DICIEMBRE 2021
La Sagrada Familia, 26 de diciembre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“El Señor honra al padre de los hijos y respalda la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre queda limpio de pecado; y acumula tesoros, el que respeta a su madre”.
Retomando algunas ideas y expresiones de la Encíclica del Papa Francisco: “Amoris Laetitia”, cuyo título “La Alegría del Amor”, describe en dos palabras, la finalidad del matrimonio y la familia como el proyecto de Dios para la humanidad. Expongo cinco puntos en base a los Números. 11, 13, y 15 de la Encíclica.
- La familia imagen de Dios. La pareja que ama y genera la vida es la verdadera «escultura» viviente —no aquella de piedra u oro, que el Decálogo prohíbe—, sino la que es capaz de manifestar al Dios creador y salvador. Por eso el amor fecundo llega a ser el símbolo de las realidades íntimas de Dios, porque la capacidad de generar de la pareja humana es el camino, por el cual se desarrolla la historia de la salvación.
Bajo esta luz, la relación fecunda de la pareja se vuelve una imagen para descubrir y describir el fundamental misterio de Dios Trinidad, ya que la visión cristiana contempla en Dios al Padre, al Hijo y al Espíritu de amor. El Dios Trinidad es comunión de amor, y la familia es su reflejo viviente.
Nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor. Este amor en la familia divina, en la Santísima Trinidad, es el Espíritu Santo. La familia no es pues algo ajeno a la misma esencia divina.
- La sexualidad al servicio del amor. El verbo «unirse» en el original hebreo indica una estrecha sintonía, una adhesión física e interior, hasta el punto que se utiliza para describir la unión con Dios: «Mi alma está unida a ti» canta el orante en el Salmo 63,9. Se evoca así la unión matrimonial no solamente en su dimensión sexual y corpórea sino también en su donación voluntaria de amor. El fruto de esta unión es «ser una sola carne», sea en el abrazo físico, sea en la unión de los corazones y de las vidas y, quizá, en el hijo que nacerá de los dos, el cual llevará en sí, uniéndolas no sólo genéticamente sino también espiritualmente, las dos «carnes».
De aquí las recomendaciones que hemos escuchado en la primera lectura del libro del Eclesiástico: “Quien honra a su padre, encontrará alegría en sus hijos y su oración será escuchada; el que enaltece a su padre, tendrá larga vida y el que obedece al Señor, es consuelo de su madre. Hijo, cuida de tu padre en la vejez y en su vida no le causes tristezas; aunque chochee, ten paciencia con él y no lo menosprecies por estar tú en pleno vigor”.
- La familia célula de la Iglesia. Este aspecto trinitario de la pareja tiene una nueva representación en la teología paulina cuando el Apóstol San Pablo afirma: “Gran Misterio es éste, que yo relaciono con la unión entre Cristo y la Iglesia” (cf. Ef 5,33). Éste es el contexto en el cual comprendemos la recomendación que hemos escuchado del apóstol en la segunda lectura, y que lamentablemente ha sido con frecuencia mal interpretada en nuestro tiempo: “Mujeres, respeten la autoridad de sus maridos, como lo quiere el Señor. Maridos, amen a su esposas y no sean rudos con ellas. Hijos, obedezcan en todo a sus padres, porque eso es agradable al Señor. Padres, no exijan demasiado a sus hijos, para que no se depriman”.
- La familia es la Iglesia doméstica. Bajo esta luz recogemos otra dimensión de la familia. Sabemos que en el Nuevo Testamento se habla de «la iglesia que se reúne en la casa». El espacio vital de una familia se podía transformar en iglesia doméstica, en sede de la Eucaristía, de la presencia de Cristo sentado a la misma mesa. En efecto, durante los primeros siglos la Iglesia nació y creció, reuniéndose en alguna de las casas de los creyentes, donde se congregaban para escuchar la Palabra de Dios, y para la celebración de la Eucaristía.
Teniendo en cuenta esa historia de la Iglesia naciente, podemos meditar y profundizar la recomendación que hoy escuchamos de San Pablo dirigida a la comunidad de Colosas: “Que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza. Enséñense y aconséjense unos a otros lo mejor que sepan. Con el corazón lleno de gratitud, alaben a Dios con salmos, himnos y cánticos espirituales; y todo lo que digan y todo lo que hagan, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dándole gracias a Dios Padre, por medio de Cristo”.
- La Sagrada Familia modelo a seguir. La Providencia divina ha querido plasmar un ejemplo edificante en la experiencia hermosa de la Sagrada Familia, que hoy celebramos, con sus diversas experiencias en donde el diálogo y la comunicación entre sus miembros, y sobretodo el espíritu de humildad y de profunda convicción para aceptar la Voluntad de Dios, los fortaleció en las variadas y difíciles situaciones que vivieron.
Así hemos escuchado hoy en el Evangelio cómo resolvían favorablemente en un espíritu de plena solidaridad, y de amor y respeto de uno al otro: «Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando, llenos de angustia. Él les respondió: ¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre? Ellos no entendieron la respuesta que les dio. Entonces volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad. Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas”.
Hoy día es muy frecuente encontrar familias heridas, cuyos miembros se mantienen con sentimientos de rencor, envidia, y celos entre sí; y no pocas veces enfrentamientos violentos en su interior. Cuánto necesitamos en nuestro tiempo meditar y contemplar a la Sagrada Familia de Jesús, María, y José.
Aprendamos de ellos para practicar el respeto a la autoridad del Padre y de la Madre sin descartar el diálogo conciliador que escucha, responde, y mirando el bien común alcanza la comprensión y la disposición de caminar juntos, a la luz de la Palabra de Dios. Los invito a repetir en su corazón la siguiente oración, formulada por el Papa Francisco para invocar a la Sagrada Familia.
Oración a la Sagrada Familia
Jesús, María y José en Ustedes contemplamos el esplendor del verdadero amor, y a Ustedes, confiados, nos dirigimos:
Santa Familia de Nazaret, haz también de nuestras familias lugar de comunión y cenáculo de oración, auténticas escuelas del Evangelio y pequeñas iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret, que nunca más haya en las familias episodios de violencia, de cerrazón y división; que quien haya sido herido o escandalizado sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret, haz tomar conciencia a todos del carácter sagrado e inviolable de la familia, de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José, escuchen y reciban benignamente nuestra súplica confiada. Amén.
IV Domingo de Adviento, 19 de diciembre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“De ti, Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel… Él se levantará para pastorear a su pueblo con la fuerza y la majestad del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque la grandeza del que ha de nacer llenará la tierra y él mismo será la paz”.
Esta profecía del envío de un pastor, que hará presente la fuerza y la majestad de Dios, se ha cumplido cabalmente en la persona de Jesucristo, incluso superando la expectativa generada de la llegada del Mesías, ya que Dios mismo en la persona del Hijo tomó cuerpo en el seno de María; uniendo así la divinidad con la humanidad, misterio, que sobrepasa la mente humana, pero hecho realidad en Jesucristo.
Desde este acontecimiento el autor de la carta a los hebreos, en la segunda lectura ha manifestado el cambio radical de la relación del hombre con Dios: “No quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. No te agradan los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije – porque a mí se refiere la Escritura –: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”.
En el Antiguo Testamento se consideró que el pueblo de Israel debía cumplir las normas y los ritos establecidos para agradar y obtener de Dios respuesta a sus necesidades materiales y espirituales, mientras que a partir de la vida, pasión, muerte y resurrección, Jesús se ofreció a sí mismo para obtener el perdón de nuestros pecados, y garantizar con su entrega el camino de la vida y la esperanza de la eternidad: “Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo. Y en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas”.
En la Celebración de cada Eucaristía se actualiza en beneficio de sus participantes el perdón y la reconciliación con Dios; y para todos aquellos que presentan en el ofertorio su ofrenda existencial, sus buenos propósitos, sus obras de caridad y sus esfuerzos de vivir como buenos discípulos de Cristo, con el pan y vino que serán consagrados como signo de la presencia de Cristo, reciben el auxilio del Espíritu Santo, que los fortalece para continuar en el camino de esta vida de la mano de Dios, Nuestro Padre.
De esta manera en cada Eucaristía que participamos, no solo encontramos a Jesucristo, sino a cada una de las tres personas divinas:
1) Al Padre al descubrir mediante la luz de la Palabra de Dios lo que espera de nosotros, y luego se prolonga dicho encuentro al cumplir su voluntad.
2) Al Hijo en el signo sacramental de su cuerpo y de su sangre mediante el pan y el vino consagrado en su memoria.
3) Al Espíritu Santo cuando le damos cabida a las inquietudes que se mueven en nuestro interior y abrimos nuestro corazón a la escucha de la Palabra y a la respuesta que dentro de nosotros suscita su presencia, y en consecuencia el Espíritu Santo nos fortalece para llevar a la práctica sus inspiraciones.
¿Qué necesitamos para recorrer este camino? Seguir el ejemplo de Nuestra Madre María: Creer lo que celebramos y escuchamos, compartir lo que vivimos con los que integramos nuestra comunidad sea la familia, sea los amigos y/o los vecinos, sea con la comunidad de creyentes en la misma fe.
Recordemos el camino de María: Al anuncio del Arcángel Gabriel que sería la madre del Salvador, ella respondió: “Yo soy la esclava del Señor; que se cumpla en mí lo que me has dicho”. Al compartir su experiencia con su prima Isabel, la confirmó en su fe: “Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
Creer es causa de alegría, de la dicha de comprobar no solamente la veracidad de lo anunciado y prometido, sino del gozo que causa vivirlo, y a través de la experiencia descubrir el amor, de quien nos ha creado y regalado la vida.
María es la discípula fiel y ejemplar de Jesucristo, fiel porque mantuvo en todo momento su fe y su confianza en Dios, incluida en la pasión y muerte injusta de su amado Hijo. La contemplamos dolorosa, pero de pie acompañando hasta el final a su querido Hijo. Nos muestra así el camino de quien tiene fe y confianza, de quien se sabe elegida y amada por Dios, su Padre y su Creador.
La visita de María a su prima Isabel, y sus positivos efectos del encuentro, son una expresión de la conveniencia y aún más de la necesidad de compartir nuestra vida interior entre quienes confesamos la misma fe. Así se fortalece el caminar de los cristianos, y ésta es la razón de integrar y formar parte de un grupo de meditación y reflexión de la Palabra de Dios.
Esta experiencia conducirá a los miembros de la comunidad a desarrollar fuertes lazos de amistad y a reconocerse hermanos solidarios, no solo con los mismos miembros, sino con los demás que profesamos la misma fe en Jesucristo, dando por consecuencia el ejercicio habitual de la responsabilidad social.
De la mano de Nuestra Madre, María de Guadalupe, elevemos nuestra oración a Dios Nuestro Padre, como lo proclamábamos en el Salmo responsorial: “Escúchanos, Pastor de Israel;… manifiéstate; despierta tu poder y ven a salvarnos. Que tu diestra defienda al que elegiste, al hombre que has fortalecido. Ya no nos alejaremos de ti; consérvanos la vida y alabaremos tu poder. Señor, muéstranos tu favor y sálvanos”.
Hoy más que ayer, dados los nuevos y acelerados cambios sociales, necesitamos recordar el testimonio de María para hacerlos nuestros y renovar nuestra querida Iglesia; y al imitarla, no solamente descubriremos la causa de nuestra alegría, y la esperanza fundada de la vida eterna; sino también daremos testimonio en nuestra sociedad, de que es posible promover y vivir la fraternidad y la solidaridad como hermanos y miembros de la familia de Dios, Nuestro Creador y Redentor. En este Adviento pidámosle a Nuestra Madre, que nos acompañe para seguir su ejemplo.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita.
Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
Misa de las Rosas, 12 de diciembre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Hermanos: Alégrese siempre en el Señor; se lo repito: ¡alégrense! Que la benevolencia de ustedes sea conocida por todos. El Señor está cerca”.
La alegría es la expresión humana de sentirse plenamente satisfechos de la vida y los acontecimientos. Al invitar San Pablo a los filipenses a estar alegres, no es solo una motivación de aliento, sino un señalamiento a descubrir la causa, que invariablemente proporcionará la alegría, esa causa es la permanente cercanía del Señor Jesús.
La relación de amor que espontáneamente surge entre Padres e Hijos, se debe a la procreación, que de la misma carne y sangre en la unión del varón con la mujer surge la vida, nacen los hijos; y si esa relación está fundamentada y se mantiene en el amor recíproco de los esposos, reflejará siempre la atención y el cuidado de los hijos como el más grande tesoro.
El matrimonio y la familia es por ello, el proyecto fundamental de Dios para la humanidad. Es la piedra sobre la cual se sostiene el amor incondicional y de pleno servicio, buscando el bien del otro. Así se prepara la humanidad para trascender a la vida eterna y compartir la vida divina en plenitud. Aquí la vida es aprendizaje y por tanto, preparación transitoria, que tiene su término con la muerte terrenal.
La sexualidad es una herramienta al servicio del amor, y una vez practicado, la persona se va capacitando para descubrir, especialmente en la relación de amor a los hijos y de los esposos entre sí, que el amor es más que la sexualidad, ésta es un camino, el amor es la meta.
Por tanto la sexualidad es una herramienta, un camino, una manera para descubrir y aprender a amar; pero no es el único camino y disponemos de muchos ejemplos, especialmente entre los Santos, que siguiendo el ejemplo de Jesús, asumiendo el celibato para anunciar y testimoniar el Reino de los Cielos, y sostenidos en la oración y relación con Dios, han aprendido amar al prójimo, sirviéndolos y auxiliándolos.
Encontramos aquí una explicación del por qué María es Virgen y Madre a la vez, porque su hijo se generó por obra y gracia del Espíritu Santo, de una acción divina directamente creadora, y tomó carne de su carne, pero no mediante el ejercicio de la sexualidad. La Virginidad y el Celibato son primicia de la vida eterna.
¿Qué nos ayuda a descubrir y comprender esta reflexión? Que la Virgen María vivió una gracia extraordinaria, al aceptar la voluntad de Dios Padre, expresada por el Arcángel Gabriel, y por ello, María le manifiesta a su prima Isabel: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”. El profeta Isaías anunció 7 siglos antes al Rey Ajaz, descendiente del Rey David: “Entonces dijo Isaías: Oye, pues, casa de David: … el Señor mismo les dará por eso una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros”.
Nadie imaginó entonces, que ese Hijo nacido de una Virgen, sería la Encarnación del mismo Hijo de Dios, el Mesías prometido.
María es pues, Virgen y Madre, Madre de Jesús y Madre Nuestra. Que sea Madre de Jesús nadie lo niega, ni le cuesta trabajo entenderlo; pero, ¿por qué Madre Nuestra? Jesús desde la Cruz, le expresó a María que moría él y volvía con su Padre, pero que ahora ella cuidara y acompañara a su discípulo Juan, presente en el Calvario, diciendo “ahí está tu hijo”. El resto de su vida María acompañó no solamente a Juan sino a todos los demás discípulos de Jesús, y juntos a los 50 días de aquel acontecimiento en el Calvario, recibieron el Espíritu Santo.
Por eso, María es la Madre de la Iglesia, Nuestra Madre. Ella ha querido seguir manifestando su amor, como Madre de la Iglesia, por eso vino a México, a buscarnos para expresarlo a todos sus hijos, como lo manifestó a San Juan Diego al revelarle su deseo con estas palabras:
«Escucha hijo mío el menor, Juanito: Sábelo, ten por cierto hijo mío, el más pequeño, que yo soy la Perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada. En donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto: Lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación.
Porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí, porque ahí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores.
Y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa, anda al palacio del Obispo de México, y le dirás cómo yo te envío, para que le descubras cómo mucho deseo que aquí me provea de una casa, me erija en el llano mi templo; todo le contarás, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Y ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré; que por ello te enriqueceré, te glorificaré, y mucho de allí merecerás con que yo te retribuya tu cansancio, tu servicio con que vas a solicitar el asunto al que te envío. Ya has oído, hijo mío el menor, mi aliento, mi palabra; anda, haz lo que esté de tu parte”.
Recordando estas palabras de Nuestra Querida Madre hagamos nuestra la recomendación de San Pablo: “El Señor está cerca. No se inquieten por nada: más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud. Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y su pensamientos en Cristo Jesús”. En un breve momento de silencio digámosle lo mucho que la queremos y pidámosle que siga mostrando su amor, especialmente a nuestros sufridos pueblos del continente.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, este 12 de diciembre, te pedimos especialmente por los jóvenes para que acompañados por guías sapientes y generosos, respondan a la llamada que tú diriges a cada uno de ellos, para realizar el propio proyecto de vida y alcanzar la felicidad.
Que aprendan de ti, y mantengan abiertos sus corazones a los grandes sueños, descubran que la felicidad y la alegría son frutos del amor y del servicio en favor de sus hermanos, superando la tentación de la búsqueda del placer por el placer, y logren orientar sus instintos, buscando siempre el bien del ser amado por encima del propio bien.
También te pedimos por todos tus hijos que hemos sido llamados a vivir el celibato para expresar desde esta vida el Reino de los cielos, con generosidad y alegría.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
II Domingo de Adviento, 5 de diciembre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Carlos Enrique Samaniego López, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
Queridos hijos, estas hermanas nuestras que hoy recibirán de la Iglesia la consagración virginal, provienen del pueblo santo de Dios y de sus familias: son hijas, hermanas y amigas unidas a ustedes por la convivencia o el parentesco.
El Señor las llamó para unirlas más estrechamente a sí y consagrarlas al servicio de la Iglesia y de todos los hombres. Su consagración exigirá una mayor entrega para extender el Reino de Dios y las obligará a trabajar intensamente para que el espíritu cristiano penetre en el mundo. Piensen entonces el gran bien que realizarán y las incontables bendiciones que podrán obtener de Dios a favor de la santa Iglesia, la sociedad humana y sus familias, mediante sus oraciones y trabajos.
Ahora me dirijo a Ustedes, hijas queridas, y las exhorto impulsado más por el afecto que por la autoridad. La verdadera patria de la vida virginal que desean es el cielo; su fuente es Dios; porque es de Dios, como de una fuente purísima e incorruptible que mana este don sobre alguna de sus hijas, que a causa de su integridad virginal son consideradas por los antiguos Padres de la Iglesia como imágenes de la eterna incorruptibilidad de Dios.
El mismo Padre Todopoderoso, al llegar la plenitud de los tiempos, mostró en el misterio de la Encarnación del Señor cuánto ama la virginidad: eligió una Virgen en cuyo seno purísimo, por obra del Espíritu Santo, el Verbo se hizo carne y la naturaleza humana se unió con la divina, como el esposo se une a la esposa.
También el divino Maestro exaltó la virginidad, consagrada a Dios a causa del Reino de los cielos.
Con su vida, pero en especial con sus trabajos y predicación, y sobre todo con su misterio pascual, dio origen a la Iglesia que quiso fuera Virgen, Esposa y Madre: Virgen por la integridad de su fe; Esposa por su indisoluble unión con Cristo; Madre por la multitud de hijos.
Hoy, el Espíritu Paráclito, que por el agua vital del bautismo hizo de su corazón templo del Altísimo, por medio de mi ministerio, las enriquecerá con una nueva unción espiritual y las consagrará con un nuevo título a la infinita grandeza de Dios. Y también elevándolas a la dignidad de esposa de Cristo, las unirá con un vínculo indisoluble al Hijo de Dios.
Los Santos Padres y los Doctores de la Iglesia las designan con el sublime título de esposas de Cristo, título que es propio de la misma Iglesia. Prefigurando el Reino futuro de Dios donde nadie tomará marido ni mujer, son signo manifiesto de aquel gran sacramento que fue anunciado en los orígenes de la creación y llegó a su plenitud en los esponsales de Cristo con la Iglesia.
Hijas muy queridas: procuren entonces que su vida responda a esta vocación y dignidad. La Santa Madre Iglesia las considera como la porción elegida del rebaño de Cristo, y en ustedes, su fecundidad gloriosa se alegra y florece abundantemente. A imitación de la Madre de Dios, deseen ser y ser llamadas servidoras del Señor. Conserven íntegra la fe, mantengan firme la esperanza, acrecienten la caridad sincera. Sean prudentes y velen, para que el don de la virginidad no se corrompa por la soberbia.
Con el Cuerpo de Cristo renueven sus corazones consagrados a Dios; fortalézcanlos con ayunos, reanímenlos con la meditación de la Palabra de Dios, la oración asidua y las obras de misericordia. Preocúpense siempre de las cosas del Señor y que su vida esté escondida con Cristo en Dios. Oren con insistencia y de todo corazón por la propagación de la fe y la unidad de los cristianos. Rueguen solícitamente al Señor por los matrimonios. Acuérdense también de aquellos que habiendo olvidado la bondad del Padre se apartaron de su amor; así, Dios misericordioso salvará con su clemencia a los que no puede salvar con su justicia.
Tengan presente que se han consagrado al servicio de la Iglesia y de todos los hermanos. En el ejercicio de su apostolado, tanto en la Iglesia como en el mundo, en el orden espiritual como en el temporal, que su luz brille ante los hombres para que el Padre del cielo sea glorificado, y así lleguen a ser realidad su designio de recapitular en Cristo todas las cosas. Amen a todos, especialmente a los necesitados; según sus posibilidades ayuden a los pobres, curen a los enfermos, enseñen a tos ignorantes, protejan a los niños, socorran a los ancianos, conforten a las viudas y a los afligidos.
Ustedes que a causa de Cristo han renunciado al matrimonio, serán madres espirituales cumpliendo la voluntad del Padre y cooperando con su amor a que numerosos hijos de Dios nazcan o sean restituidos a la vida de la gracia. Cristo, el hijo de la Virgen y Esposo de las vírgenes, será ya aquí en la tierra, su alegría y su recompensa, hasta que las introduzca en su Reino; allí, entonando el canto nuevo, seguirás al Cordero divino donde quiera que vaya.
Queridos hijos, estas hermanas nuestras que hoy recibirán de la Iglesia la consagración virginal, provienen del pueblo santo de Dios y de sus familias: son hijas, hermanas y amigas unidas a ustedes por la convivencia o el parentesco.
El Señor las llamó para unirlas más estrechamente a sí y consagrarlas al servicio de la Iglesia y de todos los hombres. Su consagración exigirá una mayor entrega para extender el Reino de Dios y las obligará a trabajar intensamente para que el espíritu cristiano penetre en el mundo. Piensen entonces el gran bien que realizarán y las incontables bendiciones que podrán obtener de Dios a favor de la santa Iglesia, la sociedad humana y sus familias, mediante sus oraciones y trabajos.
Ahora me dirijo a Ustedes, hijas queridas, y las exhorto impulsado más por el afecto que por la autoridad. La verdadera patria de la vida virginal que desean es el cielo; su fuente es Dios; porque es de Dios, como de una fuente purísima e incorruptible que mana este don sobre alguna de sus hijas, que a causa de su integridad virginal son consideradas por los antiguos Padres de la Iglesia como imágenes de la eterna incorruptibilidad de Dios.
El mismo Padre Todopoderoso, al llegar la plenitud de los tiempos, mostró en el misterio de la Encarnación del Señor cuánto ama la virginidad: eligió una Virgen en cuyo seno purísimo, por obra del Espíritu Santo, el Verbo se hizo carne y la naturaleza humana se unió con la divina, como el esposo se une a la esposa.
También el divino Maestro exaltó la virginidad, consagrada a Dios a causa del Reino de los cielos.
Con su vida, pero en especial con sus trabajos y predicación, y sobre todo con su misterio pascual, dio origen a la Iglesia que quiso fuera Virgen, Esposa y Madre: Virgen por la integridad de su fe; Esposa por su indisoluble unión con Cristo; Madre por la multitud de hijos.
Hoy, el Espíritu Paráclito, que por el agua vital del bautismo hizo de su corazón templo del Altísimo, por medio de mi ministerio, las enriquecerá con una nueva unción espiritual y las consagrará con un nuevo título a la infinita grandeza de Dios. Y también elevándolas a la dignidad de esposa de Cristo, las unirá con un vínculo indisoluble al Hijo de Dios.
Los Santos Padres y los Doctores de la Iglesia las designan con el sublime título de esposas de Cristo, título que es propio de la misma Iglesia. Prefigurando el Reino futuro de Dios donde nadie tomará marido ni mujer, son signo manifiesto de aquel gran sacramento que fue anunciado en los orígenes de la creación y llegó a su plenitud en los esponsales de Cristo con la Iglesia.
Hijas muy queridas: procuren entonces que su vida responda a esta vocación y dignidad. La Santa Madre Iglesia las considera como la porción elegida del rebaño de Cristo, y en ustedes, su fecundidad gloriosa se alegra y florece abundantemente. A imitación de la Madre de Dios, deseen ser y ser llamadas servidoras del Señor. Conserven íntegra la fe, mantengan firme la esperanza, acrecienten la caridad sincera. Sean prudentes y velen, para que el don de la virginidad no se corrompa por la soberbia.
Con el Cuerpo de Cristo renueven sus corazones consagrados a Dios; fortalézcanlos con ayunos, reanímenlos con la meditación de la Palabra de Dios, la oración asidua y las obras de misericordia. Preocúpense siempre de las cosas del Señor y que su vida esté escondida con Cristo en Dios. Oren con insistencia y de todo corazón por la propagación de la fe y la unidad de los cristianos. Rueguen solícitamente al Señor por los matrimonios. Acuérdense también de aquellos que habiendo olvidado la bondad del Padre se apartaron de su amor; así, Dios misericordioso salvará con su clemencia a los que no puede salvar con su justicia.
Tengan presente que se han consagrado al servicio de la Iglesia y de todos los hermanos. En el ejercicio de su apostolado, tanto en la Iglesia como en el mundo, en el orden espiritual como en el temporal, que su luz brille ante los hombres para que el Padre del cielo sea glorificado, y así lleguen a ser realidad su designio de recapitular en Cristo todas las cosas. Amen a todos, especialmente a los necesitados; según sus posibilidades ayuden a los pobres, curen a los enfermos, enseñen a tos ignorantes, protejan a los niños, socorran a los ancianos, conforten a las viudas y a los afligidos.
Ustedes que a causa de Cristo han renunciado al matrimonio, serán madres espirituales cumpliendo la voluntad del Padre y cooperando con su amor a que numerosos hijos de Dios nazcan o sean restituidos a la vida de la gracia. Cristo, el hijo de la Virgen y Esposo de las vírgenes, será ya aquí en la tierra, su alegría y su recompensa, hasta que las introduzca en su Reino; allí, entonando el canto nuevo, seguirás al Cordero divino donde quiera que vaya.
NOVIEMBRE 2021
I Domingo de Adviento, 28 de noviembre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Carlos Enrique Samaniego López, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
Estamos comenzando el Tiempo del Adviento. Adviento viene del latín adventus, que quiere decir “la venida”. Pero no se trata de cualquier venida, de cualquier persona, sino de la persona más importante. Se utilizaba la palabra adventus para hablar de la venida del Emperador que visitaba una comunidad. Adventus Divi aparece la inscripción de una moneda. Es la venida del dios, refiriéndose a la visita del Emperador Nerón a la ciudad de Corinto. Por eso los cristianos utilizaron esta palabra, para hablar del más importante, Nuestro Señor Jesucristo.
En el adviento, como ya lo hemos escuchado en otros años, vamos a vivir dos momentos. El primer momento vamos a recordar la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo, la Parusía, en griego, que también quiere decir la venida. Y lo proclamamos en el Credo: “y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”. Y la segunda parte del adviento, vamos a recordar la primera venida, que es fundamento para que esperemos. Porque, ¿quién es el que vendrá? El que ya vino primero en la carne, Nuestro Señor Jesucristo.
Por eso en esta primera parte del adviento, en que reflexionamos acerca de su segunda venida, hemos escuchado de algunas señales prodigiosas que van a aparecer antes de esta segunda venida, como signos precisamente que nos avisan que ya viene el Hijo del Hombre. Señales prodigiosas en el sol, en la luna, en las estrellas. Todo aquello que es tan firme, tan estable, se va a conmover. El sol se apagará; la luna perderá su resplandor; las estrellas se bambolearán; se oirá un ruido estruendo estruendoso del mar, de tal manera que todos estarán llenos de terror.
Pero cuando todas estas cosas sucedan, nos dice el evangelio, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación. Es ahí cuando vendrá el Hijo del Hombre en una nube. Va a venir como cabalgando las nubes que llenan de sombra, de terror, de temor a aquella población.
Estas lecturas ciertamente se refieren al fin de los tiempos. Pero también al fin de nuestro tiempo. No sólo se trata del fin del mundo, sino del mundo que están escuchando los oyentes de esta predicación. Ciertamente aquellos que escuchaban al Señor Jesús, vieron como Jerusalén fue derrumbada en el año 70, o algunos oyentes en el año 410, descubrieron como el Imperio Romano fue saqueado por los vándalos.
Y esta generación, la nuestra, también escucha esta palabra de Dios referida a su tiempo, a su mundo. Esta generación también está viendo signos portentosos. Estamos viendo como la pandemia también ha aniquilado a gran parte de la población. Lo importante ahora es ver que el Hijo del Hombre viene como cabalgando las nubes, como dominándolas. Viene lleno de poder, de potestad, de majestad, porque es el Señor de la vida que va a triunfar.
En las lecturas se nos invita a un comportamiento ante esta segunda venida, porque no sabemos el día ni la hora. ¿Cómo podemos estar preparados? En primer lugar, con vigilancia. Nos dice el evangelio: estén alerta, para que los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente, y aquel día los sorprenda desprevenidos. Por eso: Vigilancia.
El Papa Benedicto decía que vigilancia significa saberse bajo la mirada de Dios, y actuar en consecuencia. Y en segundo lugar otro comportamiento que podríamos nosotros tener ante la venida del Hijo de Dios, se trata de la solidaridad.
Dice la carta de san Pablo a los tesalonicenses: que el Señor los llene y los haga rebosar de un amor mutuo y hacia todos los demás, como el que yo les tengo a ustedes, de tal manera que este amor se manifieste en la solidaridad, en la compasión en estos momentos duros de la pandemia.
Vamos a pedirle al Señor que nos ayude, en primer lugar, a estar atentos, vigilantes, alejándonos de los vicios, la embriaguez y cualquier preocupación, y que nos encuentre solidarios ante nuestros hermanos, para su venida.
Que así sea
Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, 21 de noviembre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
En este día que celebramos a Cristo Rey, es el último día o el último domingo del tiempo ordinario. La iglesia quiere resaltar esta figura de Jesús, porque es una figura que nos ayuda a comprender como todo el tiempo, toda la historia tiene sentido cuando tiene a Cristo como su Rey. Así vamos terminando el año y vamos reconociendo la presencia de Jesús en esta figura de Cristo Rey.
Para meditar sobre ello, quisiera invitarlos a repasar algunas de las afirmaciones del evangelio; cuando Pilato le pregunta a Jesús ¿Qué es lo que has hecho? Jesús aprovecha la pregunta y dice algo que no tiene nada que ver con Pilato, él quiere hacer una afirmación clara “Mi reino no es de este mundo” algunos al escuchar esta afirmación de Jesús pudieran pensar… claro, su reino es celestial, su reino es de la eternidad; pero no tiene nada que ver con este mundo, pero eso no era lo que estaba afirmando Jesús, Él se había encarnado para transformar precisamente la historia.
No podía ser que ahora, al momento de dar su testimonio mayor en la cruz dijera “Mi reino no es de este mundo, de esta historia” Jesús no estaba diciendo eso; más bien estaba diciendo “Mi reino no es de este mundo en el que ustedes están viviendo”, este mundo que se guía por la violencia del más poderoso, este mundo que desprecia a los pobres y los descarta como si fueran cosas que se pudieran tirar, ese mundo en el que incluso en nombre de Dios se mata a los profetas, ese mundo en el que el placer y libertinaje eran aceptados, vistos entre los romanos, dice Jesús … en ese mundo yo no reino y después nos va a decir en qué mundo si quiere reinar.
Cuando un poco más adelante le dice Pilato ¿con que tú eres Rey? entonces Jesús va a aprovechar la pregunta de Pilato para decir que tipo de Rey o qué tipo de reino es Jesús en este mundo y Jesús contesta: Tú los has dicho, soy Rey, nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad.
Aquí es muy importante que comprendamos que cuando Jesús dice ser testigo de la verdad, no estamos hablando de las ideas; la palabra verdad para el judío, para el hebreo significaba la fidelidad de Dios. Él viene a ser testigo de que Dios es fiel y Dios es fiel porque actúa en la historia a favor de su pueblo; si se fijan lo que dice Jesús, en el fondo es “Yo soy Rey, pero Rey de la historia” que mi padre ha venido a construir en medio de ustedes, este Rey que puede decir: Bienaventurados los pobres, bienaventurados los que buscan la justicia, bienaventurados los que son perseguidos, bienaventurados los que tienen hambre ¿Por qué? porque su Rey ha llegado.
