de Dios, mediante el Espíritu Santo.
“Cuando acabaron de comer, Jesús le preguntó a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. El sustento para seguir a Jesús y recibir la encomienda de cuidar a los demás es el amor. Pero también es necesario descubrir que toda encomienda eclesial deberá ser en equipo. “Pedro miró hacia atrás y vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había reclinado sobre el pecho de Jesús, preguntándole: Señor, ¿quién es el que te va a entregar? Cuando Pedro lo vio le preguntó a Jesús: Señor, ¿y éste qué? Jesús le contestó: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué te importa? ¡Tú, sígueme!”.
La Iglesia en medio de las marejadas propias de la fragilidad y limitación humanas se mantendrá gracias al amor sin límites. Para ello Pedro debe estar alerta para superar cualquier tentación de envidia y celo que todo lo arruina. Jesús llama a Pedro para ser cabeza, pero le advierte con firmeza que necesita cuerpo, y ese cuerpo lo formará la comunidad de discípulos.
Juan, el discípulo amado, será modelo de otra tarea indispensable: dar testimonio veraz por escrito de Jesús, en efecto, Juan anuncia el final de los tiempos mediante una visión: “Oí a todas las creaturas que hay en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el mar -todo cuanto existe-, que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén”.
Acudamos a María, como Madre de la Iglesia, sin duda nos ayudará a cumplir en comunión eclesial y fraterna ayuda, la misión de la Iglesia, afrontando los grandes desafíos de nuestro tiempo.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita.
Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
ABRIL 2022
II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, 24 de abril de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, 17 de abril de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por
S.E. Mons. Salvador González Morales, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
No habían entendido las escrituras según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos…
Siempre será sorprendente el hecho de que en ninguna página del nuevo testamento se tenga un relato de la resurrección en si misma; sino del anuncio de que ha tenido lugar. Los evangelios se detienen ante lo que es más bien la presencia de un Cristo ya resucitado en la primera iglesia, al mismo tiempo que narran el camino de fe de los primeros creyentes; este es precisamente el tema de nuestra reflexión este domingo de pascua, momento fundamental para todo el año cristiano “A Jesús es posible encontrarlo vivo y presente en la misma celebración dominical de nuestra fe”.
El discurso del apóstol Pedro en casa de Cornelio es el relato de como Él ha predicado en los primeros tiempos el mensaje cristiano, ahí se contenía una síntesis de la historia de Jesús cuyos puntos hay que notar inmediatamente, su bautismo donde fue consagrado mesías por el espíritu santo que descendió sobre Él.
La actividad de su vida pública y sus gestos de liberación a favor de los sufridos y oprimidos por el diablo, su muerte y resurrección con el testimonio de los discípulos que han visto lo que ha hecho y hasta han comido con Él, y la misión de los apóstoles que deben anunciar lo indicado, que Él es el juez que vendrá y que hay que convertirse para que se perdonen los pecados.
No se trata más que de la vida de un hombre lo que decía y hacía en razón de dos elementos que no pueden decirse puramente humanos su muerte, tenía un valor de salvación para todos y su resurrección hace ahora darse cuenta de que no era un hombre solamente, sino el Hijo de Dios.
Con ello la comunidad está invitada a meditar las cosas que recientemente ha celebrado y a dirigir confiada su oración a Jesús de Nazaret verdadero mesías hijo de Dios. El relato evangélico que nos ha regalado el Señor esta tarde tampoco describe como ocurrió la resurrección, pero si indica cómo llegaron a la fe los primeros creyentes y como pueden hacerlo los que son creyentes de todos los tiempos.
A la certeza de la fe aunque el término parezca contradictorio se llega por medio de los signos al entrar en la tumba, la mañana de pascua se desarrolla un proceso, un educarse al ver los signos de la resurrección para creer en lo que ha ocurrido; de tal manera que en primer lugar María Magdalena simplemente ve las cosas como no deberían estar, la piedra está quitada, la piedra sello de la condena humana sobre una historia que no era solamente humana, sino la acción más maravillosa del Dios que salva; su comprobación le hace actuar a nivel humano… corre y denuncia.
En segundo lugar, Pedro simplemente observa las cosas fuera de lugar; la piedra quitada, las vendas y el sudario doblado, todos signos insuficientes para uno que ve con ojos de asombro y comprobación a nivel horizontal. En estos dos casos las reacciones humanas son lo más natural pues se basan en actitudes humanas ante lo ocurrido.
En tercer lugar, el discípulo amado quien ya no ve u observa simplemente sino que ve o contempla y cree, llega a un estado de certeza de que la historia de Cristo no fue la historia de un fracaso terminado en el robo del cuerpo, sino de que verdaderamente algo ha ocurrido. El discípulo amado tiene fe y esa fe es donde Dios por ello, ahora comprende la escritura del testimonio de los profetas que Pedro anuncia a Cornelio el Cristo debía de padecer y también resucitar para salvar a la humanidad.
Desde esa mañana y ahora más que nunca, Cristo muerto pero también resucitado comenzará a irrumpir en la historia y en la vida de cada hombre a través de la fe en los signos de su presencia. Al igual que aquellos discípulos, los cristianos hemos de dar crédito a las escrituras aunque no veamos físicamente al resucitado pues en nosotros a de vibrar la misma fe que movió al discípulo amado, a no apagar su esperanza de que la historia de su amado Señor no podía terminar en la oscuridad del calvario.
San Pablo se preocupa de hacer entender como lo que era aparentemente una existencia humana corriente ha sido transformada profundamente por Dios; Cristo dice fue sentado a la derecha de Dios ante todo el apóstol se preocupa de mostrar cómo estos acontecimientos de la historia de Cristo afecta nuestras vidas, se trata de que también nosotros busquemos las cosas de arriba, es decir, que orientemos nuestra historia personal, comunitaria de acuerdo a lo que creemos y a lo que esperamos
Queridos hermanos, queridas hermanas en este día tan hermoso, en este lugar bendito a los pies de Santa María de Guadalupe, en medio del gozo de la celebración de la pascua de Nuestro Señor, tenemos que afirmar que nuestra esperanza en Él, que pasó por el mundo haciendo el bien nos lleva a imitarlo en el trato con todo hombre y mujer que está cerca de nosotros.
Es fundamental que colaboremos para que la presencia del resucitado siga cambiando el mundo a través de nuestro paso, vale la pena preguntarse sobre si creemos suficientemente en las cosas de arriba, es decir, en los valores del reino de Dios como para que ello afecte nuestras decisiones a todo nivel personal, familiar, social.
ste es el tiempo de sentirnos renovados, el tiempo de sentir esta renovación para que haya una conciencia sobre esta misma renovación, finalmente, estamos urgidos de aprender a leer los signos de la presencia de Cristo en el mundo y animar a los demás a leerlos; por eso, a Él, que es todo el amor de Nuestra Madre Santa María de Guadalupe le decimos en este día:
“Al extender tus manos en la cruz ¡oh Cristo! Derramaste en el mundo el amor del Padre, hoy ante la tumba vacía, te cantamos victoria pues tú llamas a la vida y ella te obedece, ¡oh Señor de la luz y de la vida! abre nuestros ojos ante los signos de tu paso, aumenta nuestra fe ante la tumba vacía para que no veamos simplemente sino que contemplemos en el corazón el triunfo del amor que no muere nunca, para que no desesperemos ante la muerte, para que vayamos a nuestros hermanos y seamos para ellos un signo vivo de tu resurrección y de tu paso, te lo pedimos con la confesión silenciosa del discípulo amado ante el sepulcro, con una certeza grande de que vives y reinas resucitado para siempre”.
Amén.
Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, 10 de abril de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por
S.E. Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
Queridas hermanas y hermanos, con este Domingo de Ramos comenzamos la Semana Santa y en especial en este año lo hacemos con gran gozo, al poder mirarnos unos a otros todos reunidos en esta casita sagrada de Nuestra Madre Santísima de Guadalupe.
Así como nos miramos juntos como pueblo, cuidándonos pero también acercándonos a ella a pedir su protección y por ello, no puedo dejar de darle gracias a Dios porque desde un templo completamente vacío que me tocó ver hace dos años en la pascua, hoy vemos como resurgimos a la vida en esta celebración, por eso demos gracias Dios.
El día de hoy escuchamos la pasión, pero la escuchamos en un contexto diferente que haremos el viernes Santo, este domingo tomamos en cuenta la entrada de Jesús a Jerusalén y la crucifixión. Que diferencia nos permite este domingo en reflexión… creo yo que tenemos por un lado esta expresión del pueblo que aclamaba Jesús “Bendito el que viene en el nombre del Señor”.
Yo me preguntaba cuando leía una vez más este evangelio del día de hoy con el canto inicial, me trataba de imaginar al pueblo en aquel entonces ¿que miraban en Jesús? el pueblo miraba la esperanza, habían visto en Jesús a un ungido del Señor que les traía la esperanza que Dios estaba entre ellos, los milagros de Jesús, la multiplicación de los panes, la resurrección de Lázaro, las palabras sabias… tantas cosas que había hecho Jesús que había hecho resurgir con hacer una esperanza en el pueblo, “Dios caminaba con ellos” y por eso le gritaban a Jesús “Bendito el que viene en el nombre del Señor”.
Sabían que venía en el Nombre del Señor y eso traía gozo y esperanza, este gozo y esta esperanza contrastan después con los gritos terribles que escuchamos del mismo pueblo “crucifícalo, crucifícalo”. Yo me preguntaba ¿Qué pasó entre un grito que decía que era el hombre que traía la esperanza, el Mesías, el ungido del Señor? y el otro que confundidos por algunos líderes del pueblo ya no ven al Mesías, sino a un traidor; y se atreven a despreciarlo.
