Misas Dominicales
de Mons. Salvador Martínez Ávila,
Vicario Episcopal de Guadalupe y Rector del Santuario
DICIEMBRE 2020
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Todos los años, hermanos y hermanas en Cristo, dentro de los ocho días que siguen a la Navidad celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Nazareth. De esta familia compuesta por Jesús, José y María tenemos varios testimonios tanto de la relación de pareja como de la relación paterno filial. Por ejemplo, San José y la Virgen debieron afrontar las dudas de fidelidad cuando ella se encontró en cinta por obra del Espíritu Santo; en tal situación, nos narra el evangelista San Mateo, José que era hombre justo, no quería repudiar a su prometida públicamente, sino que pensó repudiarla en secreto. Pero Dios vino en su ayuda revelándole que ella había concebido sobrenaturalmente. José aceptó el testimonio de Dios y aceptó a María como su esposa. También como familia tenemos varios acontecimientos, como el nacimiento de Jesús no en Nazareth lugar de residencia de José y María sino en Belén, porque habían ido a empadronarse; después de la visita de los magos de oriente la precipitada huida a Egipto. El día de hoy leemos la presentación del niño Jesús al Templo de Jerusalén, en este episodio observamos cómo Jesús, José y María eran judíos observantes de la Ley y de esta manera su vida se encontraba inmersa en el acompañamiento cotidiano de la Divina Providencia. A lo largo de la vida de Nuestro Señor Jesucristo son abundantes los ejemplos de personas que tenían su vida inmersa en la Providencia de Dios y observamos como en todos sus pasos la presencia de Dios se hizo patente. Sólo por poner un ejemplo: la viuda que un día echó todo lo que tenía para vivir aquel día al arca del Templo, esa mujer nunca murió de hambre, porque ponía toda su confianza en Dios. Así mismo, hermanos y hermanas, la celebración de esta fiesta de la Sagrada Familia nos recuerda que si aplicamos nuestra fe a nuestra manera de vivir como familia, la Divina Providencia será el garante de nuestro caminar. Creer en Dios como individuo y como grupo social n o nos pone en estatutos sociales de excepción o privilegiados, podemos ser perseguidos, ser obligados a cumplir con leyes económicas y sociales que nos dificultan las cosas, podemos, incluso, sufrir enfermedades, si vivimos inmersos en la fe en Dios, su providencia se hará patente para que todo aquello que nos toque vivir sea de provecho para la salvación eterna.
Amén
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Estimados hermanos y hermanas, al considerar la visita que hizo el arcángel Gabriel a la Virgen María, pensaba en la gran fortuna que tuvo la Virgen de ser visitada por un enviado de Dios. Por medio de esta embajada la Virgen supo que se encontraba llena de la gracia de Dios, que sería la madre del mesías y que esto sería obra del Espíritu Santo y como señal su prime Isabel, que era estéril, estaba en cinta. La Virgen, a su vez pudo preguntar sobre la forma en que Dios cumpliría lo que le anunciaba, y respondió «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». ¡Qué gran fortuna la de la Virgen! Después de otro rato de haber meditado la Palabra, me vino el pensar que este encuentro entre San Gabriel y la Virgen también tuvo ciertas dificultades, en primer lugar llama la atención que la Virgen nunca le preguntó al ángel quién era, dio por sentado que este era un enviado de Dios. Esto me lleva a pensar que la Virgen María tenía una especial sintonía para reconocer la presencia de Dios y de sus enviados, no es que recibiera visitas angélicas cada tanto. LA segunda cosa es que le costó trabajo entender lo que significaba «llena de gracia»; le costó trabajo entender cómo sería madre de un hijo si no tenía marido en aquel momento. También cabe la posibilidad de que después del encuentro con el ángel todo eso resultado producto de su pura imaginación. El encuentro entre ella y el ángel tuvo un antecedente que fue una espiritualidad verdadera de parte de ella que le permitió sintonizar con el acontecimiento. No fue solamente fortuna, no fue casualidad. Reflexionando todavía un poco más de tiempo, me pregunto ¿Dios solamente se hace presente a pocas personas y en momentos muy señalados? ¿Será el Señor tacaño para hacerse presente son los humanos? El centro del mensaje de la anunciación no está en el encuentro del ángel con María sino en el hecho de que por medio de ella Dios se hace uno de nosotros, Dios se hizo carne. Desde el momento en que María dijo «hágase en mí…» el encuentro entre Dios y los hombres es una realidad permanente. Jesús de Nazareth nos ofreció un encuentro mucho mejor que el encuentro entre María y San Gabriel arcángel. Jesús nos ofreció más de treinta años de vida cotidiana, sus años de ministerio quedaron consignados en los evangelios para que cada uno de nosotros también pueda sumergirse en la amistad con Él, con Dios. ¡Qué afortunados nosotros, porque al decir María que sí nos procuró un encuentro tan íntimo y verdadero con Dios!
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Hermanos y hermanas en Cristo. Con este tercer domingo del Tiempo de Adviento, iniciamos prácticamente la segunda mitad del camino que nos lleva a la Fiesta de la Navidad. Y resulta verdaderamente intrépido, el llamado que Dios nos hace al gozo, a la alegría, en medio de un tiempo de sufrimiento y de tristeza.
En verdad esta Navidad del año 2020, para muchas personas no les causa mucha ilusión, por todas las cosas tristes que hemos vivido, o bien, por las restricciones de convivencia que impone esta emergencia sanitaria. Sin embargo, podemos caer en la gran tentación de identificar el gozo navideño con una circunstancia meramente mundana, como la fiesta de Fin de Año en dónde agradecemos o nos felicitamos por lo bien que nos fue, por la abundancia económica, o por el bienestar material.
Cuando nuestro Señor Jesucristo se encarnó, el mundo pasaba por circunstancias adversas, igualmente adversas, ya sea en lo social, ya sea en lo político; igual que nosotros lo estamos pasando. El llamado de Dios en aquel momento, se dio por medio de Juan el Bautista y en este domingo en específico, se nos recalca el contenido gozoso de esa llamada profética.
Para alguien que está pasándola mal, resulta una buena noticia que alguien llegue y diga: las cosas van a cambiar. Es verdad, para quién la está pasando mal, el hecho de que llegue alguien y le diga: van a cambiar las cosas, es motivo de ánimo, es motivo de alegría, de gozo.
Así pues, también el Bautista se apropió del texto de Isaías que dice: una voz clama en el desierto. Una voz clama en un lugar donde nadie quisiera estar, en un lugar donde se pasa sed, dónde se pasa hambre, donde se pasa fríos, donde hay peligros. Muy bien, esa voz clama en el desierto. Y esa voz dice: aun habiendo muchas razones para la tristeza y el desánimo, Dios nos llama al gozo, porque hay que preparar el camino para la llegada del Redentor. Habrá quien diga: padrecito, hay poco dinero; padrecito, estoy de luto por la muerte de algunos familiares; padrecito, no me dan ganas de celebrar nada solito en casa, con unas cuantas personas.
La motivación de fe para celebrar esta Navidad, no depende de que compremos mucha o poca comida, no depende de los muchos o pocos regalos, no depende de los muchos o pocos abrazos, o la gran reunión familiar o popular. Más bien, es importante que haciendo caso a San Juan Bautista nos preguntemos: ¿Acepto el reto de creer en que Dios viene a salvarnos? ¿Qué a pesar de que las cosas están duras y difíciles, creo y me alegro de que van a cambiar? Si de veras lo creo, entonces surgirá el gozo interior y lo poco o mucho que haga en estos días como signos de alegría, serán la manifestación simbólica, sí, de ese profundo gozo que me da el saber que lo definitivo no es el fracaso económico, lo definitivo no es la tristeza por la pérdida de seres queridos, o la soledad por estar aislado. Tomar segundo aire en este Tiempo de Adviento, en este camino, es el sentido de este tercer domingo. Así pues, ánimo, que el camino de la salvación ya está próximo a cumplirse.
Alabado sea Jesucristo.
NOVIEMBRE 2020
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
En este primer domingo de Adviento que es el tiempo de preparación a la Navidad, deseo iniciar, hermanos y hermanas esta reflexión sobre la Palabra de Dios, con una anécdota graciosa. «Un día iba un alemán manejando su automóvil cuando escuchó un ruido en el motor, prontamente se detuvo a la orilla del camino y él mismo reparó su automóvil. Problema resuelto. Otro día iba un japonés conduciendo su auto y escuchó un ruido en el motor, se dirigió lo más pronto posible a la planta productora y reportó la anomalía para que corrigieran el error en toda la producción de autos. Asunto resuelto. Otro día un estadounidense iba conduciendo su auto cuando escuchó un ruido en el motor, se dirigió a la agencia donde lo había comprado y exigió que se lo cambiaran por uno en perfectas condiciones. Asunto resuelto. Otro día iba un mexicano manejando su automóvil cuando escuchó un ruido en el motor, acto seguido le subió al volumen de su radio. ¿Asunto resuelto?…» Si Jesús supiera la tentación a la que estamos expuestos, de subirle al volumen de nuestro radio para que no se escuchen las fallas en el motor del auto, seguramente nos repetiría las palabras que escuchamos hoy en el evangelio. El mundo en el que habitamos tiene muchos ruidos que nos indican fuertes contradicciones y errores, tememos que llegue el fin de este mundo y no son pocas las voces que vaticinan cataclismos naturales, revueltas sociales, enfermedades y carestías espantosas. Pero Jesús habla de un futuro venturoso que no consiste en ningún momento en aplicar la regla de la distracción, subirle al radio, como vía de solución. Jesús nos llama a vivir atentos y despiertos. Estos dos llamados que nos hace se refieren a dos aspectos de nuestra vida. El primero de ellos es nuestra capacidad de pensar e investigar correctamente la realidad, no conformarnos con las apariencias, sino tratar de llegar a la verdad de las cosas, sobre todo la verdad de las propias motivaciones, los por qué y los para qué de aquello que sucede en nuestro entorno. El segundo aspecto al que hace referencia es a la bondad de lo que hacemos, nuestra capacidad de decidir tiene una orientación, una meta bien definida, que es hacer el bien. Quien no se detiene a considerar hacia dónde lo lleva su forma de vivir, es como si estuviera dormido. San Pablo les dice a sus discípulos, «hermanos, es necesario que despierten de su sueño, el día está encima, la noche va pasando, revistámonos con las obras de la luz y andemos como en pleno día con dignidad». Los cristianos afrontamos este mundo desde una perspectiva optimista, para nosotros si hay un futuro promisorio, pero ese futuro rebasa este mundo. Jesús, con su muerte y resurrección ha vencido al maligno, al pecado y sus consecuencias. Al comprometernos por componer las contradicciones de este mundo, al ser solidario con las causas buenas, lo hacemos en la esperanza de triunfar por Cristo y en Cristo. Su triunfo definitivo, sin embargo, será cuando venga por segunda vez. El acento de nuestra espera no es saber el día y la hora, sino en vivir permanentemente preparados conociendo la verdad y obrando el bien.
¡Alabado sea Jesucristo!
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Desde el inicio de los tiempos, hermanos y hermanas, hasta la consumación de la historia. Nuestra fe cristiana nos enseña que hay una unidad de sentido. Todo lo que sucede, aunque parezca incongruente y contradictorio, nos dirige a la instauración y manifestación plena del Reino de Dios. Por este motivo este que es el último domingo del ciclo litúrgico lo dedicamos a celebrar esta solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Sin embargo, sería un error pensar que el reino de Dios y de Cristo Nuestro Señor son a imagen y semejanza de los reinos humanos. La más elocuente revelación de Dios nuestro creador y Padre es conducir a cada ser humano a su plenitud, comparable a la solicitud con que un pastor conduce a su rebaño, en esto consiste su Reino. A partir de lo que hoy nos dice el evangelio, el Reino de Cristo consiste en que cada uno de nosotros, haciendo el bien a los demás, en particular a los más necesitados, nos convirtamos en sus servidores y así heredemos el Reino que el Padre ha preparado para nosotros desde el principio del mundo. La imagen que nos presenta Jesús sobre el juicio final, no pretende exigirnos que hayamos erradicado el hambre o la falta de ropa de este mundo. Ni siquiera pretende que hayamos sanado al enfermo o librado al encarcelado. Lo que exige el rey de reyes de cada uno de nosotros es que hayamos estado atentos a la necesidad del otro y abiertos a hacernos presentes y colaborar en la satisfacción de su carencia. Los ejemplos sobre el juicio final, más bien, nos hacen pensar en la sencillez e inmediatez de las situaciones cotidianas, como lo vemos también ejemplificado en la parábola del buen samaritano. ¿Quién es mi prójimo? Aquella persona de quien yo me compadezca el día de hoy, cada día cuenta con su prójimo y con la oportunidad de involucrarme con él. Dentro de este mismo orden de cosas, y contrariamente a lo que sucede con los reinos de este mundo, Jesús nuestro rey está cotidianamente cercano, está revestido de pobreza, de dolor o tristeza y me invita a que sea yo quien tome cartas en el asunto de su sufrimiento. Por otra parte también surge de la imagen del juicio final que hay una diferencia de circunstancias entre el aquí y ahora por una parte y aquello que será lo definitivo. Ahora es el tiempo de las carencias, de las dificultades compartidas por aquellos de quienes nos compadecemos, luego vendrá la herencia de la Gloria eterna para reinar con Cristo.
¡Alabado sea Jesucristo!
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Estamos, hermanos y hermanas en el Señor Jesús, a un domingo de llegar a la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y ya desde hace varias semanas nos encontramos en la parte del evangelio de san Mateo dedicada a hablar de los últimos tiempos. Este domingo en particular nos propone la vida como un acto de confianza de parte de Dios para todos nosotros. Así como aquellos hombres recibieron cada uno cantidades de dinero según su capacidad, nosotros hemos recibido de parte de Dios muchos dones para hacer fructificar en nuestra vida y ninguno de nosotros podrá argumentar delante de Dios que por ser Dios un Señor tan exigente, hayamos hecho de nuestra vida una sucesión de escusas para no lograr o hacer nada. En efecto, la mentalidad de Dios con respecto a nosotros, que somos sus creaturas, es que lleguemos a ser adultos, maduros y por tanto fecundos en todo aquello que se nos presente a lo largo de la vida. Pensemos por ejemplo en cómo Jesús inició realizando milagros y anunciando el evangelio, pero poco tiempo después pidió a sus discípulos que ellos mismos fueran por delante visitando poblaciones a donde llevaran la buena noticia de la salvación, acompañándola con oración por los enfermos y expulsión del demonio. Quien erróneamente haya pensado que la práctica religiosa cristiana nos deja en el infantilismo se equivoca. Sabemos que somos creaturas de Dios y dependemos necesariamente de Él, pero también reconocemos que de acuerdo a nuestras capacidades también espera frutos. El mismo Señor Jesús dijo a los suyos en la última cena: «ustedes harán lo que yo he hecho y harán cosas aún mayores». Un fenómeno cultural de nuestros días y que no podemos negar es el hecho de que muchos padres de familia que han bautizado a sus hijos se han desentendido completamente de la práctica y educación religiosa de sus hijos. Esta forma de proceder es equivalente a lo que pasó con aquel hombre que recibió un millón y lo enterró. Hemos entregado a los hijos, a las nuevas generaciones la gran riqueza de la fe para dejarla enterrada en una vida familiar donde Dios y los valores cristianos están más que olvidados o más bien enterrados en el olvido y el descuido. Si algún futuro prometedor y venturoso esperamos para las próximas generaciones deberemos de sacar esa gran riqueza del hoyo en que ha quedado prisionera y por medio de la oración en familia, del cultivo de las virtudes cristianas edificar una familia y una sociedad sana y llena de los frutos del Espíritu.
Amén
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
En las diversas maneras en las que se nos habla de la vida eterna reflejan hermanos y hermanas en Cristo escenas de este mundo que nos parecen muy apetecibles por ejemplo este trigésimo segundo domingo del tiempo ordinario y a dos semanas de llegar a la fiesta de Cristo Rey del universo con lo cual se concluye el año de fiestas litúrgicas encontramos dos imágenes de aquello que sucederá al final de los tiempos.