Entonces Jesús si es de este mundo, pero un mundo vivido desde la verdad de Dios; y la verdad de Dios es una verdad de amor, de misericordia y sobre todo de fidelidad. Cristo es Rey en medio de nuestra historia, porque es capaz de tomar nuestra historia que es débil y pecadora y llevarla a la eternidad; entonces la pregunta sería ¿en qué reino me encuentro yo? en el reino de Pilato y de aquellos religiosos, líderes religiosos que vivían de una manera violenta, ignorando al prójimo, descartando al débil con indiferencia hacia los demás; soy hijo de ese reino o quiero ser hijo del reino de Cristo en donde reina la fidelidad de Dios, en donde el prójimo es mi camino al cielo, en donde el pobre es bienaventurado porque hay quien lo consuele, en donde el que busca la justicia es bienaventurado porque en el nombre de Dios la va a encontrar, ¿de que reino quisiéramos ser nosotros?.
Hace tiempo en nuestro México hubo un movimiento social y político que quiso hacer a Dios a un lado completamente, pensaban que podían borrar la experiencia de Dios a los mexicanos y que podían borrar completamente la experiencia que la iglesia había forjado en medio de este pueblo de México; y entonces surgió un movimiento cristiano, católico; que se llamó los cristeros y se acuerdan ustedes cuál era su grito de batalla “Viva Cristo Rey”, es decir, queremos que Cristo siga reinando en nuestro México, queremos que Cristo siga reinando en nuestra vidas, en nuestras familias, en nuestras empresas, en nuestra manera de relacionarnos.
No tenemos otro Rey más que ese, no era una cuestión contraria al poder político, era una cuestión de fe, de encontrar este mundo, el mundo de Dios, la historia de salvación que se había escrito en nuestro país y que no podía borrarse. Esos cristeros nos deben recordad el día de hoy, la sangre derramada por ellos, nos debe recordar que no podemos sacar a Dios de la historia, que no podemos sacar a Dios de nuestro México, que no podemos sacar a Nuestra Madre santísima de nuestra vida como mexicanos y pensar que hemos encontrado un camino de felicidad, no hay camino de felicidad y de plenitud más claro, más seguro, más cierto que el que Jesús nos ha propuesto y el que nuestra Madre Santísima nos presenta a través de su hijo; ese queridos hermanos es nuestra misión, hacer presente con nuestras vidas el reinado de cristo.
Vuelvo a insistir, un reinado que comienza por reconocer en nuestro prójimo nuestro propio camino al cielo; vivir de tal manera que en nuestras vidas no haya descartados que podamos prescindir de ellos y pensar que podemos caminar felices al cielo, hacer a un lado de nuestras vidas la violencia como solución a nuestros problemas, hoy que padecemos de tanta violencia debemos tener cuidado, la violencia no se vence con violencia, Cristo nos lo enseñó en la cruz, se vence con amor y tenemos que ir a convencer los corazones que han optado por el camino de la violencia y decirles Cristo te ama y no encontrarás otro camino a la felicidad más que el camino que Cristo te ha marcado.
Eso queridos hermanos y hermanas es la gran labor que tienen ustedes como laicos, hoy celebramos como decía al principio, el día del laico y el laico es el que camina en medio de la historia en todas las experiencias ordinarias, haciendo la diferencia; porque ha renunciado a que su Rey sea el dinero, ha renunciado a que su Rey sea el placer, ha renunciado a que su Rey sea la violencia, la indiferencia y ha dicho en mi vida vivirá Cristo como mi Rey.
Y quiero que Él reine en sus valores, su propuesta del crucificado, de amor y misericordia, ese quiero que reine en mi casa, en mi trabajo, en mis relaciones lúdicas o de descanso, en mi compromiso social.
Cuando así lo hagamos, cuando quienes creemos en Nuestra Madre Santísima que nos ha traído a su hijo y aceptemos que ella es Nuestra Madre y su hijo Nuestro Rey, cuando lo vivamos en cada momento de nuestra vida; yo les aseguro que nuestro México cambiará.
Hoy necesitamos de súbditos, fieles a este Rey, que si viene a transformar este mundo; pero no lo quiere transformar como los violentos, como muchos otros lo quieren transformar a raíz de la fuerza y el poder.
La transformación de nuestro México está en manos de Cristo que nos dice “Amen, dialoguen, reconcíliense y sepan que en cada uno de ustedes, no importa como estén pensando, como quieran vivir sus vidas, en cada uno de ustedes, yo quiero ser amado”.
Que Nuestra Madre Santísima, nos ayude a cada uno de nosotros a ser fieles a su hijo y a vivir a Cristo Rey como el Rey de nuestra vidas.
Que así sea.
XXXIII Domingo Ordinario, 14 de noviembre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá”.
Con estas palabras hoy Jesús recuerda que la vida del Universo, y en particular de la Tierra tendrá un final, lo que hemos llamado “final de los tiempos”. Ante estas predicciones de Jesús a lo largo de todas las generaciones, que nos han precedido, las han recibido siempre con temor, con inquietud y zozobra. Sin embargo Jesús no intenta amedrentarnos sino más bien tomar conciencia, que tanto el Universo como la Humanidad han tenido un principio y tendrán un final. De la misma manera que sucede con nosotros que nacemos y morimos, y es lo más cierto, ya que se constata todos los días al despedir a nuestros hermanos que nos van precediendo.
La Creación entera ha tenido un principio y tendrá un final, de la misma manera que cada uno de nosotros conoce cuando nació, pero ignora cuando morirá. Lo que también hemos aprendido es que la mayor prolongación de la vida o su brevedad depende en buena medida de nosotros. Así llegamos a ser conscientes de la importancia del cuidado de la salud, de la manera de comportarnos, de los riesgos o peligros que debemos afrontar con cautela y prudencia.
Respecto de la Creación, es decir, de la duración de nuestra Casa común debemos también aprender que su prolongación o su término depende del cuidado que tengamos. El ser humano es la única criatura que puede romper los ritmos y la indispensable relación y el equilibrio de los ecosistemas y biomas, ellos cumplen perfectamente su función, y le dan así una constante sustentabilidad a la tierra.
Hoy tenemos información suficiente de la degradación, que viene padeciendo nuestra Casa común, provocado por la explotación de los recursos naturales sin control ni límites, ha llegado a un punto de resquebrajamiento de los ciclos ecológicos que pone en grave riesgo la sustentabilidad de la tierra. Es lo que llamamos “Cambio climático”.
Por eso, viene muy oportuna la recomendación de Jesús: “Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta”.
Haciendo eco a esta necesaria interpretación de los acontecimientos, el Papa Francisco lanzó hace 6 años la Encíclica “Laudato Si´”. En ella advierte la urgencia de propuestas y acciones de todos los pueblos para respetar los ciclos de la naturaleza, ya que lamentablemente se ha fracturado y acelerado el deterioro de los ecosistemas.
El Papa Francisco afirma en el No. 75: “Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, «en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza».
También hace una serie de denuncias muy valientes como leemos en el No. 105: “El ser humano no es plenamente autónomo. Su libertad se enferma cuando se entrega a las fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de la violencia. En ese sentido, está desnudo y expuesto frente a su propio poder, que sigue creciendo, sin tener los elementos para controlarlo. Puede disponer de mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le falta una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y lo contengan en una lúcida abnegación”.
En la misma línea afirma: “No hay ecología sin una adecuada antropología. Cuando la persona humana es considerada sólo un ser más entre otros, que procede de los juegos del azar o de un determinismo físico, «se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad»… No puede exigirse al ser humano un compromiso con respecto al mundo si no se reconocen y valoran al mismo tiempo sus capacidades peculiares de conocimiento, voluntad, libertad y responsabilidad”.
En este espíritu descubramos la relevancia de la Jornada Mundial del Pobre, que hoy celebramos desde hace 5 años, promovida por el Papa Francisco para orientar nuestra preocupación por los marginados y necesitados, y que lamentablemente suelen ser los más afectados por las catástrofes climáticas.
“El Evangelio de Cristo impulsa a estar especialmente atentos a los pobres y pide reconocer las múltiples y demasiadas formas de desorden moral y social que generan siempre nuevas formas de pobreza…Un mercado que ignora o selecciona los principios éticos crea condiciones inhumanas que se abaten sobre las personas que ya viven en condiciones precarias. Se asiste así a la creación de trampas siempre nuevas de indigencia y exclusión, producidas por actores económicos y financieros sin escrúpulos, carentes de sentido humanitario y de responsabilidad social” (JMP No. 5).
La humanidad entera somos responsables del cuidado de la Creación, somos los únicos seres que podemos dañarla o protegerla. Por ello es indispensable generar la conciencia de nuestra responsabilidad colectiva como administradores de nuestra Casa común.
Escuchando la voz de Dios aprenderemos el camino de la vida. Hoy en la primera lectura el Profeta Daniel señala: “Los guías sabios brillarán como el esplendor del firmamento, y los que enseñan a muchos la justicia, resplandecerán como estrellas por toda la eternidad”. Por tanto, la Sabiduría y la Justicia son dos virtudes para responder positivamente a nuestra responsabilidad, y garantizarnos que al final de nuestras vidas despertemos a la vida eterna y libremos el eterno castigo.
Respondamos con presteza para promover la conciencia y amor por los más pobres y demos testimonio de nuestro compromiso, cuidando el medio ambiente y respetando los ciclos de la naturaleza. Pongamos nuestra disposición en manos de Nuestra Madre, María de Guadalupe y aprendamos de su amor por los más pequeños y necesitados, siguiendo su ejemplo cuando abrió su corazón y actuó en favor de San Juan Diego, y de su tío Bernardino.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados. Ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa con los más afectados por el cambio climático y para hacer frente a las consecuencias de la pandemia mundial; haznos valientes para promover los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, generosamente salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Ayúdanos a caminar juntos y vivir la sinodalidad en la escucha recíproca y en el discernimiento en común, para ser testigos del amor de Dios, como tú lo has sido con nosotros.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
XXXII Domingo Ordinario, 7 de noviembre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de largos rezos. Estos recibirán un castigo muy riguroso”.
Con estas duras palabras Jesús enseñaba a la gente a no dejarse seducir por las apariencias, a saber descubrir que la dignidad de una persona no consiste en la elegancia del vestido, ni en detentar puestos de honor, tampoco en ser invitados a un banquete relevante. También nos invita a detectar a los auténticos maestros de la oración y pedagogos eficientes, que en verdad busquen nuestro bien y no en aprovecharse de nuestra generosidad.
Para este propósito es fundamental aprender a mirar el corazón, el interior de una persona. Por ello, inmediatamente Jesús señala como ejemplo el testimonio de una pobre mujer que da todo lo que tiene: «Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
Mediante este señalamiento Jesús indica la importancia de educarnos para adquirir el hábito característico, de quienes queremos ser sus discípulos: la generosidad. La vida que hemos recibido es un don; la Casa Común y todos los recursos de la naturaleza son regalo del Creador, nuestra condición de ser hijos de Dios y la promesa de la vida eterna son una muestra de la generosidad divina. La generosidad, por tanto, es una expresión del Amor.
Por esta razón es muy importante educar nuestro corazón, que naturalmente está creado para la compasión. Es una responsabilidad personal el educar nuestro corazón, nuestro interior, de nosotros depende que se endurezca o que sea generoso.
Esta enseñanza la vemos reflejada también en la primera lectura del primer libro de los Reyes. El profeta Elías de camino para cumplir su misión al entrar a una población expresa la necesidad de beber y de comer a una pobre viuda, quien accedió a compartir lo poco que tenía para ella y su hijo. Admirablemente ese poco no se acabó, y los sostuvo el tiempo necesario para sobrevivir: “Entonces ella se fue, hizo lo que el profeta le había dicho y comieron él, ella y el niño. Y tal como había dicho el Señor por medio de Elías, a partir de ese momento ni la tinaja de harina se vació, ni la vasija de aceite se agotó”.
Además de la enseñanza sobre la generosidad, el texto expresa la importancia de aprender a obedecer la voluntad de Dios y cumplir lo mandado; así seremos testigos en primera persona de las maneras inéditas e inesperadas, en que recibimos la ayuda divina para salir adelante en la vida. Lo cual avanzará y desarrollará nuestra fe, crecerá nuestra esperanza y viviremos la caridad de forma genuina y espontánea.
Sin embargo, bien sabemos lo frágiles que somos, la facilidad con la que rompemos nuestras promesas, y la dificultad que en determinados tiempos de estrechez nos cuesta desprendernos de algo que necesitamos. Este condicionamiento de nuestra naturaleza lo podremos superar si nos dejamos ayudar, si ponemos nuestra confianza en quien siempre está dispuesto a fortalecernos, a perdonarnos, y a acompañarnos para reiniciar nuestros buenos propósitos.
¿Quién es esa persona? Sin duda alguien que ha manifestado en plenitud su amor por mí. Por esta razón encontramos en la segunda lectura de la Carta a los Hebreos a Jesucristo como mediador para garantizar la ayuda de Dios y vencer al mal: “Cristo no tuvo que ofrecerse una y otra vez a sí mismo en sacrificio, porque en tal caso habría tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo. De hecho, él se manifestó una sola vez, en el momento culminante de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo”.
Asumió nuestra condición humana para mostrarnos desde nuestra misma experiencia de la vida terrena, cómo afrontar las situaciones de injusticia, de persecución, de tormento, y de muerte. Entregó su vida hasta el extremo de morir en la cruz. El velo que cubre la vida verdadera la manifestó con la Resurrección.
Todo esto lo hizo de una vez para siempre, y su entrega lo convirtió en el mediador eficaz para recibir nosotros la misma ayuda que él tuvo en su paso terrenal, el acompañamiento del Espíritu Santo.
Quizá alguno se preguntará: ¿Por qué Jesucristo es un mediador perfecto entre Dios y los hombres? ¿Por qué le bastó entregar su vida una sola vez?
Porque al resucitar regresó a su condición de Hijo de Dios, decimos en el Credo, está sentado a su derecha. Con esta expresión se manifiesta la autoridad que tiene para hablar con Dios Padre, para actuar en su nombre, y para cumplir su palabra: “Yo estaré siempre con ustedes”.
Un mediador que a la vez es Juez y es uno de nosotros, es decir tiene el poder y la autoridad divina, y conoce a fondo nuestra condición humana, puede intervenir siempre en favor nuestro. Como lo expresa Jesús: “les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes. Pero si me voy, lo enviaré” (Jn16,7). Y hoy respondimos cantando en el Salmo: “El Señor siempre es fiel a su palabra”.
Preguntémonos: ¿Qué mueve esta Palabra de Dios en nuestro interior? ¿Me siento respaldado y decidido a seguir a Jesús como buen discípulo? Si alguno todavía desconfía, mire a Nuestra Madre, María de Guadalupe y recuerde sus palabras a San Juan Diego: ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? Ella fue la discípula ejemplar de su hijo Jesús. Por eso también a ella la invocamos y la amamos para pedirle que seamos fieles discípulos de su Hijo.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes y generosos para promover los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, expresemos nuestra generosidad, saliendo en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Ayúdanos a caminar juntos y vivir la sinodalidad en la escucha recíproca y en el discernimiento en común, para ser testigos del amor de Dios, como tú lo has sido con nosotros.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
OCTUBRE 2021
XXXI Domingo Ordinario, 31 de octubre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Hermanos: Durante la antigua alianza hubo muchos sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer en su oficio. En cambio, Jesús tiene un sacerdocio eterno, porque él permanece para siempre”.
El Sacerdocio de Jesucristo es eterno porque el Hijo de Dios, fue enviado por Dios Padre para encarnarse, y asumir en su persona nuestra frágil condición humana. Así realizó la tarea de mediador perpetuo entre Dios y la humanidad. En ella unió a Dios y a todo ser humano, que quiera relacionarse con Dios. “No necesita, como los demás sacerdotes, ofrecer diariamente víctimas, primero por sus pecados y después por los del pueblo, porque esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo”.
Jesús entregó su vida sirviendo y manifestando el amor de Dios Creador, y revelando así la naturaleza del verdadero Dios Trinidad, que siendo tres personas distintas son un solo Dios. Esa comunión se mantiene eternamente en el amor.
Entonces, ¿qué hacen los sacerdotes católicos, y por qué los necesitamos si mueren igual que los antiguos sacerdotes? Para responder esta pregunta es necesario recordar que el Sacerdocio de Cristo tiene dos dimensiones, como bien lo expresó en su momento el Concilio Vaticano II: El sacerdocio común y el sacerdocio ministerial. Por el Sacerdocio común recibimos el beneficio de la reconciliación y el don de ser aceptados como hijos de Dios para participar de su santidad. En cambio el Sacerdocio ministerial es para servir a todo ser humano, actualizando cuantas veces sea necesario, la mediación de Jesucristo, Redentor y Santificador.
El Sacerdocio de Cristo, consistió en la ofrenda existencial de Jesús mediante la entrega de su vida: proclamando e iniciando el Reino de Dios en la tierra, asumiendo la muerte en Cruz, y al ser resucitado por Dios Padre quedó de manifiesto, que todo ser humano que siga su ejemplo, participará eternamente de la vida divina. La Eucaristía ofrece la Palabra de Dios y la oportunidad de presentar nuestras acciones, proyectos, y necesidades para ser fortalecidos, y así asumirlos con la confianza de ser acompañados por el Espíritu Santo para llevarlos a término.
La misa no repite el sacrificio de Cristo, sino lo actualiza para beneficio de todos los participantes. Por tanto, el Sacerdocio ministerial sirve a los fieles, ofreciendo la oportunidad a todo bautizado de unir su propia ofrenda existencial a la de Cristo; y por el Sacerdocio Común reciben el Beneficio de la redención: es decir, reciben el perdón de sus pecados, la gracia de renovar su ser de discípulo y de fortalecer su espíritu para servir a sus hermanos los hombres sin distinción alguna. Son dos dimensiones distintas del mismo Sacerdocio pero complementarias.
Sin embargo el Sacerdocio ministerial no se limita al servicio litúrgico, expresión central de la vida de fe; sino también desarrolla la conducción de la comunidad parroquial en el ámbito profético, es decir alimenta la fe de los fieles, ayudando a interpretar los signos de los tiempos; y en el ámbito social, promoviendo la acción socio-caritativa en favor de los más necesitados.0
La conducción pastoral de la comunidad cristiana necesita de pastores que favorezcan la apertura de espacios para la participación de los fieles, que reunidos en la fe, disciernan lo que el Espíritu del Señor pide a la Iglesia.
El primer paso a dar es el conocimiento de los mandamientos de la ley de Dios, para adecuar nuestra conducta a su cumplimiento. Así lo hizo Dios en la primera etapa de la historia de la salvación al elegir a un pueblo, el de Israel, y dándoles a conocer esos mandamientos, que regulan la buena relación entre los miembros de una comunidad.
Moisés fue el profeta y líder elegido por Dios para realizar el servicio de la conducción de la comunidad como lo recuerda la primera lectura de hoy: “habló Moisés al pueblo y le dijo: Teme al Señor, tu Dios, y guarda todos sus preceptos y mandatos que yo te transmito hoy, a ti, a tus hijos y a los hijos de tus hijos. Cúmplelos siempre y así prolongarás tu vida. Escucha, pues, Israel: guárdalos y ponlos en práctica, para que seas feliz y te multipliques. Así serás feliz, como ha dicho el Señor, el Dios de tus padres, y te multiplicarás en una tierra que mana leche y miel”.
Los mandamientos son un primer paso fundamental para conducirnos en la vida conforme a la voluntad de Dios. A partir de ellos es necesario recordar la indicación que hoy Jesús ha señalado: al cumplir los mandamientos lo debemos hacer “amando a tu prójimo como a ti mismo”.
Sin embargo no basta la respuesta personal de cada individuo, sin duda es indispensable, pero se necesita además la conjugación de los esfuerzos personales en una acción comunitaria y eficiente para animar a los débiles, levantar a los caídos, sobrellevar las cargas de los enfermos y de los inválidos, auxiliar a los niños y jóvenes, a los indigentes, migrantes, y reclusos, y cuidar de los adultos mayores y de los ancianos. Esto lo facilita el ejercicio de la sinodalidad.
A la par de estas acciones será más fácil transmitir los valores a las nuevas generaciones, respondiendo a sus inquietudes, y animándolos a desarrollar sus iniciativas, ofreciéndoles la confianza de quien por años ha hecho camino al andar.
No debe faltar la promoción de la experiencia de la oración para desarrollar la relación personal y comunitaria con Dios, y expresarle con gratitud la respuesta que hoy cantamos en el Salmo: “Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza, el Dios que me protege y me libera”. Aprender a sentirse amado por el Dios que te ha creado, y que ha enviado a su Hijo para mostrar el inmenso amor que nos tiene, y establecerlo como nuestro permanente mediador. Proceso que se inicia y se culmina en la participación de la Eucaristía, especialmente los domingos.
Nuestra Madre, María de Guadalupe es un modelo a seguir, y ella puede auxiliarnos a dar los pasos necesarios para recorrer nuestro camino en la vida de la mano de su Hijo Jesús. Pidámosle su ayuda por la confianza que le tenemos por ser ella la Madre de la Iglesia, es decir, Nuestra Madre.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Ayúdanos a caminar juntos y vivir la sinodalidad en la escucha recíproca y en el discernimiento en común, para ser testigos del amor de Dios, como tú lo has sido con nosotros.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
XXX Domingo Ordinario, o Domingo Mundial de las Misiones, 24 de octubre de 2021

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Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Dios, nuestro Salvador,… quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad, porque no hay sino un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre él también, que se entregó como rescate por todos”.
San Pablo fue el apóstol de los gentiles, es decir el que abrió la iglesia naciente a todos los que no pertenecían al pueblo judío. Con una preclara inteligencia entendió que la misión de Jesús era universal. Por ello, señala que Israel era el pueblo elegido por Dios, había sido llamado para ser el primero y el que recibiría al Mesías esperado, para eso lo había preparado Dios Padre, para el momento histórico de la Encarnación de Dios Hijo; sin embargo la elección de un pueblo no era para privilegiarlo por encima de los demás, sino para que transmitiera el mensaje salvífico a toda la humanidad, como lo habían anunciado varios de los Profetas del Antiguo Testamento.
Por eso San Pablo recuerda a su discípulo Timoteo: “Él dio testimonio de esto a su debido tiempo y de esto yo he sido constituido, digo la verdad y no miento, pregonero y apóstol para enseñar la fe y la verdad. Quiero, pues, que los hombres, libres de odios y divisiones, hagan oración dondequiera que se encuentren, levantando al cielo sus manos puras”.
San Pablo recomienda a su discípulo la necesidad de la oración para toda actividad apostólica, y señala que debemos pedir por todos e invitar a todos a dirigirnos a Dios para recibir su ayuda en nuestras responsabilidades personales y comunitarias.
El hombre de oración constante abre su corazón y su mente a Dios, y dispone su inteligencia y voluntad para hacer el bien. El hábito de la oración facilita descubrir la mano de Dios después de la actividad, y la fortaleza interior que va desarrollando en él, y obteniendo la luz necesaria para afrontar cualquier adversidad y para dar testimonio ante los demás del beneficio de la oración.
El Evangelio de hoy narra cómo Jesús al caminar entre la gente, escucha y atiende a quien pide compasión, y necesita ayuda: “Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!.. Jesús se detuvo… y dijo: «Llámenlo». Y llamaron al ciego, diciéndole: ¡Ánimo! Levántate, porque él te llama. El ciego tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús. Entonces le dijo Jesús: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que pueda ver. Jesús le dijo: Vete; tu fe te ha salvado. Al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino”.
Qué importante es salir, caminar, y pasar; y no quedarnos encerrados, en la comodidad del hogar. Jesús inició así una nueva manera de ser Rabí, de ser maestro, no se quedó ni en su hogar de Nazaret, ni limitó transmitir su enseñanza solo en la sinagoga; sus aulas fueron los caminos entre los pueblos, propiciando el encuentro. Encuentros para descubrir y conocer la situación de los más necesitados de ayuda, y a partir de esos encuentros enseñaba. Combinó así las enseñanzas y la puesta en práctica de esas enseñanzas. Con ello manifestó la manera mediante la cual Dios está presente en la vida diaria de cada uno de nosotros.
Como discípulos de Jesús Maestro, estamos llamados a seguir su ejemplo. Hoy Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), iniciamos en la APM la Megamisión 2021 bajo el lema: “La caridad, el corazón de la Misión”, y concluirá el Domingo 21 de noviembre en la Solemnidad de Cristo Rey.
Uniremos así las citas bíblicas elegidas por el Santo Padre, el Papa Francisco, en los respectivos mensajes para las Jornadas Mundiales por las Misiones: “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hc 4,20), y el de la de la V Jornada Mundial por el Pobre: “A los pobres los tienen siempre con ustedes” (Jn 12,8). Señalada esta última para el Domingo 14 de noviembre.
Invito especialmente a los jóvenes a participar en la Megamisión 2021, en el espíritu de la Jornada Mundial de la Juventud, la que ha pedido el Papa Francisco se prepare en cada Diócesis el Domingo 21 de noviembre, animándola con la cita bíblica: «¡Levántate! Te hago testigo de las cosas que has visto» (cf. Hch 26,16).
De manera que misionando, ayudando al pobre, y participando los jóvenes, la Megamisión tendrá una triple motivación, que sin duda dejará una huella significativa en cada participante, al ayudar a quienes tienen sed de Dios y a quienes necesitan del pan para vivir dignamente.
Será una oportuna ocasión para mostrarnos cercanos con los hermanos de nuestras propias comunidades parroquiales, que pasan por alguna necesidad y auxiliando a los grupos más sensibles: personas con capacidades diferentes, indigentes, y reclusos, o colaborando a dignificar los ambientes de salud, pobreza y ecología, y sensibilizando a nuestro pueblo en la responsabilidad de cuidar nuestra Casa común, nuestro planeta.
Aprovechemos este tiempo especial de gracia para impulsar y vivir en comunión y sinodalidad la acción socio-caritativa; apoyados desde las Cáritas parroquiales y otras instancias pastorales, a fin de responder al amor de Dios.
Las acciones de amor y caridad son una experiencia que toca el corazón tanto al que las practica, como al que recibe su beneficio. Al finalizar este mes de acción misional y socio-caritativa podremos exclamar como el Profeta Isaías: “Griten de alegría por Jacob, regocíjense por el mejor de los pueblos; proclamen, alaben y digan: ‘El Señor ha salvado a su pueblo, al grupo de los sobrevivientes de Israel”.
Manifestemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe nuestra disponibilidad sea para orar por los misioneros sea para participar entusiastamente en la Megamisión, como Iglesia en Salida, y pidámosle nos fortalezca recordando su testimonio de misionera, al haber venido a nuestras tierras para darnos a conocer a su Hijo Jesucristo, Nuestro Señor, el verdadero Dios por quien se vive.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Ayúdanos a caminar juntos y vivir la sinodalidad en la escucha recíproca y en el discernimiento en común, para ser misioneros como tú lo has sido con nosotros.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
XXIX Domingo Ordinario, 17 de octubre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Se acercaron a Jesús Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dijeron: Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte. Él les dijo: ¿Qué es lo que desean? Le respondieron: Concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria. Jesús les replicó: No saben lo que piden. ¿Podrán pasar la prueba que yo voy a pasar y recibir el bautismo con que seré bautizado? Le respondieron: Sí podemos”.
Ojalá que también nosotros tengamos la decisión firme, como Santiago y Juan, que efectivamente entregaron sus vidas por la causa del Evangelio, incluso hasta la muerte sufrida en el martirio, siguiendo el camino de entrega de la vida, como Jesucristo lo hizo al ser crucificado.
Recordemos también lo que hoy escuchamos en la segunda lectura: “En efecto, no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado. Acerquémonos, por tanto, con plena confianza al trono de la gracia, para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno”.
Muchas veces sin duda viene a nuestra mente el cuestionamiento del por qué Dios se queda impasible y en silencio ante la multiplicación del mal en el mundo. Ciertamente nuestra mirada es muy limitada, somos miopes y no alcanzamos a ver más allá de los años siguientes, y nos preocupa habitualmente solo el presente y el futuro inmediato.
Además nos cuesta mucho trabajo aprender del pasado, y proyectar y comprometernos para un futuro, que consideramos difícil de alcanzar, e incluso muchas veces, cuando advertimos que no nos tocará disfrutar del fruto de nuestros esfuerzos, dejamos de colaborar en bien de la nuevas generaciones.
Esta mirada corta, por la misma brevedad de la vida, nos dificulta comprender el mal en el presente. Por esta razón Dios Padre envió a su Hijo al mundo para que asumiera la condición humana y proyectara en su conducta el camino a seguir ante la presencia del mal, y el sufrimiento en general. Este es el bautismo al que se refiere Jesús a la pregunta de Santiago y Juan: ¿Podrán pasar la prueba que yo voy a pasar y recibir el bautismo con que seré bautizado?
En la mística cristiana del sacrificio redentor podremos entender la profecía de Isaías, que la Iglesia ve cumplida en Jesucristo: “El Señor quiso triturar a su siervo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá a sus descendientes, prolongará sus años y por medio de él prosperarán los designios del Señor. Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará; con sus sufrimientos justificará mi siervo a muchos, cargando con los crímenes de ellos”.
El mal y los sufrimientos que origina son propiciados porque Dios nos creó en y para la libertad, condición indispensable para aprender a amar, porque nos creó con la capacidad para entender, valorar y compartir la vida divina, la vida de Dios Trinidad, que es la vida del amor, que se caracteriza por actuar siempre buscando el bien de los demás por encima del bien personal.
Por eso la advertencia de Jesús a sus discípulos: “Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos”.
El proceso sinodal que hoy formalmente iniciamos todas las Diócesis del mundo es la oportunidad para aprender a servir juntos, recogiendo nuestras experiencias de vida, compartiéndolas y fortaleciéndonos para vivir acordes a nuestra vocación como hijos de Dios, integrándonos como una familia, y siguiendo el ejemplo de Jesucristo, de dar nuestra vida por la redención de la humanidad.
El aprendizaje del amor ningún ser humano lo adquiere solo, individualmente, por que dicho aprendizaje exige superar el egoísmo y aprender a vivir para servir y ayudar a los prójimos. Nuestras relaciones deben conducirse en libertad personal y del otro, superando la manipulación, y siempre actuando con sinceridad, honestidad y transparencia de nuestras reales intenciones. El engaño y la mentira rompen siempre el proceso de este aprendizaje. Si caemos en estas situaciones, debemos reconocer nuestros errores y pedir perdón a Dios y a quien hayamos afectado.
Ciertamente el mal y sus consecuencias nunca son deseables, pero afrontándolas unidos en la fe, fortalecidos en la esperanza al caminar juntos, y sinodalmente practicando la caridad como fieles discípulos y apóstoles de Jesucristo, experimentaremos la asistencia del Espíritu Santo, y constataremos que Dios nunca abandona a sus hijos. En la APM lo estamos promoviendo en las comunidades parroquiales con los fieles del territorio correspondiente, también en las comunidades religiosas, en los movimientos apostólicos, en las asociaciones y fraternidades católicas.
Es importante recordar que la Sinodalidad es el método para caminar juntos y tiene tres pasos fundamentales: Escucha recíproca, Discernimiento eclesial y Presentación de las propuestas consensadas a la autoridad eclesial en su correspondiente nivel. Expresaremos así nuestras necesidades y los posibles caminos de superación. Ciertamente este proceso será un factor determinante para impulsar la anhelada renovación de la Iglesia, haciéndola capaz de auxiliar a los fieles para aprender a responder satisfactoriamente a los desafíos de nuestro tiempo, y así renazca el gozo de ser cristianos y la esperanza de edificar la civilización del amor.
Los invito a poner en manos de Nuestra querida Madre, María de Guadalupe nuestra confianza, para que los procesos sinodales en todas las Diócesis logren renovarlas, y convertirlas en la Iglesia en comunión, por la que entregó su vida, su amado hijo Jesús.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Ayúdanos a caminar juntos y vivir la sinodalidad en la escucha recíproca y en el discernimiento en común, para ser una Iglesia en comunión.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
XXVIII Domingo Ordinario, 10 de octubre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“La palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón. Toda creatura es transparente para ella. Todo queda al desnudo y al descubierto ante los ojos de aquel, a quien debemos rendir cuentas”.
La Palabra de Dios es viva y está personalizada por Jesucristo, Él es la voz de Dios Padre, es la voz que necesitamos escuchar, si queremos reconocernos como discípulos de Jesucristo, caminar en la verdad y obtener la vida eterna. Hay dos instancias para escuchar la Voz de Dios, una es la Sagrada Escritura, es decir la Biblia, y especialmente los Evangelios, que son el faro de luz para interpretar el resto de los libros bíblicos, especialmente los del Antiguo Testamento. La segunda instancia son los Signos de los Tiempos, es decir, a partir de lo que sucede, interpretar los acontecimientos para descubrir, con la ayuda de los Evangelios, qué nos dice Dios a través de los hechos.
Una vez escuchada la voz de Dios y sus repercusiones en nuestro interior, hay que compartirlos con otros discípulos de Cristo, en la propia familia, en algún grupo parroquial o movimiento apostólico. Es un paso crucial para realizar un buen discernimiento, y llegar a decisiones y proyectos de vida en obediencia a la voz de Dios.