Y llama la atención que en el evangelio de Lucas resalta muy claramente y por tercera vez Pilatos les dice “No encuentro ninguna culpa”… era claro que estaban crucificando a un inocente y no solamente a un inocente ¡al inocente! sin embargo el pueblo gritaba ¡crucifícalo, crucifícalo!
Queridos hermanos y hermanas para mí este pasaje, esta experiencia del Domingo de Ramos nos refleja la fragilidad de nuestra fidelidad, pues tan sinceros eran los gritos “Bendito el que viene como la fuerza y el coraje que mostraban el crucifícalo” pero eran las personas que tenían una fragilidad en su fidelidad a Dios y en su fe, querían un Dios que les cumplieran sus gustos, pero no un Dios que los comprometiera; y en el momento que tuvieron que comprometerse con Él, prefirieron hacerse a un lado y si ya no le iban a hacer los milagros entonces ya no les servía.
La fe se tiene que vivir en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en los momentos en los que se puede experimentar palpablemente la bendición de Dios y también cuando la vida me pide pasar por algún sufrimiento. Hemos de voltear a Dios con la misma fe y decirle “Bendito Dios que me acompañas a gozar y a sufrir y que le das sentido a mi vida” pero este pueblo no quiso hacer eso, este pueblo prefirió traicionar a su mesías que le había traído esperanza y renunciar y quedarse sin nada, antes que comprometerse… esto es la historia de nuestro pecado.
Los invito a que no volteen a ver aquel pueblo de Jerusalén y se pongan a juzgarlos, ¿cómo es posible que hubieran hecho eso? ¡no! no se engañen, nosotros hacemos lo mismo cada vez que pecamos, cada vez que renunciamos al amor de Dios por un pedacito de gozo, de felicidad, de placer, de orgullo, de soberbia; pero la salvación está en cómo reaccionó Jesús, cómo reacciona Jesús ante la traición del pueblo.
Y este año que escuchamos el evangelio de Lucas, tenemos un festín de misericordia, muchos signos de misericordia en esta pasión, el pueblo traicionando a su mesías y el mesías perdonándolos. Cada gesto que Jesús vive y San Lucas nos transmite de la pasión, son gestos de misericordia, Jesús diciéndole a las mujeres “hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren por ustedes, ustedes sufrirán más que yo” Jesús no pensando en Él, no reclamando sino buscando traer consuelo a su pueblo.
Jesús que ante la invitación irónica de los de los líderes del pueblo que le dicen “bájate de la cruz que eres el mecías” Jesús que guarda silencio, guarda silencio ante esa falta de falsas pretensiones que le presentaban y guarda silencio para salvarnos; así como venció la tentación en el desierto, vuelve a vencer la tentación en la cruz de usar su vida, su poder, su autoridad para sí mismo.
Si les ha hecho caso hubiera pensado en Él, pero no estaba pensando el Él, estaba pensando en el pueblo, después vemos esta palabra de vida… yo te aseguro, le dice al ladrón, que hoy estarás conmigo en el paraíso; Jesús regalando abundantemente su misericordia a este hombre, invitándolo a vivir plenamente en el paraíso, no porque su vida lo justificara, sino por la misericordia de Dios, ofreciendo vida cuando él estaba recibiendo muerte, cuando él recibía odio, Él ofrecía empatía, misericordia y perdón.
Estas palabras padre “perdónalos porque no saben lo que hacen, todavía Jesús tratando de justificar nuestra traición, no saben lo que hacen, perdónalos Padre, necesitan de tu misericordia para vivir”.
Finalmente, Jesús pone su mirada en el cielo ante nuestra traición, ante el desprecio del pueblo, Jesús no pone su esperanza en estas palmas que se levantaban para aclamarlo; pone su esperanza en su Dios, en su Padre, y por eso, cuando el siente que ha mostrado con plenitud el amor que Dios nos tiene, cuando nos ha perdonado y nos ha ofrecido la vida, cuando ha cumplido con su misión nos dice “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Yo escucho en esta frase a Jesús diciéndole “Pongo en tus manos Padre, la misión de la iglesia”, en estas personas que así como me alabaron me traicionaron, te pido que las perdones y encomiendo mi espíritu para que sea tu espíritu el que lleve a cabo esta obra.
Y esa es nuestra esperanza, que creemos en un Dios, que no corresponda nuestra infidelidad con violencia o con condena, responde con misericordia y nos ofrece un camino de esperanza y nos dice “sé que son frágiles, pero siempre estaré yo con ustedes para levantarlos” esa es la esperanza que Cristo nos da en este domingo. Creemos en un Dios que si es fiel y que a pesar de nuestras infidelidades el permanecerá fiel, porque sabe que sin Él no alcanzaremos la vida plena.
Queridas hermanas y hermanos comenzamos la Semana Santa, comenzamos este gran misterio de amor y de salvación, no desperdiciemos el tiempo, pongámonos a meditar una vez más la historia, no es una historia, es un acontecimiento vivo y real, que hoy sigue Jesús recordándonos lo misericordioso, empático y solidario con nosotros y llevemos esta esperanza de la presencia de Cristo Nuestro Salvador a nuestros hermanos, a nuestras familias, a nuestros hogares.
Que Nuestra Madre Santísima de Guadalupe, que vino a recordarnos eso, que creemos en un Dios de vida, en el verdadero Dios, que desea la vida plena de todos nosotros, a ella hoy los invito a encomendarnos para que nos traiga con su consuelo, con su intercesión, la paz que hoy nuestro pueblo necesita.
Que así sea.
V Domingo de Cuaresma, 3 de abril de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E.R. Mons. Héctor Mario Pérez Villareal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.
Escuchamos en la lectura del profeta Isaías como dice el Señor en boca del profeta “Ya no recuerden más el pasado, no piensen en lo antiguo, voy a hacer algo nuevo, ya está surgiendo” ¿no lo ven?
Me recordó este pasaje precisamente el comienzo de la sagrada escritura cuando se nos dice que todo era caos, confusión y oscuridad y el espíritu de Dios aleteaba sobre la faz de la tierra para sacar de aquel caos un orden, a Dios le gusta el orden, lo vemos en las estrellas del cielo, en el micro cosmos en todos los seres vivos de aquello que era confusión, el Señor ha sacado una armonía al cosmos de ahí viene la palabra cosmético, bello.
La oscuridad fue disipada con la luz, también recordaba aquello que vamos ya próximamente a vivir en semana santa, la pasión de Nuestro Señor cuando los discípulos estaban llenos de temor, tristeza, llanto, desilusión; pero el Señor resucitó y ya el espíritu de Dios podemos decir, aleteaba nuevamente sobre la faz de la tierra y vino pentecostés y en pentecostés los discípulos quedaron llenos del espíritu santo para salir a anunciar con valentía que Jesús estaba vivo y nos enseñaba el arte de vivir.
Hoy nuevamente hay caos, confusión, oscuridad… hay temor, tristeza, llanto, desilusión, pero el espíritu de Dios viene a hacer nuevas todas las cosas; dice el libro del apocalipsis “he aquí que hago nuevas todas las cosas” no recuerden ya el pasado, no piensen ya en lo antiguo, voy a realizar algo nuevo, ya está brotando ¿no lo ven?
Nosotros podemos disponernos a esta nueva etapa de edificación de una nueva sociedad, todavía viviendo la crisis de los efectos de la pandemia, todavía viviendo esta crisis de la guerra que estamos viviendo cuyos efectos alcanzan a toda la humanidad; podemos nosotros disponernos en esta todavía noche oscura cuyo amanecer estamos esperando… cuando la noche está más oscura, más espesa, alberga la esperanza de un nuevo amanecer.
Aparecen en algunos santos unas noches oscuras, por ejemplo, la noche oscura de San Juan de la Cruz, en una cárcel, o la noche oscura de la enfermedad, de Santa Teresa del Niño Jesús o la noche de San Ignacio de Loyola cuando está a punto de discernir que es aquello que le está pidiendo Dios, la noche de la Madre Teresa de Calcuta, cuando entra en una gran confusión de si ha estado haciendo bien o si ha elegido el camino correcto. Esta noche también tiene una esperanza de un nuevo amanecer.
Pensemos en un cuadro, en una pintura muy hermosa de la noche de Van Gogh, una noche que está llena de estrellas, porque alberga la esperanza de un nuevo día y todas estas noches pueden tener su centro en la noche de la pasión; porque se oscureció el día y es ahí donde vemos el método que utiliza nuestro Señor, es el método de la encarnación, el viene muy de cerca, viene desde dentro y viene desde abajo y es así como pienso que podemos nosotros colaborar a la edificación de una nueva sociedad. A colaborar con la gracia de Dios, desde abajo, con mucha humildad, pidiendo ayuda, dejándonos ayudar unos con otros, desde dentro, no desde nuestra burbuja, desde nuestra cápsula; sino desde el caminar junto con los demás hermanos.
Sintiendo lo que están sintiendo sobre todo las personas más vulnerables, desde abajo, desde dentro, desde cerca; haciéndonos prójimos sin esperar a que nos pidan ayuda, mostrando la cercanía, la misericordia, la ternura de Dios, como nos
enseña el Santo Padre “no recuerden ya lo pasado, no piensen en lo antiguo, algo nuevo está surgiendo, estoy por realizar algo nuevo” ¿qué acaso no lo ven?
Yo los invito a soñar en grande ¿cuál va a ser tu aporte a la edificación de esta nueva sociedad? ¿qué has aprendido en toda esta experiencia tan dura de la pandemia? a soñar en grande desde tu vocación desde tu profesión, desde tu oficio, desde tu edad, como puedes colaborar.
En segundo lugar no dejes que nada, ni nadie te rebaje tus ideales, ni tú mismo diciendo que no vas a poder, quien soy yo para colaborar con algo tan grande.
¡Tercero! La diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario de una vida estará en un esfuerzo más; necesitamos dar un extra para levantar esta sociedad.