La primera de ella es proveniente de la segunda lectura, la de la primera carta de San Pablo a los tesalonicenses nos habla de que todos seremos llevados por los aires hasta la presencia de Dios. Esta representación del más allá responde a la idea común de que el cielo físico y el Reino de los cielos quedan por encima de nosotros, quedan por encima de este mundo al vernos libres de la opresión de este mundo ya no estamos sujetos al frío ni al calor ni al sufrimiento alguno ir por los aires en cierto modo volando es la representación de esa libertad y de estar definitivamente más allá de este mundo opresivo.
La segunda imagen proviene del evangelio, el Señor Jesús habla del Reino definitivo como de un banquete de bodas pero Jesús pone el acento en el tiempo de espera para que llegue el novio, se trata de un tiempo en el que hay que ser prudentes porque no conoce uno la hora en que llegará y por ello conviene estar preparado. La imagen que usa el Señor es la de las Vírgenes prudentes que compraron suficiente aceite, en otras parábolas Jesús habla de este tiempo de espera con otras imágenes, por ejemplo lo compara con un administrador que no duerme y está pendiente de dar la comida todos a su tiempo, lo compara con un buen administrador que produce otro tanto de aquella riqueza que había recibido, también lo compara con aquellos que se compadecieron de este mundo y al atender sus necesidades fue a Dios a quien atendieron.
Todas estas imágenes coinciden a que la bondad de las acciones es intransferible, el que se compadeció del enfermo no le puede pasar esa compasión nada más porque sí al que nunca que compadeció, no se la puede prestar. Entonces de esta misma manera sucede con la imagen de las Vírgenes, el aceite que se conservó previsoramente no se le puede entregar a las Vírgenes imprudentes, si bien es cierto que no podríamos pagar la entrada al cielo con todas nuestras buenas acciones es igualmente cierto que no entraremos al banquete de los cielos, no nos libraremos de la pesadez de este mundo por pura casualidad o peor aún a bien logrado encontrar de esa aspiración.
Es necesario por tanto actuar en sintonía con los valores y costumbres del Reino de Dios, esos mismos valores que Jesús practicó y que nos ha enseñado a todos nosotros.
Alabado sea Jesucristo.
Homilía pronunciada por el Pbro. Guillermo Mendoza Rodríguez, Vicerrector del Seminario Conciliar de México, Casa Tlalpan
OCTUBRE 2020
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
San Juan, hermanos y hermanas en el Señor Jesús, en su primera carta nos dice que «Dios es amor» y «todo aquel que ama ha nacido de Dios». Estas dos frases nos ayudan a comprender por qué Nuestro Señor Jesucristo en el diálogo de hoy une como primer mandamiento el amar a Dios sobre todas las cosas y como segundo el amar al prójimo, como segundo. Y ambos mandamientos como aquello sobre lo que están sostenidos la Ley de Moisés y los profetas, es una forma de decir todo el Antiguo Testamento. Varias ocasiones a lo largo de su ministerio, Nuestro Señor fue cuestionado sobre el primer mandamiento y siempre contestó de la misma forma uniendo el amor a Dios con el amor a los demás seres humanos. Si pensamos en las demás enseñanzas que daba el Señor podemos ver que el primer y segundo mandamiento están muy unidos por dos razones. La primera razón es que el verdadero amor a Dios nos lleva hacia el prójimo. Por ejemplo, Jesús une profundamente la liberación de algunos endemoniados a la oración y al ayuno, dos actos dirigidos a Dios que redundan en el bien del prójimo. Cuando Jesús envía a los discípulos a predicar, el mensaje es la buena noticia de la llegada del Reino pero los signos son actos bondadosos para con la gente, por ejemplo la sanación de enfermos y la liberación de endemoniados. Cuando Jesús sanó al ciego de nacimiento, éste decía, «para mí que quien me sanó es un profeta porque nunca se ha oído que alguien sane a un ciego de nacimiento, sabemos que aun hombre pecador Dios no lo escucha». Podemos concluir sobre este primer aspecto que el verdadero amor a Dios vuelve a la persona una presencia misericordiosa para los demás. En segundo lugar, el verdadero amor a los demás nos lleva hacia el amor de Dios: Cuando Jesús estaba en la última cena les pidió a los discípulos que permanecieran en su amor y esto consistía en cumplir su mandamiento, ¿Cuál era éste?, «ámense los unos a los otros como yo los he amado», llama la atención que Jesús no pide que lo amemos a él o al Padre, sino que nos amemos unos a otros. Unos capítulos más adelante, del que leímos hoy, Jesús describe el juicio final, a unos les dice: «vengan benditos de mi Padre, porque estuve hambriento y me dieron de comer, estuve desnudo y me vistieron…» ellos le preguntarán ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento…? Cuando lo hicieron con uno de estos pequeños, conmigo lo hicieron». Estos ejemplos son contundentes y la práctica cristiana era tan clara en este punto que Santiago en su carta dice: «demuéstrame tu fe sin obras que yo por mis obras te demostraré mi fe», haciendo referencia a la necesidad de acciones concretas que demuestren que uno lleva vida sobrenatural. Para concluir, los exhorto a que practiquemos las acciones de amor a Dios tanto como las acciones de amor a los hermanos en ello nos va la vida eterna. Amén
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Todos los años, hermanos y hermanas en Cristo Jesús, este tercer domingo del mes de octubre lo dedicamos a orar y reflexionar sobre las misiones en el mundo, por este motivo quisiera orientar la reflexión en este sentido. Del evangelio según san Mateo hemos leído un diálogo entre Jesús y algunos enviados maliciosos de parte de las autoridades judías y de los partidarios de Herodes. La pregunta sobre el impuesto al Cesar era particularmente difícil, pues una respuesta a favor del impuesto se ganaría la animadversión del pueblo, en cambio una respuesta negativa podría al Señor Jesús como un antagonista del régimen romano. Pensemos hermanos cuál fue la misión que Dios Nuestro Padre le dio a su Hijo amado. Su misión fue venir a este mundo a proclamar la llegada del Reino de los cielos, esta buena noticia se concretaba en dar la salud a los enfermos, liberar a los endemoniados, consolar a los afligidos, liberar a los cautivos, sobre todo los cautivos del pecado. Así pues, la misión de Jesús no era primordialmente política contra Roma o contra las autoridades judías, era una iniciativa religiosa con consecuencias personales y sociales. Sería muy ingenuo pensar que lo que vino a hacer Jesús no tuviera puntos de fricción con las autoridades o los partidarios de la dominación romana, cuando una persona descubre su dignidad de hijo de Dios cambia su manera de relacionarse con los demás y con las autoridades, por eso se sentían amenazadas estas personas. Ahora bien, Jesús respondió magistralmente, pues si la imagen en la moneda aparecía la imagen del cesar, había que devolverle aquella moneda al cesar. Jesús no desautorizó el impuesto, pero tampoco lo promovió y, claro, todos quedaron maravillados. Así es la propuesta de Dios, no desautoriza el ejercicio de la autoridad por parte de los hombres, pero esta autoridad tiene un sentido salvífico y unos límites. Cuando dedicamos a Dios lo le que pertenece en nuestras vidas, todo lo demás dentro y fuera de nosotros cobra orden y proporción, por eso la misión evangelizadora cristiana sigue siendo válida, en favor de la construcción de sociedades verdaderamente libres y sanas. Unámonos en intercesión por aquellos hermanos y hermanas comprometidos que son evangelizadores en medio de otras naciones diversas a la suya para que sean verdadero fermento del Reino de Dios.
Amén
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Hermanos y hermanas en Cristo Jesús, cada domingo nos acercamos más al fin del ciclo de celebraciones litúrgicas el cual se cierra con la fiesta de Cristo Rey y comienza a aparecer cada domingo con mayor fuerza la reflexión sobre el final de los tiempos. El día de hoy, Nuestro Señor lo presenta por medio de la imagen de un banquete definitivo ofrecido por el Señor, el Rey a todos sus súbditos. Dentro de esta parábola podemos nosotros ver una imagen clara de lo que en nuestros días está sucediendo, y que, por otra parte, también ha sucedido en otras épocas. La parábola inicia con la invitación reiterada del rey esta invitación es por medio de enviados. Dios podría infundir en las mentes de todos la idea, la imagen del banquete celestial de forma que pudiéramos así saber que nos invita a llegar a él, pero mejor ocupa personas que nos inviten de viva voz, pienso yo que esta forma de proceder garantiza que el Reino de Dios, el banquete definitivo no es una fantasía sino algo real, como real es la invitación que escuchamos por medio de evangelizadores, sean personas consagradas o no. Pero ¿Qué sucede? La narración de la parábola menciona tres respuestas negativas: unos se burlan: ¿Qué gana uno con responder a esos llamados?, ¿no son estas cosas de abuelitos, fantasías de niños e ignorantes? El mundo ya progresó, la ciencia y la tecnología ya encontró la respuesta para todos los interrogantes; luego dice la parábola que otros no hicieron caso y se fueron a hacer cosas de este mundo: uno a probar su yunta, otro a comprar o vender algo, ¿No es esto una realidad que vemos al encontrarnos grandes multitudes en las plazas comerciales, los domingos, y en cambio gran desolación en las Iglesias?; la tercera reacción negativa es más cruel, nos dice que algunos se lanzaron contra los enviados y los golpearon y hasta los mataron. Pero el Banquete, hermanos y hermanas, el encuentro del fin de los tiempos con Dios es tan cierto como es cierto que después de la gestación de nueve meses en el vientre materno vendrá el parto, entonces hermanos si nadie escapa de pasar de este mundo a la otra vida, de qué nos serviría burlarnos, de que nos serviría vivir como si lo único que valiera es el aquí y ahora de este mundo, de qué le serviría a algunos matar a los que predican la Buena Noticia del Reino. Nosotros nos encontramos en este santuario, podríamos decir que al menos en cierto modo hemos aceptado la invitación del Señor al banquete. Lo que nos hace falta es revestirnos con el traje de fiesta para permanecer dignos del banquete eterno, en ello radica nuestra felicidad eterna.
Amén.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Hermanos y hermanas en el Señor Jesús, dentro del ministerio de nuestro Señor en Jerusalén. Algunos de los destinatarios más importantes fueron los sumos sacerdotes y los jefes del pueblo puesto que todos ellos residían generalmente en Jerusalén que era la ciudad donde se encontraba el templo y la capital política de la región de Judea.
Este domingo la parábola de juicio dirigida a ellos remarca sobretodo el tema de la responsabilidad que los dirigentes religiosos y sociales tienen con respecto a la misión que Dios nos ha encomendado.
Lo primero que debemos reconocer es que ninguno de nosotros ha llegado a inaugurar el mundo, no se nos entregó nuevo, todos y cada uno de nosotros hemos nacido en una sociedad que tiene muchos avances tecnológicos, científicos, sociales, filosóficos, logrados todos ellos por las generaciones previas y que son la suma de los dones que Dios ha otorgado a la humanidad y a cada uno de nosotros en particular.
De manera especial debemos reconocer dos capacidades que nos ha dado a cada uno: la inteligencia y la capacidad de elegir con libertad.
En segundo lugar es importante denunciar la falsedad de la suposición de que cada quien puede aprovecharse indiscriminadamente de este mundo, de aprovecharse indiscriminadamente de los demás o incluso aprovecharme indiscriminadamente de mí mismo, este es falso y es el gran error en que incurrieron los viñadores homicidas, pensaron falsamente que ellos eran los dueños de la vida, que ellos eran los dueños de este mundo y a cualquiera que le reclamaran los frutos lo agredieron y hasta los mataron. Con mayor razón siguiendo este mismo argumento falso pensaron que matando al hijo podrían consolidar su poder.
Si nosotros hiciéramos la progresión lógica del egoísmo de los viñadores podríamos prever que en poco tiempo comenzarían las riñas internas, las agresiones entre ellos y al final acabarían matándose los unos a los otros. Esta es la progresión lógica del egoísmo, de la codicia, por eso estos son pecados.
¿Qué podemos aprender nosotros de esta parábola de juicio? En primer lugar podemos comprender que dentro y fuera de nosotros mismos hay una gran herencia que Dios nos ha confiado, estos dones personales y sociales son bienes que hay que administrar, administrar mis cualidades, administrar mis conocimientos, administrar mis habilidades, administrar los bienes culturales, los bienes físicos, los bienes intelectuales que hay en mi sociedad.
Las personas que me rodean son sin lugar a duda los primeros beneficiarios, son los primeros que disfrutarán los frutos de una vida responsable, los profetas que el Señor manda a mi vida no son extraños venidos de otro mundo ni de otra época. El mismo hijo de Dios dijo con toda claridad: “lo que hayas hecho al más pequeño a mí me lo hiciste”.
Amén.
SEPTIEMBRE 2020
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
En este domingo vigésimo sexto del Tiempo Ordinario, hermanos y hermanas, en nuestra lectura continuada del Evangelio de San Mateo, hemos entrado ya a una etapa crítica en la vida de nuestro Señor Jesucristo, se trata de su ministerio en Jerusalén, justo antes de su pasión, muerte y resurrección. Los principales destinatarios de los discursos del Señor son los mismos habitantes de Jerusalén así como las autoridades. El día de hoy nos dice que Jesús se dirigía a los sumos sacerdotes y jefes del pueblo. Es importante notar que estos dos grupos, a quienes Jesús dirigió la parábola de los dos hijos están en la cúspide de la sociedad, sobre todo en el ámbito religioso, sin embargo este grupo está representado por el hijo que dijo a su padre que sí pero no cumplió con ir a trabajar en la viña. Del otro lado de la escala social se encuentran los pecadores públicos y las prostitutas, dentro de la parábola ellos están representados por el primer hijo que dijo «no» y luego sí fue a trabajar a la viña. Jesús valora, sobre todo, la disposición de cambiar de parecer y de modo de actuar. Alcanzar la vida eterna no es cuestión de casualidad, de declaraciones fulminantes y políticamente correctas o de relaciones con gente poderosa. La vida eterna es un regalo que Dios ofrece y que requiere de las personas la conversión, es decir, dejar de conducirse, o de comportarse con criterios que llevan a la muerte y a la perdición, para comportarse como hijos obedientes de Dios nuestro Padre. La semana pasada ya escuchábamos que nunca es tarde, mientras estemos en esta vida, para convertirnos e ir a trabajar a la viña. Por desgracia, muchas veces dejamos que el rol social que jugamos influya excesivamente en nuestras decisiones e incluso en la consideración de nosotros mismos. Esto, Jesús, lo denunció muchas veces tanto contra los que se sentían buenos, simplemente por el hecho de pertenecer al grupo o partido fariseo, como a aquellos que se sentían desanimados por sus vicios, pues no pensaban que pudieran superarlos. Para concluir, es importante evitar una tentación muy presente en nuestra sociedad, la cual consiste en culpar de todo a quienes están enfrente de nosotros. Los pobres culpan a los ricos, los chicos culpan a los grandes, los ciudadanos culpan a las autoridades. Es cierto que estamos en una época de mucho cinismo e hipocresía, pero el hecho de que yo culpe a otros por mi situación moral o de cualquier otro tipo no me saca de la dificultad. Cuando yo soy quien decido cambiar mis opciones, mis rebeldías y hacerle caso a Dios, entonces adelantaré en el Reino de Dios.
¡Alabado sea Jesucristo!
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
El domingo pasado hermanos y hermanas en Cristo, reflexionábamos sobre la gran desproporción entre lo que los humanos consideramos el ejercicio de la misericordia como lo decía Simón, perdonar hasta siete veces y el ejercicio divino de la misericordia que es lo que dice Jesús “perdona hasta setenta veces siete” y veíamos como Dios espera de nosotros que ejerzamos la misericordia no como meros humanos, si no a nivel divino, Pedro tienes que perdonar hasta setenta veces siete.
Este domingo el profeta Isaías nos recuerda que así como supera el Cielo a la tierra, los caminos de Dios y sus pensamientos superan a los nuestros. En el Evangelio, tenemos nosotros un excelente ejemplo sobre el tema de la recompensa que Dios da a quienes aceptan su invitación, y que supera de una manera extraordinaria lo que una persona consideraría como justo.
La clave para comprender adecuadamente lo que el Señor quiere enseñarnos con la parábola del dueño de la viña y los trabajadores, radica en que el dueño de la viña siempre paga más allá de lo que es justo; desde una perspectiva meramente humana, le paga siempre más a todos.