Este camino eclesial conduce ágilmente y con gran alegría, a la puesta en práctica de las decisiones. La persona se ve motivada y acompañada no solo con quienes ha compartido el discernimiento, sino especialmente por sentir la fuerza del Espíritu Santo en la puesta en práctica de sus decisiones y en los resultados de su experiencia de vida.
En realidad éste es el camino de la sinodalidad, que con gran insistencia ha señalado el Papa Francisco, para que lo promovamos en todos los niveles de la Iglesia. Sin ninguna duda este proceso sinodal renovará a la Iglesia para hacerla atractiva y convincente, mediante el testimonio de los fieles cristianos que desarrollarán un excelente camino espiritual.
¿Cuál puede ser el detonante para que nosotros nos veamos atraídos y de manera firme y constante llevemos a cabo este recorrido? El evangelio de hoy ofrece una respuesta en el diálogo entre el joven rico y Jesús. La misma narración presenta a un joven, que desde niño ha sido formado en el conocimiento de la Ley de Dios y sus mandamientos que ha cumplido cabalmente, y que ahora se ha sentido atraído por la persona de Jesús y por ello le expresa su inquietud.
Con esta información suponemos que el joven no se sentía del todo pleno en su vida y quería saber qué más hacer. Cuando Jesús le propone que deje todo y lo siga, el joven declinó la invitación, pues era muy rico y seguramente pensaba que esas riquezas le garantizaban su bienestar. Finalmente el joven se alejó y decidió no seguir a Jesús.
Jesús no oculta su tristeza ante la renuncia del joven rico, y expresa abiertamente la dificultad tan grande de superar el apego a las riquezas materiales: “Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios!”.
El joven rico conocía desde niño los 10 mandamientos, y normaba su conducta para cumplir con ellos. A este proceso lo llamamos Conversión personal, que consiste en la adecuación de la conducta a los Mandamientos de la ley de Dios. Pero hoy la Iglesia señala con diáfana claridad que necesitamos además la Conversión pastoral; es decir, creer que Jesús es la presencia del Reino de Dios, y por esta razón aceptarlo como Maestro y decidir ser su discípulo, para tener en cuenta su modo de vivir y practicar su doctrina en comunión y unidad con la Iglesia, comunidad de discípulos y cuerpo de Cristo.
La Conversión pastoral nos conduce para descubrir la importancia y la manera de poner a Jesucristo en el centro de nuestra vida. Por este sendero obtendremos la plenitud anhelada de encontrarnos con Dios, Nuestro Padre misericordioso, que nos creó y nos ama entrañablemente.
Es ésta la manera para obtener la sabiduría que hoy exalta la primera lectura como la riqueza mayor que puede adquirir el ser humano, como la piedra preciosa que sobrepasa con creces a todos los demás bienes:
“Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino sobre mí el espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza. No se puede comparar con la piedra más preciosa, porque todo el oro, junto a ella, es un poco de arena y la plata es como lodo en su presencia. La tuve en más que la salud y la belleza; la preferí a la luz, porque su resplandor nunca se apaga. Todos los bienes me vinieron con ella; sus manos me trajeron riquezas incontables.”.
Esta mañana el Santo Padre ha celebrado la apertura de los procesos sinodales diocesanos hacia el Sínodo a celebrarse en octubre de 2023 en el Vaticano. El próximo domingo, 17 de octubre, cada Obispo celebrará en su Diócesis el inicio de dicho proceso sinodal.
La primera fase consiste en ponernos a la escucha de todo el Pueblo de Dios, sin excluir a nadie, y con particular atención para involucrar también a los más alejados y que son consultados con mayor dificultad. Pero que ciertamente hemos conocido sus críticas o sus objeciones sobre el proceder de la Iglesia y que debemos recoger esos pareceres para discernir a la luz de la Palabra de Dios, lo que tenemos que corregir en nuestras actitudes y manera de relacionarnos con los demás.
Confiemos en Dios y pidámosle que este proceso sinodal, en un sentido de renovada comunión, ayude a todas las Diócesis del mundo para afrontar los grandes desafíos de nuestro tiempo. Pongamos en manos de nuestra Madre, María de Guadalupe esta súplica en beneficio de todos sus hijos que integramos la Iglesia.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Ayúdanos a caminar juntos y vivir la sinodalidad en la escucha recíproca y en el discernimiento en común, para ser misioneros como tú lo has sido con nosotros.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
XXVII Domingo Ordinario, 3 de octubre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“El Señor Dios formó de la tierra todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo y los llevó ante Adán para que les pusiera nombre y así todo ser viviente tuviera el nombre puesto por Adán”.
El ser humano es quien tiene delegada, por Dios Creador, la administración de la Naturaleza, el cuidado de la Casa Común. A los animales los creó dándoles instintos pero no inteligencia, a los vegetales y a los minerales les dejó funciones perfectas para que cumplieran cabalmente su función, y así la Creación entera por sí misma tuviera garantizada la indispensable sustentabilidad.
Pero no solamente acompañan al hombre los animales y la naturaleza de los campos y de los bosques, de los mares y de los ríos, con toda su fecundidad, sino quiso que el ser humano tuviera alguien que compartiera de manera horizontal y en las mismas condiciones de relación y entendimiento, la administración de la Casa común; así decidió crear a la mujer: “De la costilla que le había sacado al hombre, Dios formó una mujer… Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola cosa, serán los dos una sola carne”.
De aquí se desprende la misma dignidad para el varón y la mujer para juntos compartir la intimidad sexual unida a la procreación, como expresión del amor y la entrega del uno al otro, cuyo fruto son los hijos, para generar una relación creciente sustentada en el amor, para dar testimonio de una fraternidad solidaria a los demás miembros de la familia, a los vecinos, compañeros de estudios y de trabajo, y en general a los demás conciudadanos.
Solo los seres humanos tenemos la inteligencia para administrar los bienes que Dios ha creado; es decir, es nuestra la gran responsabilidad de cuidar la Creación, con nuestras conductas la conservamos o la dañamos, cada generación debe asumir la responsabilidad de transmitir a la siguiente generación la Casa Común en buenas condiciones. ¿Cómo hemos cuidado y cómo protegeremos esta casa común? Para esta tarea es indispensable conjugar los esfuerzos de todos los pueblos.
¿Cuál ha sido el plan de Dios? Dios es Trinidad de personas, que integran una comunidad, viviendo en unidad y en comunión plena, compartiéndolo todo. Por eso el proyecto de la creación de la humanidad, lo diseñó Dios poniendo al centro al ser humano, varón y mujer, con la capacidad procreadora para que compartiendo su ser en la intimidad, y sus dones: hijos, bienes, capacidades y habilidades, formaran una familia, a semejanza de la vida divina, de la vida de Dios Trinidad.
Si desde niños aprendemos a experimentar el amor de nuestros padres y a cuidar el propio hogar, en lo material y especialmente en la generación de una ambiente de relación fraterna y solidaria, sin duda alguna seremos capaces de lograr el ideal del proyecto divino, de ser imagen y semejanza de Dios Trinidad. Si Jesús, siendo el Hijo de Dios, asumió nuestra condición humana, con cuánta mayor razón debemos nosotros, sus discípulos, reconocer todo ser humano como un hermano. Somos seres en y para la relación. Así las familias mediante la experiencia de vida en armonía, concordia y solidaridad fraterna construyen día a día la Paz, propiciando el auxilio a nuestros prójimos, saliendo al encuentro de los más necesitados, y fortaleciendo nuestro espíritu y nuestras convicciones de fe.
Precisamente para entrar en relación y darnos la mano en nuestras tareas, conociendo nuestras realidades y compartiéndolas para auxiliarnos mutuamente, en la Arquidiócesis de México, iniciamos hoy la Visita Pastoral a las Parroquias y sus ambientes. Para este fin los párrocos han preparado con sus agentes de pastoral y sus habituales fieles una puesta en común sobre sus realidades, necesidades, y proyectos. Iremos los seis Obispos a las parroquias, para expresar y animar a ser una Iglesia en Salida, Misionera, Fraterna, y Solidaria, siguiendo la orientación del Papa Francisco.
Este Domingo declaramos el Inicio formal de la Visita Pastoral a las Parroquias de la APM, que iniciaremos el próximo martes en la VII Zona Pastoral, ubicada en las Alcaldías de Álvaro Obregón y de Cuajimalpa. En ella escucharemos las necesidades que han percibido y compartido en las comunidades, mediante la Asamblea Parroquial; ejercitando la Sinodalidad, para caminar juntos, Pastores y Pueblo de Dios, experimentando la riqueza espiritual de la comunión eclesial.
Cuando abrimos nuestros corazones a la Palabra de Dios, cuando compartimos situaciones y anhelos, se mueve el corazón para sumarse, apoyarse, y fortalecerse como comunidad, como familia, reconociéndonos como hermanos en la fe. Así se genera la esperanza y se inicia el camino de colaboración, que tanto le agrada a Dios, Nuestro Padre, y quien no se queda cruzado de manos, sino que da seguimiento y acompañamiento, mediante la asistencia del Espíritu Santo para afrontar con fe las adversidades, y para aprovechar las potencialidades en bien de todos los miembros de la comunidad parroquial y diocesana.
¿En dónde se fundamenta nuestra confianza de que alcanzaremos los bienes de la solidaridad y subsidiaridad en la cotidianidad de nuestra vida? Hoy lo ha recordado en la segunda lectura el autor de la Carta a los Hebreos: “Es verdad que ahora todavía no vemos el universo entero sometido al hombre; pero sí vemos ya al que por un momento Dios hizo inferior a los ángeles, a Jesús, que por haber sufrido la muerte, está coronado de gloria y honor. Así, por la gracia de Dios, la muerte que él sufrió redunda en bien de todos…El Santificador y los santificados tienen la misma condición humana, por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos”.
Con esta confianza en la misericordia y el amor de Dios, nuestro Padre, que envió a su Hijo para que asumiera nuestra condición humana y nos mostrara la manera de afrontar la vida y como conducirla, respondamos generosamente, participando en la vida parroquial a la que pertenezco.
A este propósito, invito a todos los fieles a orar no solo por nuestra Arquidiócesis, sino por todas las Diócesis del mundo, para que sea muy fecundo el proceso sinodal que ha pedido explícitamente el Papa Francisco.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Al iniciar hoy la Visita Pastoral a las Parroquias en la APM la ponemos en tus manos para que animes la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, la constancia en la oración, y sepamos, fieles y pastores, descubrir a tu Hijo Jesucristo, que vive en medio de nosotros.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
SEPTIEMBRE 2021
XXVI Domingo Ordinario, 26 de septiembre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Josué,… que desde muy joven era ayudante de Moisés, le dijo: Señor mío, prohíbeselo». Pero Moisés le respondió: ¿Crees que voy a ponerme celoso? Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta, y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor”.
Qué magnífico deseo de Moisés: “Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta, y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor”. De manera semejante le sucedió a Jesús con sus discípulos: “Juan le dijo a Jesús: Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”. El celo, el sentirse privilegiados y únicos de recibir las enseñanzas de Jesús, y de haberlo conocido y haber recibido la invitación a ser sus discípulos, les propiciaba la mirada corta sobre la misión universal de Jesús.
“Jesús le respondió: No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está en favor nuestro”. Jesús actuó como Moisés, aclarando la amplitud de su misión, y la necesidad de aceptar en la comunidad a todos los que lo aceptan y lo invocan para actuar en su nombre. Ser profeta consiste en desarrollar la experiencia de un dinamismo entre la escucha de la Palabra de Dios y el discernimiento sobre mis decisiones y acciones, en dar testimonio de ellas, en mi cotidianidad, transmitiéndolas entre mis compañeros de vida: familia, amistades, ambiente laboral y social.
El profetismo cristiano se fundamenta en la recepción de los Sacramentos de iniciación: Bautismo, Confirmación, y Eucaristía, en los dos primeros recibimos el Espíritu Santo, en el bautismo para ser adoptados como hijos de Dios, en la confirmación para dar testimonio de mi seguimiento de Cristo, como buen discípulo suyo; y en la Eucaristía soy fortalecido por el mismo Cristo para darlo a conocer a mi prójimo. Así se comprende, que el profetismo es “hablar en nombre de Dios” con el testimonio de mi vida y mi conducta para darlo a conocer, y proclamar sus acciones e intervenciones en favor de la comunidad y de la humanidad.
Preguntémonos qué entiendo por ser profeta, y descubramos la importancia, tanto personal como social, del desarrollo y puesta en práctica del profetismo. En todo tiempo, pero especialmente ante los grandes desafíos actuales, la sociedad necesita escuchar la voz de Dios, para vivir y transmitir los auténticos valores como es el respeto a la vida, desde su concepción y hasta la muerte. Es una magnífica oportunidad para ejercitar nuestro profetismo, participar el próximo domingo 3 de octubre en la marcha por la vida.
El apóstol Santiago ofrece un elemento complementario al advertir la necesidad de tomar conciencia de la transitoriedad de la vida terrestre y de todos sus atractivos. Por ello, el Apóstol habla muy fuerte a quienes solo buscan lujos y placeres, y comenten graves injusticias con tal de obtenerlos: “El salario que ustedes han defraudado a los trabajadores que segaron sus campos está clamando contra ustedes;… Han vivido ustedes en este mundo entregados al lujo y al placer… Han condenado a los inocentes y los han matado, porque no podían defenderse”. Estos señalamientos del Apóstol deben servirnos para descubrir la importancia de vivir los Principios del “Destino universal de los bienes”, “la solidaridad”, y “la subsidiaridad” como lo enseña la Doctrina Social de la Iglesia.
La recomendación de Jesús va todavía más allá que la de Santiago, ésta es un inicio. Jesús amplia el horizonte al afirmar: “Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar”. Indica así la gravedad de seducir y propiciar que un inocente mienta para cometer una injusticia o un grave daño a un prójimo o a una comunidad; es decir, Jesús denuncia la manipulación de la conciencia.
Este daño a la gente sencilla hay que evitarlo a toda costa, por eso Jesús advierte de manera fuerte, intensa y radical con afirmaciones contundentes para dejar muy clara la gravedad de toda manipulación: “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo,…. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
¿Cómo podemos prepararnos para ser fieles discípulos de Jesucristo y no caer en semejante pecado? En el Salmo 18 hemos escuchado la importancia de invocar el auxilio divino para superar la soberbia: “Aunque tu servidor se esmera en cumplir tus preceptos con cuidado, ¿quién no falta, Señor, sin advertirlo? Perdona mis errores ignorados. Presérvame, Señor, de la soberbia, no dejes que el orgullo me domine; así, del gran pecado tu servidor podrá encontrarse libre”.
Por tanto, nos conviene trabajar por ser humildes, es decir, reconocer mi fragilidad, dominar el orgullo, superar los celos y envidias. Generar este proceso es difícil al inicio, pero a medida que desarrollamos la humildad, cada vez será más fácil mantenerla. Además la superación de la soberbia nos ayuda a ser libres, a superar tensiones, y a gozar y agradecer lo que otros hacen en favor de los necesitados.
En otras palabras la superación de la soberbia me conduce a la libertad, y la libertad me capacita para experimentar el verdadero amor, el amor de Dios. Y una vez iniciado así el camino de seguimiento a Jesucristo, encontraremos siempre la verdad, la capacidad para discernir entre el bien y el mal, y descubriremos en qué consiste la verdadera vida que nos espera para toda la eternidad. La misión de la Iglesia es precisamente ofrecer las enseñanzas de Jesucristo, y acompañar a los fieles para que seamos todos profetas. Nos convertiremos así en levadura que fermenta la masa de la sociedad, logrando que emerja la civilización del amor.
Invoquemos a nuestra Madre, María de Guadalupe, que vino a nuestras tierras precisamente para dar a conocer a su Hijo, cumpliendo así su misión profética para bien de nuestro pueblo. Sigamos su ejemplo y ciertamente recibiremos su auxilio.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Ayúdanos a ser profetas como tú lo fuiste con nosotros.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
XXV Domingo Ordinario, 19 de septiembre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Los malvados dijeron entre sí: Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados.”
Hablar con la verdad casi siempre molesta a los demás, porque pone de manifiesto los errores y las equivocaciones, las faltas a las normas, o las conductas desviadas, imprudentes o injustas. Si somos honestos y flexibles podemos superar la inicial reacción de los señalamientos, pero si somos autoritarios o soberbios reaccionaremos con facilidad a criticar y a descalificar las opiniones e indicaciones sobre nuestra manera de proceder; y aún peor, es posible desear y promover el castigo o la muerte, a quien ha dirigido las afirmaciones y opiniones que no aceptamos.
Ésta es precisamente la reflexión del libro de la Sabiduría, siglos antes del nacimiento de Jesús de Nazaret, quien sufrió en carne propia lo que expresa el texto sagrado de la Sabiduría: “Veamos si es cierto lo que dice, vamos a ver qué le pasa en su muerte. Si el justo es hijo de Dios, él lo ayudará y lo librará de las manos de sus enemigos. Sometámoslo a la humillación y a la tortura, para conocer su temple y su valor. Condenémoslo a una muerte ignominiosa, porque dice que hay quien mire por él”.
El Apóstol Santiago profundiza en su carta, las raíces de esta negativa actitud, con frecuencia presente en la historia: “¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en guerra dentro de ustedes? Ustedes codician lo que no pueden tener y acaban asesinando. Ambicionan algo que no pueden alcanzar, y entonces combaten y hacen la guerra”.
Así advierte, que debemos aprender de Jesús a conducir nuestra vida conforme los criterios y valores de la fe católica, con que hemos sido educados, y confiando plenamente en la ayuda divina para afrontar las críticas injustas y acusaciones sin sustento en la verdad, que pudiéramos recibir en el transcurso de la vida.
Tres son los elementos que ofrece el Apóstol para prepararnos a seguir el camino de todo buen discípulo de Cristo y colaborar cordial y eficazmente en nuestras relaciones con los demás. Lo primero es reconocer y aceptar que cada uno libramos una batalla interna ante las seducciones y atracciones del mal. Segundo, descubrir nuestras ambiciones y codicias para identificarlas. Tercero, renunciar a todo aquello que supere mis fuerzas y posibilidades, a todo lo que de entrada me sea imposible obtener por caminos honestos, y renunciar a dañar y perjudicar a mi prójimo.
Al inicio no somos capaces de entender cómo recibiremos la ayuda divina ante la injusticia, pero a medida que avanzamos en la vida, siguiendo las enseñanzas de Jesús, experimentamos cercana la presencia y el auxilio del Espíritu Santo, que nos fortalece y nos hace capaces de afrontar las adversidades.
Así le pasó a los discípulos, según narra el Evangelio de hoy: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones”. Jesús percibió su ignorancia y su temor a preguntar y los confrontó: “Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: ¿De qué discutían por el camino? Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
El servicio y la mirada puesta en ayudar a nuestros semejantes es la clave para adquirir la confianza y la fortaleza espiritual. ¿Cómo podemos ser servidor de todos? Para dar respuesta a esta pregunta y facilitar nuestra disposición y colaboración de servicio, la Iglesia propone una institución diocesana y parroquial a través de Caritas, para coordinar los servicios necesarios para los necesitados, en el entorno de nuestras colonias y barrios. Es bueno recordar que el ejercicio de la Caridad también auxilia nuestro desarrollo solidario y fraterno al descubrir la transparencia de nuestras aspiraciones, percepciones y sueños.
Por eso Jesús recomienda, que debemos aprender a compartirlos como lo hacen los niños, por eso pone en el centro a uno de ellos y señala la obligación de cuidarlos y protegerlos: “Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”. Ésta es una entre otras muchas razones, del señalamiento que constantemente hace la Iglesia de cuidar a los menores, y de promover la responsabilidad de los Padres y de la familia para orientar y educar a los niños, en estos valores que Jesús expresó.
A la luz de esta Palabra de Dios, conviene preguntarnos, si he expresado alguna vez a mis Padres, hermanos, familiares y amigos, mi gratitud por el cuidado, que tuvieron en mi infancia, la educación que me ofrecieron en mi adolescencia y juventud, y el testimonio de sus vidas cristianas para consolidar los valores humanos y espirituales de nuestra fe. De la misma manera es provechoso revisar, mediante un examen de conciencia y de oración, mis propias actitudes y criterios, conforme a los cuales he orientado mi vida, y agradecer a Dios, Padre de toda bondad, cuando haya vivido situaciones ante adversidades injustas y acusaciones sin fundamento en la verdad, y en ellas hubiera yo percibido la intervención del Espíritu Santo.
Si acaso me encuentro actualmente en una dura experiencia, hagamos nuestra las expresiones del salmo, que hoy hemos cantado: “Sálvame, Dios mío, por tu nombre; con tu poder defiéndeme. Escucha, Señor, mi oración y a mis palabras atiende. Gente arrogante y violenta contra mí se ha levantado. Andan queriendo matarme. ¡Dios los tiene sin cuidado! Pero el Señor Dios es mi ayuda, él, quien me mantiene vivo. Por eso te ofreceré con agrado un sacrificio, y te agradeceré, Señor, tu inmensa bondad conmigo. El Señor es quien me ayuda”.
Y claro, que crezca nuestra devoción a María, quien con San José supo cuidar a su hijo en su infancia, y acompañarlo en su adolescencia y juventud, y especialmente en los momentos difíciles de la Pasión y Crucifixión de Jesús.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
XXIV Domingo Ordinario, 12 de septiembre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Jesús… Por el camino les hizo esta pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le contestaron: Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas. Entonces él les preguntó: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Pedro le respondió: Tú eres el Mesías«.
Descubramos la importancia de la doble pregunta, que Jesús hace a los discípulos: qué dice la gente, y qué dicen ustedes. Así Jesús les ayuda a descubrir si ellos se dejan llevar más por las opiniones que escuchan sobre la identidad de Jesús, o si ellos que han convivido de cerca con Jesús han ido adquiriendo su propia opinión y han discernido en profundidad y diálogo entre ellos, quién es Jesús.
Jesús una vez ganada la confianza y la autoridad ante sus discípulos propicia que ellos manifiesten su percepción y le expresen qué han descubierto sobre su persona, su identidad, y su misión. Es conveniente también cuestionarnos, si ya he alcanzado un conocimiento de la persona de Jesús y su misión, o si es superficial y solamente en base a la opinión que he escuchado de otros.
Pedro le manifiesta en nombre de todos, que lo reconocen como el Mesías esperado. Sin embargo fue una percepción muy humana y fuertemente influenciada por la concepción de un Mesías, que contando con la fuerza y el poder de Dios, tendría una autoridad y aceptación, triunfante y avasalladora.
Jesús les anuncia que no será triunfante, sino que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y que resucitaría al tercer día. Ante lo cual, “Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo”, lo trata de convencer que no será así, y que cuenta con el suficiente apoyo del pueblo para convencer a las autoridades de la procedencia divina de su mesianismo.
En una palabra el discípulo asumió el papel de maestro ante el mismo maestro para corregirle sus afirmaciones. Quizá porque temió que cundiera la decepción y el abandono de sus once compañeros. Jesús de frente ante los doce reprende duramente el atrevimiento de Pedro: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.
Esta escena del Evangelio advierte que a Jesús hay que conocerlo y entenderlo no según nuestros modos de pensar, no con criterios meramente humanos, pues nuestra visión de la vida y sus proyecciones habituales son transitorias, nuestra mirada es terrenal, por tanto miope para descubrir las maravillas de la vida verdadera.
En efecto, Pedro comprenderá solamente a la luz de la Resurrección, la indispensable necesidad de asumir la Cruz y afrontar el sufrimiento y la injusticia, después de haber sido testigo de cómo Jesús cumplió la voluntad de Dios Padre, ejemplarmente, como lo anunció siglos antes el Profeta Isaías: “Yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endurecí mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado. Cercano está de mí el que me hace justicia, ¿quién luchará contra mí? ¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”.
Cuántas veces tendremos que recordar ante la presencia del mal, de las injusticias y desigualdades, ante las diversas formas de adversidades y problemas, que nosotros somos discípulos y el único maestro es Jesucristo. Así comprenderemos en toda su dimensión la frase de Jesús “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.”
Debemos adentrarnos en la meditación y oración para retomar, cuantas veces sea necesario, nuestra condición de discípulos, y no querer asumir el papel de maestro, que todo lo sabe. Es pues indispensable crecer en la humildad ante las tentaciones y las incomprensiones de la voluntad de Dios; y como Pedro, reconocer de nuevo la voz del verdadero Maestro, Jesucristo, y aceptarla en la confianza de su amor, y sin resistencia, no obstante las adversidades que en el camino se irán presentando.
El apóstol Santiago clarifica con un ejemplo claro y contundente, que las enseñanzas de Jesús, además de conocerlas, las debemos poner en práctica: “Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice: Que te vaya bien; abrígate y come, pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso?”. La fe se muestra con la obras, una fe sin obras está muerta. Recordemos que la fe es un don que recibimos de Dios, y que debemos desarrollar. Mientras más vivamos con una conducta acorde a la fe que profesamos, más fuerte y fecunda llega a ser la fe. Las obras son una evidencia de que hemos desarrollado nuestra fe.
Jesús reveló que todo ser humano está llamado a ser hijo de Dios, y que por tanto, debemos reconocernos como hermanos, miembros de una misma familia, auxiliándonos en las diversas necesidades, y reconociendo que toda vida proviene de Dios, Nuestro Padre.
Necesitamos conocer a Jesús, en su vida y sus enseñanzas, para tomar las decisiones, convencidos de que Él es el camino, la verdad y la vida. Es oportuno revisar con frecuencia, si estamos viviendo de manera acorde a la fe que profesamos, y preguntarnos si asumo que la vida es sagrada, y por ello acepto y respeto la dignidad de todo ser humano desde su concepción hasta la muerte.
Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien ha vivido de manera ejemplar como discípula, descubriendo desde su propia experiencia que su Hijo era el Mesías esperado, el Maestro que revela al verdadero Dios por quien se vive.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
XXIII Domingo Ordinario, 5 de septiembre de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Todos estaban asombrados y decían: ¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Esta escena transmite dos detalles importantes, pretendidos por el evangelista Marcos: El primer detalle es mostrar que la expectativa del Mesías anunciado por los profetas y largamente esperado se ha cumplido en la persona de Jesús. En la primera lectura el Profeta Isaías anuncia que Dios se hará presente: “Digan a los de Corazón apocado: ¡Ánimo, no teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos”. Y en la la persona de Jesús, Hijo de Dios Vivo, se ha hecho presente Dios en el mundo, asumiendo nuestra propia condición humana.
El segundo detalle es manifestar que el milagro lo realiza con la fuerza del Espíritu de Dios; por tanto tocar con los dedos los oídos para que escuche el sordo, y con saliva la lengua para que pueda hablar, y expresando una orden con la palabra “Ábrete”, manifiesta la fuerza del Espíritu que actúa en Él para sanar. Es la característica del verdadero Dios, actuar por medio de la Palabra, como lo hizo Dios al crear el mundo: “Hágase”. Así actúa Jesús y se muestra que encarna al verdadero Dios Creador.
El Apóstol Santiago en la segunda lectura con sencillez y claridad ha recordado que el testimonio esperado de los miembros de la comunidad de discípulos de Cristo es priorizar siempre la dignidad de toda persona humana, independientemente de sus condiciones sociales: “Hermanos: Puesto que ustedes tienen fe en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no tengan favoritismos. Supongamos que entran al mismo tiempo en su reunión un hombre con un anillo de oro, lujosamente vestido, y un pobre andrajoso, y que fijan ustedes la mirada en el que lleva el traje elegante: Tú siéntate aquí, cómodamente. En cambio le dicen al pobre: tú, párate allá, o siéntate aquí en el suelo a mis pies. ¿No es esto tener favoritismos y juzgar con criterios torcidos?”
Por ello, debemos ejercitarnos siempre para mirar con respeto a toda persona, independientemente de su situación, condicionamientos y conducta. Por esto es oportuno preguntarnos, ¿en mis relaciones con los demás soy consciente de respetar la dignidad de la otra persona?
Sin embargo no se trata de aceptar las conductas, injusticias, o exigencias de los demás; sino reconocer en todo ser humano su dignidad, y tratarlo como una persona que merece ser escuchada, antes que ser juzgada.
Es pues una actitud que nos evitará siempre conflictos, pleitos, y discusiones inútiles y desgastantes. También por lo anterior, conviene educar nuestra manera de dialogar y de relacionarnos con los demás. Así con mayor facilidad aprenderemos a conocer las personas en sus actitudes y motivaciones interiores, y propiciaremos incluso buenas relaciones y amistad.
¿Hemos vivido esta experiencia de respeto a los demás desde el seno de mi propia familia? ¡Si lo hemos hecho agradezcamos a Dios el paso dado; pero si no hemos actuado así, pidamos perdón a Dios y a nuestros familiares y amigos, e iniciemos un nuevo camino, una manera digna de tratarnos!
Regresando a la intervención de Jesús narrada en el Evangelio de hoy, no es solamente una acción movida por la compasión para aliviar la concreta situación del sordomudo, sino también y principalmente la ocasión para manifestar con el milagro, los aspectos que de manera simbólica expresan a Jesús como el auténtico Mesías anunciado por los profetas y esperado durante siglos por el Pueblo de Israel.
Por esta razón curar la sordera significa, dar la capacidad de escuchar la voz de Dios, y soltar la lengua expresa que lo escuchado lo debemos transmitir a los demás. Así manifestaremos la presencia y la intervención de Dios en nuestras actividades. En otras palabras, debemos dar testimonio de lo que Dios hace a través de nuestras responsabilidades, realizadas siguiendo su voz y poniendo en práctica sus enseñanzas.
De esta manera descubriremos las maravillas que hace el Señor cuando cumplimos nuestra misión de ser fieles discípulos de Cristo; se generarán los torrentes de agua viva, que convierten los desiertos en lugares fértiles según la promesa mesiánica anunciada por el Profeta Isaías: ”Brotarán aguas en el desierto y correrán torrentes en la estepa. El páramo se convertirá en estanque y la tierra sedienta en manantial”.
¡Qué maravilla! ahí donde nos parecía imposible un cambio de actitud, una conversión de corazón, donde pensábamos que serían inútiles nuestras palabras y actitudes, de ahí nacerán conductas e iniciativas jamas soñadas, con lo cual seremos testigos de la mano de Dios, que se hace presente en la cotidianidad de nuestras vidas. Pero además, si lo hacemos en comunidad, compartiendo los sueños con proyectos realizados entre todos los miembros de la Parroquia, movimientos, agentes de pastoral, ámbitos juveniles, laborales, empresariales, etc. haremos presentes las primicias del Reino de Dios entre nosotros.
Así, la Iglesia ofrecerá el sentido de la vida, y la espiritualidad que comunica con los dones del Espíritu Santo, que se nos ha dado, mediante los sacramentos del Bautismo y la Confirmación; y cumpliremos con nuestra misión, como Comunidad de discípulos de Cristo, en estos desafiantes tiempos en los que nos ha tocado vivir.
Con estas buenas intenciones que provoca la Palabra de Dios, dirijamos nuestra mirada a Nuestra Madre, María de Guadalupe, invocando su auxilio maternal para que sigamos sus pasos, y sepamos reconocer la voz de Dios, en medio de nuestras actividades y, ¡la presencia del Espíritu Santo en nuestras tareas habituales para testimoniar así como ella lo hizo, las maravillas, que Dios hace en medio de su pueblo!
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
AGOSTO 2021
XXII Domingo Ordinario, 29 de agosto de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Andrés Luis García Jasso, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
Queridos hermanos, después de haber escuchado durante varios domingos el discurso del pan de vida, hoy retornamos a la lectura del Evangelio de San Marcos.
Jesús ejerce su ministerio en Galilea, ha enseñado en parábolas, realizó varios signos, curaciones, calmó la tempestad, sometió a los demonios, realizó la multiplicación de los panes; todos ellos signos mesiánicos que ponían de manifiesto la presencia de Dios en medio de su pueblo; pero se encuentra con un pueblo que sin darse cuenta, había perdido el rumbo y que a pesar de los signos que Jesús había realizado, no descubren la presencia de Dios en ellos; incluso los más doctos y preparados, como podrían ser los escribas y los fariseos, estaban tan ocupados en formas y tradiciones añadidas, que perdían de vista el corazón de la ley, la raíz de esta ley.
Cuando los escribas y fariseos cuestionan a Jesús sobre el actuar de sus discípulos, cuando hablan sobre lo que consideran puro e impuro; Jesús arremete contra ellos, con un lenguaje fuerte y directo: Hipócritas, bien profetizó Isaías de ustedes. Este es un pueblo que me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
¿Qué intención tiene Cristo con esta confrontación, acaso romper las tradiciones, los esquemas, quizá humillarlos? Seguramente la intención no es ridiculizarlos, pero sí moverlos a encontrar la verdad, a buscar la salvación del alma y esta se encuentra no en ritos vacíos, no en el cumplimiento de una ley sin espíritu; sino entrando en el corazón de la misma, yendo a la raíz de la ley encontrando la intención del autor de la ley.