Y finalmente siempre en equipo, siempre caminando juntos; porque caminar juntos es una exigencia o un ejercicio de necesidad, más que nunca es necesario caminar juntos. Caminar juntos es una experiencia de belleza y es por ello que el Señor dice que algo nuevo está surgiendo, es este caminar juntos, este edificar juntos el proyecto de Dios.
Vamos a pedirle al Señor que nos conceda disponernos para la acción del espíritu santo después de meditar con mucha seriedad los misterios de la pasión, muerte y resurrección del señor.
Así nos dispondremos para una nueva acción, un nuevo pentecostés del espíritu santo en nuestra iglesia.
Que así sea.
MARZO 2022
IV Domingo de Cuaresma, 27 de marzo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de Méxioc
“En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo: por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús afronta con la parábola de los dos hijos, las frecuentes críticas de los fariseos y escribas, que recibía por mantener una actitud abierta y de diálogo con todo tipo de personas, incluidos los pecadores públicos, que eran considerados contrarios a la propuesta religiosa establecida en el pueblo de Israel.
La parábola cuestiona fuertemente la crítica de los fariseos, ya que el Padre representa a Dios en su amor por todos sus hijos, el hijo mayor que se siente el privilegiado y heredero único, representa a los escribas y fariseos, y el hijo menor a los pecadores públicos que derrochan sus bienes en los vicios. El mensaje se centra en el amor del Padre, que respeta plenamente la libertad de los hijos, pero conserva siempre la esperanza de que los hijos vuelvan a la casa paterna, y compartan su vida en la plenitud del amor.
Es también parte del mensaje descubrir, que al extraviar el camino y perderse en los vicios, queda la persona con mente y corazón atado a la esclavitud de lo acontecido, y llega con frecuencia a perder la propia dignidad, de ya no considerarse hijo amado, y por tanto, indigno de ser perdonado: “Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores”.
El Padre en cambio ama inmensamente a sus hijos, nunca da por perdido al pecador, y siempre está dispuesto a perdonar y a prodigar su amor a sus hijos: “Pero el padre les dijo a sus criados: ¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela;… traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado. Y empezó el banquete”.
Sin embargo el hijo mayor, representa al que se siente justo porque cumple con todas sus responsabilidades, pero con frecuencia sin tomar conciencia de que detrás lo sostiene el amor del Padre, llegando a pensar que él, se merece ser hijo y disfrutar de los bienes del padre; por eso no entiende el perdón a su hermano menor, se enoja, al escuchar la noticia: “Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo”.
En cambio la actitud del Padre es plena de bondad y de amor hacia los dos hijos: “Salió entonces el padre y le rogó que entrara… Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Cuando se vive el amor se ingresa a la experiencia de una vida nueva, todo tiene color y sentido, es la vida en el espíritu, conducida ante todo tipo de contextos favorables y adversos, ambos encuentran sentido, porque hay siempre esperanza, y todo se considera un don de Dios. Es el amor incondicional, que le da sentido a la vida, cualquiera que sea el derrotero que vivan las personas, los pueblos y las familias.
Las alegrías intensifican la convicción de ir por el camino correcto, y generan siempre la confianza necesaria para afrontar con entereza las tristezas y preocupaciones, los sufrimientos y enfermedades, porque se toma conciencia de la transitoriedad de esta vida, y crece la expectativa cierta de la futura, porque el cristiano ya conoce que Cristo entregó su vida por él, como bien expresa San Pablo: “El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo”.
Este camino es el camino pascual al que hoy se refiere la primera lectura, con la experiencia del pueblo de Israel de atravesar a duras penas el desierto, para llegar a la tierra prometida: “Los israelitas acamparon en Guilgal, donde celebraron la Pascua… en la llanura desértica de Jericó. El día siguiente a la Pascua, comieron del fruto de la tierra, panes ázimos y granos de trigo tostados. A partir de aquel día, cesó el maná…y desde aquel año comieron de los frutos que producía la tierra de Canaán”.
Cada año la Cuaresma invita a los fieles, discípulos de Cristo, a examinar el recorrido vivido y renovar la fe en los misterios de la Encarnación del Hijo de Dios y en la consecuente Redención, que ha realizado para beneficio de todos los creyentes, y hombres de buena voluntad.
Ésta es la razón del Sacramento de la Reconciliación, que ha encomendado el Señor Jesús a sus apóstoles, como recuerda San Pablo a los Corintios: “Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos confirió el ministerio de la reconciliación… renunció a tomar en cuenta los pecados de los hombres, y a nosotros nos confió el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros somos embajadores de Cristo, y por nuestro medio, es como si Dios mismo los exhortara a ustedes. En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios”.
Al llegar a esta cuarta semana de Cuaresma, como secuencia a este año, que hemos proclamado con el objetivo “Revitalicemos nuestra fe”, las Parroquias de la Arquidiócesis de México han preparado algunas iniciativas de actividades socio-caritativas para abrir nuestro corazón a las necesidades de los más pobres, y nuestra disposición para colaborar de manera solidaria y en comunidad.
La Caridad es la expresión del amor, el testimonio de vida que atrae y evangeliza a través de las obras de misericordia, mostrando el amor de Dios Padre, que ha enviado a su Hijo para enseñarnos a vivir el amor, y ha llamado a sus discípulos para que a lo largo de la historia, como Iglesia, hagamos presente el amor misericordioso, de quien nos ha creado y destinado a participar en la Casa de Dios Padre por toda la eternidad.
Nuestra Madre, María de Guadalupe, durante 5 siglos nos ha transmitido mediante su ternura ese amor incondicional. Pidámosle su ayuda para aprender a imitarla, como buenos discípulos de su Hijo.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tú y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección. En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones. Auxílianos para que en familia crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
III Domingo del Cuaresma, 20 de marzo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Viendo el Señor que Moisés se había desviado para mirar, lo llamó desde la zarza: ¡Moisés, Moisés! Él respondió: Aquí estoy. Le dijo Dios: ¡No te acerques! Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es tierra sagrada”.
Esta escena del encuentro con Dios, que cambió la vida de Moisés, ayuda a descubrir que para acercarnos a Dios debemos descalzarnos; es decir, tomar conciencia de estar en terreno sagrado, lo cual significa la necesidad de abrir nuestro interior y dirigirnos a Él con toda sinceridad y honestidad, presentándonos tal cual somos, sin encubrimiento ni pretensión de justificar nuestros errores y pecados. Es indispensable tomar conciencia, que Dios me conoce mejor que yo, y que me ama inmensamente para acercarnos y recibir el fuego purificador del Espíritu Santo.
La segunda consideración surge al observar, que Dios nos busca, como lo hizo con Moisés, con alguna señal o acontecimiento para darnos una misión: “Y Dios añadió: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés se tapó la cara, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Pero el Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores y conozco bien sus sufrimientos. He descendido para librar a mi pueblo de la opresión de los egipcios, para sacarlo de aquellas tierras y llevarlo a una tierra buena y espaciosa, una tierra que mana leche y miel”.
El encuentro con Dios, en muchas ocasiones lo provoca el Señor, que nos busca para reorientar nuestros proyectos, especialmente cuando abandonamos, como Moisés, las buenas intenciones en favor de nuestros hermanos, por las dificultades que se presentan al pretender concretarlas. En efecto, nos busca el Señor cuando andamos extraviados, huyendo de nuestros compromisos, y buscando una vida fácil, que muchas veces es la causa de caer en los vicios.
La segunda lectura advierte con claridad, que en el camino de la vida son muchos, quienes no realizan su misión, al menos no todos al mismo tiempo, y eso no debe nunca desanimarnos a cumplir cada uno su propia misión: “Todos comieron el mismo alimento milagroso y todos bebieron de la misma bebida espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo. Sin embargo, la mayoría de ellos desagradaron a Dios y murieron en el desierto”.
La historia es maestra de la vida, y un recurso excelente que permite visualizar lo que debemos evitar, y descubrir lo que debemos hacer para orientar nuestra conducta por el buen camino, como lo indica San Pablo a los Corintios: “Todas estas cosas les sucedieron a nuestros antepasados como un ejemplo para nosotros y fueron puestas en las Escrituras como advertencia para los que vivimos en los últimos tiempos. Así pues, el que crea estar firme, tenga cuidado de no caer. Todo esto sucedió como advertencia para nosotros, a fin de que no codiciemos cosas malas como ellos lo hicieron”.
Teniendo en cuenta esta reflexión queda claro el ejemplo de Jesús: “Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante”.
Así Jesús enseña que los accidentes naturales no son provocados por Dios, sino consecuencia de las leyes establecidas para el funcionamiento de la Creación. La alteración de esas leyes provoca las catástrofes y las inclemencias del tiempo. En buena medida son consecuencia de la explotación y mal uso de los recursos naturales. Por ello, es una gran responsabilidad de todos y cada uno, el cuidado de la Casa común, que Dios ha dispuesto para nuestra existencia.
Finalmente de la parábola que Jesús propone los invito a descubrir los criterios que debemos aplicar en la vida diaria:
– De la primera parte: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador. Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala, ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?”. Notemos que gracias a la constancia en observar y revisar nuestras acciones obtendremos los frutos; por eso en los proyectos y programas de las que yo soy responsable, debo exigir la rendición de cuentas, como lo hace el dueño del viñedo con su viñador.
– De la segunda parte de la parábola: “El viñador le contestó: Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré”. Se descubre la importancia de valorar nuestro trabajo, y por ello aprender y conocer al máximo posible, nuestro quehacer, como escuchamos al viñador, que ante la indicación del dueño, propone dejar la higuera un año más, porque sabe que abonando y removiendo la tierra, habrá mejores condiciones para obtener una buena cosecha. Sin duda esta actitud del viñador también manifiesta la importancia de amar nuestro oficio para tener la paciencia de la espera confiada, y obtener buenos resultados.