Dios al enviarnos a su hijo Jesucristo jamás nos prometió grandes sumas de dinero, la promesa es la salvación, la promesa que Dios nos ha hecho es “La Vida Eterna”; esta recompensa no la pagaríamos ni con todas las buenas acciones de nuestra vida. Los Profetas y los Sabios del antiguo testamento lo tenían muy claro ¿Qué podrá ofrecer el hombre en pago de su propia vida? Claro, si no hemos ganado o pagado el hecho de haber nacido, como vamos a pagar el derecho de vivir eternamente.
El mismo Dios nos invitó a pertenecer, no solamente a trabajar, sino a pertenecer a la viña de Dios Nuestro Padre; quién desde niño ha recibido este llamado sin duda alguna desde esa tierna edad, tiene mucha más posibilidad y muchas más ocasiones durante esta vida de saborear aunque sea en parte, aunque sea por momentos, los frutos los sabrosísimos frutos de pertenecer a la viña de Dios Nuestro Padre.
En la parábola del hijo perdido, o que conocemos más como el hijo pródigo, es muy clara esta reflexión “Mientras aquél muchacho se debatía entre el hambre y los puercos, recordaba como los trabajadores de su padre gozaban de pan y de dignidad”.
El reclamo de los primeros llamados, pone de manifiesto como nosotros muchas veces nos obsesionamos por asuntos que no son verdaderamente importantes, pensaron que les iban a pagar más, le reclaman al dueño “Nosotros soportamos el peso”, establecemos competencias que en ningún momento deberían establecerse.
Establecemos criterios de recompensa que más bien pretenden denigrar y destruir a otros, ¿por qué al que trabajó una sola hora le pagas muy bien, le pagas más de lo justo? Porque soy bueno nos respondería Dios, pero Dios no es así, Dios no basa su bondad en tratar a cada quien como se lo merece, Dios es bueno, en una escala de bondad que es capaz de saciarnos a nosotros y a muchos otros, a los demás, sin detrimento de nuestra felicidad, sin quitarnos ni un pedacito de la felicidad que nos puede colmar.
Así pues hagamos caso a San Pablo, que encontró la dicha de pertenecer a la viña de Dios, y digamos como él “ Para mí la vida es Cristo”, claro, y en otro lugar dice “Porque mientras vivo, vivo de la fe, en aquél que me amó y se entregó por mí”.
Amén.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
La desproporción entre la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre, hermanos y hermanas en Cristo es muy grande.
Hace unos domingos, escuchábamos al Señor Jesús reprender a Simón Pedro diciéndole “Aléjate de mí satanás porque tú piensas como los hombres y no como Dios” con esta reprensión reprobaba la oposición del discípulo ante el primer anuncio que hizo Jesús de su pasión.
El día de hoy podemos presenciar esta gran desproporción entre Dios y los seres humanos en el tema de la misericordia; Dios es el soberano de los cielos y la tierra y el ejercicio de su misericordia es decir, de su forma de perdonarnos, es inmensamente grande, inabarcable, en breve, comparable a setenta veces siete.
La capacidad del hombre para ofender a sus semejantes es muy limitada, genera pequeñas deudas apenas, heridas que son posible sanar; si Dios nos perdona nuestros pecados, nos llama a no seguir actuando con medidas meramente humanas a la hora de perdonarnos, de perdonar nosotros a los demás, a nuestros hermanos. Por eso el Señor le dijo a Pedro, no perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete, es decir, perdona no a partir de tus propios parámetros, sino a partir de mi inmensa misericordia hasta setenta veces siete.
Esto desde un punto de vista meramente humano es imposible, pero los cristianos nos movemos dentro del marco de la intervención gratuita de Dios, lo llamamos gracia, Él interviene gratuitamente en nuestras vidas para que todo lo que él quiere de nosotros y por medio de nosotros sea posible.
Perdonar a nuestros hermanos, es un acto que nace desde lo más profundo de nosotros, Jesús lo dice, “perdonar de corazón al hermano”, así termina el Evangelio del día de hoy; esto no se refiere a un acto simple, es un proceso de transfiguración interior de los daños, de las ofensas, de las heridas que hemos recibido de parte de otras personas.
El proceso del perdón, de las ofensas ajenas es más parecido al proceso de curación de las heridas físicas que un acto simple de la voluntad. Cuando alguien me rompe un hueso, no basta con un acto simple de voluntad, “quiero curarme”, no es verdad, tengo que ir con un doctor, tengo que someterme a una serie de procedimientos, a veces hasta quirúrgicos, tienen que pasar semanas, a veces hasta meses para que yo quede sano.
Así pues, cuando alguien quiere aplicar un acto simple de la voluntad a decir “perdono”, suele suceder que porque lo hizo una vez se da cuenta que le vienen rencores cuando vuelve a encontrar a esa persona, le vienen fantasías a propósito de aquella persona, fantasías de venganza y se llega a la conclusión simple “Yo perdono, pero no olvido”, a mí no se me da eso del perdón, ya lo intenté una vez; es que no es tan fácil, no es un acto simple.
Para perdonar hay que recurrir al médico divino, hay que recurrir a Jesús para que nos ayude en un proceso, no pocas veces prolongado de oración, a veces de penitencia y sin lugar a dudas de corroborar el deseo una y otra vez de renunciar a la venganza, de no alentar las fantasías de odio o de revancha, eso es perdonar de corazón.
Así es hermanos, que comprendamos la llamada que Dios nos hace hoy: Si Él nos perdona todo, de manera tan abundante, nos invita a hacer lo mismo, siempre contando con su gracia, siempre contando con su ayuda.
Amén.
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México.
En este Vigésimo tercer domingo del tiempo ordinario, continuamos hermanos y hermanas en una sección del Evangelio de San Mateo que desarrolla el estilo de vida propio de nosotros los Cristianos, específicamente el día de hoy, el Evangelio aborda el tema de la corrección fraterna, la cual es para nosotros una actividad muy importante.
El Señor Jesús propone que si cualquier persona ve a su hermano cometer un error, es decir, comportarse mal, debe corregirlo a solas, si no hace caso, en presencia de otros dos o tres; si ni así hace caso, entonces decirlo a la comunidad. Por fin el cuarto paso de este proceso es alejarse del que actúa mal persistentemente.
La corrección entonces no es la prerrogativa exclusiva de los padres de familia, no es la prerrogativa de los gobernantes o como lo vemos en la primera lectura de los profetas, por supuesto, no es prerrogativa única de los guardianes del orden público; es una tarea fraterna.
Si ves a tu hermano, dice el Señor Jesús, por eso el corregir al hermano que obra mal, es una de las obras de misericordia no corporales; recordemos que hay siete corporales y 7 espirituales, una de ellas es: corregir en el lenguaje antiguo “Al que hierra, al que falla, al que comete un error”.
Por supuesto que Jesús no es el promotor de la criticonería o del egocentrismo, en los cuales cada uno de nosotros pretendería convertirse en la medida de todas las cosas y si los demás no hacen lo que uno les diga entonces están irremediablemente mal, no.
Nuestro Señor en otros pasajes ya nos ha dicho: antes que quitar la paja del ojo ajeno, mira la viga que traes en el tuyo, hay siempre un principio de auto crítica antes de salir a corregir a los demás y por otra parte, el criterio de que es lo bueno y que es lo malo, también nos lo ha dicho el Señor Jesús, aclarando que hay un orden querido por Dios desde el principio.
Para concluir, quisiera contarles una anécdota sobre este particular, que podría ayudarnos a ver como la corrección fraterna es algo muy cotidiano, muy natural, surge cuando nos encontramos unos con otros.
En los primeros días que inicié a trabajar por primera vez, por error o tontería claro, me metí una grapa suelta a la boca, estaba jugando con la grapa en mi boca; un compañero de trabajo vio lo que hacía y me llamó fuertemente la atención “Sácate eso de la boca” me dijo casi gritándome; era tal su intensidad, que le hice caso inmediatamente, me la saqué de la boca; pasando ese breve instante continuó diciéndome: Un día estaba jugando como tú, y sin darme cuenta me la tragué, para sacármela, tuvieron que operarme.
Desde aquella ocasión comprendí que me estaba exponiendo a un peligro serio sin darme cuenta, por supuesto, para corregir a otros no es necesario que yo haya sufrido graves consecuencias, pero lo que motiva, el fundamento de una corrección fraterna es “No quiero que te suceda algo malo a ti, no quiero que sufras por eso que estás haciendo” y es ahí a lo que les invito a tomarla en consideración.
Amar a nuestros hermanos de tal manera que nos acerquemos y llamemos la atención para que no sufran, para que ese mal comportamiento, no los lleve a la muerte.
Alabado sea Jesucristo.
AGOSTO 2020
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
El evangelio, queridos hermanos y hermanas, de este domingo está muy relacionado con el evangelio del domingo anterior en el cual Jesús preguntó a sus discípulos ¿Quién pensaban que era él? La respuesta fue inequívoca, «Tú eres el mesías el Hijo de Dios vivo». Quedó muy claro que los discípulos del Señor no llevaban la batuta, no lideraban al grupo. Era el Señor Jesús, el mesías e Hijo de Dios quien iba Marcano del camino, la ruta de la misión que el Padre le había confiado. El día de hoy se nos presenta algo que suele pasar en toda relación humana y que en el Antiguo Testamento ya se había formulado así: «¿Acaso el jarro de loza que modela el alfarero le dice a este. Qué estás haciendo?» Hermanos, una vez que Jesús planteó el camino que lleva por la ruta de la pasión, muerte y resurrección, Simón Pedro, el mismo que lo había reconocido como mesías e Hijo de Dios, pretende reconvenir al Señor como si estuviera equivocando su discurso. El Señor reaccionó con claridad afirmando que ese modo de pensar es puramente humano, propio del antagonista de Dios, Satanás. No lo corrió, le llamó seriamente a tomar su lugar de seguidor, de discípulo. Estimados hermanos, para concluir, somos capaces, inteligentes y la ciencia y la tecnología han logrado muchas maravillas pero a Dios no le podemos corregir la plana. Si hemos aceptado a Cristo como nuestro Señor, pidámosle luz para entender sus designios y fuerza para seguirlos.
Amén.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
En este vigésimo primer domingo del tiempo ordinario continuamos hermanos y hermanas en Cristo en la sección del Evangelio de San Mateo que trata sobre los diversos episodios que ejemplifican la relación de Jesús con su pueblo.
El día de hoy tratamos un tema por demás importante, Jesús había elegido a los suyos desde el principio al pasar por las orillas del lago de Galilea, estos discípulos lo acompañaron por más de un año y como muchas personas a su alrededor se preguntaban maravillados por los milagros que hacía y las palabras que pronunciaba.
¿Quién será este hombre? este Jesús de Nazaret, pero no es normal que las relaciones entre las personas permanezcan indefinidas para siempre; así es que Jesús se detuvo para cuestionar ¿Quién soy yo para ustedes?
Para el resto de la población era sabido que lo consideraban un gran profeta, presencia misteriosa de algunos de los antiguos profetas como Elías o Jeremías o bien uno nuevo, una resurrección de Juan Bautista; Simón, asistido por la gracias de Dios expresa sin ambigüedad “Tú eres el mesías, el hijo de Dios vivo”. Esta profesión de fe, esta definición de lo que Pedro pensaba sobre Jesús revela no sólo un conocimiento o una convicción intelectual, también implica un compromiso, una adhesión al liderazgo mesiánico de Jesús.
En el Evangelio de San Juan encontramos unas palabras distintas pero con un valor muy semejante, cuando el Señor les preguntó a los doce si lo iban a dejar Simón-Pedro respondió: Señor, con quién más vamos a ir, solamente tú tienes palabras de vida eterna. Conocer y profesar la identidad de Jesús, también implica un compromiso con Él.
De la misma forma Jesús expresa su nivel de compromiso con Simón “Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, esta es precisamente aquí donde deseo profundizar y sacar consecuencias para nuestras vidas. Estas palabras de Jesús a Simón-Pedro, han permanecido grabadas y muy conocidas en la comunidad Cristiana. Jesús definió con el cambio de nombre una misión particular para Simón; “Pedro roca, la roca de la Iglesia”.
Ahora bien, esta misma forma de proceder tanto de Pedro con Jesús, como de Jesús con Pedro, es una forma que se verifica en cada uno de nosotros, en cada cristiano; cuando nosotros confesamos que Jesús es el mesías del hijo de Dios, también el Señor pronuncia para nosotros una palabra que indica su nivel de compromiso con cada quien.
No solamente Pedro recibió una misión específica, no, también cada uno de nosotros recibe de parte de Jesucristo el Señor y Mesías una misión o meta a cumplir en la propia vida; y junto con esa misión también todos los dones que se necesitan para cumplirla.
Jesús avisó a Pedro que encontraría oposición y dificultades, también le avisó el sentido trascendente de sus decisiones; así pues, a cada cristiano el Señor nos previene de las dificultades de nuestra vida de fe y que estas dificultades no prevalecerán; sino que Dios es quien vencerá y también nos invita a mirar que nos ha entregado autoridad suficiente en aquello que concierne a lo que nos pide como responsabilidad, a un papá, como guía, como centro, como acompañante de sus hijos, como esposo, a un maestro pues adelante con su magisterio, Jesús lo dota de los dones que necesita para esa responsabilidad.
Si por diversas razones pareciera que Pedro no podría con su misión, siempre contó con la presencia de Jesús, su maestro, el Mesías e hijo de Dios vivo.
Alabado sea Jesucristo.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Dentro de los temas hermanos y hermanas que conforman la relación entre Dios y su Pueblo está el de la condescendencia divina.
Nuestro Dios y padre creador de todas las cosas, a trazado un plan para toda su creación de acuerdo a las características de cada una de sus criaturas; al ser humano lo hizo inteligente y capaz de decidir con libertad el cumplimiento de los designios creadores de Dios, también el cumplimiento de los designios redentores; sin embargo siempre ha cabido la posibilidad de que nosotros decidamos algo distinto, algo diferente a lo que Dios ha planeado y entonces es cuando surge el hablar de la condescendencia divina.
El día de hoy vemos con toda claridad en el pasaje de la mujer Cananea y Jesús, un ejemplo de esta condescendencia; Jesús fue enviado a rescatar a las ovejas perdidas de la casa de Israel, esa era du misión encomendada de parte del Padre. Todos sabemos que el designio de salvación también habría de llegar a los paganos, pero este tiempo en el cual Jesús desarrollo su ministerio no era el tiempo de ellos.
La evangelización, la buena noticia que llegara a los paganos estaba prevista a partir del día de Pentecostés, a partir del día en que Jesús envió y el Espíritu Santo confirmó a estos enviados para ir a todas las Naciones.
La madre afligida y necesitada de salvación para su hija se acercó a Jesús, el maligno la estaba destruyendo y suplicaba a Jesús su intervención redentora, eso es lo que ella pide no es el tiempo oportuno; después del breve intercambio entre Jesús y aquella mujer, Jesús accedió, Jesús condescendió para que se cumpliera la petición de aquella mujer; ya que ella había mostrado un alto grado de fe.
El pecado hermanos, hermanas ha introducido un desorden en este mundo que nos lleva a la muerte; el designio de Dios es que ninguno de nosotros muera sino que tengamos vida eterna, eso es lo que Dios quiere, pero siempre ha respetado la decisión de cada uno, lo que cada uno quiere. La gran cantidad de decisiones pecaminosas, erróneas, defectuosas, han hecho que nuestro mundo sea extremadamente complejo y muchas veces nos sintamos en callejones sin salida.
Pero tengamos presente que por encima de todo este mundo conflictivo y enmarañado, por encima de Él y dominándolo, está Dios; Dios conoce y puede desatar este nudo imposible, el nudo gordiano. Esa complicación incomprensible siempre y cuando nosotros hagamos esa decisión de fe y amor para que Él nos salve.
La mujer Cananea apuró los beneficios de la salvación para su propia hija; así pues, también nosotros podemos acercarnos confiados en que accederá a lo que le pidamos para nuestra salvación, para el bien de aquellos que están a nuestro alrededor.
Alabado sea Jesucristo.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Después de que nuestro Señor Jesucristo hiciera el discurso sobre el reino de los cielos, hermanos y hermanas, el evangelio nos muestra varios episodios, varias narraciones donde el acento radica en la forma en que Nuestro Señor Jesús conducía al pueblo y a sus discípulos.