En la primera lectura tomada del Deuteronomio, vemos una palabra de vida que Dios da a su pueblo, preceptos y normas que los llevarán a la vida, a la tierra que el Señor ha prometido y hacía una advertencia: “Cuiden de practicarlas porque ellas son sabiduría e inteligencia”. Dios da a su pueblo palabras de vida, que lo conducen a la salvación; pero ellos fueron quitando y añadiendo cosas a la ley, y al final estaban más preocupados de las cosas añadidas que de la misma palabra que fue recibida.
Se cuidaban muy bien de inculparse a sí mismos por transgredir el precepto de Dios en nombre de la tradición y de la mencionada ley farisaica, no teniendo en cuenta el principal mandamiento de la ley que es el amor a Dios.
Por eso era necesario que Cristo viniera y recordara a los hombres en dónde está anclada la ley de Dios, cuando le preguntan, maestro: ¿Cuál es el mandamiento mayor en la ley?, Jesús responde: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente; este es el mayor y el primer mandamiento; el segundo es semejante a este “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos pende toda la ley de los profetas.
Cristo nos interpela cada día para conocer lo que realmente hay en nuestro corazón, nos interpela a través de acontecimientos, de circunstancias, de la gente que nos rodea y todo eso pone al descubierto lo que hay en nuestro corazón. No hace daño lo que viene de fuera; sino lo que sale del hombre eso es lo que contamina.
Es verdad que muchas veces vivimos acontecimientos que parecen superar nuestra capacidad, no podemos pretender cumplir la ley del amor, sino tenemos el espíritu de Cristo, no podríamos amar, sino es Dios quien siembra en nuestro corazón la ley del amor.
Por eso dice Santiago “Toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del padre de las luces” escuchemos la voz del apóstol, pongamos por obra la palabra que hemos recibido y no nos contentemos sólo con oírla, para alcanzar la vida eterna que Dios nos ha prometido.
Que así sea.
XXI Domingo Ordinario, 22 de agosto de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Muchos discípulos de Jesús que lo habían oído, decían: «¡Es dura esta enseñanza! ¿Quién puede aceptarla?”.
De todos los que seguían a Jesús, la mayoría lo hacía por las obras de Jesús en favor de los enfermos, necesitados o hambrientos, no lo seguían por sus enseñanzas. Por eso no se preguntaban, ¿quién es Jesús?
Cuando Jesús les habla del alimento espiritual, del pan de la vida, y les confiesa que él es el pan de la vida, y que habrán de comer su carne y su sangre para obtener esa vida del Espíritu, la mayoría de los discípulos ni lo entienden ni lo aceptan.
“Dándose cuenta de que sus discípulos murmuraban, Jesús les preguntó: ¿Esto los escandaliza? Entonces, ¿qué sucederá cuando vean al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da vida, la carne de nada ayuda. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida”.
Ante el escándalo que causan sus enseñanzas, Jesús interpela a sus discípulos, aclarándoles que para aceptar su doctrina y seguirlo, es indispensable la Fe: Creer que Jesús viene de lo alto, que se ha encarnado, y creer en esta verdad es aceptar que el Padre de Jesús es Dios. Por eso Jesús les advierte: “Hay algunos entre ustedes que se niegan a creer”…”Desde ese momento, muchos de sus discípulos lo abandonaron y no andaban más con él”.
Ante la deserción de los seguidores, que debió ser una situación dolorosa y quizá frustrante, Jesús plantea la pregunta al grupo de los doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Es necesario expresar pública y abiertamente la decisión de seguir con Jesús. Hay que definirse. Después de un tiempo de conocerlo, escucharlo y relacionarse con Jesús, es necesario optar por él, asumir conscientemente la decisión de seguirlo y convertirse en un discípulo que se suma al grupo.
El pueblo de Israel debió optar claramente y expresar su aceptación: “Josué dijo al pueblo: Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir… en cuanto a mi toca, mi familia y yo serviremos al Señor…El pueblo respondió: Lejos de nosotros abandonar al Señor…El fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto, el que hizo ante nosotros grandes prodigios, nos protegió por todo el camino que recorrimos y en los pueblos por donde pasamos. Así pues, también nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios”.
¿Agradezco a Dios el haber conocido a Jesús? ¿Agradezco la llamada, la vocación que he recibido para ser su discípulo? ¿Pido la gracia para corresponder a la llamada? ¿Soy ya un discípulo que ha optado por Jesús?
Es interesante considerar que es el mismo Jesús, quien suscita el cuestionamiento, y provoca la deserción. Está convencido que necesita discípulos creyentes de su palabra, y que sostenidos por la fe puedan dar testimonio con su vida, de que creen en sus enseñanzas y viven acorde a ellas.
La respuesta de Pedro en plural manifiesta que es el sentir de todos: “Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Nosotros hemos creído y reconocido que tú eres el Santo de Dios”.
Jesús había aclarado: “Les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre”. La llamada y la elección es del Padre, a través de Jesucristo, y la decisión de responder al llamado es del discípulo.
¿Asumo como Pedro y los doce mi identidad de pertenencia al grupo de discípulos de Cristo? Si he asumido esta identidad, entonces debo ser consecuente y preguntarme: ¿Me identifico con la Iglesia, me siento perteneciente a ella, contemplo el misterio que entraña?¿Amo a la Iglesia y estoy dispuesto a servirla?
La fe que sostiene mi opción por Cristo, necesita ser nutrida por el Pan de la vida, que se nos ofrece en la misa. ¿Es la Eucaristía, el momento pleno de mi participación en la vida de la Iglesia y en la comunión con Dios? Esta experiencia de vida manifestará la coherencia de mi fe, al compartir con la comunidad eclesial mi identidad y pertenencia como miembro activo de la comunidad de discípulos de Cristo.
En este contexto entenderemos muy bien la exhortación de San Pablo que hoy hemos escuchado sobre la relación del esposo con su esposa, fundamento de la familia como Iglesia doméstica: “Respétense unos a otros, por reverencia a Cristo: que las mujeres respeten a sus maridos, como si se tratara del Señor…Maridos amen a sus esposas como Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella… El que ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie jamás ha odiado a su propio cuerpo, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo”.
La familia así constituída y bien fundamentada en el amor, transmitirá de manera contundente y convincente la fe a los hijos. De ahí que se le llame a la familia, la célula básica, no solamente de la Iglesia, sino también de la sociedad. Será una sociedad, que estará expresando los valores evangélicos, que son los mismos valores humano-espirituales, que anhela el ser humano por instinto natural, valores que Dios Padre ha sembrado en el corazón de la humanidad entera.
Nuestra Madre, María de Guadalupe ha venido a nuestras tierras para testimoniar el amor que su Hijo Jesucristo manifestó al mundo, entregando su vida por la redención de la humanidad. Pidámosle a ella, que seamos discípulos fieles de su hijo, y demos testimonio del amor en nuestros tiempos tan desafiantes.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, 15 de agosto de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Carlos Enrique Samaniego López, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
Cuando el ser humano muere, su alma tiene dos destinos, podría ser el cielo sea de manera inmediata o de manera diferida y por ello hablamos del purgatorio, porque no entra al cielo sino aquello que está limpio; bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios y el otro final podría ser el infierno, que es la decisión que en la tierra se tomó por vivir lejos, separados de Dios; de tal manera que el día de hoy al celebrar la Asunción de la Virgen María, hemos de recordar estos misterios de la fe y esto es lo que pasa con el alma ¿pero que pasa con el cuerpo? al final de los tiempos dice nuestra fe “resucitarán también los cuerpos, el alma reclamará su cuerpo”, porque como decía Santo Tomás “Somos seres con 2 coprincipios, alma y cuerpo”, y por eso decimos, creo en la resurrección de la carne.
Dice el credo más antiguo, que muchas veces decimos en cuaresma o en pascua “Creo en la resurrección de la carne y la vida de un mundo futuro” el alma reclamará su cuerpo pero ¿y si ya son puras cenizas? parte de ese cuerpo ¿y si ya no quedó nada o no sabemos qué pasó? el alma reclama su cuerpo, lo que él fue, como se relacionó consigo mismo, con los demás, con la naturaleza, con Dios.
El día de hoy al celebrar la Asunción de María, celebramos que ella, como dice la definición dogmática del Papa Pío doce en 1950 “fue al terminar el curso de su vida terrena, fue asunta, fue llevada al cielo; no solamente el alma, sino en cuerpo y alma” en ella se da de manera inmediata, cuerpo y alma, fue llevada al cielo, a la gloria de Dios y este misterio está envuelto en un misterio todavía más grande que es la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Por eso esta fiesta nos habla ante todo de la fidelidad de Dios; que al ver a su hijo entregarse en una cruz por amor lo resucitó de entre los muertos y el redentor al resucitar, redimió en primer lugar a su santísima madre, a la Virgen María llevándola al cielo en cuerpo y alma.
Y es que el Señor Jesús decía: voy a mi padre, que es su padre, voy a prepararle su lugar, en la casa de mi padre hay muchas moradas, quiero que donde yo esté, estén también ustedes; como no había de llevar al cielo a su Santísima Madre. La asunción de la Virgen María también nos da prueba de que nosotros los seres humanos igual que ella resucitaremos también, estamos llamados al cielo.
Decía el Papa Francisco en una ocasión “Así como el ser humano, cuando tocó la luna se dijo… el ser humano ha dado un paso, un gran paso” y la humanidad ha dado un gran salto al pisar, al conquistar la luna y el Papa Francisco decía “La asunción de la Virgen María era algo similar, la Virgen ha tocado con sus pies el paraíso del cielo y ese es un gran salto para toda la humanidad”.
Ella no solamente es garantía de que llegaremos allá donde está con su hijo; sino además nos enseña el camino al mirarla a ella, al contemplar su vida, al imitarla podemos descubrirla como una escalera que lleva al cielo.
La Virgen María estuvo en todos los momentos de la vida terrena de Jesús, la primera mirada del hijo de Dios encarnado fue para María del niño Jesús, la última mirada del hijo de Dios en la cruz, fue para María su madre, ella fue en su vida una discípula, una oyente de la predicación de su hijo, fue la Virgen oferente, que también se ofrece con su hijo cuando lo está mirando en la cruz; este es el camino también para llegar al cielo.
Perro la Virgen María en su Asunción a los cielos no sólo es modelo y garantía, no solo nos enseña el camino; sino además nos acompaña en nuestro camino.
Quizá estemos en el corazón de este misterio tan hermosos de la asunción de la Virgen María; dice el concilio Vaticano segundo cuando habla de la iglesia:
“La Virgen María, la madre de Jesús va delante de la iglesia peregrinante como signo de consuelo y de esperanza segura”. Esto es lo más hermoso, que en este momento, que en este valle de lágrimas como decimos en una oración dedicada a la Virgen “En este valle de lágrimas la Virgen María con su luz nos precede como un signo de esperanza y de consuelo seguro”.
La Virgen María nos va acompañando en estos momentos de la pandemia, “Dame valor y confianza, Madre mía de la esperanza” dice una oración de unas hermanas religiosas, las Plancartinas, en estos momentos duros que estamos viviendo, en donde estamos siendo acompañados por la Virgen María:
“Dame valor y confianza, Madre mía de la esperanza”
“Dame valor y confianza, Madre mía de la esperanza”
“Dame valor y confianza, Madre mía de la esperanza”
La Virgen María nos va acompañando en este camino que nos ha de llevar al cielo.
Esta fiesta finalmente trae algunas gracias, nos ayuda a nuestra conversión, nos quiere excitar, de pasar de una vida mediocre e inerte a una vida santa y fervorosa, nos quiere ayudar también, nos quiere convencer de que nuestra morada última y definitiva no está aquí en la tierra sino en el paraíso del cielo.
Nos quiere también ayudar a pasar de una vida impregnada de la levadura del pecado a una nueva manera de pensar y de vivir, nos quiere dar la confianza de que si Cristo resucitó, si la Virgen María está en el Cielo asunta, también nosotros y nuestros seres queridos que ya han partido primero, resucitaremos con Cristo.
Nos quiere dar la convicción de que Cristo está vivo y es invencible, nos quiere decir finalmente que Cristo vive en medio de nosotros, de que la Virgen María vive en medio de nosotros.
Que así sea.
XIX Domingo Ordinario, 8 de agosto de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Los judíos murmuraban porque había dicho: Yo soy el pan que bajó del cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?”.
La dificultad de fondo planteada por los judíos, es el presupuesto de considerar, que si bien Dios había creado el mundo y sus habitantes; sin embargo cielo y tierra eran dos realidades, no solamente distintas sino incluso infranqueables. Es decir, los cielos es donde habita Dios, y la tierra donde habita el hombre.
Consideraban los contemporáneos de Jesús, que Dios había creado el mundo para dominarlo, controlarlo e intervenir en el devenir de los mortales, pero mediante la palabra, sin hacerse presente en el mundo creado por él. Y el hombre estaba destinado para habitar en la tierra, sin ver ni conocer a Dios, y dependiendo de su obediencia a sus mandatos sería feliz o desventurado. Pero al morir acabaría su vida para siempre.
El acontecimiento de la Revelación hecha por Jesucristo, de un Dios Trinidad de personas, que decide revelar el misterio de la verdadera divinidad, y para eso envía al Hijo para que se encarne y asuma la condición del ser humano era inaudita, impensable. Por ello, el argumento para rechazar la declaración de Jesús es: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?
Jesucristo ha venido precisamente para romper esa mentalidad, dar a conocer la verdadera naturaleza e identidad de Dios, y anunciar la finalidad por la que Dios creó al hombre: compartir con la humanidad la vida divina, que es el amor. Por tanto esta vida terrenal es tránsito a la vida eterna.
El verdadero pan del cielo será reconocido porque da vida, y vida eterna. Esta vida es la vida nueva, de la que habló Jesús a Nicodemo. La vida del Espíritu Santo, es la vida que viene de lo alto. Los judíos murmuraban porque su mirada miope se quedaba en Nazaret, en la tierra. Jesús indica la necesidad de descubrir el Espíritu de Dios, que viene de lo alto y transforma, produciendo un nuevo nacimiento en el hombre, que lo capacita para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,3).
Es pues oportuno preguntarnos, ¿separamos como dos realidades independientes lo temporal de lo celestial, lo carnal de lo espiritual, o entendemos que una está en relación de la otra, lo temporal de lo eterno?
Para relacionar nuestra vida temporal con el destino a la vida eterna necesitábamos un alimento que nos nutriera, que nos fortaleciera y nos garantizara la accesibilidad a la vida divina. Por eso y para eso vino Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”. Son dos condiciones muy claras que expone Jesús: Creer en su mensaje, la Buena Nueva, es decir en sus enseñanzas; y alimentar nuestro espíritu con el pan de la vida, para eso lo envió el Padre, y lo asistió el Espíritu Santo: “Todos los que me da el Padre vienen a mí, y al que viene a mí no lo rechazaré, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. Y la voluntad del que me envió es que no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día”.
Antes de esta escena Jesús había transmitido a sus discípulos: Mi alimento consiste en hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra (Jn. 4,34). Ahora lo reafirma diciendo: porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. Jesús se revela como el enviado del Padre con la clara misión de hablar en su nombre, de hacerlo presente en el mundo, y de invitar a toda la humanidad a conocerlo, amarlo y servirlo. Para cumplir esta misión Jesús tiene que obedecerlo fielmente. Así Jesús se convierte en el pan que nutrirá a sus discípulos, quienes adorarán al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,23).
Dos misterios revelan la necesidad y la manera que plantea Jesús de comer su carne y su sangre: La Encarnación y la Eucaristía.
Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, al tomar cuerpo con carne y sangre como cualquiera de nosotros, expresa en su persona la manera de cumplir la voluntad del Padre, muestra el modo de conducirnos, la manera de practicar la obediencia al Padre, por eso dirá más adelante: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Tenemos que nutrirnos con las enseñanzas de Jesús y ponerlas en práctica.
La Eucaristía es el misterio sacramental mediante el cual nos alimentamos del cuerpo y de la sangre de Cristo; Él, como mediador de la Nueva Alianza pone en comunión con el Padre a todos los que lo seguimos, a la Asamblea Santa de la comunidad de los discípulos de Jesús. Por eso, la Eucaristía se define como fuente, centro y culmen de la vida cristiana.
¿Es Jesús mi alimento, en él nutro mis aspiraciones, proyectos y realizaciones? ¿Deseo y anhelo ver y entrar en el Reino de Dios? ¿Contemplo la Encarnación de Jesús y su presencia en el misterio de la Eucaristía como un inconmensurable regalo de Dios, mi Padre?
Si nuestra respuesta es positiva, expresémosla valorando la participación en la Eucaristía dominical, atendiendo a las inquietudes, que suscita la escucha de la Palabra de Dios, y poniéndolas en práctica para seguir el ejemplo de Jesucristo. Asumamos entonces con plena conciencia las recomendaciones que hoy ha recordado el apóstol Pablo: “Destierren la aspereza, la ira, la indignación, los insultos, la maledicencia y toda clase de maldad. Sean buenos y comprensivos, y perdónense los unos a los otros, como Dios los perdonó, por medio de Cristo”.
Invoquemos el auxilio, de quien las vivió en plenitud, a Nuestra Madre, María de Guadalupe.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
XVIII Domingo Ordinario, 1 de agosto de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Cuando la multitud vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús”.
Jesús había escapado ante la euforia de la multitud, que admirada por la multiplicación de los panes, lo quería como rey. Cuando amanece, se dan cuenta que tanto Jesús como sus discípulos se habían ido. La búsqueda de Jesús es positiva; sin embargo en esta ocasión Jesús advierte que la finalidad de esta búsqueda no es la correcta.
“Al encontrarlo en la otra orilla del mar, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo llegaste aquí? Jesús les respondió: Les aseguro que ustedes me buscan no porque vieron signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. No obren por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que el Hijo del hombre les dará, porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”.
Jesús deja en claro que hay que buscarlo para conocerlo, escucharlo con la apertura y disposición del discípulo, y no por el interés de recibir beneficios y favores. Por tanto, querer definir la vocación y misión de Jesús según el concepto del pueblo, impide que Jesús camine y acompañe a la multitud. Entendieron la corrección, y la reacción propició la continuidad del diálogo: “Entonces le preguntaron: ¿Qué tenemos que hacer para llevar a cabo la obra de Dios?”.
A partir de las enseñanzas de Jesús sobre el nacer de nuevo y la participación del hombre en la vida divina, ahora aprovechando la pregunta de la gente: ¿Qué tenemos que hacer para llevar a cabo la obra de Dios? Jesús explica la necesidad del alimento que nutra durante esta vida terrena, de manera gradual y progresiva, el proceso de crecimiento en la vida del Espíritu, indispensable para alcanzar la vida eterna.
Sin embargo, como tantas veces sucede en nuestra relación con Dios cuando lo invocamos, aparece la debilidad de nuestra fe y exigimos signos para creer: “Ellos le replicaron: ¿Qué signo haces para que al verlo creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio a comer pan del cielo”.
Jesús les ayuda para que descubran, quién es el que está detrás de él, y detrás del signo de la multiplicación de los panes, de la que ellos acababan de ser testigos, y les había suscitado el deseo de buscarlo: “Entonces Jesús les dijo: Les aseguro que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo, sino mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo. Ellos le dijeron: ¡Señor, danos siempre de ese pan! Jesús les respondió: Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”.
Preguntémonos si necesito de constantes pruebas para creer en Jesucristo, pan de la vida, o si ya he aprendido a descubrir que lo más importante es alimentar el espíritu, para que creciendo se desarrolle mi manera de ver la vida como un camino a la trascendencia y la eternidad; y no quedarme fascinado, atraído por las realidades terrenas.
Aprendamos a disfrutar cuando en nuestro contexto de vida seamos testigos de prodigios que nos sorprenden y maravillan, porque no encontramos explicación alguna. Son ocasiones privilegiadas para fortalecer nuestra mirada a la trascendencia y descubrir la intervención divina. Pero nunca exijamos a Dios que las realice.
A Jesús hay que buscarlo para escuchar sus enseñanzas, y aceptar su misión para hacerla nuestra. Hay que sumarse a él como un discípulo más y evitar querer aprisionarlo para nuestro servicio e interés. ¡Nunca podremos manipularlo! Por el contrario, será Jesús el que indique el camino y ofrezca el alimento para recorrerlo.
Al escuchar esta escena, es conveniente preguntarnos: ¿Y yo busco a Jesús para conocerlo, seguirlo, y obedecerlo, o solamente lo busco para mi beneficio temporal y para mi propio interés? ¿Como buen discípulo invoco a Dios Padre para recibir el pan del cielo, y así fortalecerme y capacitarme en el seguimiento de Jesús? Porque Jesús respondió claramente: “Ésta es la obra de Dios, que crean en aquel que él ha enviado”.
De esta manera entenderemos la afirmación de San Pablo en la segunda lectura: “No deben ustedes vivir como los paganos, que proceden conforme a lo vano de sus criterios. Esto no es lo que ustedes han aprendido de Jesucristo; han oído hablar de él y en él han sido adoctrinados, conforme a la verdad de Jesús. Él les ha enseñado a abandonar su antiguo modo de vivir, ese viejo yo, corrompido por deseos de placer”.
Jesús ofrece una vida nueva para la que debemos renacer. Esta nueva vida la obtendremos conociendo sus enseñanzas y viviendo acorde a ellas. Este recorrido se alimenta mediante el pan del cielo, ¿y cuál es el pan del cielo? El maná en el desierto fue una figura, como muchas otras en el Antiguo Testamento. “Mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo”.
Este pan del cielo se hace presente en cada Eucaristía, el pan es la presencia sacramental de Jesucristo, que nos sostiene y fortalece para mantenernos como sus discípulos hasta el final de nuestra vida. Por eso hemos escuchado a San Pablo que afirma con gran contundencia: “dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios, en la justicia y en la santidad de la verdad”.
Mantengámonos siempre firmes y constantes; y cuando venga la tentación de abandonar el camino y claudicar de nuestros esfuerzos, invoquemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que como tierna y amorosa Madre nos infundirá vigor y confianza para seguir siendo fieles discípulos de su Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
JULIO 2021
XVII Domingo Ordinario, 25 de julio de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E.R. Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
Hermanos y hermanas en el Señor Jesucristo pan de vida eterna, les saludo a todos con fraternal afecto en nombre y representación del Señor Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México, quien habitualmente preside esta celebración.
Me dirijo con muy particular afecto a todos nuestros adultos mayores, a nuestros abuelitos al estar celebrando hoy la primera jornada mundial en su honor convocada por el Papa Francisco.
El evangelio de esta liturgia dominical nos presenta como lo acabamos de escuchar el célebre pasaje de la multiplicación de los panes y de los peces narrado en el evangelio de San Juan.
El milagro ahí referido es de alguna manera prefigurado y anunciado por lo que Dios ya había hecho cuando cien personas se alimentaron con 20 panes de cebada y grano tierno en espiga que alguien le llevó en su momento al profeta Eliseo; así lo narra la primera lectura.
Por eso es que la pregunta el siervo de Eliseo quien recibe del profeta la orden de repartir el pan y que le dice ¿cómo voy a repartir estos panes entre cien hombres? se parece al que le hace Andrés a Jesús en el evangelio.
Aquí hay un muchacho que trae cinco panes y dos pescados, ¿pero qué es eso para tanta gente? la respuesta de Dios ya desde el antiguo testamento y después en Jesús es contundente; esto dice el Señor “comerán y todos se zacearan y sobrará. Y en efecto, todos comieron hasta zacearse e incluso con los sobrantes se llenaron doce canastos, número bíblico que designa plenitud y sobre abundancia; más adelante, la comunidad cristiana, verá en la multiplicación de los panes un anuncio del alimento inagotable de la eucaristía.
Como hemos escuchado hermanas, hermanos, el evangelio señala que una gran multitud seguía a Jesús, atraída por los milagros que había hecho sobre todo la curación de muchos enfermos; Jesús contempla compasivo aquella multitud que lo sigue con tantas necesidades, dolores y preguntas a cuestas como muchos de los peregrinos que visitan hoy esta Basílica de Guadalupe y que han hecho un gran esfuerzo por venir hasta los pies de Nuestra Madre Santísima.
Jesús se conmueve no solamente ante las necesidades espirituales de quienes lo siguen, sino también ante su necesidad muy concreta del alimento material; pero Jesús no solo se conmueve, actúa y actúa de una forma que nos desconcierta, según lo ha referido hoy el Santo Padre, el Papa Francisco en su mensaje al rezar el Ángelus, cito lo que nos ha dicho hoy el Santo Padre: Es interesante nos dice él, ver como ocurre este prodigio, Jesús no crea los panes ni los peces de la nada, si no que obra a partir de lo que traen sus discípulos; dice uno de ellos: aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, ¿pero qué es esto para tanta gente? es poco, no es nada, pero eso le basta a Jesús. De hecho, continúa el Papa, gracias a ese pequeño don gratuito y por lo tanto heroico, Jesús puede zacear a todos; esta es una gran lección para nosotros, nos dice que el Señor puede hacer mucho con lo poco que ponemos a su disposición. Él puede hacer mucho con nuestra oración, con un gesto de caridad hacia los demás e incluso con nuestra miseria entregada a su misericordia; de nuestras pequeñeces, Dios, Jesús, hacen milagros, hasta aquí la cita de las palabras del Santo Padre.
La mirada compasiva de Jesús sobre aquella multitud es para todos nosotros una permanente invitación a abrir los ojos, el corazón y las manos ante tantas personas necesitadas que tenemos a nuestro alrededor ante los diversos dramas de sufrimiento que nos interpelan día a día y que nos reclaman algún nivel de compromiso y de colaboración como ciudadanos pero también como bautizados.
Pensemos por ejemplo en el drama del hambre que viven tantas personas o en los miles de niños que a diario mueren de desnutrición, en tantos adultos mayores abandonados a su suerte y sumergidos en la indigencia material o afectiva; viviendo en el abandono, la incomprensión o el maltrato.
Hermanas, hermanos Jesús confía en nosotros, nos llama a hacer algo, a aportar lo que está a nuestro alcance, a poner a disposición de Él y de los demás, nuestros cinco panes y nuestros 2 pescados que no necesariamente son bienes materiales o económicos.
Como discípulos de Jesús, es preciso poner en juego lo que somos, nuestra persona y con ella nuestro tiempo, nuestro talento, nuestra escucha, nuestra capacidad de acoger; tal vez ante tanta necesidad y tanto dolor que vemos en nuestro entorno nos parezca que lo que podemos aportar es demasiado poco y en efecto, así es, pero en manos de Jesús eso poco puede fructificar y multiplicarse.
Quisiera invitarles a que impulsados por lo que San Pablo nos ha dicho hoy en la segunda lectura: Seamos particularmente generosos y también diligentes para poner nuestros cinco panes y nuestros dos pescados al servicio de la unidad, de la reconciliación y de la paz en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestra sociedad. San Pablo nos ha dicho “Esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz”.
Que seamos generosos, también para poner nuestros cinco panes y dos pescados al servicio de los adultos mayores; pero ante todo sepamos valorar lo que ellos nos han aportado a lo largo de su vida, porque gracias a sus cinco panes y a sus dos pescados, hoy nosotros estamos aquí y gracias a ellos se ha escrito la historia de nuestra familias, de nuestras comunidades, de nuestra patria, de nuestro mundo.
Y hoy ellos, nuestros adultos mayores, nuestros abuelitos, siguen aportando con su sabiduría, experiencia, oración, consejo y trabajo sus cinco panes y sus dos pescados.
Concluyo: gracias a nuestros adultos mayores y gracias a quienes se dedican a su cuidado, mucho tenemos que aprender de su generosidad y de su sabiduría callada pero fecunda.
Hermanos y hermanas en el Señor Jesucristo pan de vida eterna, les saludo a todos con fraternal afecto en nombre y representación del Señor Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México, quien habitualmente preside esta celebración.
Me dirijo con muy particular afecto a todos nuestros adultos mayores, a nuestros abuelitos al estar celebrando hoy la primera jornada mundial en su honor convocada por el Papa Francisco.
El evangelio de esta liturgia dominical nos presenta como lo acabamos de escuchar el célebre pasaje de la multiplicación de los panes y de los peces narrado en el evangelio de San Juan.
El milagro ahí referido es de alguna manera prefigurado y anunciado por lo que Dios ya había hecho cuando cien personas se alimentaron con 20 panes de cebada y grano tierno en espiga que alguien le llevó en su momento al profeta Eliseo; así lo narra la primera lectura.
Por eso es que la pregunta el siervo de Eliseo quien recibe del profeta la orden de repartir el pan y que le dice ¿cómo voy a repartir estos panes entre cien hombres? se parece al que le hace Andrés a Jesús en el evangelio.
Aquí hay un muchacho que trae cinco panes y dos pescados, ¿pero qué es eso para tanta gente? la respuesta de Dios ya desde el antiguo testamento y después en Jesús es contundente; esto dice el Señor “comerán y todos se zacearan y sobrará. Y en efecto, todos comieron hasta zacearse e incluso con los sobrantes se llenaron doce canastos, número bíblico que designa plenitud y sobre abundancia; más adelante, la comunidad cristiana, verá en la multiplicación de los panes un anuncio del alimento inagotable de la eucaristía.
Como hemos escuchado hermanas, hermanos, el evangelio señala que una gran multitud seguía a Jesús, atraída por los milagros que había hecho sobre todo la curación de muchos enfermos; Jesús contempla compasivo aquella multitud que lo sigue con tantas necesidades, dolores y preguntas a cuestas como muchos de los peregrinos que visitan hoy esta Basílica de Guadalupe y que han hecho un gran esfuerzo por venir hasta los pies de Nuestra Madre Santísima.
Jesús se conmueve no solamente ante las necesidades espirituales de quienes lo siguen, sino también ante su necesidad muy concreta del alimento material; pero Jesús no solo se conmueve, actúa y actúa de una forma que nos desconcierta, según lo ha referido hoy el Santo Padre, el Papa Francisco en su mensaje al rezar el Ángelus, cito lo que nos ha dicho hoy el Santo Padre: Es interesante nos dice él, ver como ocurre este prodigio, Jesús no crea los panes ni los peces de la nada, si no que obra a partir de lo que traen sus discípulos; dice uno de ellos: aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, ¿pero qué es esto para tanta gente? es poco, no es nada, pero eso le basta a Jesús. De hecho, continúa el Papa, gracias a ese pequeño don gratuito y por lo tanto heroico, Jesús puede zacear a todos; esta es una gran lección para nosotros, nos dice que el Señor puede hacer mucho con lo poco que ponemos a su disposición. Él puede hacer mucho con nuestra oración, con un gesto de caridad hacia los demás e incluso con nuestra miseria entregada a su misericordia; de nuestras pequeñeces, Dios, Jesús, hacen milagros, hasta aquí la cita de las palabras del Santo Padre.
La mirada compasiva de Jesús sobre aquella multitud es para todos nosotros una permanente invitación a abrir los ojos, el corazón y las manos ante tantas personas necesitadas que tenemos a nuestro alrededor ante los diversos dramas de sufrimiento que nos interpelan día a día y que nos reclaman algún nivel de compromiso y de colaboración como ciudadanos pero también como bautizados.
Pensemos por ejemplo en el drama del hambre que viven tantas personas o en los miles de niños que a diario mueren de desnutrición, en tantos adultos mayores abandonados a su suerte y sumergidos en la indigencia material o afectiva; viviendo en el abandono, la incomprensión o el maltrato.
Hermanas, hermanos Jesús confía en nosotros, nos llama a hacer algo, a aportar lo que está a nuestro alcance, a poner a disposición de Él y de los demás, nuestros cinco panes y nuestros 2 pescados que no necesariamente son bienes materiales o económicos.
Como discípulos de Jesús, es preciso poner en juego lo que somos, nuestra persona y con ella nuestro tiempo, nuestro talento, nuestra escucha, nuestra capacidad de acoger; tal vez ante tanta necesidad y tanto dolor que vemos en nuestro entorno nos parezca que lo que podemos aportar es demasiado poco y en efecto, así es, pero en manos de Jesús eso poco puede fructificar y multiplicarse.
Quisiera invitarles a que impulsados por lo que San Pablo nos ha dicho hoy en la segunda lectura: Seamos particularmente generosos y también diligentes para poner nuestros cinco panes y nuestros dos pescados al servicio de la unidad, de la reconciliación y de la paz en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestra sociedad. San Pablo nos ha dicho “Esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz”.
Que seamos generosos, también para poner nuestros cinco panes y dos pescados al servicio de los adultos mayores; pero ante todo sepamos valorar lo que ellos nos han aportado a lo largo de su vida, porque gracias a sus cinco panes y a sus dos pescados, hoy nosotros estamos aquí y gracias a ellos se ha escrito la historia de nuestra familias, de nuestras comunidades, de nuestra patria, de nuestro mundo.
Y hoy ellos, nuestros adultos mayores, nuestros abuelitos, siguen aportando con su sabiduría, experiencia, oración, consejo y trabajo sus cinco panes y sus dos pescados.
Concluyo: gracias a nuestros adultos mayores y gracias a quienes se dedican a su cuidado, mucho tenemos que aprender de su generosidad y de su sabiduría callada pero fecunda.