Estamos ya iniciando la tercera semana de la Cuaresma, durante la cual proponemos, en el programa de “Revitalicemos nuestra Fe”, de la APM, una semana orientada sobre la necesidad del perdón y la reconciliación. Por ello, especialmente el miércoles y jueves próximos, los párrocos ofrecerán la posibilidad de acceder al Sacramento de la Reconciliación.
Como San Juan Diego, rectifiquemos a tiempo nuestros temores, y superemos nuestras preocupaciones, poniendo la confianza en el inmenso amor de Dios Padre, que ha venido a manifestarnos Nuestra querida Madre, María de Guadalupe. En ella encontraremos siempre el cobijo y la comprensión, ante las diversas y variadas situaciones que nos toque vivir.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Auxílianos para que en familia crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
II Domingo de Cuaresma, 13 de marzo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambio de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban del éxodo que Jesús debía realizar en Jerusalén”.
La escena presenta a Jesús conversando con Moisés y Elías: “hablaban del éxodo que Jesús debía realizar en Jerusalén”, y que implicaría su entrega hasta el extremo de la muerte. De esta manera Pedro, Santiago y Juan están siendo preparados para fortalecer la fe de sus compañeros ante los dolorosos acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús en la cruz.
Jesús preparó de diferentes formas a sus discípulos para que entendieran el perfil del verdadero mesías, enviado por Dios su Padre, por ello era muy importante ayudarles a comprender el porqué de la dramática entrega final de su vida. Jesús ofrece pistas para descubrirles, que de forma oculta, detrás de su humanidad corporal, se encuentra de alguna manera, Dios mismo. No es por tanto un simple hombre de profunda fe y de oración constante, un hombre ejemplar en sus relaciones con los más necesitados, es algo más inimaginable, es el Hijo de Dios encarnado, es la presencia de Dios mismo.
También la escena narra que Jesús es el Hijo de Dios, y como tal, deben escucharlo: “No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió, y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo».
En ese momento no entendieron a fondo la vocación y misión a la que estaban siendo llamados, como lo muestra su actitud de quedarse en silencio: “Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo. Los discípulos guardaron silencio, y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto”. Seguramente quedaron confundidos, como nos pasa a nosotros, cuando de repente nos encontramos en situaciones inesperadas, y no sabemos cómo reaccionar, y qué debemos hacer; aunque con frecuencia, recordando alguna experiencia previa y a la luz de la fe, obtenemos la respuesta.
La Cuaresma es camino a la Pascua, es el tiempo para redescubrir la misión de Jesús y meditar el misterio de su persona, que asume la condición humana, sin dejar la naturaleza divina.
Es de gran importancia reconocerlo como el Hijo de Dios, que se encarnó en el Seno de María para manifestar con el testimonio de su vida, el amor infinito de Dios Padre por todos nosotros, creaturas predilectas de la Creación, a quienes nos ha dado vida para hacernos capaces de conocerlo y amarlo con plena libertad, y así alcancemos el destino para el que nos creó: participar de la vida divina por toda la eternidad.
Por esta razón entendemos las lágrimas de San Pablo, al expresar su tristeza por los cristianos, que no aceptan el camino de la cruz y de las necesarias renuncias, que implica seguir a Jesús: “Hermanos: Sean ustedes imitadores míos y observen la conducta de aquellos que siguen el ejemplo que les he dado a ustedes porque como muchas veces se lo he dicho a ustedes, y ahora se lo repito llorando, hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo. Esos tales acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en cosas de la tierra”.
Estamos viviendo un cambio de época, un quiebre del estilo de vida de la sociedad, quedando sin referencia de un código de ética, y dejando, especialmente a las nuevas generaciones, sin elementos para aceptar y comprender las renuncias voluntarias y el sufrimiento inesperado, como la vocación de asumir la cruz de Cristo en la vida diaria.
Éste es uno de los grandes desafíos para la evangelización en nuestro tiempo, para afrontarlos es fundamental, que quienes nos llamamos cristianos y nos sentimos comprometidos en transmitir los valores de la fe, demos el testimonio de una vida ejemplar, al estilo de Jesús, de reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, de generosidad y entrega para auxiliar a los pobres y necesitados, y de cumplir eficientemente con nuestras responsabilidades.
Los contextos y conductas adversos a los valores humano-cristianos no deben desanimarnos. Recordemos el ejemplar testimonio de Abraham, quien escuchó y aceptó la voz de Dios y confió en la promesa de ser auxiliado por Dios: “Dios sacó a Abram de su casa y le dijo: «Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes». Luego añadió: «Así será tu descendencia». Abram creyó lo que el Señor le decía y, por esa fe, el Señor lo tuvo por justo”. Dios estableció la alianza con él, que cumplió cabalmente con sus descendientes de generación en generación: «A tus descendientes doy esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río Éufrates”.
Esa alianza llegó al culmen con la llegada Jesús, el Mesías anunciado, y a su vez, Jesús prometió a sus discípulos: “Yo estaré con Ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,20).
Esta Cuaresma démonos la oportunidad de revisar y examinar nuestra vida, y a la luz de esa revisión escuchemos la Palabra de Dios, y con mi familia o en la comunidad parroquial, compartamos las inquietudes, que la Palabra de Dios mueva en nosotros. Las Parroquias de nuestra Arquidiócesis están ofreciendo diversas actividades para que “Revitalicemos nuestra Fe”. Esta semana estará centrada en la reflexión y meditación, mediante alguna forma de retiro espiritual.
Los invito abrir nuestro corazón a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y pedir su ayuda para vivir la Cuaresma, de forma que se convierta en una hermosa experiencia, que fortalezca nuestra Fe, Esperanza, y Caridad.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Auxílianos para que en familia crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén
I Domingo del Cuaresma, 6 de marzo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“La Escritura afirma: Muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón, se encuentra la salvación, esto es, el asunto de la fe que predicamos. Porque basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, para que pueda salvarse”.
San Pablo dirigiéndose a la comunidad de Roma exhorta a sus integrantes, en la necesidad de la coherencia entre el decir y el vivir, entre el hablar y el actuar, por eso insiste que debemos adquirir la relación y coordinación de la boca y el corazón: “Hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación”; es decir, debemos ser coherentes entre lo que creemos de corazón, con lo que hablamos con la boca.
Además de afirmar que es el camino para ser santos y obtener la salvación eterna, explica que esto lo obtenemos gracias al amor, que Dios Padre nos tiene: “ya que uno mismo es el Señor de todos, espléndido con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por él”.
Para vivir este proceso la primera lectura, en boca de Moisés, indica la importancia de transmitir a las nuevas generaciones las experiencias vividas: “Dijo Moisés al pueblo: Cuando presentes las primicias de tus cosechas,… tú dirás estas palabras ante el Señor, tu Dios: Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto y se estableció allí con muy pocas personas; pero luego creció hasta convertirse en una gran nación, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra humillación, nuestros trabajos y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo protector”.
Las experiencias históricas de intervención divina, de los pueblos y de las comunidades o de las familias, e incluso las personales, son el sustento de la confianza en Dios Salvador, que nos ama intensamente. El recuerdo de dichas experiencias salvíficas ante nuevas situaciones que vivan ya sea las personas, o las comunidades y los pueblos, les proporcionará la firme esperanza, de que saldrán adelante de esas pruebas con la ayuda de Dios.
El evangelio de hoy recuerda, que el mismo Jesús intensificó su relación con Dios, su Padre: “lleno del Espíritu Santo, regresó del bautismo en el Jordán, y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio”.
Jesús antes de iniciar su misión, se retiró a orar y a consolidar en su intimidad la ayuda divina, como verdadero hombre, experimentó la necesidad de invocar a Dios, su Padre para afrontar con plena confianza, las adversidades que se presentaran. En esa búsqueda de la ayuda divina, llegaron las tentaciones del mal, como con frecuencia nos pasa en nuestros momentos de oración, cuando nos encontramos en duras pruebas.
En esta escena del evangelio descubrimos, que al buscar la ayuda de Dios, de variadas formas, el tentador, suscita una tergiversación de nuestra actitud, incitando a poner a prueba la intervención de Dios: «Si eres el Hijo de Dios (si Dios te escucha), dile a esta piedra que se convierta en pan… Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras”.
Las respuestas de Jesús son expresión de la sabiduría, que debemos adquirir para superar las tentaciones, y asumir con plena confianza nuestras responsabilidades: “Jesús le contestó: Está escrito: No sólo de pan vive el hombre… Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás… También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”.
Jesús muestra que las tentaciones se vencen no por la fortaleza de la persona, sino por la confianza en quien me ama y me envía, por eso no se debe tentar a Dios, se debe creer y vivir en consecuencia a la fe, y esperar confiadamente, en que de alguna manera, muchas veces inesperada y sorpresiva, llega la ayuda divina.
Estos dos últimos años hemos vivido la Pandemia del Covid, una situación inesperada, que ha provocado sufrimiento, dolor y muerte por doquier. Ha quebrado nuestros ritmos de vida social, ha debilitado nuestras relaciones, ha alterado nuestras prioridades, ha reducido nuestra libertad para desarrollar nuestros proyectos y servicios, que se han centrado en atender a los afectados por los contagios, y a los afectados por las consecuencias de la Pandemia en el campo laboral, comercial, educativo, e incluso político de los países.
Como Arquidiócesis de México hemos programado el resto de este año 2022, una serie de actividades que nos ayuden a revitalizar nuestra fe. Esta primera semana de Cuaresma, tiempo de conversión y renovación en la fe, iniciamos el mes de la familia, con la semana de oración en familia. Mucho ayuda recordar, sin importar cuál haya sido nuestra conducta hasta hoy, que el Señor Dios, nuestro creador y dador de vida, está esperando que lo invoquemos, que lo conozcamos, y que experimentemos el perdón y la reconciliación; ¡qué mejor que hacerlo en familia!