Así, por ejemplo la semana pasada consideramos la multiplicación de los panes y los pescados como un símbolo de que Jesús y los suyos son capaces de hacerse cargo del pueblo a ellos confiaron. Asimismo el día de hoy miramos a Jesús que es capaz de ir por encima de las aguas tempestuosas y basados en la fe, también los discípulos podrán vencer a la tormenta.
A partir de este relato, quisiera poner a consideración de ustedes varios temas que pueden ayudarnos a vivir mejor nuestro seguimiento de Cristo; el primer tema que quiero compartir es el de ir por el camino sin una presencia demasiado evidente, demasiado aplastante de parte de Dios, el relato nos dice que Jesús despachó a sus discípulos solos, él permaneció en tierra.
No pocas veces en nuestras vidas, sobre todo en avanzada edad, probamos experiencias de abandono y desvalimiento, en la niñez, la presencia de los papás, de los familiares mayores nos cobija, en la adultez muchas veces todos ellos ya murieron, ya están lejos o nosotros nos hemos alejado de quienes nos protegían y parece que la tormenta de la realidad volcará nuestra barca, incluso, esto mismo se puede experimentar con respecto a Dios, me ha tocado escuchar a personas que añoran las experiencias religiosas juveniles en que sentían a Dios con grandes emociones.
Es asunto de fe creer aunque no lo sintamos cerca que el Señor siempre cuida de nosotros, aunque parezca que la realidad nos volcará; Dios siempre es el buen pastor y sale a nuestro encuentro. Una presencia de Dios que nos emocionara constantemente toda la vida sería más bien aplastante, nos dejaría niños para toda la vida.
El segundo tema es el de tener suficiente fe, Jesús le dijo a Pedro ¿Hombre de poca fe, porque has dudado? De acuerdo a este texto y a muchos otros del evangelio, resulta claro que no somos muy buenos practicantes de la fe, sin embargo es imprescindible que al menos tengamos la suficiente para pedirle a Dios que nos salve.
Si nuestra fe no es suficientemente para mover montañas o calmar tempestades, al menos si debe alcanzarme para abrir mis ojos al más allá, cuando el agua me esté llegando a los aparejos; quienes por prejuicios o por sentirse en la punta de la nueva época, descreída y totalmente secular han desdeñado la fe en Dios, han desdeñado la práctica religiosa, están cerrando una puerta; una puerta que es capaz de librarnos de la desesperación y del fatalismo.
Pedro, el hombre de poca fe, alcanzó a decir, sálvame Señor y su petición, no quedó defraudada. Alabado sea Jesucristo.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Hermanos y hermanas en Cristo las lecturas de este domingo nos pueden ayudar a reflexionar que no todo el tiempo es de abundancia; así como no todo el tiempo es un tiempo de carencia.
En la primera lectura el Profeta Isaías se dirigía a una nación que había sido despojada de sus propiedades y después fue deportada, tratada como esclavos; un pueblo en estas condiciones con dificultad puede esperar que se le entregue comida y bebida sin un precio a cambio.
El pueblo estaba acostumbrado a la escases y a pagar el precio de todo, fuera en dinero, en sudor o en desprecios; pero Dios sale a su encuentro y les anuncia que vendrá el día en que serán convocados a disfrutar de todo gratuitamente por la pura bondad y generosidad de Dios.
Entonces el pueblo revalora el sentido de las riquezas, para que gastar el dinero en aquello que no alimenta, para que afanarse con aquello que no nutre; en estos días de encierro y confinamiento, cuantos hemos tenido la oportunidad de revalorar nuestras prioridades y de reencontrar lo verdaderamente valiosos de nuestra convivencia familiar, de divertirnos sin gastar dinero y darnos cuenta de la providencia de Dios que nunca abandona a sus hijos.
En la lectura del evangelio, tenemos el ejemplo de la providencia de Dios, realizada a través de su hijo Jesucristo; pero también en este pasaje los discípulos fueron sorprendidos por esta frase del Señor “No los despidan, denles ustedes de comer”, con esta frase y los acontecimientos que le siguieron, nos damos cuenta de que Dios confía en nosotros para asociarnos a su acción bondadosa pero no nos lanza al vacío, es decir, cuando los discípulos le dijeron que solamente tenían 5 panes y 2 peces, Jesús los tomó, partió de esos 5 panes y de esos 2 pescados y de allí hizo que llegara a ser suficiente para saciar a todos y aun así, sobraran 12 canastos.
De nuevo hago referencia a nuestros días, cuantas veces Dios nos ha asociado en estos días a su providencia, a nosotros nos parece muy normal que el gobierno ponga al ejército al servicio de los desamparados, las empresas pongan sus espacios y recursos al servicio de los enfermos, piénsenlo bien o pensémoslo bien, en otras épocas y en otros ambientes no cristianos las cosas no suelen ser así; nos parece lo más natural que nuestras colonias y barrios, gente joven, familias jóvenes apoyen a familias de ancianos, a familias de enfermos que viven por ahí. Se los digo, en otros ambientes no iluminados por el evangelio de Jesucristo esto no suele suceder, en otros sí, pero para nosotros decimos eso es lo normal, así deben ser las cosas.
Todavía nos queda un buen trecho de vacas flacas, todavía Jesús nos dirá, “Denles ustedes de comer” y nos ayudará a recapacitar como en los viejos tiempos, para que gastar en aquello que no vale la pena.
Amén.
JULIO 2020
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
El lugar de Dios queridos hermanos y hermanas no lo puede ocupar, sino sólo Dios.
En este domingo al concluir el discurso del Señor Jesús sobre las parábolas del reino de los cielos escuchamos dos de ellas que nos ponen totalmente claro que el reino de Dios tiene que ver con el primer mandamiento d la ley de Dios que es “Amar a Dios sobre todas las cosas”. Me refiero a la parábola del tesoro en el campo y a la parábola de la perla preciosa; ambas parábolas coinciden en que aquel que la encuentra debe venderlo todo, debe renunciar a cualquier otra cosa que pudiera ser valiosa para Él.
En el caso del campesino fue y vendió todo cuanto tenía, nos dice el señor, para comprar el campo y en el caso del comerciante, nos dice que fue y vendió todas las demás perlas, con tal de comprar aquella. Muchos que no conocen de verdad la bondad y la misericordia de Dios, temen que la vida se les vaya a marchitar o a echar a perder si le abren las puertas a Cristo; Nada más falso y alejado de la realidad.
En primer lugar Dios es el creador de todas las cosas, es por tanto el creador del género humano; y para tenerlo claro, es mi propio creador, el que me hizo; ¿aquel que me hizo no sabrá en que consiste mi felicidad plena?, ¿no será capaz de llevarme a la dicha duradera?
En segundo lugar, este Dios y Padre bueno nos envió a su hijo Jesús para que nos mostrara el tesoro del reino, para que pusiera ante nuestros ojos la perla más preciosa; pero muchas veces lo que nos sucede es que nos conformamos con poco, no pensamos la vida como una unidad; sino como una sucesión de momentos desconectados entre sí. En donde hay que sacar el máximo provecho del momento, la máxima ganancia ahora, con una mentalidad así la vida eterna se deja si, para el final de la vida, se deja para la vejez, cuando ya no haya otro remedio y tenga uno que pensar más seriamente en rendir cuentas.
Pero Jesús nos lo dice una y otra vez a lo largo de nuestros días, “El reino de Dios es para este día, es para hoy, con todas sus riquezas” la única condición es que a Dios le dejemos el lugar que le corresponde, quitemos del lugar de Dios a las cosas y a las personas, ellas no son Dios, quitemos del lugar de Dios a nuestro ego, a nosotros mismos, todas esas capacidades, todos esos logros, todos esos sueños, no nos alcanzan para hacernos felices; ninguno de nosotros es Dios, ni somos la medida de todas las cosas.
Se los repito, dejemos a Dios en nuestras vidas y entonces brillara nuestra existencia.
Amén.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Hermanos y hermanas en Cristo Jesús, este domingo continuamos leyendo el discurso de Nuestro Señor sobre las parábolas del reino de los cielos; la parábola más importante que leemos hoy, nos hace ver que aunque no lo queramos, el mundo en el cual vivimos tiene elementos sanos, llenos de vida y dadores de vida como toda buena semilla y elementos nocivos que no producen fruto y ocupan muchos recursos solo para sí mismos, representados en la cizaña.
El mundo es así, no por designio original de Dios, este es el primer gran mensaje de la parábola, hay un antagonista que tiene un plan diverso al plan de dios sobre este mundo y también sobre nuestras vidas; dentro del mundo, hay partidarios de uno y otro bando, el Señor dice que esto representan las buenas semillas y las semillas de cizaña.
Es aquí donde llegamos a un primer cuestionamiento que cada uno debe hacerse: analizando mis propias acciones, mis propias palabras y pensamientos ¿Me colocaría en el sitio de la buena semilla o en el sitio de las cizañas? Puede ser que algunos digan: Reconozco que hago algunas obras malas, pero las compenso con otras cosas buenas. Pensar así, no es del todo correcto, ya el Señor lo decía en la carta del Apóstol Santiago “Por una misma tubería, no puede ir agua limpia y agua sucia”.
Por lo tanto, si no quiero ser contado entre las semillas infértiles es importante que haga una opción sensata por evitar el mal y obrar el bien, si es cierto que de un momento al otro resulta muy difícil cambiarlo todo, la parábola introduce un segundo factor que nos ayuda a comprender que nos encontramos en un camino, en un proceso; ahora, no deberán arrancarse malas hierbas como lo sugieren los empleados, ahora no es el momento del juicio; ya llegará el fin del mundo para que se distinga claramente la buena y la mala semilla.
Así pues, esta parábola del reino de ninguna manera pretende quitarnos la paz, más bien nos mantiene despiertos al hoy de lo que nos toca hacer; si hoy decido dar fruto con mi modo de vivir, me estoy encaminando a la eterna vida dichosa.
La participación en el reino de Dios no es cuestión de suerte, ni de acontecimientos heroicos momentáneos, el reino se edifica cada día, cada hoy, con las decisiones que tomo. Le pedimos al Señor que iluminados por su espíritu vivamos conscientemente como buenas semillas hasta que lleguemos al fin de nuestras vidas.
Amén.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Continuamos caminando hermanos y hermanas en Cristo Jesús por el tiempo ordinario y durante este tiempo ordinario en este año en particular estamos siendo acompañados por el Evangelista San Mateo.
Este domingo iniciamos la lectura de uno de los discursos más bellos del evangelio, es el discurso de las parábolas del reino de los cielos; que abarca la totalidad del capítulo 13.
Específicamente hoy reflexionaremos sobre la primera de las parábolas, conocida como la parábola del “sembrador”; en primer lugar, iluminados desde la primera lectura que proviene del profeta Isaías, nos muestra que así como todo sembrador humano realiza su siembra para que se obtenga semilla y de esta obtengamos el pan para todos, Dios, al sembrar su palabra en nosotros también se ocupa de que los campos, es decir, nuestra vidas estén lo mejor preparadas para recibir la semilla y la lluvia.
Es decir, para recibir bien fructíferamente su palabra, si bien la parábola del Sembrador nos presenta tres escenarios en los cuales se echa a perder la siembra, estos escenarios son el camino, el pedregal y el campo lleno de mala hierba, los cuales representan la incapacidad de comprender la palabra de Dios, la inconstancia o falta de profundidad en la vida y en tercer lugar la gran cantidad de distractores o intereses dispersos.
Si bien Jesús pone estos tres escenarios, lo que Dios realmente quiere y más procura es encontrar buenos campos y si no los encuentra, los va gestando; un ejemplo muy claro lo tenemos en el hecho de que antes de que Jesús Nuestro Señor iniciara su ministerio, Dios envió a Juan Bautista para que preparara el terreno, para que preparara los caminos, su llamado consistió en abrir los oídos endurecidos de mucha gente que por ignorancia del plan de dios, no fuera capaz de comprender la buena noticia predicada por Jesús.
También a muchos inconstantes y dispersos los invitó a la conversión de costumbres y a dar frutos de vida con sus buenas obras; así también Dios nos envió a la Santísima Virgen María aquí a México, para que por su intercesión nuestras vidas se conviertan en buena tierra; para que practicando sus virtudes, las virtudes de la virgen arrojemos de nuestra vida toda piedra y toda mala hierba y seamos un buen campo.
Creo que no estoy hablando de cosas ajenas a lo cotidiano, cuando una persona ha dejado a Dios sembrar su palabra de bondad en su propia vida nos da gusto tratarla, la vida de esa persona se convierte en una buena noticia que produce muchos frutos por su bondad, por su honestidad, por su buen humor, nos hace estar a gusto, nos pone contentos; muy distinto cuando a nosotros se aproximan personas violentas o personas chismosas, en fin, campos llenos de piedras y espinas, allí ni Dios ni nadie puede sembrar con fruto.
Para concluir, los exhorto a que cuando Dios nos invite a quitar las piedras y los abrojos le hagamos caso, es porque ya viene su palabra y nos llevará a dar muy buenos frutos.
Alabado sea Jesucristo.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Vengan a mí dice Nuestro señor, todos los que están cansados y agobiados por la carga…
Al iniciar este mes de julio, iniciamos el segundo semestre de este año 2020 y en vista de los acontecimientos que nos ha tocado vivir pues esta frase resulta muy adecuada y oportuna.
A muchos adolescentes y jóvenes en nuestros tiempos, a través de los grandes medios de comunicación se les vende una frase parecida a esta: “Una idea de esforzarse casi esclavizarse en el presente, para que en un futuro no muy lejano y siempre dentro de esta vida, puedan dedicarse a descansar” este llamado es a una playa solitaria, donde no existan insectos, donde no hay ningún elemento que nos moleste; o bien nos presentan un balneario o un spa para él o para ella solos, ni calor ni frío, todo liso, todo suave, todo a buena temperatura, el mundo del descanso en donde nada perturbe al héroe, libre de intrusos e indeseables; como podrían ser los pobres, los enfermos, los ancianos y a lo mejor hasta los niños.
Este es el llamado que el mundo hace, muy parecido al que hace Jesús hoy… “Vengan a mí los que están cansados y agobiados por la carga”, sin embargo ambos caminos parecen diferir radicalmente, Jesús dice: aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón; entonces en primer lugar nos indica que hay una gestación del mundo interior. Ir a Jesús es también cuidar del mundo de nuestras virtudes; puesto que ambas virtudes, la mansedumbre que significa preferir los caminos distintos a la violencia y a la agresividad para resolver la vida y la virtud de la humildad que significa la certeza consideración de mi persona como criatura y partícipe de la humanidad; son cualidades que me modelan para convivir mejor, para insertarme mejor en la sociedad.
Ir hacia el Señor de ninguna manera es crear un escenario de exclusión de las personas molestas y débiles, tal vez al contrario, es encontrar la alegría de vivir precisamente porque se cuenta con muchas personas alrededor y se da y se recibe amor justo como Jesús lo hacía.
Pienso que es entonces esta la suavidad el yugo al que Jesús salude, mi yugo es suave y mi carga ligera; alguna propuesta por contra parte la de nuestro tiempo implica para muchos una dedicación total de la mente, del tiempo, de los conocimientos con pandemia o sin ella eh, también existe el home office. Dedicación absoluta a la empresa, dedicación total a la corporación, renuncia a valores, renuncia a familia, renuncia a todo para ponerlo a disposición.
Esta entrega, esta forma de ser, será más valorada en la medida en que la persona sea más competitiva, sea más agresiva y este más solitaria; porque entonces estará más a disposición de la institución.
El mundo se vuelve un espacio de alianzas coyunturales, donde lo único que importa es cuanto rinda esta relación que yo llevo con esta otra persona; si no rinde, no sirve, entonces hay que eliminarla.
En el hoy se colocan los esfuerzos, las renuncias, los sacrificios, el ser esclavos; en el futuro que hay que decirlo tal vez nunca llegue, me encontrará tal vez enfermo… esa riqueza ya no la podré disfrutar.