XVI Domingo Ordinario, 18 de julio de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E.R. Mons. Carlos Enrique Samaniego López, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
Ante la gran fatiga que está viviendo toda la humanidad, el Señor es nuestro descanso “vengan a mí los que están cansados y agobiados que yo les daré alivio”.
Hemos de decir también a nuestra alma, a nosotros mismos aquellas palabras de un Salmo “Descansa alma mía que el Señor fue bueno contigo, descansa alma mía que el Señor escucha tu voz”.
Ante tanta violencia que se ha desatado en el mundo, la Ciudad de la paz, en Jerusalén, en otros lugares del mundo, en México por el crimen organizado, en nuestros hogares, en nuestras relaciones, “el Señor es nuestra paz”, así lo escuchamos en la liturgia de la palabra.
Él derribó el muro que separaba a los 2 pueblos: judíos y gentiles, destruyó el odio con su propio cuerpo, de tal manera que Él es nuestra paz, Él también es nuestra justicia, lo escuchamos también en las lecturas de la justicia de cada uno. Decía el Papa Juan Pablo Segundo “Nace la paz para todos”
El día de hoy también hemos de descubrir que no solamente tenemos un vientre que llenar, ciertamente por el desempleo hay pobreza y hambre; el ser humano también tiene una mente que satisfacer con la verdad, un corazón que llenar de amor, una vida que colmar de sentido. “El Señor es mi pastor”, hemos dicho en el salmo responsorial, Él se presenta como el que cuida a sus ovejas, que las lleva a verdes praderas y las alimenta con su amor.
Nosotros queremos descubrir en Él, aquel que llena todos los anhelos más profundos de nuestra vida y más en estos momentos tan difíciles. Decía San Agustín: Nos creaste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti, Él es el buen pastor, en la lectura del profeta Jeremías, se nos habla del buen pastor y los malos pastores, aquellos malos pastores que desorientan, que explotan a sus ovejas y se nos presenta a Dios como el pastor supremo de su pueblo.
Jesucristo se presentó así mismo diciendo “Yo soy el buen pastor”, hoy día vemos que hay muchas ovejas que están sufriendo el cansancio, como ya decíamos al inicio, otras están enfermas, otras están moribundas, otras tantas están desorientadas.
Hay ovejas podemos decir, ariscas, violentas, todas requieren al buen pastor y a ese buen pastor lo hacen presente aquellas personas a las que se les han encomendado otro grupo de personas, por ejemplo: los maestros, ellos pueden ser pastores de la verdad, enseñar el camino del bien a las nuevas generaciones, a los niños, a los jóvenes. Aquel matrimonio pueden ser los pastores de sus hijos, enseñándoles con el ejemplo, dándoles buenos consejos, siendo coherentes con aquello que les están enseñando, con su oración; aquel empresario es buen pastor, también de aquellos que están a su cargo, buscando su desarrollo, promoviendo también su economía, con salarios justos.
El sacerdote ha sido llamado también pastor, es más, es llamado sacramento del buen pastor, es una imagen viva, real, transparente de Cristo buen pastor, es una representación sacramental del buen pastor; quisiera decirles que al día de hoy, aquí en la Arquidiócesis de México, no en toda la Ciudad de México, porque hay otras tres Diócesis más, tan sólo en la Arquidiócesis de México han partido a la casa del Padre, 57 sacerdotes, entre diocesanos y religiosos, es un número superior al que tienen varias Diócesis del país, del clero que completa, del clero vivo que completa algunas Diócesis de nuestro país. ¿Que acaso no será este un llamado a la vocación sacerdotal?
Las abuelas pueden cultivar la vocación sacerdotal, los padres de familia en el corazón de sus hijos poniendo entre las alternativas de vida, el sacerdocio, la vida consagrada, la vida religiosa. Dios seguramente está tocando el corazón de muchos jóvenes y te digo a ti joven que si tu amor a Dios, a la iglesia, a la comunidad es más grande que el bonito anhelo y noble anhelo de tener una familia, una profesión, no dudes que el Señor te está hablando, te está llamando y te está preguntando ¿quieres ser sacerdote? ojalá que cultivemos las vocaciones sacerdotales.
Finalmente hay una advocación que se le ha llamado “La divina pastora”, divino solo es Jesús, pero el pueblo de Dios le ha llamado también así a la Virgen María como una pastora que también cuida a sus hijos, que se preocupa también porque va junto con su hijo Jesús, de llevar a las ovejitas a ver verdes praderas y de alimentarlas con su amor.
El día de hoy tal vez no tenemos como rezar con la Virgen, no le vamos quizá a ofrecer mucho, quizá no tenemos preparada una fórmula; pero podemos también descansar ante ella, que nos sigue diciendo aquí en su santuario ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?
Pidámosle al Señor que nos siga enseñando a descansar en Él, que nos siga haciendo sentir su voz ahora en este tiempo de fatiga… “Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo les daré alivio, que yo les daré descanso”.
Que así sea.
XV Domingo Ordinario, 11 de julio de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
«Yo no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo, Israel”.
De nuevo este Domingo continúa la temática del profetismo. El Reino del norte o Reino de Israel rápidamente se caracterizó por aceptar la idolatría y por tanto, la abierta infidelidad a la Alianza del Sinaí, pactada mediante Moisés, cuando liberó de la esclavitud de Egipto, a los descendientes del Patriarca Jacob, y que fue factor determinante para constituir el pueblo elegido por Dios, y que había prometido a Abraham, Isaac y Jacob.
Hemos escuchado en la primera lectura la reclamación y expulsión del territorio del Reino de Israel, que Amasías, Sacerdote de Betel, dirigió al Profeta Amós: “Vete de aquí, visionario, y huye al país de Judá; gánate allá el pan, profetizando; pero no vuelvas a profetizar en Betel, porque es santuario del rey y templo del reino”.
La respuesta de Amós es altamente significativa al señalar que el profetismo querido por Dios no se transmite por herencia, como sucedía con el sacerdocio levítico del Antiguo Testamento, sino por el llamado de Dios.
En el mensaje que emitió en su respuesta el profeta Amós, ofrece dos aspectos fundamentales para entender el profetismo querido por Dios, asumido por Jesucristo y que debe ejercitar todo discípulo de Cristo en lo personal y en lo comunitario: escuchar y responder al llamado; es decir, descubrir la propia vocación y cumplir fielmente la misión.
El evangelio de hoy relata que Jesús asume estas dos características para que las vivan sus discípulos, con lo cual los convierte en profetas; por tanto, debemos ser profetas todos los bautizados en el nombre de Jesucristo: “Jesús llamó a los Doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los espíritus inmundos. Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica”.
Pero además señala dos elementos que ayudarán favorablemente a todo discípulo para cumplir de manera fecunda su profetismo. El primer elemento es el poder sobre los espíritus inmundos, es decir, la garantía de ser asistidos y fortalecidos por el Espíritu Santo, para enfrentar el mal y descubrir con su luz los formas para superar el mal en sus diversas modalidades de presencia, tanto en la tentación y como en la lamentable caída.
El segundo elemento consiste en realizar la misión con plena libertad favoreciendo el desarrollo de la confianza en Dios, y el aprendizaje para no supeditar el cumplimiento de la encomienda a tener las mejores condiciones para su realización. Es decir con el mínimo indispensable hay que lanzarnos a la misión.
Este ejercicio de actuar en la gratuidad y el desapego a las cosas materiales permite con mayor facilidad y rapidez el desarrollo espiritual de la persona y de la comunidad eclesial. Conduce a la sensibilidad para descubrir la acción de Dios en las personas a quienes se comparte el anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios, y prepara a la persona para asumir con plena confianza la promesa de Cristo de ser recibidos en la Casa del Padre por toda la eternidad. Así es como se desarrolla la vida nueva del Espíritu, que en semilla recibimos en nuestro Bautismo.
En la segunda lectura San Pablo expresa el inmenso beneficio que nos ha traído Jesucristo a la humanidad: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en él con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, …para que fuéramos sus hijos, para que alabemos y glorifiquemos la gracia con que nos ha favorecido por medio de su Hijo amado …Con Cristo somos herederos también nosotros. Para esto estábamos, destinados, por decisión del que lo hace todo según su voluntad”.
En efecto la adopción para ser hijos de Dios se ha realizado en Jesucristo; y los beneficios que describe el apóstol son cuatro
1. La redención, ser rescatados del mal y la condenación eterna, y ser capaces de perdonar ya que hemos sido perdonados: “por Cristo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”.
2. Recibir la gracia abundante del auxilio divino concediéndonos la sabiduría para conocer la voluntad divina y así responder con plena libertad a esa voluntad: “Él ha prodigado sobre nosotros el tesoro de su gracia, con toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad”.
3. Ser testigos de su amor y así hacerlo presente en el mundo: “para que fuéramos una alabanza continua de su gloria, nosotros, los que ya antes esperábamos en Cristo”.
4. Quedar marcados por el Espíritu Santo, garantizando nuestra herencia y dándonos la capacidad para descubrir la verdad, y obtener la fortaleza necesaria para manifestar el camino de liberación de todos los males: “después de escuchar la palabra de la verdad, el Evangelio de su salvación, y después de creer, han sido marcados con el Espíritu Santo prometido. Este Espíritu es la garantía de nuestra herencia, mientras llega la liberación del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria”.
Nuestra Madre, María de Guadalupe es la primicia que expresa las maravillas que Dios hace con quienes ponen su confianza en él, escuchan su voz, aceptan su voluntad y la ponen en práctica. Acudamos a ella y pidámosle nos acompañe para ser buenos discípulos de su Hijo Jesucristo, y como profetas demos testimonio del amor y de la misericordia divina en nuestro tiempo y en favor de nuestros prójimos.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
XIV Domingo Ordinario, 4 de julio de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“El espíritu entró en mí, hizo que me pusiera en pie y oí una voz que me decía: Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde, que se ha sublevado contra mí. Ellos y sus padres me han traicionado hasta el día de hoy. También sus hijos son testarudos y obstinados. A ellos te envío para que les comuniques mis palabras. Y ellos, te escuchen o no, porque son una raza rebelde, sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.
Estas palabras dirigidas al Profeta Ezequiel son una óptima ocasión para reflexionar sobre nuestra personal vocación de ser Profetas, misión que se nos ha encomendado desde nuestro Bautismo, porque en él, fuimos incorporados a Cristo Sacerdote, Profeta, y Rey. Es decir, todo bautizado en el nombre de Jesucristo, está llamado a ser profeta, transmitiendo de palabra y de obra las enseñanzas de Jesucristo, y llevando a cabo dicha tarea en comunión con su respectiva comunidad eclesial.
La advertencia de Dios, al decir que el profeta debe transmitir el mensaje lo escuchen o no, es porque la respuesta de quien escucha debe ser libre, y si no escucha es su responsabilidad personal, pero el profeta no debe supeditar su misión excusándose que no le hacen caso.
Dios conoce los corazones de sus hijos y sabe que unos son más testarudos y obstinados, otros soberbios y rebeldes, pero su paciencia no tiene límites, ya que somos sus hijos y nos ama por encima de nuestra conducta. Dios exige al profeta transmitir con ocasión y sin ella, lo escuchen o no, porque desea que no exista el pretexto y digan: No hubo un profeta que nos advirtiera nuestros errores.
En este primer punto de las enseñanzas que hoy presenta la Palabra de Dios, es oportuno cuestionarnos con las siguientes interrogantes: ¿He ejercido mi misión de Profeta, he compartido mi experiencia como discípulo de Jesucristo? ¿Me han escuchado o me han rechazado? ¿Qué actitudes han surgido en mí ante los éxitos y ante los fracasos?
Por lo que respecta a la segunda lectura, el Apóstol San Pablo advierte desde su propia experiencia, que la aceptación humilde del sufrimiento personal por alguna enfermedad, por dificultades insuperables, por burlas o insultos, por amenazas y persecuciones se convierte en fortaleza y desarrollo espiritual para afrontarlas, generando la sensibilidad para descubrir la intervención divina ante el rechazo explícito a la predicación de la Palabra de Dios: “Así pues, de buena gana prefiero gloriarme de mis debilidades, para que se manifieste en mí el poder de Cristo. Por eso me alegro de las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando soy más débil, soy más fuerte”.
Esta experiencia de relativos fracasos y sufrimientos en la misión para transmitir la Buena Nueva es un magnífico auxilio para superar la soberbia, que espontáneamente surge ante los éxitos y reconocimientos recibidos y reconocidos por la Institución Eclesial.
La soberbia es la gran tentación de todo ser humano, porque nuestro instinto y anhelo de superación, seduce a nuestro espíritu para asumir los éxitos como resultado exclusivo o preponderante de mi personalidad, y en esa ruta se desarrolla en mi una sordera para escuchar las opiniones de los demás, una ceguera para valorar las experiencia ajenas, y una intolerancia ante los propuestas diversas a mis puntos de vista.
En este sentido es muy provechoso y oportuno escuchar la confesión de San Pablo: “Para que yo no me llene de soberbia por la sublimidad de las revelaciones que he tenido, llevo una espina clavada en mi carne, un enviado de Satanás, que me abofetea para humillarme. Tres veces le he pedido al Señor que me libre de esto, pero él me ha respondido: Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad”.
Les propongo preguntarnos: ¿He sabido conducirme ante las tentaciones de la soberbia? ¿He desarrollado la necesaria humildad, confiando en la misericordia divina, cuando me he enfrentado al sufrimiento? ¿He aceptado mis debilidades y fragilidades o las descargo culpabilizando a otros de lo que me sucede?
El Evangelio de hoy presenta las dudas de los nazarenos sobre la sabiduría expresada por Jesús, ejemplificando la frecuente dificultad de los más cercanos para aceptar el buen desarrollo de quienes lo conocieron antes: “Jesús fue a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro: ¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas? Y estaban desconcertados”.
¿De dónde le viene la sabiduría y las demás virtudes, a quien yo conozco desde niño? Con este cuestionamiento surgen los celos, la envidia y el rechazo al que desarrolla cualidades y habilidades que yo no tengo, a quien despunta por encima de los demás, y a quien a pesar de su menor edad puede superar a los mayores.
¿Cuál ha sido mi experiencia en mis relaciones con los demás, he dejado crecer la soberbia en mí o he reconocido mis propias cualidades y mis limitaciones y las de los demás? ¿Cuál ha sido mi actitud ante mis compañeros de escuela, en el campo laboral, e incluso en mi propia familia cuando percibo que me superan?
Recordemos las palabras de Jesús “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos, imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos”. La incredulidad obstaculiza descubrir la acción de Dios en favor de nuestra persona o de la comunidad.
Contemplemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y pidámosle que aprendamos de ella a mirar con amor y misericordia a quien me acompaña, a quien se me acerca, a quien me solicita ayuda.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
JUNIO 2021
XIII Domingo Ordinario, 27 de junio de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera. Las creaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno mortal”.
Dios Creador es el Dios de la vida, afirma el libro de la Sabiduría; y además afirma que: “Dios creó al hombre para que nunca muriera, porque lo hizo a imagen y semejanza de sí mismo”.
La llegada a la Casa del Padre para compartir con Él la vida eterna en el amor y la felicidad plena, exige la preparación para recibir tan sorprendente regalo y para capacitarnos al amor gratuito y desinteresado, es decir, que no espera nada a cambio, porque ése, es el verdadero amor. Esta experiencia debe vivirse, reconociendo la gratuidad del don y, aprendiendo en completa libertad a relacionarnos con los demás, buscando siempre el bien del otro por encima del propio bien. Ésta es la finalidad de nuestro tránsito en el mundo.
El amor a la vida propia como don recibido para compartir con los demás, abre las puertas del corazón a la generosidad para la práctica de la misericordia y de la caridad. San Pablo explica que: “No se trata de que los demás vivan tranquilos, mientras ustedes están sufriendo. Se trata, más bien, de aplicar durante nuestra vida una medida justa; porque entonces la abundancia de ustedes remediará las carencias de ellos, y ellos, por su parte, los socorrerán a ustedes en sus necesidades. En esa forma habrá un justo medio, como dice la Escritura: Al que recogía mucho, nada le sobraba; al que recogía poco, nada le faltaba”.
En este sentido es pedagógico el pasaje del Evangelio que hemos escuchado hoy, donde Jesús escucha al jefe de la Sinagoga y atiende de inmediato a su súplica, poniéndose en camino: “Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: «Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva». Jesús se fue con él y mucha gente lo seguía y lo apretujaba”.
Sin embargo acontece, que una mujer toca el manto de Jesús y queda de inmediato curada del flujo de sangre, que padecía desde hacía doce años. Jesús se detiene, y la busca en medio de la muchedumbre, para encontrarla, “la mujer se acercó, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús la tranquilizó, diciendo: Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”.
En esta escena descubramos, que a Jesús no solo le interesa nuestra salud física, sino prioritariamente la salud espiritual, que recibimos cuando nos encontramos con Él mediante la fe, en medio de nuestras circunstancias especialmente dolorosas o trágicas.
Por esta razón Jesús se detuvo, y mientras tanto llegó la información a Jairo, que su hija ya había muerto, y que ya no tenía caso molestar al Maestro, sin embargo Jesús escuchando la información interviene, y genera la esperanza en Jairo: “Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: No temas. Basta que tengas fe”.
Lo que pide Jesús es la fe; cuantas escenas no hemos conocido de situaciones verdaderamente dramáticas de quienes sufren la tragedia y expresan la fe en Dios Padre, y la esperanza de salir adelante; en muchas ocasiones obtienen verdaderos milagros, y en otras la fortaleza indescriptible para afrontar las difíciles circunstancias. Queda en ambos casos la percepción, que Dios de alguna manera ha intervenido y ha escuchado las súplicas.
El final de la escena también tiene su enseñanza. Siempre habrá quienes no creen en la intervención de Dios en la historia, y propalan su convicción a diestra y siniestra, hasta con ironías y menosprecio: “Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: ¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida. Y se reían de él”.
Sin embargo Jairo sigue con Jesús lo lleva donde estaba su hija, y el milagro acontece: “Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: ¡Talitá, kum!, que significa: ¡Óyeme, niña, levántate! La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar”.
Ante la meditación de esta página del evangelio los invito a reflexionar sobre las circunstancias difíciles que hemos atravesado en nuestra vida, ¿cómo las hemos afrontado? ¿Cómo hemos salido de ellas? ¿Derrumbados y sin ánimo de seguir adelante o fortalecidos en la fe y en la esperanza?
San Pablo en la segunda lectura recordaba la razón por la cual el Hijo de Dios se encarnó en el seno de María para compartir nuestras pobrezas y limitaciones: “Bien saben lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hicieran ricos con su pobreza”.
Al venir a esta Casita Sagrada en la que se muestra el amor y la ternura de Nuestra Madre, María de Guadalupe, ¿cuántos peregrinos han pasado en estos casi 5 siglos de su presencia entre nosotros, y cuántos han regresado para agradecer su amor y su misericordia?
También nosotros hoy acudamos a ella, y presentémosle nuestra experiencia de vida, con toda confianza hablémosle de nuestras penas y alegrías, de nuestras angustias y logros; y pidámosle que nos de la valentía de transmitir, en nuestros contextos existenciales, la fe en su Hijo, Palabra del Padre, que prometió acompañarnos mediante el Espíritu Santo. No tengamos miedo de relatar a nuestros contemporáneos las maravillas, que el Señor sigue obrando, a pesar de tanta violencia e injusticia en nuestro tiempo.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
XII Domingo Ordinario, 20 de junio de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E.R. Cardenal PIETRO PAROLIN
Secretario de Estado
Homilía en la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe
20 junio 2021
[Señor Cardenal,
Hermanos en el Episcopado
Distinguidas Autoridades,
Queridos Sacerdotes, Religiosos y Religiosas,
Hermanos y Hermanas en el Señor,]
Vuelvo siempre con mucha emoción interior a esta Basílica, corazón espiritual de México, para arrodillarme ante la venerada imagen de Santa María de Guadalupe, Madre del verdadero Dios por quien se vive, con la misma fe y el mismo amor que he visto en el rostro y en los ojos de tantos mexicanos durante los años de mi permanencia en esta tierra.
Aquí donde la Virgen María ha querido permanecer estampada en el ayate de san Juan Diego, para manifestarse y mostrarse como Madre espiritual de todos, resuenan como consuelo y aliento sus palabras, verdadero bálsamo para todo corazón afligido e inquieto: «¿No estoy yo aquí que soy tu madre? Oye y ten entendido, hijo mío, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, ¿no estoy aquí, que soy tu Madre.»[1] .
La última vez que estuve aquí, acompañaba al Santo Padre Francisco, en su memorable viaje en febrero de 2016. Hoy les traigo su cariñoso saludo y su bendición apostólica. De esa visita recordamos el largo tiempo que el Papa transcurrió en oración silenciosa ante la imagen de la Virgen, un diálogo intenso del hijo con su madre, de un hijo que ha sido llamado a ser padre y pastor, y por esto tiene particular necesidad del sostén y la intercesión de Aquella a quien proclamamos como Madre de la Iglesia y Reina de los Apóstoles. Por esta razón, rezamos por el Papa, tal como él siempre lo pide a los fieles, a la vez que escuchamos su llamada a vivir un tiempo de gracia en toda la Iglesia, preparando y realizando el próximo Sínodo de los Obispos sobre el tema: Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. Deseo, al mismo tiempo, agradecer a los Obispos mexicanos por el esfuerzo que ya están cumpliendo en la promoción de un verdadero espíritu sinodal, tanto a nivel diocesano como a nivel de Conferencia Episcopal.
De la visita del Santo Padre recordamos también sus palabras cuando dijo que el pueblo es el verdadero santuario que Santa María de Guadalupe pide que se construya incesantemente: «El santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes […] expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas y riesgosas, de los ancianos […] de nuestras familias que necesitan construirse y levantarse. El santuario de Dios es el rostro de tantos que salen a nuestros caminos»[2], sobre todo, los rostros sufrientes que nos duelen, como los migrantes, los excluidos, los que están sometidos por las drogas, los jóvenes sin oportunidades, los niños abandonados en nuestras grandes ciudades.
Reunidos este Domingo para celebrar el Día del Señor, hemos escuchado en el Evangelio de san Marcos la escena de aquella barca en la que iban Jesús y sus discípulos cruzando el lago, hasta que, de pronto, de manera inesperada, quedó en medio de fuertes vientos y sacudida por las olas que casi la hundían, ante el temor de todos y la aparente ausencia de Jesús quien dormía profundamente. Sin embargo, frente la súplica de los discípulos, bastó una palabra de Jesús para regresar la calma y la tranquilidad. Es entonces cuando Jesús le da el sentido pleno a toda esta situación cuestionando a sus discípulos: «¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?» Esa barca en medio de la tormenta es símbolo de tantas circunstancias que debemos experimentar de manera personal y social, en nuestras familias y en nuestras naciones, en nuestras comunidades y en la Iglesia toda.
No podemos dejar de pensar en lo que estamos viviendo en nuestros días a causa de esta pandemia. Esta nueva realidad, que ha azotado al mundo entero, nos ha hecho sentir nuestra fragilidad humana, paralizando nuestras actividades, afectando nuestra salud y llenando de luto a muchas familias, ante la aparente ausencia de Dios. En medio de tantas pruebas, la Iglesia, como familia de familias, ha tratado de estar cerca, de acompañar, de orar, de interceder por tantas personas heridas no solo en su cuerpo sino también profundamente en su espíritu. También hoy nuestra súplica ha llegado a los oídos de Dios como un grito casi desafiante: Señor, ¿dónde estás?, Maestro, ¿por qué estás durmiendo? Y el Señor nos ha hecho sentir nuevamente su presencia a través de la generosidad y el servicio de tantas buenas personas, que nos han asistido espiritual y físicamente, personas dedicadas que han sabido compartir, que nos han acompañado con la oración. Sí, incluso en este tiempo de prueba, el Señor se ha dado a conocer, nos ha levantado, nos está levantando, para construir juntos el futuro de nuestras comunidades y del mundo entero.
Estando aquí, ante la Emperatriz de las Américas, cómo no pensar también, al contemplar la barca sacudida por los vientos y las olas, en la situación que México, como muchos otros países latinoamericanos, vive desde hace muchos años: la desigualdad social, la pobreza, la violencia del crimen organizado, la división por causas políticas, sociales y hasta religiosas. Un México que tiene necesidad de reconciliarse consigo mismo, de reencontrarse como hermanos, de perdonarse mutuamente, de unirse como sociedad superando la polarización. Un México que sepa mirar a su historia para no olvidar la gran riqueza de sus raíces y la herencia recibida en los valores que han forjado su identidad a lo largo de muchas generaciones. Como creyentes, reconocemos que el encuentro con Jesucristo ha sido y continúa siendo el don más valioso y trascendente para los pueblos y las culturas de esta Nación y del continente americano. Para abrir mejores caminos hacia el futuro, un futuro de reconciliación y de armonía, tenemos que consolidar y profundizar nuestra fe en Jesucristo.
Necesitamos también nosotros aquella fe que nos pide Jesús en el Evangelio de hoy, contra todo desaliento, temor o desconcierto. Necesitamos que nuestra fe en Cristo resucitado, nos ayude a ser constructores de una mejor sociedad a partir de nuestras propias familias y desde el lugar que ocupamos en la vida pública.
Tenemos necesidad de la fe de María, de aquella fe por la cual ella es grande y por la cual es bienaventurada como la saludo su prima Santa Isabel: “Feliz de ti que has creído”. Una fe profunda, una fe convencida, una fe coherente, una fe operante, una fe que se transforme en testimonio de vida porque, lo sabemos, la separación -y tal vez la contradicción- entre fe y vida es uno de los más graves escándalos que los cristianos pueden dar al mundo. Es mejor ser verdaderamente cristianos que sólo llamarse tales, decía San Ignacio de Antioquía. María es un verdadero modelo de esta fe, ella que escucha la Palabra, la acepta y la realiza (Cfr. Lc 1, 38), que medita la Palabra en su corazón (Cfr. Lc 3,51) y sale al encuentro de los demás (Cfr. Lc 1,39-40), que sigue a Jesús hasta la Cruz (Cfr. Jn 19,25), e iluminada con la resurrección, permanece unida en la oración con todos los discípulos hasta ser transformados con la experiencia del Espíritu Santo (Cfr. Hch 1,14).
Es esta la intención principal por la cual deseo rezar en este día, junto con todos ustedes que participan de esta celebración. En el día del Padre, confiamos a todos los padres también a la intercesión de María y de su esposo San José, de quien celebramos el año jubilar, reconociendo la delicada y compleja misión que los padres cumplen en corazón de sus familias y en la sociedad. Una misión que se ha vuelto hoy día más difícil.
Pidamos, finalmente, a Nuestra Madre, Santa María de Guadalupe, que ha venido a nuestro encuentro en el Tepeyac para congregarnos como hermanos alrededor de Jesús, que la Iglesia, que peregrina en México y en todo el mundo, renueve su fe y logre dar el buen testimonio de Cristo, manifestando su amor misericordioso para todos los hombres. Amen.
[1] Cf. Texto del Nican Mopohua.
[2] FRANCISCO, Homilía en la Santa Misa, Basílica de Guadalupe, 13 de febrero de 2016.
XI Domingo Ordinario, 13 de junio de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
«El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.
La complementariedad entre el trabajo del agricultor y la respuesta de la tierra nos hacen ver la necesidad de ambos para obtener el beneficio de la cosecha. Una interpretación de esta parábola es identificar al sembrador en cada ser humano, y considerar como su tierra: su contexto familiar, laboral y social. Si siembra bondad, generosidad, comprensión, colaboración, confianza, ciertamente cosechará felicidad, alegría, esperanza, y en sus necesidades obtendrá ayuda y cooperación.
¿Por ello es oportuno preguntarnos cada día al caer la tarde, qué he sembrado hoy en mi contexto de vida? Y dormir tranquilamente si nuestra siembra ha sido buena semilla. De lo contrario, deberemos tomar conciencia para al amanecer de un nuevo día, corregir y rectificar mi actitud y mi conducta.
Nunca debe desanimarnos que tarde la cosecha, los tiempos de espera son siempre diferentes, como la tierra en que se siembra depende de la colaboración del sol y de la lluvia, que son indispensables. Así también la respuesta de cada uno de nuestros semejantes no será al mismo tiempo ni de la misma manera. Recordemos que hay cosechas abundantes y otras escasas, incluso algunas perdidas.
Otras veces nos acontecerá que de un pequeño esfuerzo personal o comunitario, obtendremos respuestas contundentes y rápidas, que nos sorprenderán alegremente. En esas ocasiones se cumplirá la otra Parábola, que hemos escuchado de labios de Jesús: «El Reino de Dios es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.
Estas Parábolas y su permanente enseñanza manifiestan además la importancia de la relación de las creaturas con la Naturaleza. Por ello invito a todos asumir el compromiso de leer y reflexionar la Carta Encíclica del Papa Francisco “Laudato Si´”. En ella nos invita a retomar la permanente observación de la naturaleza y descubrir en su orden y en sus recursos indispensables para la vida humana, la importancia de cuidarla y protegerla, y especialmente a descubrir nuestra sacralidad.
Afirma el Papa Francisco: Además la contemplación de lo creado nos permitirá descubrir alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque «para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa». Podemos decir que, «junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la Sagrada Escritura, se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche». Prestando atención a esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la relación con las demás criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar el mundo; yo exploro mi propia sacralidad al intentar descifrar la del mundo» (LS No. 85).
En general en la vida de las ciudades se ha perdido esta habitual observación y aprendizaje que ofrece la naturaleza en sus diferentes ámbitos. Sin embargo las nuevas generaciones han manifestado una gran sensibilidad e interés por la ecología, que debemos acompañar y apoyar; ya que mediante la observación y el respeto al orden de la Creación para la sustentabilidad de nuestra Casa Común, descubriremos la responsabilidad propia del ser humano como administradores que cuidan y protegen nuestro planeta; y obtendremos la convicción de hacerlo al constatar los beneficios de dichos cuidados.
Pero además podremos afrontar el gran desafío de transmitir la fe en Dios Creador que se manifiesta en la complementariedad y en el magnífico y admirable orden que guarda la naturaleza en sí misma. Los llamo pues, a considerar la necesidad de una conversión ecológica como lo indica también el Papa Francisco: «los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores», la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior… hace falta entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana. (LS No. 217).
Incluso el adentrarnos en el orden de la Creación y en la responsabilidad común de cuidar la sustentabilidad de nuestra Casa Común, será un caminar en la esperanza, al adquirir elementos de la experiencia humana, que mostrarán la ternura y generosidad del Creador, con lo que crecerá nuestra confianza en una vida futura insospechadamente gloriosa, para dejarnos conducir guiados por la fe, obteniendo la experiencia que hoy escuchamos de San Pablo: “Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos en el cuerpo, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos guiados por la fe, sin ver todavía. Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor”.
Aprenderemos así a tomar conciencia de nuestro paso terrenal, asumiendo nuestras responsabilidades cotidianas, y avizorando nuestro feliz destino para el que fuimos creados: una vida sin fin, compartiendo la vida de Dios, que es el Amor. Y podremos superar el desafío de encontrar los caminos para transmitir a las nuevas generaciones, el sentido de la vida temporal, y la fortaleza para afrontar adversidades y conflictos de manera positiva, descubriendo que no vamos solos, y mucho menos que estamos abandonados a nuestra suerte, sino siempre acompañados, de quien nos ha dado la vida, y nos espera con inmenso gozo para compartirnos su casa eternamente.
Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe que aprendamos de ella, tanto la confianza que tuvo en la Palabra de Dios, como en asumir en plena obediencia su proyecto salvador.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Enséñanos a orar con los salmos, como tú lo hacías, proclamando las maravillas del Señor: ¡Qué bueno es darte gracias, Dios altísimo, y celebrar tu nombre, pregonando tu amor cada mañana y tu fidelidad, todas las noches!
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
X Domingo Ordinario, 6 de junio de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Respondió Adán: La mujer que me diste por compañera me ofreció del fruto del árbol y comí. El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Por qué has hecho esto?» Repuso la mujer: «La serpiente me engañó y comí”.
Según la narración bíblica, Dios Creador les había manifestado su amor y su confianza al darles vida, ubicarlos en un Paraíso, y crearlos a su imagen y semejanza como seres en y para la relación. Sin embargo, Adán y Eva en lugar de corresponder a ese amor, habiendo desobedecido el mandato del Señor, se refugiaron en el miedo, y buscaron descargar en el otro la responsabilidad de la desobediencia.
¿Cuántas veces en la vida hemos sido testigos en primera persona, que se repite la tendencia de Adán y Eva para evitar confesar su culpabilidad, descargando en el otro dicha responsabilidad?
El miedo a la verdad y el temor a la posible pena por la desobediencia, complica siempre nuestro camino de relación con el prójimo; y cuando este proceder se reitera, se va perdiendo la conciencia de la propia culpa, y esa persona caerá en una conciencia de ser siempre víctima, declarará una y otra vez que son los otros los culpables de lo que hizo. Así frustrará su buena relación con los demás, y su propia felicidad, convirtiéndose en una persona que expresará quejas y lamentos en sus relaciones interpersonales.