Esta Cuaresma es una gran oportunidad para examinar y revisar, tanto en el nivel personal como en el comunitario, cómo he vivido y de qué manera he afrontado las consecuencias de la Pandemia. Todas las Parroquias indicarán los tiempos, lugares y modos de las iniciativas para que practiquemos un discernimiento, como comunidad eclesial, y descubramos la voz de Dios, que a través de los acontecimientos vividos, ha querido manifestarnos. Así al compartir con los demás la visión y experiencia vivida, podremos descubrir si hemos debilitado nuestra fe, o si la hemos fortalecido.
Pidamos con plena confianza a Nuestra Madre, María de Guadalupe la gracia para encontrarnos, ayudarnos y compartir lo que somos y tenemos, como buenos y fieles discípulos de Su Hijo Jesucristo.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Auxílianos para que en familia crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
FEBRERO 2022
VIII Domingo Ordinario, 27 de febrero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Jesús propuso a sus discípulos este ejemplo: ¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro”.
Jesús afirma la importancia de ser orientado en el aprendizaje de la vida, por alguien que haya ya recorrido camino, y pueda instruirnos y aconsejarnos adecuadamente, para lograr en la vida una buena y satisfactoria experiencia.
Ante esta recomendación y con la decisión de asumir este consejo, quizá surja la pregunta, ¿cuál es el proceso a seguir?, porque ciertamente un maestro para la vida no es simplemente aquel, que transmite una doctrina y proporciona buenos consejos y advertencias, es necesario además seguir un proceso, y advertir que el maestro no estará siempre a tu lado para decidir qué hacer, sino que cada uno debe asumir la responsabilidad de las propias decisiones. La primera lectura del Eclesiástico, transmite un sencillo y pedagógico proceso a seguir en cuatro pasos:
El primer paso señala que: “Al agitar el cernidor, aparecen las basuras; en la discusión aparecen los defectos del hombre”. Es decir, es indispensable el discernimiento sobre todo lo que vemos, lo que oímos y lo que discutimos; después de analizarlo y reflexionarlo en el interior del propio corazón, lo que queda en el fondo, es lo que cuenta.
El segundo paso lo describe así: “En el horno se prueba la vasija del alfarero; la prueba del hombre está en su razonamiento”. Por tanto, la misma experiencia de poner en práctica lo aprendido es la prueba para constatar si se va forjando el carácter y fortaleciendo las convicciones para cualquier toma de decisión.
El tercer paso afirma: “El fruto muestra cómo ha sido el cultivo de un árbol; la palabra muestra la mentalidad del hombre”. Expresa la necesidad de examinar mi lenguaje y mi conducta, y valorar los frutos logrados con mis decisiones, y a partir de esa revisión identificar mis errores para no repetirlos, y mis aciertos para aprovecharlos. Jesús confirma este paso al decir: “No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de los espinos. El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón«.
El cuarto paso lo podemos resumir con el reconocido refrán popular: De lo que hay en el corazón habla la boca”. El texto dice: “Nunca alabes a nadie antes de que hable, porque esa es la prueba del hombre”. Que en conclusión consiste en la indispensable actitud de escuchar al otro y conocerlo a fondo, antes de aprobarlo de antemano, o de reprobarlo por los comentarios o críticas de los demás.
También este paso lo señala Jesús a sus discípulos diciendo: “¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo’, si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano”.
Poniendo en práctica estos pasos, sin lugar a dudas, aprenderemos de Cristo Maestro el proceso necesario para adquirir un corazón sincero, honesto y transparente como buen discípulo, que da testimonio del amor solidario y fraterno. El próximo miércoles 2 de marzo, iniciaremos el tiempo litúrgico de la Cuaresma, tiempo de gracia para redescubrir nuestra vocación y misión como discípulos de Cristo, tanto de manera personal como comunitaria.
Hemos padecido un mal mundial con la Pandemia del COVID, que ha puesto a prueba la sociedad entera; y ahora se añade la violencia de la guerra; por ello será providencial que aprovechemos estos cuarenta días de preparación a la Pascua de la Resurrección del Señor Jesús, para plantearnos la interpretación de estos males como un signo de los tiempos, y descubrir qué nos dice Dios a través de ellos.
La Arquidiócesis de México ha preparado una serie de propuestas a desarrollarse en las Parroquias, durante las cinco semanas, cada una con un objetivo concreto:
– La primera semana será promover la oración en familia.
– La segunda semana a través de retiros espirituales se propiciará la reflexión para descubrir la voz de Dios.
– En la tercera se ofrecerán diversas iniciativas con la finalidad de darle paz a nuestro espíritu, mediante la reconciliación.
– En la cuarta se promoverá la Caridad, mediante obras de misericordia.
– La quinta, ante la inminencia de la Semana Santa, se programarán diversos momentos para la oración personal y comunitaria.
Esta propuesta para la experiencia cuaresmal nos guiará a la toma de conciencia, tanto de nuestra conversión personal, como de la conversión pastoral, consistente en fortalecer nuestra fe en la presencia del Reino de Dios entre nosotros y nuestra convicción de pertenecer a la comunidad de los discípulos de Cristo.
De esta manera, haremos nuestras las palabras de San Pablo a los Corintios: “Cuando nuestro ser corruptible y mortal se revista de incorruptibilidad e inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido aniquilada por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado y la fuerza del pecado es la ley. Gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo”.
Pidamos la ayuda necesaria a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y abrámosle con toda sinceridad y transparencia nuestro corazón.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.
A ti que eres nuestra Esperanza nos dirigimos, ya que estamos desconcertados por la violencia en nuestra Patria y en el mundo, y especialmente ahora por los actos de guerra en Ucrania.
Tú sabes lo que necesitamos, y estamos seguros que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la confrontación bélica. Sostén la esperanza de todos los que en esa querida parte del mundo buscan la justicia y la paz.
Intercede ante Dios, Nuestro Padre, para que envíe el Espíritu Santo, el Espíritu de la Paz, que inspire y oriente a los líderes de las naciones y a todos los pueblos.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre. Ayúdanos a crecer en la solidaridad con los que sufren, y que hoy viven con miedo y angustia.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste, y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
VII Domingo Ordinario, 20 de febrero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“La escritura dice que el primer hombre, Adán, fue un ser que tuvo vida; el último Adán es Espíritu que da la vida”.
Con estas palabras explica San Pablo a la comunidad de Corinto, el proceso de la conciencia humana y de su desarrollo. Es decir, que primero nos damos cuenta de nuestro cuerpo y de nuestro ser personal y distinto a las demás personas, con quienes comenzamos a coexistir; posteriormente poco a poco, y dependiendo del contexto cultural en que nacemos, despierta nuestra conciencia a descubrir, que somos más que un cuerpo, y que ese cuerpo vive gracias a que posee un espíritu.
San Pablo en efecto afirma: “Sin embargo, no existe primero lo vivificado por el Espíritu, sino lo puramente humano; lo vivificado por el Espíritu viene después”. Y añade inmediatamente, acorde con el relato del Génesis, que el primer hombre, hecho de tierra, es terreno; el segundo, refiriéndose a Cristo, viene del cielo: “Como fue el primer hombre terreno, así son los hombres terrenos; como es el hombre celestial, así serán los celestiales. Y del mismo modo que fuimos semejantes al hombre terreno, seremos también semejantes al hombre celestial”.
Con ello explica que la vida de todo ser humano inicia desarrollándose a partir de los instintos y tendencias que surgen en el incipiente espíritu, que Dios infundió en cada individuo, pero que el camino y desarrollo de la vida espiritual, que es la que debe regir toda conducta humana, llega a su plenitud gracias a Jesucristo, a quien San Pablo lo describe como el hombre celestial.
Si reconocemos que todo ser humano está llamado a conducir su vida regido por el espíritu que habita en él, y ser guiado por el perfecto hombre celestial, comprenderemos lo que Jesús pide a sus discípulos: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames”.
El hombre celestial, llamado a participar eternamente de la vida de Dios, debe aprender, desde esta vida, a imitar la naturaleza de Dios. En efecto Jesús afirma: “Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores”.
Que esto es factible y está a nuestro alcance, lo vemos en la primera lectura en la actitud de David, que no cae en la tentación, que le sugiere Abisay, su fiel escudero: “Dios te está poniendo al enemigo al alcance de tu mano. Deja que lo clave ahora en tierra con un solo golpe de su misma lanza. Pero David replicó: «No lo mates. ¿Quién puede atentar contra el ungido del Señor y quedar sin pecado?”.
Así no obstante que David era perseguido por Saúl, quien quería matarlo; David muestra su lealtad al Rey Saúl y respeta su vida, pero le deja bien claro, que lo ha perdonado: “cogió David la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl y se marchó con Abisay,… cruzó de nuevo el valle y se detuvo en lo alto del monte, a gran distancia del campamento de Saúl. Desde ahí gritó: Rey Saúl, aquí está tu lanza, manda a alguno de tus criados a recogerla. El Señor le dará a cada uno según su justicia y su lealtad, pues él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor”.
Con esta ejemplar actitud, David cumplió perfectamente la enseñanza, que Jesús siete siglos después, expresó a sus discípulos, como criterio de vida en el espíritu: “Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario?”.
El testimonio que pide Jesús a sus discípulos no es solamente para desarrollar la propia vida en el espíritu, sino para aprender y transmitir el amor que Dios Padre tiene por todos sus hijos. La transmisión contundente de la experiencia cristiana en efecto es, ha sido, y será mediante el testimonio vivo del amor.
Así la evangelización que pide Jesús, no queda limitada a la transmisión de conceptos, lo cual será siempre importante para crecer y desarrollar la fe; sin embargo es indispensable que la vivencia de los conceptos sea expresada en las relaciones interpersonales de forma personal y comunitaria.
Así comprenderemos mejor la recomendación de Jesús: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos”.