En cambio, Jesús viene este domingo a nosotros, hayamos hecho o logrado lo que hayamos hecho o logrado, y nos invita a entrar en su descanso; “Vengan a mí, no sigan solitarios, no se dejen atrapar y envolver por el dolor de la frustración, no se dejen apabullar por los horizontes tristes, vengan a mí, aprendan a vivir con corazón manso y humilde y desde hoy mismo probarán que mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Para concluir pienso que la suavidad y la ligereza del yugo de Jesús radican en dos claves muy parecidas entre sí; la primera es la presencia amorosa de Dios en nuestras vidas, que suaviza y dimensiona correctamente la carga cotidiana y la segunda es la presencia de los demás que junto conmigo soportan también las dificultades.
Amén.
JUNIO 2020
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
En esta mañana hermanos y hermanas en Cristo Jesús, leemos la conclusión del discurso de envío que hizo Jesús Nuestro Señor para que sus doce discípulos fueran delante de Él, por los pueblos de Galilea a predicar el Evangelio.
El texto trata sobre dos temas: el primero de ellos es sobre la supremacía de Cristo, sobre el amor o el cariño que uno le tenga a las demás personas o bien al proyecto personal, a la autorrealización, al encontrar por uno mismo y en uno mismo la salvación.
Ciertamente Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, por eso reclama la supremacía en el amor; pero esta mañana quisiera detenerme en el segundo tema tratado en el texto y es que toda acción que se hace basado en la fe, tendrá su recompensa, una recompensa en el orden sobrenatural.
En efecto, el Señor dice que quien reciba un profeta por ser profeta con ello da a entender que quien recibe al profeta debe hacer un acto de fe creyendo que aquel hombre es un enviado de Dios, alguien que porta el mensaje de Dios, por eso es profeta. Lo mismo podemos aplicar sobre las demás comparaciones; al justo por ser justo o quien de un vaso de agua al más pequeño de los discípulos de Jesús, ninguno de estos quedará sin recompensa.
No son pocas las ocasiones en que los y las catequistas o servidores de la comunidad en cualquier apostolado sean confrontados por sus propias familias, sea los papás, los hermanos, los esposos o las esposas y no se digan los hijos con respecto a su papá o a su mamá, apóstol o que realiza una acción apostólica que para que van a la iglesia tan seguido, ¿qué ganan? o ¿cuánto les pagan? para que quieran ir a parte del domingo.
Si en verdad aquel joven hombre o mujer realiza su servicio apostólico por Cristo, está actuando en la fe y por la fe, y yo les aseguro porque el Señor lo dice el día de hoy “No quedará sin recompensa” pero por supuesto no nos referimos a recompensas monetarias, el Señor sabe y no deja que ninguno pase necesidad; pero no es ganancia de sueldos, es recompensa sobrenatural.
Pero hay ambientes todavía más importantes y decisivos en donde también muchas veces debemos tomar decisiones de fe, cuando hacemos valer nuestros principios como cristianos, como hijos de Dios; por ejemplo, cuando una pareja de jóvenes esposos deciden sacrificar, tener grandes ingresos, él y ella sacrifican eso para que como familia nunca les falte a los hijos la presencia de uno de ellos al menos la presencia materna, yo se los aseguro, actuar por esos principios no quedará defraudado aquél que actúe así.
Un hombre que con comprometedora carrera artística al ver que debería tomar muchas decisiones en contra de sus principios, renuncia a la fama y a las grandes sumas de dinero con tal de no perder a los suyos, por atender y cumplir amorosamente con su esposa, con sus hijos, yo se los aseguro, no quedará defraudado. Pues actuando en la fe y por motivos de fe, dando la supremacía a Jesús, maestro y mecías, verdadero Dios y verdadero hombre no quedarán defraudados; están cumpliendo el primer mandamiento.
Ya hemos visto muchas obras de bien, llevadas hasta el heroísmo por las religiosas de la caridad, las misioneras de la caridad que fundara Santa Teresa de Calcuta; cuando a ella le preguntaban ¿Qué era lo más importante que el mundo debía aprender de ellas? Siempre respondía: digan al mundo que somos monjas, somos del Señor, Él es Nuestro Señor, lo demás, son consecuencias lógicas de esta consagración.
Alabado sea Jesucristo.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
En este décimo segundo domingo del tiempo ordinario seguimos considerando hermanos y hermanas el discurso con el que el Señor Jesús envió a sus apóstoles a predicar la buena noticia de la salvación, un envío digamos parcial, un envío preparatorio que se da a lo largo del Ministerio de Jesús en Galilea.
No es el envío que hizo definitivo después de haber resucitado; sino un envío preparatorio, en este discurso Nuestro Señor Jesús envió a los suyos como agricultores; aquellos que tienen que recoger la mies los manda como pastores a un mundo que andaba como oveja sin pastor, a un mundo que es una gran mies, carente de personal que haga la cosecha.
Sabía Jesús que muchos de ellos serían perseguidos, que su mensaje sería rechazado y sus portadores maltratados; precisamente por ésta razón es que hoy escuchamos en esta parte del discurso algunas prevenciones para que sus enviados no perdieran el ánimo ante las adversidades ni ante los adversarios.
La primera dificultad que Jesús afronta, es el conflicto de lo secreto y lo manifiesto; dice: lo que yo les digo en secreto, Jesús hablaba a unos cuantos, explicaba a los 12 a parte lo que les dijo en secreto “Ustedes proclámenlo desde los techos y en las plazas” es lo que les pide a ellos, que lo manifiesten, que lo griten. Entonces no solamente lo secreto, no solamente lo manifiesto, sino a veces conviene que las cosas estén en secreto, a veces conviene que sean manifiestas; porque el Señor entiende que el Reino de los Cielos va fraguando y creciendo, primero discretamente para luego manifestarse y gritarse en las plazas
Esto nos recuerda que no toda la vida podemos ser cristianos secretos, cristianos de a quedito, cristianos o católicos de guardado y donde convenga que se den cuenta lo que soy, ¡no! hay que saber manifestar, hay que saber decir públicamente, pero tampoco toda la vida es estar como en una vitrina; el Señor tampoco promovió el vedetismo católico, es decir, que se mida todo en función del gran espectáculo, que todo mundo se dé cuenta que yo si tengo principios, que yo si soy católico ¡No! hay tiempo de secreto, hay tiempos de manifiesto.
El segundo conflicto que afronta es la persecución violenta, en esta, Jesús nos llama a afrontar el miedo en base al criterio de la vida eterna y por supuesto la muerte eterna; estamos llamados a la vida eterna, no hay que temer la muerte física o terrenal, no tomemos como criterio de nuestras vidas la muerte física; los que matan al cuerpo no son los peores enemigos, los peores enemigos son aquellos que nos llevan a la muerte eterna, a la perdición, al pecado.
La tercera dificultad que previó el Señor es sobre la subsistencia, el hecho de que yo esté en este mundo no depende de la casualidad, ni de que yo mismo violentamente me procure muchos satisfactores, mi presencia en este mundo de la providencia amorosa de Dios; valemos mucho más que los pajarillos del campo, tenemos un Padre que nos ama, Él es el que nos procura y Él es el encargado de que sigamos aquí.
Y la última dificultad es el testimonio valiente de los apóstoles ante el mundo, es una progresión, es una evolución del primero de los temas cuando se proclama el evangelio, cuando se vive de acuerdo al evangelio, nuestra vida se convierte en una proclamación; claro, muchas veces pueden venir persecuciones. Si no nos dejamos amedrentar, no quedaremos defraudados por parte del Señor.
Amén.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Una vez concluido hermanos y hermanas el tiempo pascual regresamos al tiempo ordinario, el color propio de este tiempo es el verde; pero durante este mes de junio profundizaremos varios aspectos del misterio que Nuestro Señor Jesucristo nos reveló y que son parte del patrimonio de nuestra comunidad Cristiana, reflexionaremos sobre el cuerpo y la sangre de Cristo, fiesta del Corpus Cristi, reflexionaremos sobre el corazón de Jesús, el amor manifestado a través de Jesucristo, el jueves pasado sobre Jesucristo sumo y eterno sacerdote y en particular este domingo reflexionamos sobre el misterio de Dios uno y trino.
Como el Pueblo de Dios desde el Antiguo Testamento nosotros afirmamos que existe un solo Dios vivo y verdadero, sin embargo, la manera en que Jesucristo nos reveló que es Dios, nos enseñó que este único Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. En la lectura del evangelio de este domingo Jesús nos ayuda a apropiarnos de este misterio, bajo una perspectiva dinámica, Dios el Padre que ha amado tanto al mundo, le ha enviado a su hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna; para que todo el que crea, no perezca.
Jesús nos enseñó a llamar a Dios Nuestro Padre, Padre Nuestro; porque nos llama a creer profunda y decididamente que Dios es nuestro origen, que la relación más auténtica con Él es el amor, pues un padre engendra a sus hijos por amor. De Dios nuestro padre dependemos no solamente para venir a este mundo, sino que gracias a Él seguimos en este mundo y cuando Él lo disponga saldremos de aquí a otro género de existencia.
Ahora bien, Jesús habla del envío del hijo a este mundo con la finalidad de que no perezcamos, si no que tengamos la vida eterna, no podemos negar que la muerte es el límite más severo al que nos enfrentamos; y precisamente sobre este hecho es sobre el que se orienta el sentido, la finalidad del envío del hijo unigénito de Dios. Sabemos que la salvación del destino de la destrucción y la frustración definitiva la realizó el Señor al morir en la cruz y resucitar posteriormente.
Si nosotros creemos, es decir, nos adherimos de mente y corazón a este hecho salvífico obtendremos la vida eterna. El Señor Jesús no aborda en este discurso la interrelación con el Espíritu Santo, pero podemos recordar lo que se nos ha dicho en semanas anteriores a propósito de esta tercera persona de la santísima trinidad. En primer lugar que es el don del Padre y del Hijo para iluminarnos en el camino a la salvación, es quien obra en nosotros la santificación y nos asiste y fortalece en cada circunstancia que debamos afrontar durante la vida como un camino hacia la vida eterna.
Este es el único Dios en que creemos, y gracias a Jesucristo lo reconocemos como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Alabado sea Jesucristo.
MAYO 2020
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Dice la primera lectura que escuchamos este día, que bajo la acción del Espíritu Santo, cada uno oía expresar las maravillas de Dios en su propia lengua. Muchas veces se ha utilizado el acontecimiento de Pentecostés, hermanos y hermanas en Cristo, para significar la solución, para significar la reversión de lo que muchísimos años antes había sucedido en la Torre de Babel, a saber, la confusión de las lenguas.
Incluso en alguna de las oraciones, para ser precisos, la oración de bendición al final de la misa, se hace referencia a este día de Pentecostés en que se dice: Dios unió todas las lenguas en la confesión de una sola fe, en una única confesión de fe.
Esta expresión es justa, el llamado de Dios a creer en la salvación a través de su hijo Jesucristo. Pero cada uno escuchó las maravillas de Dios en su propia lengua. Y eso es lo que yo quisiera detenerme a considerar precisamente. La afirmación de que cada uno de aquellos que estaban presentes en Jerusalén y que venían de muy diversos orígenes geográficos, escucharon en su propia lengua, por gracia del Espíritu, las maravillas de Dios. Dios no sacó a nadie de su propia lengua, es decir, no sacó a nadie de su propia matriz cultural para traerlo a la cristiandad. No, lo atrajo a la Buena Noticia de la salvación, pero no a una cultura común.
Al contrario, Dios irrumpe con todo su poder, con toda su capacidad comunicativa, en cada sistema lingüístico y tomando sus formas de expresión, tomando las riquezas de sus recursos literarios, le da a conocer, más bien se le da Él mismo a conocer, y le da a conocer el proyecto de la salvación, obrando por medio de su Hijo Jesucristo.
La evangelización, por tanto, no radica en sacar a los paganos o a los bárbaros de su cultura, sino irrumpir con la fuerza del Espíritu de Dios en ese mundo, iluminándolo, llevando la alegría y la sorpresa de la fe, la esperanza y el amor que nos ha traído Jesucristo.
Y esto ciertamente se parece mucho a lo que la Santísima Virgen hizo con san Juan Diego y con todos los moradores de esta tierra. Nos habló en nuestra propia lengua, bueno a Juan Diego en el náhuatl, por supuesto. Le habló como hablaban sus paisanos, y el contenido de su mensaje, era el mismo que le habían traído los evangelizadores españoles, pero que ellos hasta ese momento no habían sido capaces de inculturar, tal vez porque no les tocaba a ellos sino a los indígenas inculturarlo.
Por este motivo hermanos, deseo motivarlos para que en esta Fiesta de Pentecostés, como primer ejercicio espiritual, dejemos que el Espíritu irrumpa en mis propias formas de formular las cosas, porque suele suceder que pretendemos manipularlo, o por la fuerza hacer que Dios hable siempre una lengua extraña que no quiero aprender, ni quiero atender, ni entender. Sí, sí, esa son las cosas que dice mi abuelita, esas son las cosas que se decían en otras épocas. No, deja que Dios te hable a tu corazón con las palabras que si entiendes y que muchas veces no quisieras que Él hablara.
Y como segundo ejercicio, permítele a Él que use tu propia voz, para que quienes están a nuestro alrededor y hablan nuestro mismo idioma, escuchen por medio de nosotros las maravillas de Dios.
No es este el mejor tiempo para hablar de cólera divina, sino de salvación divina. Es el mejor tiempo para hablar de esperanza al estilo de Jesús, al estilo de vida que lleva a la verdadera vida, la vida eterna. Al estilo de quien dio su vida para que nosotros tengamos vida en abundancia.
Amén.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Desde los dos domingos anteriores nos hemos venido preparando, hermanos y hermanas en Cristo Jesús, a esta solemnidad de la Ascensión del Señor a los cielos. Todos comprendemos que el haber muerto y resucitado, puso a nuestro Señor en una circunstancia totalmente distinta a la de todos los demás seres humanos, y por tanto su liderazgo se ejerce de una forma misteriosa, por medio de los sacramentos, por medio de la oración, la práctica de las obras de misericordia. Su liderazgo también está garantizado por la presencia del Espíritu Santo, a quien celebraremos dentro de 8 días en la Fiesta de Pentecostés.
Este domingo, sin embargo, consideraremos el estatus de aquel a quien consideramos nuestro Señor, maestro y amigo. Para muchos paganos que recibieron la primera evangelización, era grande la tentación de considerar a Jesús como otro de los grandes héroes, de los semidioses que de vez en cuando aparecían en este mundo para beneficio de la humanidad. El estatus de nuestro Señor no es el de un gran gran profeta, un espíritu privilegiado, o un gran hombre.
Por medio de nuestro Señor Jesucristo, estamos vinculados al nivel más profundo y cierto de Dios. Por eso afirmamos el Señorío de Cristo de forma plena, total cuando en el Credo decimos que él es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, y que después de haber resucitado, subió y está a la derecha del Padre.
De esta consideración se desprende que el cumplimiento del mandamiento amarás a Dios sobre todas las cosas, se cumple en nuestro amor por Cristo, siempre por supuesto en comunión plena con el Padre y el Espíritu Santo.
Ahora bien, ¿de qué depende que esté Señorío de Cristo se haga real en nuestro mundo, en nuestras familias, en nuestras personas? Una gran tentación es pensar que corresponde a las autoridades, sean civiles, como eclesiásticas, velar por que esto se cumpla. ¡Eso es falso! Sería como exigirle a los médicos que yo esté sano, desentendiéndome yo personalmente de mi responsabilidad por una sana alimentación, por el ejercicio adecuado, por el estudio, el trabajo, a la par de las relaciones interpersonales armónicas. No es esa la responsabilidad de los médicos, es mía.
El Señorío de Cristo no depende de la apertura o cierre de lugares públicos de culto, eso ayuda, pero no depende. En primer lugar donde Cristo debe tener su trono, es el corazón de cada uno de nosotros. ¿Cómo podría haber una sociedad donde resplandezcan las cualidades del Reino de Dios, si estas cualidades no resplandecen primero en cada uno de los individuos de esta sociedad? Si los individuos aceptamos al Señor Jesús como criterio fundamental de comportamiento, entonces nuestras familias y sociedades serán un reflejo del Reino de Cristo.
Así pues, hermanos y hermanas, los exhorto a aprovechar estos tiempos de aislamiento y sufrimiento por la desintegración social, para que acrecentemos ya afiancemos la presencia de nuestro Señor en nuestros corazones. Solamente así se manifestará más claramente su gloria y su salvación.