¿Cómo afrontar el miedo a la verdad y alcanzar la valentía necesaria para afrontar las consecuencias de nuestras acciones incorrectas, imprudentes, o incluso nuestras desobediencias y pecados?
San Pablo hoy, ha dado una clave al afirmar: “Por esta razón no nos acobardamos; pues aunque nuestro cuerpo se va desgastando, nuestro espíritu se renueva de día en día. Nuestros sufrimientos momentáneos y ligeros nos producen una riqueza eterna, una gloria que los sobrepasa con exceso”. La confianza y la experiencia de ser amados por Dios, nos dará siempre la valentía para asumir la verdad, y afrontar sus consecuencias por más dolorosas que sean. Nuestra mirada se irá desarrollando, cada vez con mayor claridad, para visualizar el futuro que nos espera, y no ahogarnos en un vaso de agua.
Recordar con frecuencia y contemplar la mirada del futuro para el cual hemos sido creados, y desarrollar una fuerte convicción de nuestro destino final, nos preparará para expresar lo que hemos escuchado decir a San Pablo: “Nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno. Sabemos que, aunque se desmorone esta morada terrena, que nos sirve de habitación, Dios nos tiene preparada en el cielo una morada eterna, no construida por manos humanas”.
Otro aspecto de gran importancia para nuestro crecimiento personal y comunitario es aprender a descubrir la intervención de Dios en los acontecimientos. El Evangelio de hoy narra la falsa interpretación de los escribas, que eran la gente preparada para interpretar la Sagradas Escrituras: “Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco. Los escribas, que habían venido de Jerusalén, decían acerca de Jesús: Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera”.
Ante la acción del Espíritu Santo o se acepta y se agradece, o se ignora y rechaza, explicándola como imposible, como una locura, o como cosa del diablo. La respuesta de Jesús es contundente: «Si un reino está dividido en bandos opuestos, no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin”.
El criterio es claro, si las acciones propician y generan la comunión y la unidad provienen del Espíritu Santo, si las acciones, aun las aparentemente buenas, dividen y confrontan, generando más obstáculos para la comunión y la unidad, provienen de Satanás. Jesús afirmó: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Finalmente una reflexión de suma importancia para nuestra confianza en Dios y en su amor infinito y misericordioso, particularmente cuando hemos considerado que hemos gravemente pecado, y nuestra conciencia no nos deja tranquilos, consiste en recordar a lo largo de nuestra vida, esta afirmación contundente de Jesús: “Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias”. Por tanto, nuestros pecados por más graves que sean, si los reconocemos, y confesamos nuestra culpabilidad, obtendremos siempre el perdón incondicional de Dios.
Solamente aquél que percibiendo la acción sorprendente del Espíritu Santo, como lo fue el ministerio de Jesucristo en favor de los enfermos, indigentes, ciegos, y paralíticos, y ante la evidencia, niegue la intervención divina, y falsee con toda mala intención, lo que ha visto y oído, recaerá en él lo dicho por Jesús: “… el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno. Jesús dijo esto, porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo”.
Hay que aprender a descubrir la intervención de Dios en la vida, y agradecerle su favor, eso nos dará una mirada de largo alcance, que nos hará crecer en la caridad y en el amor al prójimo necesitado, como lo hizo Jesús. No tengamos miedo, y aprendamos a sorprendernos ante el misterio de la acción de Dios en la historia, dejemos la mirada miope que solo se centra en la rutina de la cotidianidad.
El Pueblo de México, por experiencia generalizada, sabe que aquí en este lugar, la presencia de Nuestra Madre, María de Guadalupe, no deja de hacer maravillas entre sus hijos, que humildemente le suplican ayuda en sus diversas necesidades. Los invito a todos a invocarla abriendo nuestro corazón a su maternal auxilio y protección.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Te pedimos nos ayudes a respetarnos unos a los otros, para que los ciudadanos de México participemos responsablemente, cumpliendo nuestra obligación de votar con plena libertad, dando a conocer nuestra voz, y vivamos una jornada cívica ejemplar, que exprese nuestro anhelo de edificar una sociedad democrática, fraterna y solidaria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
MAYO 2021
La Santísima Trinidad, 30 de mayo de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.”
Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero. El ser humano de todos los tiempos, no puede ni podría por sus solas fuerzas e inteligencia llegar a considerar la existencia de un Dios Trinidad. Hubo necesidad, que Dios mismo revelara su naturaleza divina, y la comunicara a la humanidad, mediante el mismo lenguaje del ser humano. De ahí la decisión de Dios Padre de enviar al Hijo, para que se encarnara y diera a conocer al verdadero Dios, por quien se vive.
Este momento sublime de la Encarnación del Hijo de Dios, fue preparado aproximadamente durante 18 siglos, iniciando con los Patriarcas Abraham, Isaac, y Jacob, y continuado por Moisés, y por los profetas y reyes de Israel, a quienes les hizo conocer mediante diversas pruebas su voluntad y su destino como lo afirma Moisés en la primera lectura: “¿Qué pueblo ha oído, sin perecer, que Dios le hable desde el fuego, como tú lo has oído? ¿Hubo algún dios que haya ido a buscarse un pueblo en medio de otro pueblo, a fuerza de pruebas, de milagros y de guerras, con mano fuerte y brazo poderoso?”. Finalmente el Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María y llevó al culmen la revelación del verdadero y único Dios. Tres personas distintas, pero un solo Dios, que vive en plena comunión y concordia, ya que su naturaleza es el amor.
La Creación entera manifiesta el orden y la complementariedad en todas sus funciones. La humanidad ha llegado a reconocer mediante la ciencia, la maravilla de los ecosistemas en nuestro planeta y la relación con los demás astros. Todo funciona en relación al conjunto, y las fuerzas están organizadas para cumplir su tarea en favor de las otras para mantener la Casa Común. Las especies vivas se sostienen unas a otras, y cumplen su finalidad por instinto para la sobrevivencia. Solamente hay una especie, la humana, que tiene la inteligencia y la libertad para colaborar, o para romper los ritmos establecidos por Dios Creador.
Desde hace años a causa de la explotación abusiva de los recursos naturales han provocado graves procesos de degradación, que si no los detenemos, llevará irremediablemente hacia el final de nuestra Casa Común. Por eso el Papa Francisco lanzó, la señal de alarma a las autoridades, empresarios y población en general, el documento “Querida Amazonia”, y el pasado martes presentó una plataforma digital para sumar esfuerzos en la recuperación del planeta.
¿Por qué Dios le dio al ser humano tanto poder sobre la Creación? Porque eligió a la especie humana para que pueda aprender a descubrir y ejercitarse en el amor, preparándose así para compartir la vida eterna con el mismo Dios; y para aprender a amar es indispensable la libertad.
Por tanto, el gran desafío de todo ser humano consiste en aprender a usar la libertad para elegir el bien y no el mal; y dando este primer paso, es necesario avanzar, capacitándose a elegir, de entre los bienes que tenga a la mano, aquellos que le permitan servir a los demás, y ofrecer sus habilidades y capacidades para que también los demás sigan ese camino. En otras palabras, el amor divino consiste en actuar siempre por el bien de los demás. Por esta razón es necesario aprender a superar la tendencia natural del egoísmo, y descubrirnos como seres en relación; es decir que nuestra felicidad y nuestra paz dependerá de edificar relaciones de amistad y colaboración con los semejantes, con quienes nos toque convivir.
Así también, es indispensable el proceso educativo para aprender a ser responsable de mi conducta, y saber ordenar mis tendencias y pasiones para el bien propio y de los demás. En este campo en nuestros tiempos ha crecido el desafío de asumir con plena conciencia que el amor no es la atracción sexual, ni el ejercicio de la sexualidad es la expresión de la plenitud del amor, la sexualidad es solo un camino, un primer paso, para romper la centralidad de la vida en la propia persona.
La sexualidad es una ayuda que Dios ha dado a todo ser humano para abrirse necesariamente a la relación con los demás, y encontrar, en la intimidad, la complementariedad del varón y la mujer, no solo para generar la vida de los hijos, sino para crecer en la capacidad de amar, en la donación y servicio al otro, con quien he intimado, con los hijos, y con los demás miembros de ambas familias. Así, el sostén para seguir amando y sirviendo al prójimo en general es la relación que se establece en la propia familia. Cuando se alcanza este ideal de la familia, ella se convierte en una célula de la sociedad, muy positiva y promotora de buenos ciudadanos.
Pero además la familia transmitirá con mucha facilidad, y casi espontáneamente, la importancia de la relación con Dios, que es amor, y nos acompaña para fortalecernos en nuestro desarrollo y aprendizaje del amor divino. Por esta razón afirma San Pablo: “Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. No han recibido ustedes un espíritu de esclavos, que los haga temer de nuevo, sino un espíritu de hijos, en virtud del cual podemos llamar Padre a Dios”.
¿Y cómo podemos ser guiados por el Espíritu Santo? Siguiendo el ejemplo y las enseñanzas de Jesucristo, el Hijo de Dios, que al encarnarse en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, creció y se desarrolló en familia, acompañado por Ella y su Padre adoptivo, San José. Así, nuestro propio espíritu crece y se fortalece cuando escuchamos y practicamos los Evangelios, y los demás escritos bíblicos, ya que, como expresa San Pablo, el Espíritu Santo se une al nuestro: “El mismo Espíritu Santo, a una con nuestro propio espíritu, da testimonio de que somos hijos de Dios”.
Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que nos acompañe como lo hizo con su Hijo Jesús, y nos siga mostrando su ternura y amor para aprender a imitarla en la relación con los demás, y edificar la civilización del amor, que aprecie y respete los procesos de la Creación entera, y genere una sociedad fraterna y solidaria.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Te pedimos nos ayudes a respetarnos unos a los otros para que el próximo Domingo participemos responsablemente los ciudadanos de México, y vivamos una jornada cívica ejemplar, que exprese nuestro anhelo de edificar una sociedad fraterna y solidaria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
Domingo de Pentecostés, 23 de mayo de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.ER. Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
Hermanas y hermanos al celebrar hoy la Solemnidad de PENTECOSTÉS nos alegramos por el don del Espíritu santo tanto que el padre celestial ha regalado a la Iglesia como fruto de la resurrección de Jesús.
Esta celebración es una nueva oportunidad para implorar una renovada efusión del espíritu santo en nuestros corazones y pedirle que Él nos ayude a experimentar vivamente la presencia del Padre Celestial en nuestras vidas, a sabernos y a sentirnos incondicionalmente amados por Él y a tener en el corazón aquella paz que solamente la unión con Dios nos puede dar, esa paz que Jesús quiso transmitir a los discípulos como nos dice hoy el evangelio “La paz esté con ustedes”.
La primera lectura nos refiere como los apóstoles reunidos en el cenáculo junto con la Santísima Virgen María recibieron al Espíritu santo, a la tercera persona de la Santísima Trinidad quien los fortaleció para dar un firme testimonio de Jesús. Así los apóstoles antes paralizados por el miedo y encerrados en el cenáculo para no afrontar las consecuencias de su fe, recibieron del Espíritu Santo el vigor y la sabiduría para proclamar el evangelio de Jesús; conviene que también nosotros imploremos del Espíritu Santo el don de la fortaleza.
Fortaleza para que ante los retos y proyectos o bien, ante las adversidades no nos encerremos en nuestras dudas y temores, no nos quedemos paralizados por el pesimismo, por la queja o por la sensación de ser víctima de las circunstancias; sino que con valor y confianza como diría el padre Plancarte y Labastida, guiados por el Espíritu santo busquemos caminos, soluciones y oportunidades. Afrontando desde la fe cada aspecto y cada situación de nuestras vidas; pues el Espíritu Santo sin duda abre, impulsa, reaviva, vivifica.
Las lenguas de fuego que se posan sobre los apóstoles representan la luz, el ímpetu, el fuego del Espíritu Santo que nos anima interiormente para vivir como hijos amados del Padre, discípulos y misioneros de Jesús, miembros vivos y comprometidos la Iglesia y ciudadanos comprometidos con el bien común.
Los hechos de los apóstoles también refieren como una vez que el Espíritu Santo desciende sobre la Iglesia naciente, los judíos procedentes de distintas partes y lugares, los escucha hablar en su propia lengua las maravillas de Dios; esto significa que el Espíritu Santo crea unidad y entendimiento, comunión y concordia. Nunca división, ni fractura de las relaciones de unos con otros, de las relaciones sociales o de las relaciones incluso al interior mismo de la Iglesia. El espíritu Santo crea unidad, por ello es que el lenguaje universal que todos podemos entender es el del amor.
Hace un año en la solemnidad de PENTECOSTÉS el Papa francisco nos decía “Nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo” Él nos recuerda ante todo que somos hijos amados de Dios, que somos todos iguales en esto y al mismo tiempo diferentes; el espíritu desciende de entre nosotros a pesar de todas nuestras diferencias y miserias para manifestarnos que tenemos un sólo Señor Jesucristo y un solo Padre, “El Padre Celestial”, y que por esta razón somos hermanos y hermanas; hasta aquí la cita de la homilía del Papa Francisco.
Todo esto ha de llevarnos a reconocer cuanta necesidad tenemos todos de fortalecer la concordia, la unidad y la reconciliación en los distintos ámbitos de nuestra vida el personal, el familiar, social y eclesial; pero también a reconocer con sinceridad cuantas expresiones de odio, de resentimiento, de división, de enfrentamiento están destruyendo a nuestra sociedad y desgastando el tejido social.
Creo que estos puntos ni siquiera requieren de alguna explicación, cada día nos enteramos de estas desgracias; como discípulos de cristo guiados y fortalecidos por el Espíritu Santo necesitamos esforzarnos seriamente en ser constructores de unidad, de reconciliación y de paz en nuestras familias , en nuestro ambiente social y en la Iglesia.
Nada justifica la división, el enfrentamiento violento, la descalificación de unos hacia otros, la promoción del resentimiento social viendo en todos adversarios y mucho menos del odio social, divididos, confrontados en guerra unos con otros no podemos construir familias como las que Dios quiere, no podemos construir una vida verdaderamente humana y tampoco contribuir al bien común.
En la segunda lectura San Pablo nos recuerda que en cada uno de nosotros cristianos, bautizados, el Espíritu Santo se manifiesta para el bien común y sin lugar a dudas a todos nos toca aprovechar esos regalos, fortalezas, talentos, capacidades que el Espíritu Santo nos ha dado para ponerlos al servicio de los demás.
La celebración de hoy “PENTECOSTÉS” es un fuerte llamado de Dios a reconocer todo lo que Él ha hecho por nosotros, todo lo que nos ha dado, lo cual sin duda hemos de poner al servicio de los demás, de nuestras familias, de nuestras comunidades, de nuestras ciudades, de nuestra patria, de nuestra Iglesia.
Somos todos corresponsables del presente y del futuro que queremos heredar a las nuevas generaciones. El actual momento que vivimos como humanidad, como nación y como Iglesia nos impele a todos a ponernos en marcha, tomando decisiones discernidas y valientes en un momento histórico con muchos desafíos y con muchas áreas de oportunidad. Es el espíritu Santo quien nos asiste para seguir navegando por los mares de la vida y de la historia; para buscar activa y comprometidamente un mundo más humano, más justo, más solidario. En definitiva un mundo donde se haga presente verdaderamente el Reino de Dios.
A María Santísima con esto concluyo, que estuvo con los apóstoles en el nacimiento de la Iglesia y que fue siempre dócil al espíritu Santo, pidámosle hoy principalmente 3 dones, 3 regalos que interceda ante Dios para que su espíritu nos de 3 regalos:
- La fortaleza
- La unidad y
- La apertura y generosidad para trabajar en la construcción del bien común, para las generaciones que vienen detrás de nosotros.
Proclamemos nuestra fe
La Ascención del Señor, 16 de mayo de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.ER. Mons. Carlos Enrique Samaniego López, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
El día de hoy estamos celebrando el misterio de la Ascensión, el que el Señor haya subido a los cielos; y también nuestro corazón quiere subir con Él. Decía San Agustín: son 3 mensajes que nos da el día de hoy la palabra de Dios.
En primer lugar que el Señor ha cumplido su misión terrena, el fin de su encarnación; escuchamos como las palabras que dice en la cruz hay una que dice “Todo está consumado” el Señor Jesús pasó haciendo el bien y nos dejó un camino, porque Él es el camino, su manera de vivir, su manera de actuar, de sentir; queremos vivir de acuerdo a sus criterios, sentimientos, actitudes, pero sobre todo nos enseñó que la escalera para llegar al cielo es la cruz.
En segundo lugar el Señor Jesús ahora está sentado a la derecha del Padre, ha sido glorificado, Él, nuestra cabeza y nosotros estamos llamados a estar con Él; de alguna forma decía el Papa Benedicto “Nosotros ya estamos sentados a la derecha del Padre, porque ahí está nuestra humanidad que Él asumió glorificada, Él triunfó sobre el pecado, sobre la muerte y nosotros triunfaremos con Él; si Cristo resucitó de entre los muertos, nosotros estamos llamados también a resucitar”.
Y finalmente una enseñanza que es para que nosotros lo vivamos es que el Señor ha asociado a su ascensión la misión y el testimonio de los apóstoles, cuando sube a los cielos les dice “serán mis testigos” primero en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta los confines del Universo. Convenía que él se fuera, él mismo lo decía “conviene que yo me vaya” podríamos preguntarnos… como es que va a convenir que se vaya si vivió entre nosotros, vino a mostrarnos el amor, vino a ser nuestra salvación, vino a ser modelo de santidad, nos vino también a compartir su filiación; porque dice conviene que me vaya.
Y es que en realidad nos decía Él mismo que después nos iba a enviar a su espíritu y es así como él se quería ser presente en medio de nosotros, quería prolongar su obra salvífica y quería que rebasara todo tiempo y todo espacio, que no fuera limitada a su vida mortal; convenía pues que se fuera para enviar al espíritu santo y perpetuar por todos los siglos su presencia entre nosotros a través de la eucaristía que es un sacramento de Cristo resucitado a través de su palabra donde recibimos palabras de vida eterna, a través de las comunidades que hacen oración.
Dice el Señor “Donde dos o más se reúnen en mi nombre, ahí estaré presente” era necesario pues que se fuera, porque también nos iba a preparar un lugar… voy a mi Padre que es su Padre; voy a prepararles un lugar en la casa de mi padre hay muchas moradas. “Quiero que donde yo esté, estén también ustedes” es por ello que con esperanza vemos que la partida de nuestros seres queridos en este tiempo de pandemia muchos a causa del Covid tienen su lugar en el cielo y de nuevo vendrá, dice el credo, “A juzgar a vivos y muertos” para llevarnos a donde Él está y su reino no tendrá fin.
El día de hoy nosotros queremos despertar la conciencia de que Él vive en medio de nosotros; decía el Papa San Juan Pablo Segundo “No destierren a Cristo de las calles “ y es que nosotros lo hacemos presente, no destierren a Cristo de las aulas queridos maestros; ustedes están llamados maestros de México a hacer una imagen viva, real, transparente de Jesús, maestro bueno que viene a servir, que se ha agachado desde su encarnación, se anonadó, se humilló a sí mismo, es el Emanuel, el Dios con nosotros. Ahí tienen un modelo educadores, los maestros, el hijo de Dios se hizo niño y asumió las etapas del desarrollo humano para comprendernos, para amarnos, para enseñarnos a vivir. Así también el maestro escucha aquella palabra que dice Jesús “si yo que soy el maestro les he servido, hagan también ustedes lo mismo” que sean una imagen de Jesús buen maestro.
Nosotros lo hacemos presente también de cara a los enfermos con la humildad, con un servicio sencillo apuntando a los detalles, muchas veces con paciencia, con finura, con amor, con cariño, descubriendo que Él está ahí, abriendo los ojos de la fe y descubrir que en los enfermos, está Jesús.
Somos nosotros quienes a través de la misión de cada uno, a través de la propia vocación hacemos presente a Jesús resucitado; decía el Papa Juan Pablo segundo en su última visita “Me voy, pero no me voy, me voy, pero de corazón me quedo”. El nuncio apostólico Don Chistophe Pierre llegaba a decir que no solamente era una presencia moral; sino que realmente por la comunión de los santos, el Papa estaba presente en medio de nosotros y ahora que ha sido canonizado San Juan Pablo Segundo sabemos que podemos pedir su intercesión.
El Señor Jesús también al ascender a los cielos, en realidad no se estaba despidiendo, sino que quería quedarse con nosotros de una manera distinta a través del testimonio y de la misión de los discípulos, por eso, tengamos muy claro en nuestra conciencia que nosotros podemos llevar a Cristo; somos mensajeros, al terminar la misa, cuando escuchan aquella palabra que dice: Vayan a vivir lo que aquí hemos celebrado, hemos de ir por distintos caminos para anunciar que Cristo está vivo.
Fíjense que apenas si logré llegar a esta misa porque por acá había muchísimos motociclistas y escuché que uno le decía a otro “pues a qué hora es la misa” y por ahí yo le grité: a las 12:00 y ya logré llegar aquí caminando y me dijeron que se llaman “Club de rebeldes” y pensaba que ellos que recorren la vía, andan en distintos caminos como todos en la vida, pues también somos muchas veces rebeldes; pero seamos rebeldes con causa con la causa del evangelio. Y siempre en equipo, que este camino lo recorramos siempre juntos y siempre con la conciencia de que Cristo vive en medio de nosotros.
Una vez escuché al Señor Cardenal decir aquí en un día como hoy “Cristo vive” y todos le respondieron “En medio de nosotros” y se hizo el lema misionero de una iglesia; por eso el día de hoy no sólo un grito, sino una convicción, tener la conciencia de que esto es una realidad. Yo les invitó a que respondan después de decir: ¡Cristo vive! en medio de nosotros.
¡Cristo vive! en medio de nosotros
¡Cristo vive! en medio de nosotros
¡Cristo vive! en medio de nosotros
Que así sea.
VI Domingo de Pascua, 9 de mayo de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Estas cosas se las he dicho para que mi alegría esté en ustedes y para que su alegría sea plena”.
¿Cuáles cosas nos ha dicho Jesús, para que nuestra alegría sea plena? Jesús había anunciado a sus discípulos, que Dios Padre enviaría en su nombre, al Espíritu Santo, Consolador, que él les enseñaría todo y les recordaría todas las enseñanzas (Jn 14,26). Es decir, que al volver Jesús de nuevo a la Casa del Padre, sus discípulos no quedarían abandonados en esta peregrinación en la tierra.
Sin embargo advirtió que deberíamos permanecer unidos a él, guardando sus mandamientos, como lo hemos recordado el domingo pasado, a propósito de la parábola de la Vid y los Sarmientos. Y en el Evangelio de hoy ha expresado claramente: “Éste es mi mandamiento: ámense los unos a los otros como yo los he amado”.
Por esta razón, la relación con el Espíritu Santo es indispensable para vivir y evitar la muerte en vida, como comprobamos con todos los que lamentablemente pierden el sentido de su existencia, y van camino a la muerte eterna; en cambio si invocamos y nos relacionamos bajo su guía, nos hará fecundos y desarrollaremos una amistad permanente y creciente, que nos llenará de alegría.
“Nadie tiene un amor más grande que el que da su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que me ha dicho mi Padre. No me eligieron ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto, y un fruto que permanezca”.
Quien practica y vive el mandamiento del amor, podrá percibir y agradecer las maravillas que obra el Espíritu Santo como vemos en la escena de la primera lectura sobre la evangelización del apóstol Pedro: “Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que estaban escuchando el mensaje. Al oírlos hablar en lenguas desconocidas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes judíos que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los paganos”.
En efecto, Dios se manifiesta de múltiples formas para llegar al corazón de todos sus hijos, independientemente de su raza, condición, lengua, nación, e incluso de su opción como creyentes en otras religiones o en la no creencia. Siempre el Espíritu Santo ofrece la oportunidad y propicia la ocasión para manifestar a través de los discípulos de Jesucristo, el amor y la misericordia de Dios Padre.
Por esto es tan importante servir y auxiliar a cualquier prójimo necesitado, o a cualquier comunidad y pueblo independientemente de su religión y creencias. Esta actitud y práctica del amor, la ha concretado, desde su gran responsabilidad, el Papa Francisco con múltiples gestos y servicios, como el viaje que el pasado mes de marzo realizó a Irak para animar y consolar a las víctimas del terrorismo y de los largos conflictos vividos en ese país.
Con gestos así el Papa ha mostrado el camino a recorrer para hacer de la crisis mundial ante la Pandemia una oportunidad para crecer y convertirnos en mejores personas, responsables y solidarias, capaces de superar la mirada miope de solo velar por los que tengo cerca, y levantar la mirada para asumir en corresponsabilidad actitudes y decisiones para edificar la civilización del amor; ya que como bien lo advirtió el Papa Francisco desde el año pasado, de esta crisis saldremos mejores o peores personas, pero ciertamente no saldremos igual que antes de la Pandemia.
Reconociendo el fuerte testimonio que ha mostrado el Papa Francisco ante la emergencia mundial de la Pandemia Covid, hemos seguido su ejemplo como Iglesia en México, replicando en todas las Diócesis del país, acciones de ayuda solidaria a los más afectados, a través de Caritas Mexicana, y en colaboración de muchas instituciones y personas de buena voluntad, uniendo esfuerzos y recursos para llevar el auxilio, la ayuda material, psicológica, y espiritual a quienes sufren.
De la misma manera y sirviendo a nuestra ciudad, la Institución Caritas México y de la Pastoral Social en coordinación con los servicios sociales de instituciones católicas presentes en esta Arquidiócesis, hemos hecho acto de presencia y de auxilio en diversas formas, tanto a quienes carecen de lo necesario para sobrevivir, como a quienes afectados por el confinamiento social, o por las situaciones dolorosas de familiares infectados por Covid, o por lamentables heridos, fallecidos o por familias que quedan en doloroso duelo ante la tragedia, como la que acaba de acontecer en nuestra diócesis hermana de Xochimilco.
En estas situaciones experimentar la ayuda solidaria y vivir la fe, levanta el ánimo, y con la presencia de la ayuda recibida se descubre la mano de Dios, y se encuentra el consuelo y la esperanza para seguir viviendo. De esta manera hacemos vida lo que ha recordado el apóstol San Juan en la segunda lectura: “Queridos hijos: Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor”.
En la experiencia familiar es frecuente y constante descubrir el amor incondicional que muestran las mujeres madres por sus hijos, este amor fortalece y ayuda a superar muchas pruebas y situaciones difíciles, que toda persona afronta a lo largo de su vida. Pidamos por todas las mujeres madres en la víspera de este 10 de mayo.
Quizá por eso Dios Padre nos ha enviado a Nuestra Madre, María de Guadalupe para que experimentemos su amor y ternura, y provoque en nosotros una fuerza interior suficiente para superar el egoísmo, que siempre se hace presente en la cotidianidad de nuestra existencia. Por eso los invito a un momento de silencio para invocarla en nuestro auxilio como una sola familia, de la que ella es Madre.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Te pedimos por todos los afectados por el descarrilamiento del Metro de nuestra Ciudad, tanto por la salud de los heridos como por el eterno descanso de los fallecidos. Y haz llegar tu ternura y consuelo a los familiares, que han padecido tan doloroso acontecimiento.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
V Domingo de Pascua, 2 de mayo de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador… Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer”.
En esta parábola tan sencilla descubrimos una sutil referencia a la Trinidad Divina, al señalar las distintas funciones de cada persona con la comunidad de los discípulos de Cristo. El Padre es el viñador, Jesús es la vid, y el Espíritu Santo cuida que los sarmientos o ramas no se desprendan de la vid. Como lo afirma San Juan en la segunda lectura: “Quien cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. En esto conocemos, por el Espíritu que él nos ha dado, que él permanece en nosotros”.
Jesús mismo a pregunta de Tomás había respondido, ante todos los discípulos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino es por mí” (Jn 14, 6). Jesús es el camino, porque a través de la sabia, la vid comunica la vida que procede del Padre, y el camino lo recorren los discípulos, acompañados del Espíritu que los lleva a la verdad.
Con gran claridad Jesús expresa la necesidad que tenemos todos sus discípulos de estar, en plena comunión con él, y mantenernos siempre conscientes que nuestros éxitos y todas las relaciones y los servicios que realicemos, practicando sus enseñanzas, darán frutos abundantes y muchos beneficios, tanto a quienes sirvamos como a nosotros mismos.
Preguntémonos entonces, ¿si asumo con gratitud la elección de Jesús para participar de su amistad y de su misión en el mundo? También es oportuno preguntarnos, ¿si personal y eclesialmente advierto la grandeza del misterio de la Santísima Trinidad y la vocación de participar de la vida divina?
En esta experiencia de comunión y unidad con la Santa Trinidad, los discípulos participan de la vida divina que es el amor; por ello darán fruto en abundancia, como Jesús, glorificarán al Padre; es decir, harán presente al Padre en el mundo, irán conociendo la voluntad del Padre, y aprenderán la importancia de vivir en la obediencia al Padre; entonces su alegría será plena.
Al interior de la comunidad, que procura escuchar las enseñanzas de Jesús y ponerlas en práctica, se desarrollará una experiencia de amistad, intensa, creciente, constante, de gran confianza y solidaridad, que le permitirá al discípulo y a la comunidad cristiana dar la vida generosamente en los contextos adversos y en los ordinarios, sostenidos siempre por la experiencia de ser amados y de amar al estilo de Dios Trinidad. ¿Cuál ha sido mi actitud ante los casos adversos, complejos y desafiantes?
En la primera lectura escuchamos precisamente una situación adversa, bien resuelta por la comunidad de Jerusalén, ante la llegada de Pablo, a quien ubicaban como perseguidor de la comunidad, y al tratar de unirse a los discípulos, todos le tenían miedo, porque no creían que se hubiera convertido en discípulo: “Entonces, Bernabé lo presentó a los apóstoles y les refirió cómo Saulo había visto al Señor en el camino, cómo el Señor le había hablado y cómo él había predicado, en Damasco, con valentía, en el nombre de Jesús. Desde entonces, vivió con ellos en Jerusalén,… predicando abiertamente en el nombre del Señor, hablaba y discutía con los judíos de habla griega y éstos intentaban matarlo. Al enterarse de esto, los hermanos condujeron a Pablo a Cesarea y lo despacharon a Tarso”.
Así del miedo al perseguidor convertido, la comunidad pasó a cuidarlo y ayudarlo para librarlo de la amenaza de muerte. Este fue el ambiente que se generó en las comunidades cristianas del primer siglo, y por ello crecieron con gran rapidez, como lo expresa la primera lectura: “En aquellos días, las comunidades cristianas gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaria, con lo cual se iban consolidando, progresaban en la fidelidad a Dios y se multiplicaban, animadas por el Espíritu Santo”.
Con frecuencia en el inicio de una conversión, descartamos que sea verdad y comentamos que se trata de apariencia. Es entonces indispensable compartir nuestras dudas e incertidumbres con la comunidad eclesial y poder clarificar con el testimonio de quienes han conocido mejor a la persona en su proceso de conversión.
¿Y cuál es la clave para mantenernos en la plena comunión con Jesús, y reanimar a los católicos de este siglo XXI? Nos responde San Juan en la segunda lectura: “Hijos míos: No amemos solamente de palabra; amemos de verdad y con las obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y delante de Dios tranquilizaremos nuestra conciencia de cualquier cosa que ella nos reprochare, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y todo lo conoce”.
Hoy padecemos una grave crisis con las nuevas generaciones para transmitirles la fe en Jesucristo, el Señor de la vida. Lo están necesitando, ya que constatamos una serie de situaciones lamentables como los frecuentes suicidios en esa etapa de la adolescencia y juventud, y la generalización del consumo de drogas y narcóticos.
Las palabras de Jesús al final del evangelio de hoy: “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos”, son una lluvia refrescante, que anima nuestra fe y esperanza, generando la confianza en la asistencia del Espíritu Santo para renovarnos, y ser una Iglesia capaz de testimoniar la presencia del amor misericordioso de Dios Padre, que no nos abandona, y nos escucha para ser sarmientos de una vid que produzca mucho fruto.
Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, enviada por Dios Padre a nuestra Patria como portadora de su amor, y que lo ha manifestado a lo largo de estos casi cinco siglos de su presencia entre nosotros.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Te pedimos también sea muy fecunda la Semana Vocacional que hoy culminamos, y ponemos en tus manos.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
ABRIL 2021
IV Domingo de Pascua, 25 de abril de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Sépanlo ustedes y sépalo todo el pueblo de Israel: este hombre ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron, y a quien Dios resucitó de entre los muertos”.
La convicción de los Apóstoles en su proceso evangelizador, expresa la fidelidad al Maestro Jesús, para anunciar sus enseñanzas hasta el extremo de estar dispuestos a ser encarcelados, ajusticiados y morir; y esta valentía solamente se explica en la veracidad de haber constatado, que su Maestro Jesús ajusticiado y muerto en cruz, resucitó y está vivo. Por eso, Pedro lleno del Espíritu Santo, continúa afirmando: “Este mismo Jesús es la piedra que ustedes, los constructores, han desechado y que ahora es la piedra angular. Ningún otro puede salvarnos, pues en la tierra no existe ninguna otra persona, a quien Dios haya constituido como salvador nuestro”.