Hoy que celebramos 25 años de la fundación del centro de comunicaciones de la Arquidiócesis de México, con el nombre “DesdelaFe”, los invito a dar gracias a Dios por el servicio prestado en estos años, y pedirle que seamos cada vez más eficientes para transmitir la vida de la Iglesia, y en particular de la Arquidiócesis.
Deseo que cada vez sean más quienes sigan a “DesdelaFe”, sea en la versión digital o impresa, no solamente como asiduos lectores, sino también participando con el envío de sus testimonios de vida y sus experiencias en favor de los más necesitados.
Imitemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe que supo transmitir el amor de Dios Padre a San Juan Diego, a través de su preocupación e intervención, en favor del tío Juan Bernardino; Pidámosle a ella que nos anime y acompañe en la gran tarea de transmitir a nuestra sociedad, la vida de la Iglesia y los diferentes testimonios de generosa entrega de nuestros fieles.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Auxílianos para crecer en el Amor, y compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
VI Domingo Ordinario, 13 de febrero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. Será como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos”.
El profeta Jeremías anuncia con claridad la indispensable necesidad de aprender y crecer en la confianza en el Señor, Nuestro Dios: Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. La confianza la podemos definir como la expresión de la conducta humana de quien se sabe amado. Uno deposita su confianza en quien ha percibido cercanía, afecto, ayuda, protección y cariño. Los padres ofrecen, especialmente la madre, dicha experiencia, y cuando así sucede, el niño crece con el valor de la autoestima, y adquiere espontáneamente la conciencia de su propia dignidad y descubre con relativa facilidad la dignidad de las otras personas.
Por eso, los Padres de familia tienen la gran tarea de testimoniar el amor a sus hijos, es la mejor forma de prepararlos para que sean personas capaces de fraternizar y de socializar afable y positivamente con sus prójimos. Serán así ciudadanos, que favorecen y fomentan la sana convivencia social, y serán respetados y apreciados por su conducta.
Pero además, adquirir la virtud de la confianza capacita para recorrer la vida a la luz de la Fe. Porque de la misma manera que confían los hijos en su Padre y Madre, de esa manera confiarán con mayor facilidad en Dios, Nuestro Padre, y escucharán y asumirán las enseñanzas del Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, como luz y orientación para sus vidas.
La confianza va gradualmente creciendo a la luz de la fe y a la vez fortaleciendo la esperanza, que es la virtud indispensable para afrontar los conflictos, las desavenencias, los sufrimientos y las adversidades de todo tipo, porque sabe que alguien, que lo ama entrañablemente y le ha otorgado la vida, lo acompaña y está para ayudarle.
Aún más, la confianza lleva a la persona a compartir lo que es y lo que tiene, de esta manera aprende a amar. Así la confianza nos conduce al amor, es decir nos prepara para encontrarnos con quien es el Amor, Dios Trinidad: Padre, Hijo, y Espíritu Santo. La confianza es pues la virtud que necesitamos para llegar a la Casa del Padre, bien preparados.
Por este camino comprenderemos mejor las bienaventuranzas de Jesús: «Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán. Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo”.
En cuanto a las lamentaciones y advertencias, con las que Jesús alerta a sus discípulos, tienen la finalidad de señalar tres actitudes recurrentes en el ser humano, que debemos superar para mantenernos en el camino de las bienaventuranzas; ya que ofrecen la felicidad que es pasajera pero seductora, y nublan la razón, debilitando la voluntad para asumir las decisiones correctas.
La primera lamentación: “¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo!” indica la codicia y la ambición, que se apodera del corazón y pone como prioridad de la vida la riqueza a toda costa.
La segunda y tercera lamentación: “¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena!” señala la satisfacción sin límites de la sensualidad y el placer, tanto en el comer como en el instinto sexual, que ensordece la conciencia, porque conceden al cuerpo lo que pide, dejando de lado la voz del espíritu.
Finalmente la cuarta lamentación: “¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!”. Expresa la búsqueda de la alabanza para la salvaguarda de la propia imagen, y el quedar bien por encima de todo, a costa de la verdad y la justicia.
Las tres actitudes señalan los puntos necesarios para examinar con frecuencia nuestra conducta y evitar caer en ellas; y así recorrer el camino de las bienaventuranzas enunciadas, experimentando que son la fuente de la verdadera alegría. Por eso San Pablo con toda claridad advierte: “Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan sólo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de todos los hombres. Pero no es así, porque Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos”.
Preguntémonos por tanto: ¿En qué situación me encuentro, cómo he recorrido la vida hasta ahora? Examinando nuestra conducta encontraremos lo que debamos corregir y lo que debamos continuar afianzando. Así podremos adquirir la virtud de la confianza en Dios, vivir iluminados por la luz de la fe, crecer en la esperanza, y ejercitarnos en la amistad y en el amor.
Si lamentablemente he equivocado el camino, es el momento oportuno para pedir a Dios perdón, y reconciliarme conmigo mismo y con quienes convivo y me relaciono. Jesús no espera que vayamos todos y al mismo tiempo en el camino correcto, y siempre está dispuesto a perdonar y ofrecer el don del Espíritu Santo para nuestra conversión, para nuestro reencuentro con mi fe y con mis hermanos, para recuperar el tiempo perdido.
Invoquemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien vivió el camino de las bienaventuranzas, y está con nosotros para transmitirnos el amor y la ternura, que nos sostenga ante las seducciones del mal.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Auxílianos para crecer en el Amor, y compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
V Domingo Ordinario, 6 de febrero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”
El profeta Isaías vive la pequeñez de su persona ante la grandiosidad y majestad divina, la indignidad de sus flaquezas y limitaciones ante la santidad de Dios. Pero la visión no era gratuita, la finalidad era un encuentro con Dios, quien lo llamaba para enviarlo como Profeta.
Por ello, esa experiencia se convierte sorpresivamente en la ocasión de ser tocado, y purificado, recibiendo la indispensable pureza de corazón para estar en la presencia de Dios: “Después voló hacia mí uno de los serafines. Llevaba en la mano una brasa, que había tomado del altar con unas tenazas. Con la brasa me tocó la boca, diciéndome: Mira: Esto ha tocado tus labios. Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados”.
Así aconteció el cambio radical de sentirse poca cosa ante Dios, tomando conciencia de su propia pequeñez, de ser un humilde servidor para ser enviado como portavoz, y confiar que el éxito de su misión no dependería de él, sino de quien lo llamaba y enviaba: “Escuché entonces la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía? Yo le respondí: Aquí estoy, Señor, envíame”
El Evangelio narra una experiencia semejante en la persona de Pedro ante la inexplicable pesca, que hace surgir la pregunta, ¿quién es éste que tiene la increíble cualidad de conocer exactamente donde abundan los peces, estando fuera del lago, en la orilla; mientras que nosotros, pescadores de oficio, hemos intentado pescar toda la noche sin encontrar un solo pez.
La Pesca milagrosa, es una intervención divina, que al no tener explicación alguna de cómo pudo suceder, es manifestación de la Divinidad para atraernos, llamarnos, y encomendarnos una misión. ¿He vivido ya esta experiencia? ¿Cómo la he interpretado y cómo he respondido? ¿He preferido mantenerme en la primera reacción de Pedro, y dejar de lado la inquietud sembrada por Dios en mi corazón? ¿O he aceptado la misión de transmitir la Buena Nueva, de la presencia de Dios en medio de nosotros, mediante el cumplimiento de mis responsabilidades?
Muchas veces nuestra primera reacción es como la de Pedro: “Apártate de mí, que soy un pecador”: Sin embargo, Dios llama de múltiples formas, pues El siempre insiste una y otra vez, de forma personal o grupal. No rechacemos la encomienda por miedo a nuestra indignidad e imperfección, a nuestra limitación y fragilidad. Confiemos como Isaías y como Pedro y respondamos: !Aquí estoy! ¡Cuenta conmigo! Seamos como ellos, Profetas en el mundo de hoy, y constataremos la nobleza de la causa y la fortaleza de nuestra persona al recibir la asistencia del Espíritu Santo.
Una objeción frecuente en nuestro tiempo son los grandes desafíos que afrontamos. Es muy común escuchar, qué podemos hacer ante esto o aquello. En este sentido es oportuno el testimonio que ofrece San Pablo en la segunda lectura: ser fieles transmisores del Evangelio recibido, y confiar en la acción divina ante lo que parece imposible de lograr, una sociedad fraterna y solidaria: “Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron”.
En el primer siglo se vivía un mundo paganizado y desenfrenado en todos los sentidos: un libertinaje pleno y desordenado de la sexualidad, la vigencia de la esclavitud con pérdida absoluta de la libertad, el ejercicio de un poder absoluto, que podía sentenciar a muerte, a voluntad de la autoridad. En ese ambiente social predicar las enseñanzas de Jesucristo, eran reconfortantes especialmente para los oprimidos; sin embargo fue indispensable el testimonio contundente de la trascendencia y de la vida después de la muerte, que manifestó Cristo al resucitar de entre los muertos.
La fidelidad que mostró la Iglesia primitiva, en un contexto plenamente adverso y hostil, fue sin duda creer en la trascendencia posterior a esta vida, y en el destino que Dios nos ha comunicado para participar en la Casa del Padre por toda la eternidad. Esto se logró gracias al testimonio contundente de testigos, que vieron muerto al crucificado, y después lo volvieron a ver vivo, gloriosamente resucitado.
En nuestro tiempo y en occidente en particular, estamos viviendo el tránsito de una cultura estable, que en buena parte estaba sostenida en los valores humanocristianos, a una sociedad donde prevalece el individualismo y el ejercicio de la libertad sin límite, lo que genera, particularmente en las nuevas generaciones, una ausencia de un código de conducta social, que garantice la convivencia razonablemente respetuosa de los demás. Día a día constatamos conflictos, pleitos, agresiones verbales y con frecuencia golpes y maltrato; tanto en la calle, como en las redes digitales, e incluso lamentablemente en el interior de los hogares.