Amén.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Continuamos hermanos y hermanas en este domingo, la lectura de los discursos de despedida de Jesús en su última cena, en el evangelio según san Juan. La semana pasada comentábamos cómo Jesús ejerce su liderazgo en la comunidad por medio de los signos sacramentales, por medio de la Palabra que nos instruye, nos sana y nos fortalece. También por medio del trato íntimo de amistad que cada uno de nosotros puede vivir por medio de la oración y de la práctica de la caridad.
En esta mañana, también Jesús comienza a hablar de otro paráclito, es decir, otro defensor y ayuda que nos acompaña por el camino. Nuestro Señor Jesucristo se refiere al Espíritu Santo, lo llama Espíritu de Verdad. Él nos dice este día, que mora en nosotros y está con nosotros. El Espíritu de Dios al estar con nosotros, potencia nuestras capacidades y a manera de figura o ejemplo, le podemos poner esto, que a ninguno de nosotros nos resulta extraño, que la mayor parte de las cosas que ha logrado la tecnología, resultan de la ampliación de nuestras capacidades humanas. Por ejemplo, una pala es la ampliación de la capacidad de una mano, la multiplica más o menos unas 10 veces. Ahora pensemos en un trascabo, es decir, una pala mecánica, eso multiplica miles de veces lo que podría hacer con mis propias manos.
El Espíritu Santo potencia nuestro entendimiento, no únicamente para comprender teorías acerca de quién es Dios o cómo es este mundo. Él nos capacita para comprender en qué forma la realidad actual concuerda, o es discordante con el plan salvífico de Dios.
¿En qué consiste el valor de lo que la realidad me pide, y también me hace ver muchas posibilidades para afrontarla? Dios nunca ha dejado sola a la humanidad, ni a cada individuo en particular nos deja solos.
Al inicio de su pontificado, el Papa Francisco corregía la perspectiva de algunos que opinaban que las semillas del Verbo de Dios operaban en muchos cristianos que han abandonado su práctica religiosa. El Papa aseveraba: si alguien ha sido bautizado, aunque pretenda no haber practicado su religión por mucho tiempo, no ha sido abandonado por el Espíritu de Dios, lo que hace es fruto del Espíritu de Dios.
La asistencia y potenciación que Dios nos ofrece a lo largo de nuestra vida no está limitada por nuestra conciencia. Él inspira pensamientos, sentimientos, acciones fuertes que superan con mucho nuestra capacidad. Y si decidimos seguir esas inspiraciones, obtenemos muchos frutos que ni pensábamos poder lograr.
Así es que, hermanos y hermanas, hagamos conciencia de ser amigos del Espíritu, templos del Espíritu. Él es presencia silenciosa, pero efectiva a lo largo de todos nuestros días, desde el día en que fuimos bautizados.
Alabado sea Jesucristo
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Después de haber dedicado varios domingos en este Tiempo de Pascua, hermanos y hermanas en Cristo, a los relatos de encuentros con Jesús resucitado, este domingo y el próximo, escucharemos palabras del Señor Jesús en la Última Cena. Considero que estos discursos nos pueden servir para comprender la manera en que nuestro Señor Jesucristo, una vez concluido su ministerio terrenal y teniendo en cuenta su muerte y resurrección, sigue adelante con su liderazgo en la comunidad cristiana.
Mientras Jesús caminó junto con sus discípulos, ejercía su liderazgo de forma directa. Con ellos interactuaba, si escuchaba un diálogo, luego él preguntaba sobre el tema y decía su propia opinión. Cuando tuvieron sugerencias que hacerle, las hacían directamente y Jesús las aceptaba o las rechazaba en forma directa porque estaba físicamente presente. Pero ¿cómo saber lo que Jesús, el Mesías e Hijo de Dios quiere, cuando ya no está físicamente presente?
En la parte del discurso que escuchamos hoy, se nos dan varios criterios. En primer lugar, la comunidad cristiana nunca deberá perder de vista que Cristo, que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Si Jesús murió y resucitó y por este hecho ya no está físicamente con los discípulos, esto no quiere decir que el modo de proceder lo imponga el jefe en turno, el rey en turno, quien se haya apoderado de la comunidad. De ninguna manera, el único criterio de comportamiento lo pone Jesús, lo inspira Jesús, porque el único camino es Jesús mismo. Son sus criterios y sus modos de actuar. El único camino.
En segundo lugar, la comunidad cristiana no reconoce más que a un solo manifestador, a un solo revelador de quién es Dios. Solo Jesús es quien nos ha traído la verdad. Él mismo es la verdad que nos hace libres. No inventa el gobernante en turno lo que es el hombre y quién es Dios, solo Jesús.
En tercer lugar, aunque Jesús esté a la derecha del Padre, la meta sigue siendo la misma que Él propuso: la plena comunión de cada uno de nosotros con Dios nuestro Padre por medio de la fe en Él. Amar, creer, se consolidan en permanecer en Jesús con el Padre. Por tanto, solamente Jesús es nuestra vida.
Hablando en un nivel práctico, un buen recurso para que Jesús sea Camino, Verdad y Vida, es recurrir a la memoria de lo que el Señor hizo y dijo mientras estaba Él con nosotros. Otro recurso es la oración y la docilidad a las mociones, a las inspiraciones del Espíritu Santo.
Para concluir, solamente quisiera recordar a papas, y especialmente a mamás cristianas, que su liderazgo será fructífero, será exitoso, si constantemente se preguntan y claro, cada uno de nosotros nos preguntamos, si estamos promoviendo que Jesús sea el Camino, la Verdad y la Vida de aquellos que se me han confiado, porque eso es lo único que justifica y verifica el liderazgo cristiano. Este es el único, verdadero liderazgo, que nos conviene.
Amén.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Así como nuestro Señor Jesucristo en la última cena afirmó que él es el camino, la verdad y la vida, en el evangelio del día de hoy, queridos hermanos y hermanas, Él afirma que es la puerta de las ovejas. La fe en Jesucristo nuestro Señor es para nosotros los cristianos la puerta segura que da sentido a nuestro caminar por este mundo y nos lleva hasta la meta definitiva que es la vida eterna.
Después de que Jesús sanara a un ciego de nacimiento, –un pasaje inmediatamente anterior a este discurso del buen pastor-, para muchos judíos no cabía duda de que Jesús era el Mesías, el hijo de Dios, el redentor que habría de venir a este mundo. Pero aceptarlo a él creaba un serio conflicto con las autoridades del templo, al grado de que todo aquel que creyera en Jesús sería expulsado de la sinagoga. Los judeo-cristianos de fines del siglo primero de nuestra era, soportaron esta expulsión de las sinagogas. Ya no pudieron entrar por aquellas puertas ni pertenecer a aquel pueblo elegido. Pero salieron por la fe en Jesús, la puerta de salida de aquel pueblo hebreo, fue entonces como un nuevo Éxodo para llegar a una nueva tierra prometida.
¿Pero qué significa que el Señor Jesús sea la puerta de nuestras vidas en este momento? ¿De dónde a dónde nos hará pasar la fe en Jesús? Uno de los retos más importantes para muchos que han sido bautizados en la Iglesia católica, es el tremendo, el terrible desconocimiento de su religión.
Si Jesús nos hablara, ¿reconoceríamos su voz? Una vida totalmente ajena a la oración, a los sacramentos, a la reflexión sobre la obra de Dios y su voluntad, no es capaz de reconocer sus voces que están presentes en la realidad, pase lo que pase, sean cosas buenas o sean cosas malas, agradables o desagradables, la voz del buen pastor es una voz de un desconocido, es una voz ajena, apenas reconocible.
Estos días de reclusión domiciliaria pueden ser una excelente ocasión para pasar de un encuentro esporádico a muchos encuentros buscados, queridos y sostenidos. Pasar de una religiosidad lejana a una amistad cercana y profunda con Jesús, mi buen pastor.
El Papa Francisco desde el inicio de su pontificado ha insistido en ello, el inicio de nuestra fe no es la observancia de exigencias morales, no es promover eficazmente una institución llamada Iglesia. Lo fundamental en nuestro camino religioso es encontrarnos con Jesús y a través de Él, orientar nuestra vida, hacerlo nuestra puerta de acceso a la verdadera existencia.
Amén.
ABRIL 2020
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Hemos llegado, hermanos y hermanas en Cristo Jesús, al tercer Domingo de Pascua y el relato que se nos presenta el día de hoy nos da ocasión para hablar del tema de la que, probablemente está muy actual, el tema de la credibilidad. ¿Qué es lo que facilita o dificulta que yo crea, que yo confíe en algo o en alguien?
Los discípulos que caminaban a Emaús, habían creído en Jesús de Nazaret, un profeta poderoso en palabras y obras. Habían creído que era el elegido de Dios para salvar al pueblo. Pero esa confianza, esas expectativas, esos anhelos, esos sueños, se habían visto defraudados, al ser arrestado el Señor, haber sido crucificado. Ante esta decepción, los discípulos se negaron a creerle a las mujeres y a los otros que aseguraban que Jesús ya no estaba entre los muertos. El sepulcro estaba vacío.
Pero el extraño del camino, Jesús resucitado, a quien ellos no reconocían, los acusa de no querer creer ni estar dispuestos a comprender las escrituras y las profecías que se referían a que el Mesías debía padecer para luego resucitar.
Es importante reconocer, hermanos y hermanas, que aquello que sucede en nuestras vidas nos afecta emocionalmente. Sufrimos al fracasar, nos duele que nuestras expectativas y sueños no se cumplan como lo preveíamos. Por contraparte, ante el dolor de haber sido defraudados, endurecemos el corazón, nos hacemos desconfiados y entonces aumentamos las exigencias para poder brindar nuestra confianza, le subimos a la tranca. No a cualquiera le creo, no a la primera le creo.
Las mujeres y los discípulos reportaron el hallazgo del sepulcro vacío. Ellos dicen: pero a Él, a Él, no lo vieron, entonces no creemos. Dios lo sabe, hermanos. Él conoce de dolores, de desengaños, Él conoce de traiciones y abandonos que endurecen el corazón, pero como lo vemos en el relato hoy mismo, cura a los heridos con su compañía, va con ellos por el camino y les explica todas las cosas que necesitaban comprender. Más aún, acepta la invitación que le hicieron para quedarse con ellos y parte con ellos el pan.
A lo largo de estos tiempos, es tanta la información, y a veces tan contradictoria, que para brindar la confianza, no lo hacemos a la primera. Si son las autoridades, nos han mentido tantas veces que no les creemos. Si son los “conspiranoicos”, nos parecen tan terribles las confabulaciones de que nos hablan, que tampoco les creemos.
Los que más sufren no son los enfermos de las vías respiratorias, sino todos aquellos que no pueden conseguir honestamente su sustento. El Señor entonces nos sale al encuentro en el relato de este domingo, no nos endulza el oído, nos dice la verdad. Hemos endurecido el corazón, hemos incapacitado nuestra “entendera” nos hemos convertido en desconfiados crónicos y todo criticamos.
Por lo tanto, les propongo hermanos míos, que este domingo a partir de la lectura del evangelio que hemos hecho, dejemos que Jesús vaya con nosotros, dejemos que nos acompañe. Invitémosle a nuestra casa, a nuestro hogar, allí donde estamos recluidos y Él no sanará, Él se nos dará a conocer.
Alabado sea Jesucristo
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Hermanos y hermanas, este domingo segundo de Pascua, o de la Octava de Pascua, está dedicado a considerar la misericordia de Dios, así lo propuso San Juan Pablo II. El regalo más hermoso y preciado que nos ha dado Jesucristo no son bienes materiales, no son bendiciones económicas, ni siquiera la garantía de la salud física. Jesús murió y resucitó para que seamos reconciliados con Dios Nuestro Padre. Esto lo vemos claramente manifestado en el relato de la primera aparición de Jesús a sus discípulos en el cenáculo de Jerusalén. En primer lugar, les dio la paz, junto con sus palabras sabemos que también llegó a sus oyentes la alegría, la salud interior de aquella tan dolorosa experiencia de haber abandonado a su maestro y de que su maestro hubiera padecido y muerto en la cruz.
Pero Jesús sopló sobre ellos también el Espíritu Santo y la primera aplicación de este don fue que los discípulos fueran a perdonar los pecados. Aquí está el verdadero alcance de la misericordia de Nuestro Señor, en que por el perdón que Jesús nos adquirió, nosotros ya no vivamos como personas aisladas y abandonadas a su propia suerte, sino que vivamos como personas reconciliadas, personas que le importamos al Hijo de Dios y no nos dejó abandonados en nuestra miseria individualista o egocéntrica.
Por otra parte, me parece importante que consideremos que Dios otorga su misericordia de manera generosa, libre, abundante. La devoción al Señor de la Misericordia muchas veces repite oraciones implorando la misericordia de Dios: Señor ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Pero esto no lo decimos porque queramos convencerlo, como si quisiéramos sacarle el favor. ¡NO! Más bien somos nosotros los que tenemos que llegar a sintonizar profundamente con la iniciativa de Dios de salvar al mundo entero, aun estando en la situación en que nos encontramos. Sí, Él puede y quiere salvar al mundo entero, corrupto y como se encuentra.
Así es que los invito a que las devociones que se suelen practicar con motivo del Señor de la Misericordia las realicemos con confianza y alegría, no con miedo, no como sacándole el favor a quien no le importa. No, con alegría y confianza. No se trata de convencerlo, sino de convencernos de que Él quiere darle la salvación a toda la humanidad, y ahora mismo lo quiere hacer.
Amén.











Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Hermanos y hermanas, Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado y nosotros con Él. Desde la noche de ayer hemos constatado en la fe y por medio de los signos litúrgicos que la muerte no es lo definitivo. Ciertamente que algún día dejaremos este mundo, cuando Dios quiera, pero lo definitivo es la vida eterna, lo definitivo es el llamado que Él nos hace para que no permanezcamos entristecidos por la angustia y el peligro de dejar de existir.
Cristo murió y resucitó y la certeza que nos da es que no somos esclavos de la muerte ni del pecado sino hombres libres para vivir en libertad como hijos de Dios, aspirando a resucitar con Él y así tener vida eterna. La lectura del evangelio nos dice que las mujeres después de haberse encontrado con Jesús estaban temerosas, pero al mismo tiempo llenas de alegría, y quisiera detenerme en este hecho porque se parece mucho a lo que nos sucede en estos días. Habían sufrido el grave dolor de ver a Jesús su amado, su amigo entregado a las autoridades, y ajusticiado en la Cruz. Eso les causó gran dolor y sufrimiento. Los mensajes de los ángeles en el sepulcro y el repentino encuentro con Jesús por el camino no podían borrar de golpe y porrazo aquella herida. El temor ante tales acontecimientos seguía en cierta forma presente, nunca se había visto que alguien resucitara por su propio poder, sin embargo, la alegría fue abriéndose paso hasta ir conquistando todos los espacios que anteriormente ocupaba el miedo y así fue como las mujeres y después los discípulos ingresaron en la alegría de Jesús resucitado.
Hoy nos encontramos temerosos ante una enfermedad que se extiende por todo el mundo, sabemos que para la mayoría no será mortífera, pero en atención a nuestros mayores y enfermos se nos llama al esfuerzo de alejarnos unos de otros ¿Cuál es la razón de nuestra alegría? La certeza de que el Señor ha vencido a la muerte. Nuestra celebración de la Pascua no borra mágicamente a la pandemia, pero sí es capaz de canalizar nuestras emociones con respecto a esto que sucede. Lo que providencialmente vivimos estos días no es el triunfo de la muerte, o el mal sobre los individuos sino la ocasión de vencer con Cristo sobre el pecado del individualismo, del consumismo, de la hipocresía y el orgullo de la vida. Con mucha libertad y seguridad abrirnos a la solidaridad con los familiares, vecinos y hasta con los desconocidos que pasan necesidad. Este es el inicio de la gran alegría de la Pascua del Señor, quien lo quiera ver que ponga atención y se dará cuenta de que es un gran tiempo de gracia.
¡Alabado sea Jesucristo!