En otras palabras, la fe en Cristo Resucitado, es el acontecimiento que da la solidez a todas las enseñanzas de Jesucristo. En la práctica qué significa: que los cristianos debemos discernir todos los conceptos, ideologías, acontecimientos y toda la vida a la luz de los Evangelios.
Nuestra fe cristiana y católica está fundamentada a partir de acontecimientos, y no es consecuencia de ideologías, de sistemas de pensamiento, que lamentablemente en muchas ocasiones llevan a muchos creyentes, incluidos los católicos, a extremar posiciones, radicalizando su propio pensamiento en el apego irrestricto a las normas, dejando de lado el testimonio de Jesús y sus enseñanzas.
Por eso es tan importante el conocimiento de Jesucristo a través de los Evangelios, y el encuentro con El, al ir poniendo en práctica sus enseñanzas, aprendiendo a vivir la reconciliación y la solidaridad con sus semejantes, y reconociendo que integramos una gran familia humana en la Casa Común. La principal señal que experimenta el discípulo es la alegría y la paz que surge en su corazón, y que lo lleva a la frecuente gratitud a Dios, Nuestro Padre, por el gran regalo de la vida recibida.
Este magnífico y espléndido destino está necesitado de guías de la comunidad eclesial, que ya hayan aprendido las claves para la experiencia fraterna y solidaria. A estos guías y acompañantes Jesús los llamó pastores, y a la comunidad, la llamó rebaño que sabe compartir y convivir, bajo la guía de su pastor. Y él mismo se definió y vivió como Buen Pastor: “Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas”.
La figura del Pastor, en nuestra Iglesia, la hemos restringido habitualmente a los Presbíteros y Obispos, y poco a poco la hemos ampliado a laicos, que sirven como agentes de pastoral; sin embargo aún debemos ampliar la figura de pastor, y especialmente su misión de cuidar y proteger a su rebaño; ya que todo ser humano debe llegar a ser un buen pastor sea como hermano mayor, como padre o madre de familia, como patrón o jefe en una empresa, negocio o comercio, como autoridad civil o jefe de empleados de servicios públicos y privados, como autoridad militar o funcionario al servicio de la seguridad pública.
Recordemos la pregunta de Dios a Caín, cuando había dado muerte a su hermano Abel: “¿Dónde está tu hermano? El respondió: No lo sé: ¿Soy yo acaso, el guardián de mi hermano? Entonces el Señor contestó: ¿Qué es lo que has hecho? La sangre de tu hermano me grita desde la tierra” (Gen. 4, 9-10).
Todos somos una sola familia, y todos somos hermanos en Dios Padre, por ello debemos cuidar y proteger a nuestros prójimos, ejercitando la caridad solidaria y subsidiariamente. Por eso hoy recuerda San Juan en la segunda lectura: “Hermanos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos que, cuando él se manifieste, vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”.
Para cumplir nuestra responsabilidad de buenos pastores, es oportuno tener en cuenta la advertencia de Jesús sobre el asalariado que solo le interesa su propio beneficio, sin respetar a los demás: “el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas”.
Hoy IV Domingo de Pascua, Domingo del Buen Pastor, celebramos la LVIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, invito a todos ustedes a orar intensamente para que descubramos nuestra vocación universal a ser pastores, y recibamos el Espíritu Santo para cumplir nuestra misión sin temor, confiando en su acompañamiento ante los complejos desafíos que presenta el mundo globalizado y la Pandemia del Covid, con sus graves consecuencias.
Para ser auxiliados y desarrollar en nosotros la figura de Jesús, Buen Pastor, y ser conducidos, formando una comunidad de hermanos, el Señor Jesús llamó y sigue llamando en nuestros tiempos, a algunos miembros de la comunidad para llevar a cabo la misión de ser pastor de pastores, para este servicio dejó el sacramento del Orden Sacerdotal, que ejercemos los Presbíteros y Obispos en comunión con el Papa Francisco.
Con este motivo, damos inicio en nuestra Arquidiócesis, a la “Semana Vocacional” con el lema “JESÚS VIVE Y TE QUIERE VIVO”. Esta semana estará llena de actividades y espacios de formación, que tienen como objetivo, orar por las vocaciones y promover los distintos estados de vida; impulsando especialmente a los jóvenes, a iniciar su propio proceso de discernimiento en su vocación específica.
En un breve momento de silencio, invoquemos a nuestra querida Madre, María de Guadalupe, y pongamos en sus manos esta Semana Vocacional, confiando en su fecunda intercesión ante su Hijo, en favor de nuestros adolescentes y jóvenes.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Te pedimos también sea muy fecunda esta Semana Vocacional que hoy iniciamos.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
III Domingo de Pascua, 18 de abril de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E.R. Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.
II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, 11 de abril de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E.R. Mons. Carlos Enrique Samaniego López, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.
Los evangelistas Marcos, Mateo y Lucas apenas si mencionan a Santo Tomás; sin embargo san Juan llega a presentarnos algunos pasajes de la vida de Santo Tomás.
El primero, es aquel que está en Juan 11 cuando en el contexto de la resurrección de Lázaro, el Señor Jesús quiere ir a Judea, los demás apóstoles lo están persuadiendo para que no vaya, para que se quede porque lo acaban de apedrear; sin embargo Santo Tomás llega a decir vayamos a morir con Él, todos están queriendo detener a Jesús y Santo Tomás los está motivando a acompañarlo, se parece ese arrojo, esa determinación a aquella decisión cuando alguien va a contraer matrimonio y le dicen: piénsatelo, tienes que sopesarlo o cuando alguien va a entrar al seminario o a la vida consagrada “piénsalo bien”, vayamos a morir con Él dice muy envalentonado Santo Tomás .
Otro pasaje donde vemos cómo va cambiando de actitud, es aquella que nos presenta el evangelio de San juan en al capítulo 14, donde el Señor Jesús les está diciendo a los apóstoles: voy a mi padre que es su padre, voy a prepararles un lugar en la casa de mi padre hay muchas moradas, quiero que donde yo esté, estén también ustedes y Santo Tomás le dice: pero muéstranos el camino porque no conocemos ese lugar y el Señor Jesús le dice: “Tomás yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Vemos ahora a un Tomás que ciertamente tenía ese arrojo, esa decisión, pero ahora se lo está pensando quiere conocer mejor cual es el camino, cuales son las implicaciones, no se arroja sin conocer primero; la Virgen María llegó a decir: “como será esto, puesto que no conozco varón, también en el matrimonio, en la vida consagrada, en el sacerdocio, llega el momento en que vemos las implicaciones, vemos como implica un camino muy concreto y que se pone a prueba también la emoción, el sentimiento que teníamos al inicio y queremos saber que va a implicar este camino que hemos estado decidiendo.
Llega un tercer pasaje en Juan 20, donde ahora los discípulos le dicen a Tomás: hemos visto al Señor, ahora ellos están muy unidos a Jesús, muy emocionados al contrario que en el capítulo 11 en el que hablábamos al principio, ellos están envalentonados, alegres, entusiastas; pero ahora Santo Tomás es el que está diciendo… es que aquí no ha pasado nada, hasta que yo no vea sus llagas en sus manos , hasta que no meta mis dedos en ellas, aunque no meta mi mano en su costado, no creeré.
Aquí se acabó, dicen algunos, en el matrimonio, entra en crisis en la vida consagrada, en la vida sacerdotal y pareciera que todo se acabó sin embargo; Tomás va a esperar 8 días después nos dice el evangelio “hay que esperar” dichosos aquellos que no toman una decisión precipitada en momentos de crisis, sino que esperan tocar la gloria del Señor.
Cuando están esperando que el Señor también actúe y comienzan a discernir, a dar espacio a la acción de Dios, a dar espacio a la fe y así lo hace Tomás y así estamos llamados todos a hacerlo; Tomás supo esperar y es así como tiene aquella aparición del Señor resucitado.
Podemos imaginar en realidad un gran abrazo se aparece el Señor Jesús y le dice: mira, aquí están mis manos con sus llagas, trae acá tu mano, métela en mi costado; si bien es cierto que el discípulo amado había recostado su cabeza sobre el corazón de Jesús seguramente escuchó sus latidos, pero Santo Tomás pudo tocar el costado abierto del Señor Jesús, lo palpó, seguramente también experimentó los latidos de su corazón, así como un aparato como cuando al celular se le está acabando la batería, podemos decir que se enchufó al Señor Jesús y comenzó a latir con Él nuevamente y esta es la actitud de Santo Tomás ahora entusiasta, recupera el entusiasmo, ve al Señor que está vivo y es así como va a lanzarse a anunciar el evangelio.
Nosotros también podemos entrar en contacto con Jesús resucitado, con sus llagas gloriosas; decía el Papa Francisco que hay personas que tratan solamente de unirse a Dios mediante la oración únicamente y el mismo explicaba que es difícil llegar así a la segunda persona de la Trinidad que es Jesucristo; solamente a través de una oración mental que es muy importante , pero hay veces que cuando no tiene que ver con la vida cotidiana se queda solamente en un espiritualismo, el Papa lo llama nosticismo porque así en la iglesia, en la historia de la iglesia han habido grupos que solamente buscan a Dios a través de la pura oración y el Papa distingue a otros que buscan a Dios a través de sus sacrificios, de sus solas fuerzas, de sus luchas y esta es la historia de la iglesia que la ha llamado pelagianos. Que un hombre que también buscaba a Dios así, solamente a través de su solo esfuerzo y el Papa dice que a Dios se le busca a través de las llagas de Cristo, se le busca a través de la misericordia.
Dice el Concilio Vaticano Segundo que el camino de la iglesia de todos los que nos hemos congregado el día de hoy aquí, el camino de la iglesia para encontrarse con Dios en el ser humano es la misericordia, a través de la misericordia nosotros podemos llegar a Dios a través de tocar las llagas de Jesús.
San Francisco de Asís tenía repugnancia por los leprosos, pero en una ocasión se bajó del caballo, cuando vio a un leproso lo abrazó, le dio una medida de limosna y se sintió plenamente feliz; cuando subió al caballo y volteo a ver al leproso ya había desaparecido, comprendió que era Jesús al que había atendido y cambió su vida, igual que la de Tomás cuando toca al Señor Jesús.
Por eso nosotros a través de las obras de misericordia espiritual, pero sobre todo corporal, podemos tocar a Jesús, Él es el camino a la iglesia; por eso dice Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Él se hace camino, se identifica con el hambriento, con el sediento, con el encarcelado, con el enfermo, con el enfermo contagiado, es a través de las mismas llagas; decía el mismo Papa Francisco que hay quienes podrían decir… hagamos entonces obras de beneficencia, cooperemos, pero no basta, hay que tocar, hay que salir al encuentro del hermano que está padeciendo y ahora más que nunca hay que ser creativos, se trata de salir sin salir, a través de una llamada telefónica, a través de tu oración, a través de tu ayuda solidaria porque cuidarse y cuidar al otro es un acto de amor en esta pandemia que estamos viviendo.
Ojalá descubramos en este domingo de la misericordia, que la misericordia es el camino para llegar a Dios.
Que así sea.
Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, 4 de abril de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E.R. Mons. Héctor Mario Pérez Villareal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.
Como dijimos en el salmo: Hoy celebramos el día del triunfo del Señor y no cualquier triunfo; la resurrección no es un evento más que podamos recordar y permanecer iguales.
Yo quisiera que comprendiéramos que lo que estamos celebrando hoy es lo que yo llamo el tercer acto de un solo amor; porque el amor de Dios se ha manifestado en este triduo sacro, el jueves nos decía San Juan: ya habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo y así comenzaban este acto de amor, un solo acto de amor en tres momentos… La última cena, donde Jesús se manifiesta servidor de todos, la crucifixión, el segundo acto donde Jesús ama hasta el extremo (no puede dar más por nosotros porque entregó su vida por nosotros) y después este tercer momento que es el acto del padre, la palabra del padre sobre todo lo que había pretendido Jesús.
Fíjense como en el evangelio que escuchamos el día de hoy hay una tumba vacía y dos miradas sobre esa tumba vacía, dos interpretaciones sobre esa tumba vacía; la primera la de maría Magdalena, ella va, mira, ve una tumba vacía, la tumba donde habían puesto a su Señor y lo que ella dice es ¡Se lo robaron! Y después dice que va corriendo a decirle a los discípulos, vienen Pedro y el otro discípulo que se cree que es Juan y también miran lo mismo que miró María Magdalena… una tumba vacía y unos lienzos puestos doblados a un lado ¿y se acuerdan que dice el evangelio? Y entonces aquél discípulo vio y después creyó.
Qué diferencia hay entre la mirada de María Magdalena y la mirada de este discípulo, de Juan; la diferencia está y él mismo lo dice, en que para él la tumba vacía tenía un mensaje, no era la ausencia de Cristo, sino la presencia de su victoria. Esa tumba vacía para Juan significaba que todo lo que había hecho Jesús que es lo que escuchamos en la primera lectura, dice: Él era un hombre bueno, ungido de dios, pasó haciendo el bien, les predica Pedro en aquél entonces… sanando a todos los oprimidos, porque Dios estaba con Él. Entonces imagínense ustedes que ven a este hombre maravilloso haciendo el bien, amando a los demás, perdonando, tocando a los leprosos, integrando a todos a la comunidad y decía la gente “es que hace tanto bien, habla con tanta sabiduría, actúa con tanta fuerza del espíritu” por eso cuando lo vieron crucificado dijeron: entonces nada de esto era cierto, se acabó todo.
La resurrección es la palabra del padre que dice, como lo atestigua Juan: que todo lo que Él hizo venía de Dios y era de Dios; de tal manera que podemos brincar con gozo y decir, todo lo que Jesús pretendió (amar, perdonar, integrar, acercarnos a Dios como sus hijos) todo eso era verdad, ¡eso era la resurrección! pero no queda ahí porque la resurrección también es, además del sí del padre es una experiencia que nos invita a todos nosotros a vivirla.
Fíjense lo que dice la segunda lectura de San Pablo a los Colosenses “Puesto que han resucitado con Cristo” y yo me quedé cuando leí esto dije a ver, a ver, pues le está hablando a los que ya murieron y resucitaron o qué… no, les está hablando a los vivos y les dice: ustedes ya resucitaron con Cristo y yo me preguntaba cuando leía esto ¿viviremos como resucitados? En serio nosotros también seremos capaces de vivir como resucitados, porque quien ha sido bautizado en el nombre de Cristo ha muerto con Él y resucitado con Él, de tal manera que no es nada más esperar la resurrección cuando nosotros terminemos en una tumba; desde hoy la resurrección se puede vivir, desde hoy nuestras actitudes pueden ser distintas, nuestra manera de mirar debe de cambiar, la tumba vacía la miró María Magdalena y salió llorando porque se lo habían robado, la tumba vacía la vio Juan y creyó.
Entonces ¿qué significa la tumba vacía el día de hoy? significa todos estos signos de desesperanza que hay en nuestro corazón, toda esta muerte que hemos tristemente experimentado entre nosotros, entre nuestros seres queridos, estos enfermos que no terminan de sanar y que tiene a nuestros corazones en la zozobra, esta dificultad económica que muchos estamos pasando a causa de la pandemia, esa es la tumba vacía.
Y si yo les preguntara ¿cómo quieren mirar la pandemia? y decir: Dios nos ha abandonado o quieren mirar la pandemia y experimentar este sufrimiento y sentir el Señor nos está acompañando. El resucitado es el que se atreve a ver la vida ahí donde parece haber muerte, es el que se atreve a llevar el perdón ahí donde hay odio, es el que se atreve a hacer vida, la pretensión de Cristo amar no solamente a quien me ama; sino amar a nuestro enemigo, de creer en la vida por encima de la muerte y de creer en la paz por encima del pecado.
Ahora si les pregunto hermanos y hermanas: ¿Cómo quieren mirar su vida después del resucitado? Con signos de muerte, con un corazón aquejumbrado, con un corazón que no puede caminar más porque la realidad la supera o con el corazón y la mirada de esperanza, con la que Juan hoy nos da testimonio como podemos mirar la vida.
¡Cristo ha resucitado! La muerte no tiene la última palabra, el pecado no tiene la última palabra… la última palabra la tiene Jesucristo que es nuestro Dios, es nuestro Señor y nosotros tenemos que creer en Él. Por eso queridos hermanos, si Cristo no hubiera resucitado, nada tendríamos que hacer aquí, pero como Cristo ha resucitado venimos con gozo.
No saben el gozo que da ver estas bancas semi-llenas o digámoslo así, sanamente llenas, con la sana distancia; el año pasado a mí me tocaba iniciar como obispo, a mí me ordenaron el año pasado, tenía unas semanas y mi primer semana santa como obispo la pasé sentado aquí concelebrando con el Cardenal y los demás padres viendo estas bancas vacías, había tres cámaras nada más.
Ver el día de hoy estas bancas sanamente llenas, ver la fila de gente que quiere venir a darle gracias a Dios por la vida, por la fe, por la esperanza que vinimos todos a darle gracias a Nuestra Madre Santísima que no nos ha dejado solos y que con su maternal afecto nos acompaña; eso hermanos, hermanas es la resurrección, eso es gozo, eso es alegría y eso es lo que yo quisiera invitarlos a que celebremos el día de hoy… “Cristo no ha permanecido muerto, ha resucitado”, esa es nuestra fe, esa en nuestra esperanza y esa es la alegría que hoy compartimos juntos.
Que así sea.
MARZO 2021
Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, 28 de marzo de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el S.E.R. Mons. Salvador González Morales, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.
“Cristo se humilló así mismo, por eso Dios lo exaltó”.
Nos encontramos queridos hermanos en la puerta de entrada a la Semana Santa, hemos aclamado al Señor Jesús como Nuestro Rey y Señor.
Al igual que el Pueblo de Israel, nosotros después de habernos preparado en el tiempo de la cuaresma y en la situación que vamos viviendo desde hace ya un año, estamos expectantes, un año de pandemia en el que hemos padecido todo tipo de dolor, de sufrimiento, de pérdidas; por la enfermedad, por la muerte, por el trabajo, por la economía.
El pueblo que Dios ha escogido, ha puesto su mirada en Jesús de Nazaret, si Él es el mesías que ellos han conceptualizado, tendría que ser el liberador del yugo del imperio; pero no fue como ellos lo imaginaron. La liberación del señor viene por una propuesta diferente; la entrega de sí mismo que es expresión del amor de dios por todos y por cada uno de nosotros.
La narración de la pasión del Señor nos anima a ubicarnos delante de ella y a optar por el Señor, tener la mirada y la actitud de la mujer que unge al Señor para su sepultura, tener el valor de las mujeres que lo acompañaron hasta el final. Su pasión nos cimbra, pues es la misma de tantos inocentes a los que vemos sufrir el desprecio y la injusticia; el abandono y la maldad del odio y de la incomprensión.
Hoy somos invitados a tomar postura delante de esta pasión del Señor que se actualiza penosamente de tantas formas y a evitar las actitudes de quienes lo traicionaron, le abandonaron e incluso lo condenaron. Adentrarnos en el misterio de la pasión y muerte del Señor es comprender a plenitud el plan de Dios… su voluntad, para comprender lo que implica ser fiel al Padre; pero también ser fiel a los hermanos, a los más pequeños, a los más sencillos, a los que son causa de la fuga de toda atención y de toda mirada.
Pasión y muerte del Señor nos enseña tanto de lo que implica ser hijos de Dios y nos pone delante de las muchas formas en que pensamos, hablamos y vivimos como no hijos del padre, como no hermanos entre nosotros, como auténticos rivales del plan de amor, de fraternidad y de unidad que el Señor quiere para todos nosotros.
Hoy estamos aquí, en este lugar bendito, junto a la primera discípula del Señor, María, Nuestra Madre, tomados de su mano, protegidos bajo su manto; hoy supliquémosle al Señor a través de ella, que podamos ser cada vez mejores discípulos del Señor, que miremos como ha hecho el Señor con tanto mal… Ha tomado la cruz y ha subido a ella para reinar desde allí.
De igual manera Nuestra Madre ha compartido sus dolores, lo vemos en esta imagen al pie de la cruz y la recordamos a ella justamente como Madre de Dolores; por eso ella nos enseña. Hoy venimos seguramente peregrinando hasta este santuario pidiendo al Señor vivir estos días santos con esta manera, aprendiendo a ser discípulos, aprendiendo de Nuestra Señora.
Que Él nos lo conceda para poder tener una celebración de pascua alegre y llena de esperanza; que así sea y que el Señor nos bendiga a todos.
V Domingo de Cuaresma, 21 de marzo de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Durante su vida mortal, Cristo ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen”.
En el Evangelio de hoy, Jesús clarifica la naturaleza de su mesianismo, contrariamente a la concepción de un Mesías Rey, a la manera de los reyes de este mundo, que se impone por la fuerza y que castiga a quien no lo obedezca. En general, como sucedió al pueblo de Israel y a sus autoridades, hoy todavía hay mucha gente que se apega a sus concepciones, que ha recibido por tradición, sobre un Dios omnipotente, que se impone por su poder, a quien hay que obedecer porque si no castiga; y consideran que Jesús ha sido enviado como un Mesías Rey, que debiera gobernar con el poder temporal a las naciones de la tierra.
Jesús muestra el plan de Dios, su Padre: La glorificación de Jesús, tendrá lugar con la muerte en cruz, y será la manifestación del Padre, el Dios de la vida, que resucitará a Jesús de entre los muertos. Jesús compara su venida y misión como el juicio que desenmascarará al maligno y lo destronará; pero para ello debe sufrir el atropello del mal, que lo hará morir en la cruz.
Jesús, con un ejemplo sencillo de la naturaleza, explica la importancia de su muerte: “si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna”. Con este ejemplo, Jesús enseña que para dar vida, primero hay que entregar la propia; como el grano de trigo, que sembrado muere y produce muchos granos más. Y segundo, que Dios es amor, y amor de donación y servicio a los demás, por tanto su misión es salvífica, y no simplemente justiciera, y mucho menos condenatoria.
Jesús ciertamente se turba como hombre, siente el temor natural ante la entrega de su vida, pero confía plenamente en su Padre Dios. Por eso su decisión es firme y contundente: “Lo he glorificado ya y lo volveré a glorificar”. Ciertamente entregar la vida a una causa, que podrá traerme graves consecuencias, incluso hasta mi propia muerte, infunde temor y angustia ante la inminencia de ese peligro. Jesús no lo esconde, sino que lo manifiesta y acepta con plena decisión, expresando una absoluta confianza en su Padre, quien para eso lo ha enviado al mundo: “Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: Padre, líbrame de esta hora? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre. Se oyó entonces una voz que decía: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.
Con la entrega de su vida, Jesús cumplió la profecía de Jeremías: “Esta será la alianza nueva que voy a hacer con la casa de Israel: Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya nadie tendrá que instruir a su prójimo ni a su hermano, diciéndole: ‘Conoce al Señor’, porque todos me van a conocer, desde el más pequeño hasta el mayor de todos, cuando yo les perdone sus culpas y olvide para siempre sus pecados”.
En efecto, su generosa decisión de aceptar la muerte en cruz en obediencia a su Padre, para manifestar el amor infinito que tiene por la humanidad, es un acontecimiento que mueve el corazón de toda persona y de todas las edades, y ahí interviene el Espíritu Santo, que toca el corazón de quien medita y contempla la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Así queda grabada la ley del amor misericordioso en la mente y el corazón de cada persona, sellando la nueva alianza entre Dios y su criatura predilecta, el ser humano.
Es conveniente aclarar que toda alianza es concebida por la práctica humana, como un pacto condicionado por dos partes para su cumplimiento, si una de las partes falla, la Alianza se rompe. En cambio la Alianza anunciada por Jeremías y realizada por Jesucristo es unilateral; Dios se compromete pero no el hombre, quien queda libre para responder. Aunque solamente respondiendo a la propuesta será beneficiado por la Alianza.
Es conveniente preguntarnos, si la vida de Jesucristo suscita en mi la inquietud de conocerlo y encontrarme con él, como sucedió con algunos griegos, que fueron a Jerusalén para conocerlo: “en la fiesta de Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y él les respondió: «Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado”. El interés de los griegos que quieren conocer a Jesús expresa la universalidad de su misión. Es oportuno preguntarnos: ¿Acepto la lógica de Jesús, Mesías sencillo y humilde, dispuesto a entregar su vida? ¿Pongo mi vida en manos de Dios, Nuestro Padre, con la confianza de su amor? ¿Descubro el horizonte de la universalidad que tiene el Reino de Dios, proclamado por Jesucristo?
La intervención de los discípulos Felipe y Andrés expresa su misión de ser los mediadores para conocer a Jesús. Por tanto, serán los buenos pastores que generarán la comunidad eclesial, en cuyo seno y participación, todo seguidor de Jesucristo, recibirá vida y vida en abundancia. Como buen discípulo de Jesucristo, ¿descubro la importancia de la comunidad eclesial con un estilo de vida sustentado en el servicio y la solidaridad?
No tengamos miedo a buscar a nuestros pastores de hoy, Obispos, Sacerdotes, Consagrados, para aclarar nuestras dudas y ampliar nuestro conocimiento de Jesucristo, pues para eso nos ha llamado Dios Padre, para anunciar quién es Jesús, y testimoniar con nuestra vida su misión, actualizando sus enseñanzas en los contextos socio-culturales de nuestro tiempo.
Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien fue magnífica discípula de su Hijo Jesús, que nuestra respuesta personal y comunitaria sea positiva y nos beneficiemos de la Nueva Alianza, que se actualiza en cada Eucaristía, establecida en favor nuestro y en favor de la humanidad entera
IV Domingo de Cuaresma, 14 de marzo de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
La fe cristiana cree en un Dios que es amor, según lo reveló Jesucristo, y la explicación del mal es consecuencia de la libertad del hombre, quien fue creado como imagen y semejanza de Dios. El amor exige necesariamente la libertad, y la verdadera libertad es tener la capacidad de decidir el bien o el mal. Al decidir el mal, se violenta de distinta manera el orden de la Creación, el orden tan admirable del Universo y de la Tierra en particular, generando constantemente complicaciones y deterioro de las condiciones de vida. Cuando las decisiones por el mal de la humanidad se multiplican, vienen las terribles consecuencias de destrucción y muerte.
La presencia del mal en el mundo siempre ha sido, es y será una interrogante para todas las generaciones. En general la humanidad ha respondido a la interrogante, dejando la responsabilidad a Dios o a los dioses, según cada creencia religiosa; e incluso muchos ateos sostienen como argumento a su posición de incredulidad, que si hubiera un Ser superior llamado Dios, no existiría el mal en la tierra.
En la Historia bíblica, casi en todo el antiguo testamento, se encuentran constantes expresiones en que el Pueblo de Israel también interpretaba el mal como castigo de Dios, cuando en realidad era consecuencia de sus malas decisiones: “El Señor, Dios de sus padres, los exhortó continuamente por medio de sus mensajeros, porque sentía compasión de su pueblo y quería preservar su santuario. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus advertencias y se mofaron de sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo llegó a tal grado, que ya no hubo remedio”.
Es muy fácil descargar nuestras lamentaciones atribuyéndoselas a Dios, sin embargo Él tiene paciencia milenaria, compasión y misericordia para fortalecer el espíritu de todos los que obran buscando el bien de los demás. Lentamente en un largo proceso, que culminó con Jesucristo, quedó manifiesta la naturaleza del Dios de la vida, cuya capacidad de amar se expresa en la infinita paciencia y misericordia con la humanidad: “La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran”.
La libertad es una condición indispensable para amar, solo el ser libre puede elegir, decidir y actuar en consecuencia para bien o para mal. A pesar del gran riesgo que implica, no hay otro camino que la libertad para capacitarnos en el amor. La definición de amor, no es simplemente dar gusto a los sentidos, ni tampoco es dar o recibir halagos, bienes, o la ayuda para cumplir metas, no obstante que sean buenas.
El amor al que se refiere San Juan es el que vivió Jesucristo como hombre al haberse encarnado, entregar su vida buscando el bien de los demás, servir sin esperar recompensa, amar hasta el extremo de entregar su vida misma, revelando la verdad sobre Dios y sobre el hombre; para darnos así ejemplo vivo del amor de Dios su Padre, y para revelar lo que espera Dios de nosotros: que aprendamos a amar para compartir con él su naturaleza por toda la eternidad.
Encontramos una amplia gama de enseñanzas que muestran una y otra vez, que Dios es misericordioso y quiere nuestro bien. Como lo escuchamos en voz de San Pablo: “Hermanos: La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya, hemos sido salvados”.
Si Jesús afronta el sufrimiento de la pasión y muerte es para mostrarnos que también nosotros debemos seguir su ejemplo cuando nos encontremos ante el sufrimiento, el dolor, la injusticia, o la muerte misma. La fortaleza nos vendrá como don del Espíritu de Dios, nuestro Padre, que tanto nos ha amado, y por eso envió a su Hijo al mundo. Él es, el Dios de la vida y no de la muerte: “Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”.
Es conveniente preguntarnos en esta Cuaresma: ¿Tengo deseos de ser libre y caminar acorde a la Verdad; o prefiero seguir en la noche, sumido en las tinieblas, sin rumbo en mi vida? ¿Me dirijo a Dios con la conciencia de que me ama entrañablemente y que hará por mí todo lo que me auxilie y ayude para seguir a Jesús?
Cuando se opta por el bien común, pensando en toda la sociedad, la consecuencia son bendiciones y prosperidad no necesariamente material de comodidades, sino una prosperidad de crecimiento en la fraternidad universal, solidaria, subsidiaria y de vida digna para todos, y consecuentemente en un ambiente de Justicia y de Paz.
Por ello, los invito a preguntarse: ¿Descubro el plan salvífico de Dios para la humanidad? ¿Me entusiasma y me llena de esperanza conocer la razón por la que Dios Padre envió a Jesús al mundo?
Sin embargo uno debe tener muy en cuenta lo que afirma San Pablo, para no caer en la soberbia espiritual de considerarnos mejores que los demás, porque hemos descubierto su amor y su misericordia: “En efecto, ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe; y esto no se debe a ustedes mismos, sino que es un don de Dios. Tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir, porque somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos”.
Debemos transmitir el amor, por gracia de Dios, como lo hace Nuestra Madre, María de Guadalupe. Invoquemos su auxilio para seguir sus pasos y llegar a ser humildes y fieles discípulos de su Hijo, y así promovamos ante esta Pandemia, una sociedad fraterna, donde nuestros vecinos y conocidos encuentren un ambiente propicio de ayuda mutua y de solidaridad.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
III Domingo de Cuaresma, 7 de marzo de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Jesús subió a Jerusalén. En el Templo encontró a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban dinero instalados en sus mesas. Jesús hizo un látigo con unas cuerdas y echó a todos del Templo… y les dijo: «¡Saquen esto de aquí, y no hagan un mercado de la casa de mi Padre!”.
Este pasaje ofrece la oportunidad de reflexionar en dos temas fundamentales que clarifican las exigencias que pide Jesús a sus discípulos. El primero es la necesidad de un Nuevo Templo, y el segundo tema la prioridad de la espiritualidad sobre la religiosidad, y la subordinación de la religiosidad al servicio de la espiritualidad.
Jesús plantea una nueva concepción del verdadero templo. La Nueva Alianza que ofrece Jesús en nombre de su Padre, necesita de un espacio al servicio de la comunidad de creyentes, para expresar comunitariamente la respuesta del pueblo, mediante un nuevo Culto; que ya no consistirá en la ofrenda de cosas y objetos para Dios, sino en cumplir la voluntad del Padre. “Los judíos reaccionaron preguntándole: «¿Qué signo nos das para obrar así?». Jesús les respondió: «Destruyan este Templo y en tres días lo levantaré de nuevo»… Jesús se refería al Templo que era su cuerpo. Por eso, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos entendieron lo que había dicho, y creyeron en la Escritura y en la palabra de Jesús”.
Por ello, un templo, espacio de compra de animales y monedas para adquirirlos y de altares para ofrecerlos, pierde su sentido. El nuevo templo es Jesucristo, y todo aquel que se una a la comunidad de discípulos formará parte de este nuevo templo, ofreciendo su cuerpo y vida al servicio evangelizador. Acontecimiento que tiene lugar al recibir el Bautismo para ser hijos adoptivos de Dios, e incorporar a los discípulos de Cristo como una comunidad viva. El nuevo templo, iniciado con la resurrección de Jesús, es una comunidad viva que acepta las enseñanzas del maestro y las pone en práctica. Ya no será la relación con Dios mediante objetos externos a la persona, sino mediante la ofrenda existencial de la misma persona, poniendo su vida al servicio de sus hermanos.
Para lograrlo hay que tener como principal objetivo la experiencia de Dios, que consiste en un desarrollo integral humano y espiritual, percibiendo las inquietudes que se mueven en mi interior y discerniendo las que son para el bien de las que son para el mal. En esta tarea el cumplimiento de los 10 mandamientos y la normatividad derivada de ellos son un magnífico medio para descubrir, lenta pero progresivamente, la asistencia del Espíritu Santo en nuestra conducta, tanto personal y cómo comunitaria.