Todo esto debe movernos de manera urgente para dar a conocer la Buena Nueva, Dios no nos ha abandonado, sino espera que reaccionemos favorablemente, abriendo el corazón a las inquietudes que siembra el Espíritu Santo en nosotros. Así daremos testimonio de que el amor es factible, y el camino es la sinodalidad, es decir: unir fuerzas y presencias, ejercer la caridad en favor de los necesitados, y testimoniar la autoridad como servicio.
Preguntémonos ¿cuál es mi percepción sobre la realidad social que vivimos? y segundo, cuál es mi actitud: ¿miro con esperanza el futuro, o estoy despreocupado de lo que venga?
Estamos aquí reunidos en torno a Cristo presente en esta Eucaristía, y a los pies de nuestra querida Madre, María de Guadalupe. Los invito a pedirle su ayuda para que descubramos, qué debemos promover en nuestros contextos y a través de nuestras responsabilidades.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Ayúdanos a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios quiere de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén
ENERO 2022
IV Domingo Ordinario, 30 de enero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
III Domingo Ordinario, 23 de enero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
II Domingo Ordinario, 16 de enero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Al tercer día se celebró una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí. Jesús fue también invitado a la boda con sus discípulos”.
El evangelista Juan abre la actividad pública de Jesús con las Bodas de Caná, acompañado de su Madre María y de sus discípulos. Las Bodas expresan la relación entre Dios y su pueblo elegido, una figura que simboliza y recuerda la alianza en la que Dios y su pueblo se comprometieron a una mutua fidelidad.
Por esta fidelidad de Dios con su pueblo hemos escuchado expresar al profeta Isaías, siglos antes de la llegada de Jesús: “Por amor a Sión no me callaré y por amor a Jerusalén no me daré reposo, hasta que surja en ella esplendoroso el justo y brille su salvación como una antorcha”.
El amor es la clave no solo para descubrir la vida como regalo de Dios, y experimentar su inconmensurable amor a nosotros, sus creaturas, sino especialmente para desarrollar en nosotros la imagen y semejanza de ese amor divino, aprendiendo a amar, al estilo de Dios; es decir procurar siempre el bien de mi prójimo, y de la comunidad, en la que me muevo y actúo.
Ese camino para el que fuimos creados será posible recorrerlo si Jesús está presente en nuestra vida, y si somos conscientes de pertenecer a la comunidad de sus discípulos, de pertenecer a la Iglesia, descubriendo nuestros propios carismas y capacidades, nuestras habilidades y conocimientos para ponerlos al servicio y bienestar de mi familia, de mis amigos y vecinos, de los demás creyentes y no creyentes.
Por eso es fundamental tener en cuenta la afirmación de San Pablo: “Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. El arte está en conocerme a mí mismo, y descubrir mis capacidades y mis limitaciones.
Al descubrir mis propias capacidades, desde ellas, puedo colaborar para el bien común, y al reconocer mis propias limitaciones podré valorar y aceptar las capacidades de los demás, comprendiendo que en el conjunto de los dones que existen en todos y cada uno de los miembros de la comunidad está la riqueza de una sociedad.
Así será más fácil superar las envidias, los celos y las rivalidades, y aprenderemos a valorar y agradecer a Dios, lo que nos regala en cada uno de nuestros prójimos. Éste es el camino, que muestra la escena del Evangelio, para integrar una sociedad fraterna y solidaria. Cuando obedecemos la voz de Dios y cumplimos su voluntad se da el milagro del mejor vino que alcanza para todos.
En efecto, si la respuesta del hombre (personal) y del pueblo (comunitaria) son como la de María y la de los discípulos, seremos testigos y promotores de las intervenciones de Dios en favor del hombre. Así es como lograremos las intervenciones salvíficas y redentoras de Dios en favor de la Humanidad.
Hay que subrayar la necesidad de las tinajas y del agua para que se dé la conversión del vino. Es decir, para que Jesucristo intervenga necesita disponer de lo que somos y tenemos.
Por eso, nosotros debemos cumplir como el mayordomo, haciendo lo que tenemos que hacer, obedeciendo a Jesús como indica María: Hagan lo que él les diga. Así saborearemos el vino de la alegría, que no se agota y le da sentido a nuestra vida, sean cual sean nuestras circunstancias.
Es pues muy conveniente preguntarnos: ¿Seré yo como los comensales del banquete que no se dieron cuenta del milagro, o seré como los discípulos que conocieron lo que Jesús hizo, creyeron en él, y se mantuvieron con él?
Si me mantengo en la comunión y conservo mi identidad como miembro de la Iglesia, sin duda, seré como María y los discípulos, testigo de lo que hace Jesús en el mundo, y capaz de reconocer las intervenciones del Espíritu Santo, en la vida de los que me rodean. Así seré como María y los discípulos, testigo de lo que hace Jesús en el mundo, y podré transmitir mi experiencia con plena convicción que Cristo vive en medio y a través de nosotros.
Reconoceré como el Mayordomo: “Todos ofrecen primero el vino mejor, y cuando ya están bebidos dan otro peor. Tú, en cambio, has reservado el mejor vino hasta ahora”. Experimentaré así la gradualidad creciente de mi espiritualidad, ofreciendo a los demás un mejor vino cada día; es decir desarrollaré mi persona con una capacidad de servir y auxiliar a mi prójimo, dando un testimonio creíble y atractivo de una persona que cree y que ama.
Cuando la Iglesia cumpla su misión viviendo la obediencia a Dios, como lo expresa la narración de las bodas en Caná, será cuando veamos cumplida la profecía de Isaías: “Entonces las naciones verán tu justicia, y tu gloria todos los reyes. Te llamarán con un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona de gloria en la mano del Señor y diadema real en la palma de su mano. Ya no te llamarán “Abandonada”, ni a tu tierra, “Desolada”; a ti te llamarán “Mi complacencia” y a tu tierra, “Desposada”, porque el Señor se ha complacido en ti y se ha desposado con tu tierra”.
Agradezcamos a María su ejemplar actitud de acudir a su Hijo en favor nuestro, y asumamos la clara indicación: ¡Hagan lo que él les diga! para que intervenga Jesucristo en nuestras vidas y podamos juntos dar el testimonio, que nuestra sociedad necesita y espera, de quienes somos discípulos de Jesucristo. Así es como mantendremos la alianza entre Dios y la humanidad, mediante la fidelidad de la Iglesia al anuncio de Jesús de Nazaret: ¡Conviértanse y crean: el Reino de Dios ha llegado!
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza. A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos, que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que lo concederás para que, como en Caná de Galilea, vuelvan la alegría y la fiesta después de esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que Jesús nos diga, Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para que descubriéramos, que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén
El Bautismo del Señor, 9 de enero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.
El día de hoy celebramos la fiesta del bautismo de Jesús y es importante comprender a que bautismo se acercó Jesús y como transformó esta experiencia bautismal.
Para los judíos en la época de Jesús, el bautismo no era un rito de iniciación, para los judíos era un acto de devoción por decirlo de una manera, con el cual algunos expresaban su deseo de esperar, de prepararse y purificarse para esperar al Mesías.
Juan el Bautista anunciaba “El Mesías está cerca, conviértanse” y como signo de esa conversión para esperar al Mesías ¡bautícense! era un signo que purificaba a la persona y la preparaba o la disponía para estar lista al encuentro del Mesías que se acercaba.
A ese bautismo se acercó Jesús y uno se pregunta no se tenía que acercar, Él era el Mesías y no tenía nada que purificarse, sin embargo, Jesús se acerca “En esa búsqueda de encontrar la experiencia que veía Él en su interior de ser el Mesías y de ser el hijo de Dios” y dice el evangelio que Jesús mientras oraba, en ese diálogo con el Padre, habiendo experimentado el bautismo de Juan, se da cuenta o experimenta esta voz del padre… sucede en la oración, en el encuentro íntimo con el Padre que Jesús por el bautismo experimenta esta voz que le dice ¿Quién es Él? ¿Quién es Jesús? Dice el Padre: “Tú eres mi hijo, el predilecto, en quien me complazco”.
Así quisiera yo imaginarme a Jesús contando esta experiencia, una experiencia del Espíritu que desciende sobre Él, en donde Jesús puede anunciarle a sus discípulos, al Bautista, “Pude experimentar, ¿Cómo? los cielos se abrían y bajaba el Espíritu y se derramaba sobre mí, el Padre me decía “Tú eres mi hijo, el predilecto”.
Esta experiencia transforma el bautismo, porque el bautismo a partir de la muerte y resurrección de Jesús ya no va a ser para esperar un Mesías; sino para introducirnos en la experiencia de este Mesías. Ahora si, para el cristiano el bautismo es un signo de iniciación; ¿En qué somos iniciados? En la experiencia del hijo, y del hijo predilecto, y con Jesús nosotros podemos decir que el Padre nos ha mirado con amor, con predilección y nos ha dicho “Tú eres mi hija, tú eres mi hijo”, en el momento del nacimiento, tus padres te transmitieron esta experiencia, que tú ni cuenta te diste y por eso es tan importante el testimonio posterior de los padres, padrinos y madrinas.
Para que la persona pueda experimentar lo que sucedió en ese momento, esta experiencia suceden muchas otras relaciones que nuestros padres nos introducen, por ejemplo, ¿Quién se acuerda cuando los llevaron por primera vez con sus abuelos? ¡Pues nadie! El único que se acuerda o la única que se acuerda son la abuela o el abuelo, pero ustedes no; sin embargo ese día ustedes fueron iniciados en esa experiencia de ser nieto o nieta, sobrino, sobrina de una tía o un tío, cosa que después fue creciendo, con el tiempo, con la relación constante y el amor.
El bautismo nos introduce en la experiencia de Cristo, una experiencia de sabernos hijos predilectos y amados del Padre, y eso es lo que nos distingue a los cristianos. Si ustedes miran a su alrededor y caminan entre gente que no cree dirá… somos iguales, pero nos sabemos distintos y nos sabemos distintos por una experiencia espiritual; esta experiencia espiritual en ser hijos del padre.