Mons. Salvador Martínez Ávila, Rector de la Basílica de Guadalupe, presidió la Santa Misa del Domingo de Ramos donde conmemoramos la entrada de Jesús a Jerusalén, dando inicio a la Semana Mayor, a la Semana Santa. Mons. Salvador en su homilía nos propone: “hacer este Domingo de Ramos no un encuentro de gran multitud, no un encuentro de alguien famoso, de alguien reconocido que pasa sólo un momento frente a mí, sino un encuentro de tú a tú con Jesucristo, el Mesías”










Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
La multitud aclamaba a Jesús diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! (Mateo 21:1-11)
Hermanos y hermanas, en Cristo Jesús:
Hemos llegado a la puerta de ingreso de la Semana Mayor y contrariamente a lo que acostumbramos no nos hemos reunido físicamente para aclamar a Jesús como aquella muchedumbre de Jerusalén.
Cada uno de nosotros permanece -lo quiera o no lo quiera- aislado, en compañía de unos pocos, los más cercanos, los más queridos. Es verdad que a través de los medios de comunicación nos ponemos en cierta forma en contacto, pero todos lo comprobamos; no es lo mismo.
Por eso, hermanos y hermanas, al haber considerado también la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio según San Mateo; les propongo hacer este Domingo de Ramos no un encuentro de gran multitud, no un encuentro de alguien famoso, de alguien reconocido que pasa sólo un momento frente a mí, sino un encuentro de tú a tú con Jesucristo, el Mesías. El Señor que entra como Rey en Jerusalén, pero morirá afuera de sus murallas como un malhechor.
A Él es a quien reconozco como Él que viene en el nombre del Señor. Me ánimo y ánimo a otros que estaban acostumbrados a los sufrimientos con el ¡hosanna! palabra hebrea que se usaba en los funerales y que en un principio significaba: ¡ánimo, sigue adelante!
Este encuentro de tú a tú con Jesús, el Hijo de Dios, el Hijo de David, nos empuja a cuestionarnos sobre la caridad de liderazgo que Él ejerce en cada uno de nosotros. Soy acaso parte de una muchedumbre manipulada e inconsciente que hoy aclama con ¡vivas! Y el Viernes Santo gritará: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! El Señor se merece un poco más de coherencia de mi parte
Él nos ha dado estos días para darnos cuenta de lo que es verdaderamente importante vivir. Vivamos por lo tanto estos días y todos los días por venir de una manera más integra más profunda.
Jesús es mi Señor, Jesús es la razón de mi esperanza lo que Él me prometió no me defraudará: la vida eterna, morir con Cristo, para resucitar con Cristo.
¡Alabado sea Jesucristo!
MARZO 2020
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Hermanos y hermanas en Cristo. Después de que el Señor Jesucristo nos ha llevado por la senda de la fe en Él y nos ha mostrado que el término de esta fe es la vida eterna porque Él es el Hijo de Dios, que vino a este mundo para salvarnos. Este V Domingo de Cuaresma está dedicado a enseñarnos cómo manejar el miedo a la muerte. Las hermanas de Lázaro temían a la muerte de su hermano, por eso llamaron a Jesús. Los discípulos temían ser apedreados en Judea por eso no querían que Jesús regresar allá. Tomás desesperado por la determinación que Jesús había tomado de regresar a Judea, dice: vayamos a morir con Él.
Una temeridad, un arrojo, que revela un mal manejo del miedo a la muerte. Pero el Señor aprovecha estos tres motivos para guiarnos del miedo que se vuelve agresivo y del miedo que nos lleva a huir del peligro a la fe en la resurrección de los muertos. Nuestra vida en este mundo, ciertamente, es un gran valor a conservar y defender, pero no es el máximo valor. Jesús en muchas otras ocasiones les enseñó a los suyos a no temer al que mata el cuerpo, sino a aquel que pueda arrojarnos al lugar del castigo, es decir mandarnos al infierno. Por tanto, Jesús propone que la fe, es decir la confianza en Él, debe ser a tal grado profunda y verdadera que nos ayude a canalizar nuestro miedo a la muerte y nos hagas libres de ofrecer nuestra propia vida en bien vida en bien del Reino de Dios. Por aplicarlo, que renunciemos a la actividad normal que hay en nuestra Basílica, a nadie nos gusta, ni a nosotros como sacerdotes y les aseguro que a ningún fiel que quesera estar aquí, a nadie nos gusta. Renunciemos por el Reino de Dios, porque hay un bien más grande el bien de los hermanos. Estemos seguros de que la vida eterna, aquella que se inicia plenamente después de la muerte es la que debe atraer totalmente nuestros anhelos y ser el criterio de decisión en nuestras vidas.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Jesucristo, hermanos y hermanas en el Señor, es la luz del mundo. Hoy claramente nos muestra que es capaz de capacitarnos para ver aquello que por nacimiento, es decir, naturalmente, no podemos ver.
La inteligencia de las cosas sobrenaturales, la capacidad de interpretar sobrenaturalmente nuestra realidad y nuestra historia, son un don de Dios.
Y esto es lo que aprendemos precisamente este día. Tal vez muchos de nosotros nos encontremos abrumados por una cantidad tremenda de información, y toda ella contradictoria.
Esta es una buena ocasión para poner en práctica el don sobrenatural que Dios nos dio para interpretar la realidad, no según nuestros propios criterios; no según nuestras simpatías o antipatías, sino según Dios.
Tengamos el valor de preguntarle a Dios dónde está la verdad, aunque ésta sea contraria a lo que me gustaría escuchar o me gustaría ver.
Pero siguiendo a san Pablo en su carta a los efesios, no nos conformemos con ver la luz, no nos conformemos con decir que conocemos la verdad. Una vez vista la realidad con ojos sobrenaturales, dediquémonos a comportarnos como verdaderos “hijos de la luz”.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Jesucristo, hermanos y hermanas en el Señor, es la luz del mundo. Hoy claramente nos muestra que es capaz de capacitarnos para ver aquello que por nacimiento, es decir, naturalmente, no podemos ver.
La inteligencia de las cosas sobrenaturales, la capacidad de interpretar sobrenaturalmente nuestra realidad y nuestra historia, son un don de Dios.
Y esto es lo que aprendemos precisamente este día. Tal vez muchos de nosotros nos encontremos abrumados por una cantidad tremenda de información, y toda ella contradictoria.
Esta es una buena ocasión para poner en práctica el don sobrenatural que Dios nos dio para interpretar la realidad, no según nuestros propios criterios; no según nuestras simpatías o antipatías, sino según Dios.
Tengamos el valor de preguntarle a Dios dónde está la verdad, aunque ésta sea contraria a lo que me gustaría escuchar o me gustaría ver.
Pero siguiendo a san Pablo en su carta a los efesios, no nos conformemos con ver la luz, no nos conformemos con decir que conocemos la verdad. Una vez vista la realidad con ojos sobrenaturales, dediquémonos a comportarnos como verdaderos “hijos de la luz”.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Dentro del proceso temático de la cuaresma, los dos primeros domingos –los que ya pasaron- centran nuestra atención en Jesús. Al iniciar la cuaresma, poner la mirada en Jesús que es quien vence al tentador, al enemigo, y por supuesto, nosotros en Jesús, por Jesús, también estamos llamados a ser vencedores de la tentación.
El segundo domingo que escuchamos la Transfiguración del Señor, se nos llama a todos a reconocer a Jesús como Hijo amado del Padre y hacerle caso. Veíamos la semana pasada una excelente oportunidad de configurarnos con Cristo, para que los demás vean el resplandor de la Gloria del Padre a través de nuestras buenas obras.
Este domingo en adelante, nos van a ir preparando a cada uno de nosotros, hermanos, a renovar la frescura, la fuerza, la potencia del bautismo. Y el día de hoy el encuentro entre Jesús y la samaritana, nos da varios símbolos, varias comparaciones que las tendríamos que aplicar cada uno de nosotros a nuestra vida.
El primer signo importante: Dios va al encuentro de todo tipo de personas, de todo tipo de gentes. El pueblo elegido, –lo sabemos- Jesús pertenecía a él, eran los judíos. Pero a lo largo de la historia de las doce tribus de Israel, había sucedido que se habían dividido las doce tribus en dos reinos, y el reino que había ocupado la parte norte de la tierra prometida, había sido conquistado por los asirios. En el siglo VIII a.C. los asirios que tenían su capital en Nínive, habían conquistado la capital del reino del norte que se llamaba Samaría y se los llevaron a los pobladores de esas regiones y trajeron a cinco pueblos distintos para que se asentaran allí. Cada pueblo traía su dios, cada pueblo traía sus creencias y sucedió que al llegar, pues, las fieras del campo los acechaban, se los comían; no les daba fruto la tierra. Entonces los pobladores que llegaron allí dijeron: no, pues que venga alguien a enseñarnos cómo agradar al dios de estas tierras. Y por eso el origen de los samaritanos es de esos cinco pueblos que fueron traídos, que servían a otros dioses, tenían otros cinco distintos maridos. Para hacerse después adoradores del verdadero Dios, pero los judíos no los aceptaban. Los judíos decían: no, estos son paganos, estos vinieron de otro lado, estos no son hijos de Jacob, Israel, son extranjeros.
Jesús va a una persona que no era de los elegidos, es una extranjera. Nosotros no pertenecemos la mayoría, –pienso yo- no pertenecemos a ninguna de las tribus de Jacob. Somos hijos de gentes de otros pueblos. Bueno, Dios sale a nuestro encuentro. La vida eterna es para todos los pueblos sin distinción, sin limitación.
Un segundo signo importante: Jesús es el portador del agua viva. Esta agua viva el mismo Jesús –lo explica la samaritana- es el agua que lleva a la vida eterna. Jesús es el que otorga la vida eterna. Y fíjense que va llevando poco a poco, poco a poco va llevando Jesús a la mujer. La mujer cuando estaba dialogando con Jesús, hablaba de botes de agua, hablaba de la cuerda, hablaba de cómo vas a sacar agua. Jesús por supuesto que no hablaba de eso, hablaba de un don mucho más importante, mucho más consistente: yo te ofrezco a ti vida eterna.
Cuando alguna persona mayor de 7 años, no siendo cristiano, no siendo católico, dice: yo quisiera ser católico, tiene que presentarse a una comunidad, y hay un rito que yo quisiera recordar ahorita, porque creo que tiene mucho que ver con la manera en que Jesús fue ayudando a la samaritana. Se le pregunta a la persona: a ver ¿a qué vienes, qué quieres? ¿qué buscas, que le pides a esta comunidad? Si la persona dijera: no pues es que mi jefe está ahí adentro y yo quiero trabajo. ¿Sería motivo para aceptarlo en la comunidad cristiana? No, no, no, pues ahí siga trabajando y trabaje bien, ¿verdad? No, pues es que yo he visto que en este pueblo la mayoría son católicos y pues como yo no soy católico, quiero formar parte de la mayoría, ¿sería motivo para aceptarlo? No, no se le aceptaría.
La respuesta única correcta para poder ingresar es: ¡quiero la fe! ¡quiero la fe! Entonces si se le acepta, si se le dice, ah, aquí estamos la comunidad de los creyentes, bienvenido. Pero antes de que pases ¿qué te da la fe? No vaya a ser que tú tengas otra idea, no vaya a ser que estemos equivocados. ¿Qué te da la fe? La única respuesta correcta es: la vida eterna. Si la persona busca la fe para alcanzar la vida eterna, ¡bienvenido! Pásale, aquí te ayudamos. Y eso fue lo que Jesús fue haciendo con la samaritana, pasito a pasito. El balde, no te preocupes. Pero mira, vamos a hablar de cosas más importantes: que esta agua ya no va a necesitar que, ya te va a llevar a la vida, ya no vas a tener sed. Ah bueno, pues dámela rápido para no tener que venir y fatigarme. No, no, no, no, es algo más, es algo más. Hasta que la lleva a reconocer que Jesús es un profeta o el Mesías. Así es, Dios nos va llevando, y ese es el segundo de los signos importantes.
El tercero de los signos, ya lo vemos, y radica en que la vida eterna la alcanzamos cuando nos adherimos por fe a Jesucristo Nuestro Señor, y lo reconocemos como el Redentor, como el Salvador del mundo. Esto no sucedió solamente a la mujer, también a los samaritanos que fueron, vieron a Jesús, lo invitaron a quedarse unos cuantos días. Jesús se quedó con ellos y ya le decían a la mujer: no, no, nosotros ya no creemos por lo que tú nos dijiste, ya lo escuchamos nosotros, ya lo sabemos, ya tuvimos esta experiencia de que Jesús verdaderamente es el Redentor del mundo. Tercero de los signos.
Así es que en este domingo se nos invita a nosotros a preguntarnos: a ver, ¿me estoy dejando encontrar por Dios, como la Virgen le salió el encuentro a Juan Diego, que tenía tanto que hacer y tanta preocupación? ¿Me dejo encontrar?
Segundo, de veras estoy dispuesto a dejarme ayudar por Él, a no buscar nada más beneficios de aquí, de este mundo, sino a buscar vida eterna. Y ¿de veras estoy incrementando en mi corazón la adhesión a Él, creer en Él como el Redentor de mi vida?
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Hemos escuchado en este II Domingo de Cuaresma, esta narración de la Transfiguración, y dentro de ella este signo más importante, más fuerte, la voz que sale de la nube diciendo: «Este es mi Hijo en quien encuentro todas mis complacencias; escúchenlo». Con esta frase Dios Nuestro Padre acreditó a su hijo Jesús para provocar que sus discípulos reforzaran su fe.
La perspectiva ordinara de este domingo nos llevaría a identificarnos con los discípulos y así, también nosotros reforzáramos nuestra fe en estas primeras semanas de la cuaresma. Sin embargo, atendiendo a las dos lecturas anteriores al evangelio, también es posible poner en énfasis de este domingo en configurarnos con Cristo, que se hace manifestación y transparencia de la gloria de Dios Padre.
En efecto, la primera lectura que nos narra la vocación de Abrán contiene estas promesas de parte de Dios a nuestro padre en la fe: «yo haré de ti una bendición y por ti serán bendedidas todas las naciones», es decir, que Dios hace que Abrán sea vehículo de su bendición.
Así mismo, San Pablo dice a Timoteo en la segunda lectura, que «Dios nos llamó a consagrarnos y en Cristo irradiar la luz de la vida y la inmortalidad». Así pues, la importancia de reconocer a Cristo como Hijo de Dios, va más allá de hacer de él nuestro líder o nuestro guía. Al reconocer a Cristo como Hijo de Dios, Él mismo, es decir, Dios mismo nos va llevando peldaño a peldaño por la senda de la configuración con su Hijo.
La coyuntura histórica que vivimos requiere con urgencia que creamos que Dios Nuestro Padre quiere irradiar su gloria en este mundo. Son muchas las manifestaciones de desorden, de caos. Muchas personas que se sienten débiles y desamparadas, fácilmente caen en la tentación de desesperarse y se han vuelto agresivos. Pero claramente este domingo nos dice que Dios no nos ha dejado solos, no estamos desamparados, no estamos abandonados. Entre nosotros está el Hijo de Dios altísimo, a quien tenemos que escuchar, es decir, a quien tenemos que hacerle caso. Pero de forma más urgente, con Jesús y en Jesús transfigurado, nosotros tenemos que trasparentar esta misma gloria. Para que nuestra sociedad no se dirija hacia una autodestrucción.
¿Y Cuáles son las manifestaciones luminosas que transparentan la gloria de Dios en nuestros días? En primer lugar, las obras de misericordia: donde hay una persona que sacia la sed del sediento, el hambre del hambriento, donde una persona que enseña al que no sabe, donde alguien es capaz de soportar las debilidades de su hermano, allí estamos posibilitando que se den los destellos de la gloria de Dios. Allí donde se prefiere crear ambientes de buen humor, de comprensión y mutua aceptación, superando rivalidades, revanchismos y chismes, allí se va gestando la manifestación de la gloria de Dios.
La revolución de la ternura de la que nos habla el Papa Francisco, poniéndonos a la Santísima Virgen como ejemplo, es una irradiación inconfundible de la gloria de Dios. ¿Quién de nosotros no se siente a gusto y tentado a quedarse para siempre allí, como le pasó a Pedro en el Tabor, de quedarnos para siempre en ambientes donde reine la alegría, donde reine la amabilidad y la solidaridad? Todos quisiéramos que en un lugar así, allí estuviéramos para siempre. ¿Quién de nosotros no ha querido salir corriendo de aquellos sitios donde reina el grito, donde reina la amenaza y las críticas despiadadas? Dios, hermanos y hermanas, nos ha destinado a ser bendición para todos los que nos rodean, nos ha destinado a ser buena noticia de vida que dura para siempre. En nosotros está el aceptarlo y dejarnos transformar por Él.
Alabado sea Jesucristo.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
Desde el miércoles pasado, hermanos y hermanas en Cristo, hemos dado inicio al tiempo de la Cuaresma. Es un tiempo de conversión, de arrepentirse de los propios pecados y las malas costumbres y precisamente para animarnos a ello, el día de hoy hemos leído el relato de Jesús probado en el desierto. El episodio de las tentaciones inicia diciéndonos que Jesús pasó cuarenta días en ayuno y cuando ya estaba débil, el demonio se acercó para ponerlo a prueba.
Veamos hermanos, una clave importante para considerar. El maligno aprovecha nuestra debilidad, no se acerca a nosotros ni a nuestras fortalezas, ni en tiempos de bonanza. Más bien trata de hacernos caer en sus engaños cuando estamos enfermos, o pasamos por diversas dificultades. Es allí donde nos hace propuestas de quebrantar el plan de Dios, de apartarnos del bien y de la justicia.
Pero Nuestro Señor Jesucristo nos muestra tres formas de vencer la tentación. Ante la primera tentación –la de los panes- Jesús opone el conocimiento de la Palabra de Dios. Jesús solía leer las Escrituras, también solía participar en la Sinagoga, él mismo hacía oración a Dios. Estas actividades le permitieron resistir la tentación y a partir de la Palabra de Dios, no caer el mal.
La segunda tentación es más sutil, ya que el diablo cita la Escritura, y Nuestros Señor la vence interpretando correctamente Escritura, es decir, la Palabra de Dios. La correcta comprensión de lo que Dios quiere, no surge de saber de memoria los mandamientos o la Palabra de Dios, sino que surge de cumplirlos cotidianamente. Vivir de acuerdo al bien, nos permite tener la mirada fina, la sensibilidad correcta para saber lo que le agrada y lo que no agrada a Dios, lo que nos hace bien y aquello que nos daña.
La tercera tentación se vence teniendo una práctica cotidiana, constante de que Dios es Nuestro Señor, de que Dios es el Señor de mi vida. Dedicar el tiempo adecuado a la relación con Dios y practicar el bien son dos formas que manifiestan que Dios es mi Señor, y esforzarnos porque Dios sea el único Señor de nuestras vidas, orienta el uso de nuestro tiempo y el tipo de actividades que realizamos o tipo de actividades que evitamos.
Para concluir hermanos, el mal, tanto interior como exterior, no es invencible. Nuestro Señor Jesucristo va delante de nosotros y nos da su ayuda para vencer las tentaciones del maligno. Para poderlo lograr es necesario adherirnos más al Señor con nuestra oración personal, con la lectura de la Palabra de Dios, con nuestra participación en las misas y con nuestro esfuerzo cotidiano por hacer el bien. Así, Dios es Nuestro Señor.
Alabado sea Jesucristo.
FEBRERO 2020
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe.
“Sean perfectos como su Padre Celestial es perfecto”
Ésta hermanos y hermanas, es la frase con la que concluye el evangelio de este día. Resume en buena medida el sentido de las palabras de Jesús al interpretar los mandamientos de la ley de Dios que estaban en el Antiguo Testamento. Como lo escuchamos ya desde el domingo anterior: ustedes han oído que se dijo, pero yo les digo. En particular, las enseñanzas que escuchamos hoy, nos dicen que el camino de la concordia no se hace con discordias. El camino de la generosidad no se hace con mezquindades. Al contrario sí quiero que el mundo sea solidario, el primero en ser solidario debo ser yo. Si espero un mundo de paz, el primer pacífico debo ser yo. ¿Era la intención de Jesús generar un mundo donde unas cuantas brutales y depredadoras personas explotaran a las grandes masas de personas adormecidas y mansas? Muchas personas ven en las llamadas del Señor a no resistir a los malvados, a dejarse robar y maltratar, palabras que llevarían a un mundo así. Esa no fue la intención.
El Reino de Dios se caracteriza por una forma de ser que nace desde nuestra profundidad, que está de acuerdo con el plan de Dios originario sobre el ser humano, tanto a nivel individual como a nivel colectivo. En tiempos de Jesús, existía la expresión “hombre perfecto” para referirse a la persona que había llegado a la mayoría de edad, es decir, para referirse a una persona adulta. Si nosotros entendemos la frase de Jesús: “sean perfectos”, de esta manera podríamos decir: sean adultos, vivan de forma adulta. Sabemos que la madurez humana, la adultez, no es un estado, sino una condición dinámica. Así como hablamos de buena condición física, o condiciones de vida saludable, así hablamos de la madurez en nuestras vidas. Se mejora o se empeora, según nos esforzamos y cuidamos de nuestra vida.
Aplicando esto a las enseñanzas que ya hemos reflexionado, Jesús nos haría el llamado a perseverar en la madurez, es decir, en la perfección, siendo nosotros los constructores de aquello que deseamos, de aquello a lo que tendemos. A la concordia se llega porque yo mismo hago concordar mi vida con el corazón de los demás, y no por la discordia. A la unidad se va procurando unirme con los otros y no sembrando discordias y rivalidades. A este efecto, quisiera recordar una parte de la oración que se atribuye a san Francisco: hazme un instrumento de tu paz. Donde haya odio, lleve yo amor; donde haya injuria, tu perdón; donde haya duda, fe en ti; que no busque ser consolado, sino consolar; que no busque ser comprendido, si no comprender; que no busque ser amado, si no yo, amar. Porque dando es como se recibe. Ésta hermanos y hermanas, me parece la oración de un hombre adulto, la oración de un hombre que dinámicamente vivía en la perfección misma, que nosotros también estamos llamados a conservar cada día, en cada momento, con su propio reto.
Amén.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe y Presidente del Cabildo.
En este sexto domingo del Tiempo Ordinario llegamos, hermanos y hermanas, a la parte profunda del sermón de la montaña. En esta parte Jesús propone varias oposiciones: ustedes han oído que se dijo…, y después: pero yo les digo… Si miramos detenidamente no son oposiciones radicales sino más bien reinterpretaciones. Veamos: el quinto mandamiento de la Ley de Dios es «no matarás». Jesús en efecto dice: ustedes han oído que se dijo no matarás. Esto es lo que dice el Señor.
Ahora bien, él propone que no matar también implica realidades que normalmente no consideraríamos graves, como lo son el enojo contra el hermano, el insulto y el desprecio. El Señor Jesús nos enseña que la exigencia por hacer el bien o evitar el mal, no comienza en evitar un homicidio, sino en superar el enojo, es decir, establecer el primer campo de batalla contra el mal en nuestro propio interior, en el mundo de nuestras emociones.
Dar paso a las palabras y a las actitudes contra el hermano, los considera el Señor todavía más graves. Si aplicáramos bien esta enseñanza, hace mucho que entre nosotros no habría asesinatos. ¿Por qué? Porque batallamos desde el principio, desde nuestras emociones, evitamos las palabras y evitamos también actitudes de desprecio.
Aquí está la esencia del evangelio. Hubo grupos judíos que ponían el acento del cumplimiento de la Ley en lo puramente externo. En cambio el Señor Jesús nos llama a una vida más íntegra, una vida que busca la virtud desde el manejo adecuado de los propios pensamientos y los propios sentimientos, pues ellos son los que verdaderamente manifiestan nuestras intenciones. Vivir practicando el bien desde nuestro interior nos hará más felices y mucho más libres que aquellas personas que alimentan en su corazón rencores, rupturas y contiendas. Nos hará mucho más felices que aquellos preocupados en parecer buenos más que serlo realmente.
Nuestro Señor Jesucristo se ocupó de que sus amigos fueran realmente felices, por eso nos aclaró en qué sitio de nuestra vida hay que poner atención, es decir, en nuestro interior, en nuestros sentimientos, pensamientos, fantasías, y allí debe prevalecer el bien, allí tiene que triunfar el bien.
Muchos piensan, erróneamente, que serían más felices si el mundo fuera mejor, si los demás no los maltrataran tanto, se ilusionan pensando que si hubieran nacido en otro país o en otra época, verdaderamente estarían mejor. A este respecto les narro una experiencia que sucedió al padre Chinchachoma, Alejandro García Durán: En una ocasión las cosas le habían salido muy mal con sus superiores y por añadidura habían andado mal las cosas con sus muchachos de la calle y se sentía profundamente a disgusto. Entonces fue a orar lejos, en el campo para poder allí explayarse con Dios a gritos. Fue y oró en términos parecidos a estos: «Señor, no me digas que hiciste este mundo bien, este mundo está muy desarreglado, este mundo no está bien». Acabó su oración y regresó a sus actividades normales. Después de un tiempo le vino al pensamiento la respuesta del Señor: «Y si este mundo no fuera como es, ¿En dónde te pongo a ti?» El mundo en el que habitamos está a nuestra medida, pero Jesús nos dice hoy: «si tú mismo no te ocupas de ser mejor, no entrarás en el Reino de los Cielos», esa sería la aplicación de la frase, si su justicia, si su bondad, si su estilo de vida no es mejor que el de los escribas y fariseos. Si tú mismo no te ocupas de ser mejor, no entrarás en el Reino de los Cielos. Afuera hay muchísimas cosas que nos afligen, limitan o hieren, pero luchando desde no entre nuestro interior, venceremos.
Alabado sea Jesucristo.
Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe y Presidente del Cabildo.
Estimados hermanos y hermanas en Cristo, durante algunos domingos leeremos fragmentos del sermón de Nuestro Señor Jesucristo en la montaña, este discurso abarca los capítulos 5 al 7 del Evangelio según San Mateo y es, por decirlo así, la forma en que Jesús Nuevo Moisés proclama la Ley de la Nueva Alianza.
Específicamente hoy, Jesús nos llama a ser luz y sal de este mundo y para ejemplificarlo quisiera comentarles algo que suele suceder en nuestras familias: Las mamás católicas, las mamás que procuran conducir a su familia por una senda de prácticas religiosa sana frecuentemente se enfrentan al problema de algún hijo o una hija que el domingo no quiere ir a Misa. Cuando los hijos son niños no les queda más remedio que obedecer y vienen a Misa pero a medida que crecen, los problemas de llevar a los hijos a Misa se vuelven cada día más severos, suele darse el caso de que la mamá enojada y triste tenga que dejar al hijo a la hija rebelde en casa. Después de haberle recordado que no está cumpliendo con sus deberes y que se expone a los peligros de los ingratos que no le dan su lugar a Dios en la vida.
Después de una o más horas, regresa papá y mamá a casa, la seriedad con que se abandonó el hogar es la misma que cuando se fueron. La seriedad con que se llega al hogar es la misma que cuando se fueron. Los silencios culpabilizadores contra los desobligados no se hacen esperar sino es que en la cena vendrán las indirectas llenas de ironía, los chantajes y los reclamos. Entonces, surge la pregunta, ¿De qué le sirvió a papá y a mamá ir a Misa? ¿Qué efecto produjo el cumplimiento del precepto dominical en papá y en mamá? Aquí, es donde yo les propongo que apliquemos las palabras del Señor para el día de hoy.
¿De qué forma permitimos a Dios que nos haga sal?, ¿De qué manera el Señor convierte nuestra vida en luz?, la amistad con Dios, el ser alimentados por su palabra y por su cuerpo y su sangre es lo que cambia el sabor de nuestras vidas, es lo que provoca en donde hay tinieblas de muerte, surja el sol de la verdadera vida y esto se tiene que notar en el mundo en que vivimos, se tiene que notar al regresar a casa. Si papá y mamá regresan a casa después de la Misa dominical cargados de alegría y paz y esto lo notaran los hijos, tal vez el próximo domingo no encontrarían resistencia alguna al hacer la invitación a la misa.
Ser discípulos de Jesús es importante y como buenos discípulos cumplir sus preceptos es algo necesario pero es imprescindible que también se note, es decir, que otras personas por el buen olor de nuestras palabras, por el buen sabor de nuestras actitudes y de nuestras obras se den cuenta de cómo Dios está transformando, está haciendo nuestras vidas una buena noticia.
El Papa Francisco ya ha insistido bastante en este sentido, al decirnos que una verdadera experiencia de encuentro con Jesucristo naturalmente desemboca en contagiar a otros, en comunicar a otros lo hermoso y lo significativo que resulta esta amistad con él.
Por tanto, los invito a que dejemos fructificar nuestra participación en esta Eucaristía, en alegría, en paz, en generosidad, y esta es la luz y la sal con la que Dios quiere dar sabor e iluminar a este mundo.
Amén.
Este 2 de febrero celebramos con fe, amor y regocijo el Día de la Candelaria; este día representa la presentación del Niño Jesús al Templo 40 días después de haber dado a luz María.
La Misa Solemne fue presidida por Mons. Salvador Martínez Ávila, Rector de la Basílica de Guadalupe quien en compañía del Venerable Cabildo y de los files católicos que acudieron a bendecir a sus Niños, entraron en procesión al Santuario, bendiciendo al inicio las veladoras o candelas.










Homilía pronunciada por Mons. Salvador Martínez Ávila, Vicario Episcopal de Guadalupe, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe y Presidente del Cabildo
El inicio del tiempo ordinario hermanos y hermanas en Cristo Jesús, está marcado por el inicio del ministerio del Señor en Galilea, además de predicar y realizar signos prodigiosos, se dedicó a conjuntar un grupo de personas, discípulos, a quienes prometió hacerlos pescadores de hombres.
Para poder comprender lo que quiso decir Jesús con esta promesa, vale la pena considerar que él mismo, hacía tanto en Cafarnaúm como en los pueblos de los alrededores, en general Jesús aprovechaba las asambleas de oración sabatinas, en las que se reunían los judíos de la localidad en la Sinagoga en esas ocasiones Jesús aprovechaba para anunciarles a las personas que el reino de los cielos ya estaba cercano y era necesaria la conversión de las malas costumbres a las buenas costumbres.
También, el Señor hacía algunas señales poderosas que podían ser curaciones o exorcismos, en qué sentido podemos considerar esto, como una pesca; un primer aspecto que me parece importante es que por medio de su anuncio, Jesús ponía sobre la mesa el asunto del reino de Dios. La cercanía de este reino, provoca alegría en aquellos que pertenezcan a él y temor, en aquellos que no le pertenezcan.
Así como la cercanía de las legiones romanas provocaba confianza en unos que estaban a favor de los romanos y grandes temores en otros, en los sediciosos. San Ignacio de Loyola que había sido militar, daba gran importancia a la elección que cada persona debía hacer para ponerse al servicio del rey eterno; incluso invitaba a usar la imaginación y verse así mismo frente al rey eterno y brindarle la propia sumisión y obediencia, escuchando su llamado a combatir con el pasar de toda clase de penurias, para obtener al final el triunfo definitivo y los bienes eternos.
Si el Señor Jesús llamaba a los suyos a ser pescadores de hombres, podemos pensar que los invitaba a convivir con él, para aprender las costumbres del reino de los cielos, más aún las costumbres de su propio reino, puesto que Jesús es el rey y por medio de la predicación y de los signos poderosos, lograr que muchos otros también participaran de esta forma de vivir.
Para concluir, los invitaría a que hiciéramos conciencia de que nos encontramos en una gran asamblea, en un gran palacio, la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, es la casa de nuestra Reina, ella ocupa el sitio preminente, está coronada, sus palabras de invitación a Juan Diego para que se convirtiera en su mensajero, son comparables al llamado que Jesús le hizo a sus discípulos; reconocer a María como nuestra Madre y Reina, de ninguna manera va en menos cabo del reino de Dios y de su poder, por tanto, al aceptar ser mensajeros de nuestra Señora, también estaremos aceptando el llamado del Señor a convertirnos en pescadores de hombres.
Pero hermanos y hermanas no nos confundamos, la pesca que Jesús nos invita a realizar no se completa, ni se conforma con puras palabras, son necesarias también las obras, es decir, las buenas costumbres que contagien la veracidad y la riqueza de nuestra pertenencia al reino de Dios.
Alabado sea Jesucristo.