¿Quién de ustedes camina como una hija amada del Padre? cuando enfrentas dificultades, cuando estás decidido alguna situación, cuando vives tu día te levantas en tu vida ordinaria y puedes experimentar en ella que si es una vida ordinaria, pero es también extraordinaria; porque ahí se ha levantado una hija amada del Padre. Cuando así nos experimentamos entonces hemos comprendido nuestra vocación bautismal; porque nuestra vocación bautismal está en hacer que esta frase que dijo Dios se haga realidad también en nosotros.
Caminar como hijos amados del Padre en quién Dios tiene su complacencia ¿Por qué tuvo Dios su complacencia en Jesús? porque Jesús vivió toda su vida en una relación fiel con el Padre, por eso oraba constantemente, por eso hacía la voluntad del Padre, por eso se mantuvo fiel hasta la cruz al amor del Padre y su confianza en el Padre fue inquebrantable.
Por eso dice Dios “En Él tengo puesta mi confianza, en Él me complazco”, ¿Que tendríamos que hacer para que Dios pudiera decir lo mismo sobre nosotros? Jesús nos marca el camino, no solamente nos comparte el ser hijos del Padre, nos marca el camino para realizar esta vocación bautismal; y el camino es encontrar el camino del amor, un camino del amor que no nada más es un deseo humano de ayudar al otro, un camino del amor que brota de la gratitud a Dios.
Como no agradecer a Dios que nos ha hecho sus hijos sin que nosotros lo mereciéramos, que nos ha hecho sus hijos y jamás renunciará a esa paternidad, es incondicional, es un amor agradecido, que brota del espíritu; recuerdan cuando Jesús en pasajes posteriores a este dice: “El Espíritu está sobre mí y me ha enviado a sanar los corazones, a llevar la justicia, a traer al oprimido el consuelo… Jesús está encarnando al amor del Padre con un corazón generoso y agradecido.
La vocación bautismal nuestra, nos lleva a eso, a vivir complaciendo al Padre… los invito a pensar cuando tengan tiempo en lo que dicen ustedes cuando dicen el Padre Nuestro “Padre Nuestro que estás en el Cielo, que tu nombre sea santificado, que venga a nosotros tu reino, que se haga tu voluntad en mi vida”.
¿Qué son esas peticiones? un deseo de complacer al Padre… otra manera de complacer al Padre, es viviendo nuestra vocación específica al amor. Todos estamos llamados a vivir en el amor, el amor del Padre, el amor cristiano, agradecido y generoso.
Después nos pide que busquemos un camino concreto, comprometido para vivir este amor y nos marca el matrimonio como una manera de vivir nuestra vocación bautismal específica, vivir el amor de Dios hacia mi pareja y hacia mi familia, brota del bautismo y se especifica en la vocación que Dios nos regala.
En el sacerdocio, en la consagración, como religioso o religiosa o laico, todas esas vocaciones no es otra cosa más que especificar mi vocación bautismal y decirle: “Señor, quiero ser hijo tuyo, quiero ser hija tuya amando a esta persona, amando este pueblo, amando esta comunidad” y así la vocación específica marca el camino, el sendero por el cual nosotros respondemos a la vocación bautismal.
Quisiera terminar con la imagen de la parábola de que la mayoría la conocemos como la parábola del hijo pródigo… ahí nos enseñan cómo no ser hijos del Padre, uno de ellos camina llevándose su herencia, como diciendo, yo soy hijo sin ti, no te necesito, cuántos caminan por este mundo sin voltear a mirar a Dios, pensando que la vida, que no se la deben a nadie, que no tienen por qué agradecer a nadie… “ese es el hijo pródigo” que toma su herencia, que toma su fe, que lo hace hijo y vive como si no lo fuera, como si el Padre no existiera.
Cuántas personas son ateas aún bautizadas… el otro hijo nos enseña la otra manera en la que no debemos de ser hijos, el hijo que vive en la casa del Padre sintiéndose su siervo, que tiene miedo, que no le tiene confianza, que piensa que el Padre siempre lo va Castigar, que le exige mucho, que siempre está de malas… ¿Cuántas personas caminan en la iglesia con esa actitud? temerosos de condenarse por cualquier gesto, enojados un poco con Dios y por ello con los demás también; diría el Papa Francisco, con cara de funeral, así tampoco podemos complacer al Padre
Vivir como hijos del Padre, nuestra vocación específica es caminar el sendero de Cristo con gozo, con alegría, con la mirada puesta en el cielo y las manos y los pies ocupados ayudando a nuestro prójimo.
Que el Señor nos ilumine a cada uno de nosotros y nos conceda el gozo de renovar nuestra vocación, y también el compromiso para vivir complaciendo al Padre por el amor que nos ha regalado.
Que así sea.
La Epifanía del Señor, 2 de enero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.
Queridos hermanos y hermanas. La Solemnidad de la Epifanía del Señor que hoy estamos celebrando, nos pone delante del amor salvífico universal de Dios, manifestado en el don de su Hijo único y eterno, que se hizo hombre por amor a toda la humanidad, revelado como Señor y Mesías para todos, y entregado como salvador universal de cada hombre y mujer, sin exclusión y sin discriminación de nadie, como lo ha señalado san Pablo en la segunda lectura de hoy.
La tradición y la piedad cristianas han querido expresar que Dios ha donado a su Hijo a todo ser humano, de toda raza, pueblo y nación, de todo tiempo y latitud, representando a los Magos de Oriente, o a los Reyes Magos, como provenientes de las diversas razas que se conocían en el siglo I de nuestra era.
La solemnidad de la Epifanía, o manifestación del Señor, nos llena de júbilo, porque nos recuerda la certeza de tener todos, todos y cada uno de nosotros, un lugar insustituible en el corazón de Dios. La certeza de ser todos destinatarios de la luz que resplandece en el Hijo de Dios, y de estar todos invitados al banquete del Reino de Dios, y por lo tanto a la comunión de vida y de amor con cada una de las personas de la Santísima Trinidad.
Pero esta celebración de la Epifanía, o que conocemos más popularmente como la Fiesta de los Santos Reyes, no solamente nos ubica delante del Dios de amor que ha salido al encuentro de todos, para salvarnos a todos, y que sigue saliendo a nuestro encuentro hoy.
El relato evangélico de esta fiesta también nos coloca delante de unos seres humanos, los Reyes Magos, en búsqueda de luz, de sentido y de trascendencia. Nos coloca esta fiesta delante de seres inteligentes y libres, sedientos de verdad, de bondad, de belleza, de autenticidad, en búsqueda de ideales altos, capaces de dotar la existencia de sentido, de consistencia y de color. Se trata de los Reyes Magos, o de los Magos de Oriente, en quienes quisiéramos estar representados también cada uno de nosotros.
Ellos, los Reyes Magos, eran en realidad personas inquietas, que anhelantes de penetrar en los misterios más hondos de la vida, tuvieron la valentía de hacerse preguntas profundas, de discernir a su alrededor sobre lo esencial, de elevar la mirada hacia el cielo y de elevar también su inteligencia y su corazón hacia Dios, descubriendo que solamente en Dios, podrían obtener la respuesta de cómo hemos de vivir sobre esta tierra.
El reconocimiento de que las cosas de este mundo no son suficientes, la búsqueda sincera de intereses altos, de ideales altos, la decisión de elevar la mirada hacia las estrellas y la valentía para ponerse en marcha, ayudaron a los Reyes Magos o Sabios de Oriente, a descubrir en el Hijo de Dios, nacido en Belén, el cumplimiento de todos sus anhelos.
Nosotros, junto con la celebración de la Epifanía, estamos también iniciando un año civil. Seguramente por ello, muchos estamos aquí, poniendo el año que comenzamos, a los pies de la Santísima Virgen María de Guadalupe. Y seguramente son muchas las inquietudes, los deseos y proyectos para este año. Muchas las cosas que nos preocupan y que nos ocupan. Muchos los objetivos que nos ponen en marcha.
Pero, queridos hermanos y hermanas, enseñados por el ejemplo de los Reyes Magos, ¿valdría la pena detenernos aquí, delante de Santa María de Guadalupe, elevar la mirada al cielo y plantearnos con toda seriedad, qué, de todo lo que estamos planeando y buscando para este año, vale verdaderamente la pena. Y vale la pena, porque de verdad nos ayuda a vivir con autenticidad, y a caminar cumplidamente hacia lo que Dios nos pide en la vocación que cada uno de nosotros tenemos.
Solamente a la luz de Dios, a la luz de aquella estrella que los Reyes Magos vieron, y que los guió hacia Cristo, podemos también nosotros discernir entre lo que vale la pena y lo que solo nos desgasta, o nos desintegra, lo que hace que nuestra vida sea una vida llena de altura, de luz y de amor, o lo que hace nuestra vida inauténtica.
Vamos a pedirle a Dios hoy, por intercesión de Santa María de Guadalupe, que nuestra mirada, nuestra inteligencia y nuestro corazón, no se queden atrapados en cosas pasajeras, en lo que va y viene, en lo que no puede llenar el corazón. Vamos a pedirle a Dios que elevemos hacia Él nuestro corazón, hacia la estrella radiante que anuncia el día Jesucristo, y que de Cristo aprendamos el arte de vivir, el arte de pensar, el arte de caminar, de luchar, de levantarnos, de volver a comenzar, sabiendo que contamos con su presencia y con su amor.
Que a ello nos anime el amor y la ternura de Santa María de Guadalupe. Que a ello nos anime también lo que hemos escuchado, y con esto concluyo. En la primera lectura del día de hoy: levántate Jerusalén, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti. Levántate y resplandece de alegría, porque en ti se manifiesta la Gloria del Señor.