La comunidad de los discípulos de Cristo, está llamada a testimoniar y expresar que en toda persona sea varón o mujer, está presente el Espíritu Santo; por esto la Iglesia defiende la misma dignidad para ambos sexos; ya que cada persona es morada, nuevo templo, donde reside Dios. Es pues necesario educarnos para expresar en la conducta social el respeto a toda persona, y desterrar de nuestra sociedad el injustificable flagelo de la violencia contra la mujer.
Nuestras fallas, limitaciones y pecados nunca deben desanimarnos, ante tal situación debemos acudir a la misericordia divina, como recuerda la primera lectura: “soy misericordioso hasta la milésima generación de aquellos que me aman y cumplen mis mandamientos”. La misericordia de Dios Padre es mil veces mayor, que la exigencia penitencial que impone el pecado. San Pablo afirma: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos; en cambio, para los llamados, sean judíos o paganos, Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios”: Los judíos exigen señales milagrosas, y los paganos sabiduría e inteligencia ante el misterio inescrutable de Dios, que ha manifestado su amor, mediante la entrega de su Hijo crucificado y resucitado.
¿Qué significa asumir la Cruz gloriosa de Jesucristo? En breves palabras, es asumir los sufrimientos de cualquier índole, que van apareciendo en los contextos de nuestra vida, y que son nuestra responsabilidad afrontarlos, con un espíritu de confianza y esperanza en la ayuda de Dios, independientemente del resultado. Tal como vivió Jesús su Pasión y muerte de cruz, con plena confianza, y en una actitud de filial obediencia a Dios, su Padre.
El Señor Jesús una y otra vez en los evangelios afirma que, para ser sus discípulos debemos tomar la cruz y seguirlo. Es decir no darle la vuelta a las situaciones conflictivas y difíciles, sino asumirlas, viviéndolas con la confianza en Dios, independientemente si saldré adelante de manera exitosa, o desastrosa. La cruz camino de escándalo y de incomprensión, de locura y sin razón se explica solo desde la experiencia del amor. Dejémonos conducir por el Espíritu Santo y recorramos la vida con la confianza en el amor de Dios manifestado en Jesucristo; así viviremos con esperanza el misterio de tantos interrogantes que suscita la presencia del mal en el mundo. Quien vive así garantiza la resurrección a la vida eterna, compartiendo la vida divina del amor.
La Cuaresma es un tiempo propicio para la relación con Dios, mediante la oración, la meditación, y la caridad. La mirada debe estar en el domingo de Pascua, que nos recuerda la nueva vida, garantizada por la resurrección del Señor. Las siguientes preguntas te ayudarán a vivir la Cuaresma, desarrollando tu espiritualidad: ¿Invocas al Espíritu Santo como alguien que está presente en ti? ¿Descubres tanto en la mujer como en el varón la presencia de Dios? ¿La vida humana la respetas y amas porque reconoces que su dignidad le viene de la presencia del Espíritu Santo, que habita en ella? ¿Te percibes y experimentas como Templo de Dios vivo? ¿Te consideras y te ofreces tú mismo como ofrenda a Dios, especialmente en la Eucaristía?
Si estas preguntas además de afrontarlas de manera personal, compartimos nuestras respuestas en familia, haremos de nuestra comunidad familiar una verdadera Iglesia doméstica. No olvidemos que así se desarrolló la Iglesia en los primeros 4 siglos. En este mes de marzo, mes de la familia pidámosle a Nuestra Madre, María de Guadalupe nos acompañe para convertir nuestras familias en células dinámicas y participativas de una sociedad fraterna y solidaria, capaz de reconciliarse, de fortalecer la esperanza, y de expresar con su estilo de vida, que ¡Dios camina con nosotros!
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
FEBRERO 2021
II Domingo de Cuaresma, 28 de febrero de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Toma a tu hijo único, Isaac, a quien tanto amas; vete a la región de Moria y ofrécemelo en sacrificio, en el monte que yo te indicaré”.
Muchas escenas de las historias bíblicas son figura y anuncio de realidades, que llegaron a la plenitud en la vida de Jesús de Nazaret. Entre ellas destaca sobremanera la que hoy hemos escuchado, sobre la solicitud de Dios a Abraham, para que, acorde a la tradición cultural y religiosa de esa época, le sacrificara a su Hijo único, en señal de reconocimiento y obediencia a la divinidad.
El texto es una narración, que presenta el paso del sacrificio humano al sacrificio de animales, como ofrenda a Dios: “El ángel le dijo: “No descargues la mano contra tu hijo, ni le hagas daño. Ya veo que temes a Dios, porque no le has negado a tu hijo único. Abraham levantó los ojos y vio un carnero, enredado por los cuernos en la maleza. Atrapó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo”.
Además de esta importante transición cultural y religiosa, el pueblo de Israel lentamente fue comprendiendo, la necesidad de priorizar la obediencia a Dios, sobre cualquier sacrificio de una ofrenda externa de animales o primicias de producción vegetal. La Obediencia a la Voluntad de Dios Padre está por encima de cualquier otra obligación cultual; y la consecuencia la hemos escuchado: “Por haber hecho esto y no haberme negado a tu hijo único… en tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra, porque obedeciste a mis palabras”.
El Evangelio de hoy presenta una de las escenas llamadas Teofánicas, es decir, momentos en que se manifiesta, a través de la humanidad de Jesús de Nazaret, su naturaleza divina como Hijo de Dios. La escena es un momento de intimidad, soledad y silencio. Jesús ha elegido a tres de sus discípulos para que lo acompañen a subir el monte Tabor y orar ahí, en las alturas: “Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia”.
En la oración Jesús manifiesta la relación tan intensa que tiene con Dios su Padre, provocando un ambiente muy grato, de esos que uno quisiera no terminara jamás: “Pedro le dijo a Jesús: Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados”.
Ante la percepción de ver la blancura y transparencia en las vestiduras de Jesús, y escuchar el diálogo de Jesús con dos personajes históricos, figuras emblemáticas de la Historia de Israel: Elías, considerado padre del profetismo en Israel, y Moisés, liberador, legislador, y conductor del Pueblo a la Tierra prometida; y finalmente ser testigos de una voz que venía de lo alto, expresando con claridad: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”; ante esta experiencia quedaron asustados y sin palabra. Así acontece cuando hay un encuentro con Dios, que se percibe su presencia en el interior de la persona. Estas son las experiencias místicas, según las ha nombrado la Iglesia.
Jesús al retirarse del lugar retomó el diálogo y les dijo algo, que en ese momento no entendieron, pero obedecieron a Jesús: “Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de resucitar de entre los muertos”.
Esta preciosa y misteriosa escena nos deja una convicción fundamental, como lo fue para sus discípulos, quienes la entendieron al vivir la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús: Esta vida terrestre cobra pleno sentido cuando asumimos la convicción de la trascendencia, lo cual nos permitirá ser obedientes a las enseñanzas del Evangelio y nos dará la fortaleza para vivirlas.
Quien cree en la Resurrección de Jesús, y por tanto, en la resurrección de los muertos, es capaz como Jesús, de transfigurar en su vida un testimonio convincente, al priorizar los valores del Reino de Dios ante los valores meramente humanos; y ciertamente, rechazando los supuestos valores, que solo representan ideologías sin relación posible con la trascendencia, sin relación de esta vida terrestre con la vida eterna.
¿Hemos adquirido la convicción de la trascendencia, creemos que esta vida es tránsito y preparación para la vida eterna? Esta Cuaresma es una oportunidad de revisar nuestra conducta y descubrir si nuestros intereses se mueven solamente en los valores transitorios para lograr mis fines, o si tengo la capacidad y experiencia de haberle dado prioridad a los Valores del Reino de Dios, por encima de los valores que solo se sustentan en la perspectiva de la vida terrestre, de los valores que solamente son pragmáticos para resolver conflictos temporales.
San Pablo se encontró con Jesús en una experiencia singular, al escuchar la voz de Jesús que le decía: ¿Saulo, Saulo por qué me persigues? (Hech. 9,4). Dicha experiencia transformó su vida, conoció las enseñanzas de Jesús, y las vivió de manera ejemplar. Hoy hemos escuchado su contundente testimonio: “Hermanos: Si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en contra nuestra? El que no nos escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no va a estar dispuesto a dárnoslo todo, junto con su Hijo?”.
El amor de Dios por nosotros es inmenso, pero como solamente siendo libres es posible amar, siempre está a la espera de nuestra libre respuesta. ¿Te has planteado en serio tu respuesta, a quien te creó, te da vida, quiere tu bien en esta vida terrestre, y te tiene preparada una mansión para toda la eternidad? La Cuaresma es un tiempo favorable, oportuno para decidirte a escucharlo, obedecerlo, poniendo en práctica sus enseñanzas, así contarás con la ayuda del Espíritu Santo, y testimoniarás, con la contundencia de San Pablo, la fortaleza para afrontar cualquier adversidad.
¿No te sientes con el ánimo de asumir la voluntad de Dios Padre? Contempla a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien por su obediencia, no solamente es inmensamente feliz, sino que tiene el gusto y la decisión firme de mostrarnos, como madre tierna y compasiva, el amor que su Hijo Jesús tiene por nosotros.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
I Domingo de Cuaresma, 21 de febrero de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.
¿Qué significa la afirmación de Jesús “el Reino de Dios ya está cerca”? Jesús es la presencia de Dios en el mundo, para eso lo envió Dios Padre, y para eso el Hijo de Dios se encarnó en el seno de María. Por tanto, la presencia de Jesús es la presencia de Dios en el mundo. Al encarnarse el Hijo de Dios y asumir los condicionamientos propios de todo ser humano, queda manifiesta la cercanía de Dios con la humanidad; por tanto, Jesús encarna el Reino de Dios, y por ello, Jesús proclama que está ya cerca.
Jesús agrega en su anuncio la condición para entrar al Reino: “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”. Es decir, hay que entrar en nuestro propio corazón, hay que revisar si nuestras convicciones y creencias, nuestra conducta y nuestra fe se sustenta en creer que Jesús es la presencia de Dios en el mundo; por tanto, fortalecer nuestro conocimiento de la persona de Jesús para escuchar sus enseñanzas y hacerlas nuestras, practicándolas y transmitiéndolas.
En razón de nuestra libertad para responder, el Reino de Dios en esta vida terrestre no alcanza su plenitud, pero ya como primicia, podemos gustar y saborear su bondad y vivir la felicidad no obstante las adversidades y conflictos que generan la ignorancia en muchos de la presencia del Reino de Dios entre nosotros, y de la fragilidad humana que a todos nos hace tropezar en el ejercicio de las enseñanzas de Jesucristo.
Dada nuestra fragilidad humana es necesario tener siempre una actitud abierta para descubrir cuándo nos alejamos de las enseñanzas de Jesús, y corregir nuestra conducta con plena confianza en su misericordia. Ésta es la respuesta que pide Jesús al proclamar “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.
Estamos iniciando la Cuaresma, tiempo de revisión, de escuchar la voz de Dios, de reflexión y oración; así seguiremos el ejemplo de Jesús, que dedicó 40 días para prepararse a su misión, de hacer presente el amor del Padre en el mundo, y para superar cualquier tentación que lo desviara de su propósito: “El Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás”.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿Ante tanta bondad de Dios con nosotros, me he decidido a vivir esta Cuaresma que hemos iniciado, con la finalidad de entrar a la experiencia del Reino de Dios?; porque Dios ya ha dado el paso, está de nuestro lado, pero, ¿cuál es mí y nuestra respuesta?
Hoy la primera lectura narra el diluvio acontecido en tiempos de Noé, y cómo Dios elige a Noé y a su descendencia y a todo ser viviente sobre la tierra para establecer una alianza, e iniciar un camino de preparación de un pueblo, cuya misión será transmitir al verdadero Dios Creador, que ama entrañablemente a sus creaturas: “Dijo
Dios a Noé y a sus hijos: “Ahora establezco una alianza con ustedes y con sus descendientes… y con todo ser viviente sobre la tierra.”
¿En qué consiste esa alianza que ha establecido Dios con la Humanidad? Es una alianza para promover y cuidar las condiciones favorables de la vida en toda la Creación, y evitar la destrucción de nuestra casa común: “Esta es la alianza que establezco con ustedes: No volveré a exterminar la vida con el diluvio ni habrá otro diluvio que destruya la tierra”.
El proyecto de Dios es un proyecto de vida y no de muerte. Pero como toda alianza para que se cumpla deben las dos partes realizar su compromiso. Dios ha dado una señal: “Pondré mi arcoíris en el cielo como señal de mi alianza con la tierra, y cuando yo cubra de nubes la tierra, aparecerá el arcoíris y me acordaré de mi alianza con ustedes y con todo ser viviente”. ¿Hemos aprovechado esta señal de Dios, recordando al ver el arcoíris nuestra respuesta por el cuidado de la Casa común y de la vida que genera toda la Creación?
San Pablo explica hoy, que además de la señal del arcoíris, al encarnarse el Hijo de Dios como hombre, transmitió mediante el bautismo un recurso extraordinario para que todos sus discípulos, con la fuerza del Espíritu Santo, den testimonio vivo y atractivo del don de la vida para la humanidad: “Aquella agua era figura del bautismo, que ahora los salva a ustedes y que no consiste en quitar la inmundicia corporal, sino en el compromiso de vivir con una buena conciencia ante Dios, por la resurrección de Cristo Jesús, Señor nuestro”.
Pero además de cuidar la Casa Común y llevar una vida a ejemplo de Jesucristo, nos reserva la gran promesa de la vida eterna, manifestada en el inmenso amor de Dios Padre por sus creaturas, al haber enviado a su Hijo, que se entregó generosamente para conducirnos con su ejemplo y convertirse así en Camino, Verdad y Vida: “Cristo murió, una sola vez y para siempre, por los pecados de los hombres; él, el justo, por nosotros, los injustos, para llevarnos a Dios; murió en su cuerpo y resucitó glorificado”.
Renovemos de nuestra parte la alianza con Dios y asumamos el compromiso del bautismo en este tiempo tan desafiante, tan plural y polifacético, tan complejo y diverso, un mundo a la vez globalizado y dividido, un mundo con recursos abundantes para unos y con pobreza y miseria para otros. Quien sino solo Dios, Nuestro Padre nos puede unir para integrar la única familia humana, la familia de Dios.
Por ello, con corazón agradecido hagamos nuestra la petición del salmo que hemos escuchado: “Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y salvador y tenemos en ti nuestra esperanza”. Para eso vino Nuestra Madre, María de Guadalupe a nuestra Patria, nos ha dado identidad, y nos ha manifestado el infinito y tierno amor de una madre común, supliquemos nos acompañe en esta Cuaresma para obedecer la proclama de Jesús: “Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
VI Domingo del Tiempo Ordinario, 14 de febrero de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“El que haya sido declarado enfermo de lepra, traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá la boca e irá gritando: ¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro! Mientras le dure la lepra, seguirá impuro y vivirá solo, fuera del campamento”.
¿No les parece que tiene mucha coincidencia con el confinamiento, que hemos debido guardar para evitar el contagio del Covid-19? La lepra en el tiempo de Jesús era una enfermedad que no tenía curación, y mucho menos había vacuna para obtener inmunidad. El leproso debía irse a vivir solo o con un grupo de leprosos como él, fuera de la población a esperar su muerte.
La sensibilidad de Jesús es enorme, no tiene miedo a quedar impuro según la ley, ni a contagiarse; ya que no huye de la presencia de un leproso que se le acerca y de rodillas le suplica que lo cure: “Se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: Si tú quieres, puedes curarme. Y no solo lo escuchó compadecido, lo tocó y lo curó. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: ¡Sí quiero: Sana! Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio”.
El milagro es sorprendente, y así podemos comprender porque la fama de Jesús corría de boca en boca, llegando a las poblaciones cercanas de la rivera del lago de Galilea, e incluso al norte hasta Tiro y Sidón poblaciones paganas, y al sur a Jerusalén, donde esperaban las fiestas de la Pascua para conocer a Jesús. Sin embargo, Jesús sorprende con el mandato que da al leproso curado: “Jesús le mandó con severidad: No se lo cuentes a nadie;…Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes”.
¿Qué es lo que pretendía Jesús, al pedir que no se divulgara el acontecimiento milagroso de la curación de la lepra? Para obtener una respuesta les propongo recordar un viejo refrán que dice: Mientras el sabio contempla la luna, el necio se queda mirando al dedo que la apunta. Cuando acontece un milagro sin duda sorprende, pero es más importante conocer y tener en cuenta en nuestra vida al autor del milagro.
Por esa razón, Jesús le indica al leproso curado: No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”. La intención de Jesús es que el leproso descubra quién lo ha curado, que descubra a Dios Padre; y por eso lo envía al templo para que haga oración y comience una relación con Dios, y descubra su amor, para que de esa manera el resto de su vida lo dedique a transmitir el amor, de quien lo ha sanado, y no solamente comentar su milagrosa curación.
Y nosotros en medio de esta pandemia, que nos ha confinado y reducido al mínimo nuestras relaciones sociales de carácter presencial, ¿en qué hemos aprovechado este retiro y soledad, esta experiencia de enfermedad y muerte a nuestro alrededor? ¿Esta incertidumbre, de cuándo terminará esto y cuándo volveremos a nuestra realidad anterior?
El Papa Francisco ha advertido con claridad que, de esta pandemia, saldremos mejores o peores, pero no igual que antes. ¿Cuál es la clave para salir mejores? Según mi parecer es trabajar para convertirnos en personas sabias, que no nos quedemos mirando el dedo que apunta la luna, es decir, que no nos quedemos conociendo los acontecimientos a nuestro alrededor y lamentándonos de lo sucedido, buscando responsables de lo que sucede; en una palabra que dejemos de ser necios, y seamos sabios para descubrir la fuerza de nuestro espíritu, que da vida a nuestro cuerpo.
Por ello es conveniente que nos preguntemos para qué nos ha dado Dios la vida, y reconozcamos que en Jesucristo, Dios Padre ha revelado su verdadera naturaleza, que es el amor. El verdadero Dios es un Dios Trinidad, una comunidad de tres personas que se aman a tal punto, que se identifican en su querer y en su actuar. Para promover un mayor conocimiento de Dios Trinidad revelado por Cristo, y salir mejores de esta pandemia les pregunto:
¿En este tiempo de confinamiento he aprovechado el tiempo para leer y meditar los Evangelios? ¿Los momentos de silencio y soledad los he aprovechado para indagar mi interior, mis deseos, mis pensamientos, mis acciones y descubrir cuáles son para bien y cuáles para mal?
¿He podido ayudar a mi prójimo, en las personas de mi familia, de mis vecinos o de mis amigos, que me enteré sufren angustia o desesperanza? ¿He participado para auxiliar a los más pobres de mi ciudad, colaborando de alguna manera con las organizaciones pastorales o sociales?
Jesucristo es el Camino a recorrer, y nosotros con nuestro testimonio de amor al prójimo, debemos darlo a conocer. Para ello es importante seguir los criterios que hoy ha recordado el apóstol San Pablo en la segunda lectura: “Hermanos: Todo lo que hagan ustedes, sea comer, o beber, o cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios. No den motivo de escándalo ni a los judíos, ni a los paganos, ni a la comunidad cristiana. Por mi parte, yo procuro dar gusto a todos en todo, sin buscar mi propio interés, sino el de los demás, para que se salven. Sean, pues, imitadores míos, como yo lo soy de Cristo”.
Acudamos con plena confianza, a quien tanto nos ha mostrado su amor, y a quien nos ha ayudado, incluso intercediendo ante su Hijo y obteniendo milagros en favor de tantos peregrinos; invoquemos en un breve momento de silencio a Nuestra Madre, María de Guadalupe para que nos acompañe en este difícil tiempo de pandemia, y durante esta Cuaresma, que inicia el próximo Miércoles de Ceniza, la aprovechemos para un encuentro con Dios, nos limpie de nuestras lepras y lleguemos a la Pascua renovados y siendo mejores personas: alegres, positivas y llenas de esperanza.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
V Domingo del Tiempo Ordinario, 7 de febrero de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Me han tocado en suerte meses de infortunio y se me han asignado noches de dolor. Al acostarme, pienso: ¿Cuándo será de día? La noche se alarga y me canso de dar vueltas hasta que amanece. Mis días corren más aprisa que una lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerda, Señor, que mi vida es un soplo. Mis ojos no volverán a ver la dicha”.
El fuerte contraste, que presentan hoy los textos entre la primera y segunda lectura, entre la situación emotiva y dolorosa de Job, y en cambio la alegría contundente y convincente de Pablo, es un testimonio muy elocuente, de cómo puede cambiar nuestra vida para bien, a pesar de lo dramático o trágica que sea la situación vivida en el presente.
Job sufrió la desesperanza ante la tragedia de perderlo todo: hijos, posesiones, e incluso su propia salud, en un breve tiempo. El texto refleja la ansiedad y el vacío de sentido para seguir viviendo. Sin embargo su reflexión interior y el diálogo con sus amigos, le ayudó a descubrir que su situación no era castigo divino, y que al contrario, desconociendo los designios de Dios, llegó a la convicción que Dios no lo había abandonado, y recuperó su salud, reconstruyó su vida, y obtuvo la gracia de nuevos hijos, que le volvieron a dar la felicidad de vivir hasta el final de sus días.
Por su parte Pablo afirma: “Aunque no estoy sujeto a nadie, me he convertido en esclavo de todos, para ganarlos a todos. Con los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos, a fin de ganarlos a todos. Todo lo hago por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes”.
No es que a San Pablo la vida le haya sonreído por los constantes éxitos de su misión, pues también como Job padeció persecución, rechazo, burlas y falsas acusaciones, golpizas que lo dejaron aparentemente muerto, juicio ante tribunal y cárcel por cumplir su misión apostólica, y finalmente dos años de arresto domiciliario en Roma, esperando la sentencia del máximo tribunal del Imperio, que finalmente lo condenó a la decapitación y muerte.
Por su parte, la escena del Evangelio manifiesta a Jesús como un verdadero y desinteresado servidor de los enfermos: “Al atardecer,… le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñaba junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios”.
Destaco, que la suegra de Pedro al ser curada se levanta y se pone a servirles. Este dato muestra la importancia de orientar el sentido de la vida y de la salud, como un don que recibimos de Dios para servir a los demás, desde lo que son nuestras responsabilidades. Sin duda la suegra llevaba en su hogar la conducción propia de una ama de casa, y desde lo que sabía hacer, inmediatamente sanada, lo asume con alegría porque es una decisión propia sin que nadie se lo hubiera pedido o exigido, lo hace correspondiendo al ejemplo de Jesús que la atendió en cuanto supo su situación.
¡Qué importante es nuestro testimonio de servicio, es el mejor medio para evangelizar!
En cuanto a la liberación de los poseídos, Jesús prefiere actuar y no recibir comentarios sobre su acción. El silencio que pide Jesús apaga el protagonismo, que sin duda siempre daña a un servidor que recibe los halagos de los servidos, y puede tentar y dañar, al tiempo, la necesaria humildad, de quien se presenta como enviado, en el caso de Jesús, mensajero de Dios Padre. Su interés es dar a conocer el amor y la misericordia, de quien lo envía.
Otro aspecto de notar, es como Jesús, después de haber cumplido la misión de su Padre, se retira en el silencio y la soledad para dar cuenta de su acción, para orar y agradecer la asistencia del Espíritu Santo, y para seguir avanzando en el anuncio y la proclamación del Reino de Dios. Es un hermoso testimonio de cómo orar y dirigirnos a Dios Padre.
Finalmente, Jesús ante la tentación del éxito que causa el bien, percibiendo la imagen de la popularidad y aceptación de la gente, decide ir a otras poblaciones y ampliar el radio de acción en el cumplimiento de su misión. Pero además con esta decisión manifiesta la necesidad de propiciar que la gente aprenda a no retener, a quien te garantiza bienestar y protección, sino aprender a generarla por sí mismos, como una comunidad que se ha encontrado con Dios: “Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron: Todos te andan buscando. Él les dijo: Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”.
¿Qué debemos aprender de estos textos de la Palabra de Dios, que hoy hemos escuchado? ¿Cuáles son las lecciones que nos dejan?
- Que la alegría y el entusiasmo para donar nuestra vida, viene de la generosidad de responder a la vocación, y lo confirma la vida interior de fortaleza ante las adversidades.
- La constancia de seguir sirviendo sin importar a quién, con tal que lo necesite.
- La importancia de tener a Dios en cuenta, y buscarlo desde nuestro interior, manifestándole nuestros sentimientos con claridad sincera y honestidad plena, dejando en sus manos las decisiones. ¡Para eso es la Oración!
- Transmitir y compartir en diálogo sincero con la familia, amigos, grupos apostólicos, nuestra experiencia, y especialmente la sensibilidad creciente de las intervenciones de Dios en nuestra vida. Sin ninguna pretensión de presumir, o de generar imagen ante los demás, sino de testimoniar cómo Dios nos acompaña, y manifiesta su amor en la vida diaria.
Nuestra Madre, María de Guadalupe es un ejemplo vivo y ya extendido, entre todos los que la invocamos, y hemos recibido su auxilio para ser buenos discípulos de su Hijo Jesús. Agradezcamos de corazón su presencia entre nosotros y pidamos nos auxilie para seguir su ejemplo y transmitir nuestra experiencia, sirviendo a nuestros prójimos, especialmente a los más necesitados.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común. Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria. Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
ENERO 2021
IV Domingo del Tiempo Ordinario, 31 de enero de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
«El Señor Dios hará surgir en medio de ustedes, entre sus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharán”.
¿Cuál es la misión del profeta? Anunciar el mensaje de Dios. El anuncio es una invitación a escuchar la voz del Señor y conocer su contenido, y de acuerdo a ese mensaje, señalar los puntos que confrontan la conducta personal y social de una población.
¿Por qué es tan importante escuchar y aceptar el mensaje profético? La invitación no solo es para ofrecer información, sino especialmente para interpelar, cuando el Señor exige confrontación y cambio en el proceder de un pueblo, en vista de prevenir y alertar en las consecuencias negativas, que podrían darse de no atender el llamado; y para motivar la voluntad y mover el corazón de los oyentes, dando a conocer las nuevas y positivas situaciones que generará la intervención divina en favor de la comunidad.
Por qué entonces el pueblo afirma: “No queremos volver a oír la voz del Señor nuestro Dios”. Sin duda como todo ser humano existe conciencia de nuestra fragilidad, hoy decimos que sí, y mañana no cumplimos lo prometido. El miedo a escuchar la voz del Señor compromete, no quita la libertad, pero exige respuesta.
La misión profética juega un papel decisivo para mantener las buenas relaciones entre Dios y la comunidad. De aquí la importancia de la presencia de profetas en la vida de una comunidad, y por eso es tan necesaria la indispensable fidelidad del Profeta para cumplir su misión; así, entendemos la dura sentencia de muerte para quien manipule la voz de Dios: “el profeta que se atreva a decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de otros dioses, será reo de muerte”.
Jesucristo ha pedido a sus discípulos ser profetas, para anunciar y proclamar la Buena Nueva, el Evangelio, que consiste en la llegada del Reino de Dios. Por esta razón comprenderemos, por qué, cuando fuimos bautizados en su nombre, se afirmó que participamos como profetas, sacerdotes, y reyes, por ser discípulos de Jesucristo.
Como profetas para anunciar la voz de Dios de palabra y obra, como sacerdotes para unir nuestra ofrenda existencial al sacrificio de Cristo en la Eucaristía, y como reyes para dar testimonio con nuestra vida de los valores del Reino de Dios, proclamado y vivido por el mismo Jesucristo al encarnarse, asumiendo nuestra condición humana, y así, constituirse en Camino, Verdad, y Vida.
Con esta explicación podremos entender y profundizar la reflexión de San Pablo sobre la importancia de la vida celibataria: “El hombre soltero se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarle; en cambio, el hombre casado se preocupa de las cosas de esta vida y de cómo agradarle a su esposa, y por eso tiene dividido el corazón. En la misma forma, la mujer que ya no tiene marido y la soltera, se preocupan de las cosas del Señor y se pueden dedicar a él en cuerpo y alma. Por el contrario, la mujer casada se preocupa de las cosas de esta vida y de cómo agradarle a su esposo”.
Es decir, los desposados su primera obligación es la atención mutua y la de los hijos; por lo cual la misión de profetas, sacerdotes y reyes se queda como segunda prioridad. En cambio el célibe tiene la disponibilidad de asumir como prioridad en su vida la dedicación en plenitud al servicio del Reino de Dios, al auxilio de la comunidad y de las familias, para orientar y acompañar a los bautizados en su misión, y para auxiliar a los necesitados presentes en su comunidad.
Lamentablemente el actual contexto socio-cultural ha puesto como prioridad de la vida el disfrute sexual a como dé lugar. Cuando la verdadera y permanente felicidad es fruto del amor, que nace y crece en el servicio al prójimo. No obstante, la Iglesia afirma y mantiene con claridad la validez y la necesidad del Celibato, en vista de ofrecer plena disponibilidad para servir al Señor, promoviendo y atendiendo a los hermanos.
En este sentido invito a los jóvenes, varones y mujeres, a las personas viudas, que ya han cumplido sus obligaciones matrimoniales y familiares a escuchar y asumir lo que el Salmo de hoy aconsejaba: “Hagámosle caso al Señor, que nos dice: «No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras”. Estas palabras invitan a considerar la manera, en la que pueda llevar a cabo, mi personal aporte como discípulo de Jesucristo.
Si cumplimos nuestra misión profética tendremos la fortaleza del Espíritu Santo, como lo manifiesta Jesús en el pasaje de hoy, para liberar a quienes sufren por consecuencia de haber permitido que su corazón fuera atraído y seducido por el mal, quedando atrapados en tan nefastos condicionamientos, de los cuales solos es muy difícil que se liberen: “Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: ¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús le ordenó: ¡Cállate y sal de él! El espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió de él”.
También hoy, hay muchos que necesitan la fuerza del Espíritu de Dios para liberarse de la seducción del placer, del poder, o de la codicia y ambición. Como Iglesia está en nuestra voluntad aprender a ser conducidos por el Espíritu para dar testimonio contundente, que Dios camina con nosotros, y quiere liberar a sus hijos de todo mal, cualquiera sea la condición en que se encuentre.
Pidamos a Nuestra Madre, Maria de Guadalupe, que nos acompañe a disponer nuestro corazón para recibir como ella, la asistencia del Espíritu Santo, y podamos en estos tiempos tan desafiantes, cumplir nuestra misión profética, como buenos discípulos de su hijo Jesús, y en su nombre, venzamos el mal a fuerza del bien.
Abramos nuestro corazón, y expresémosle nuestra súplica, confiando en su amor maternal y misericordioso, en un breve momento de silencio.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
III Domingo del Tiempo Ordinario, 24 de enero de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
«Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio”.
El primer anuncio y mensaje de Jesucristo es que ha llegado el Reino de Dios, porque él, como Hijo de Dios, al encarnarse ha hecho presente a Dios en la Historia de la humanidad. Y como bien advirtió: “Sepan, que yo estoy con Ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,20); significa que Jesucristo camina con nosotros y a través de nosotros, como lo expresa su inmediata llamada a congregar sus discípulos que prolongarán su presencia en el mundo.
“Jesús… vio a Simón y a su hermano, Andrés, y les dijo: Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan,… y los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre…, se fueron con Jesús”.
Seguir a Jesús es más que simplemente aceptar sus enseñanzas, seguir a Jesús es en consecuencia formar parte de la comunidad de discípulos. La Conversión a la que llama Jesús, no es solo arrepentirse de los pecados y adecuar mi conducta a los mandamientos de la ley de Dios, sino que debe ir acompañada de creer la Buena Noticia, el Reino de Dios ha llegado, y en decidir integrarse a la comunidad de discípulos de Cristo. A este paso, el documento de Aparecida lo ha llamado Conversión Pastoral.
El documento en el número 368 plantea la exigencia que implica dar este paso: “La conversión pastoral requiere que las comunidades eclesiales sean comunidades de discípulos misioneros en torno a Jesucristo, Maestro y Pastor. De allí, nace la actitud de apertura, de diálogo y disponibilidad para promover la corresponsabilidad y participación efectiva de todos los fieles en la vida de las comunidades cristianas. Hoy, más que nunca, el testimonio de comunión eclesial y la santidad son una urgencia pastoral. La programación pastoral ha de inspirarse en el mandamiento nuevo del amor”.
La comunidad de discípulos que sigue a Jesús, vive los valores del Reino iluminados por la Palabra de Dios, lo cual implica que consideremos que no solo somos buenos católicos, participando como fieles en la celebración de los Sacramentos y en las prácticas religiosas y cultuales que ofrecemos en nuestros templos, sino que asumamos el compromiso de integrarnos en pequeñas comunidades en torno a la Palabra de Dios, que oriente nuestro actuar, confronte nuestro caminar, y nos lance con esperanza y decisión a ser una Iglesia en salida, una Iglesia que promueva el anuncio kerigmático de la Buena Nueva en nuestros propios ambientes de vida y en los diversos contextos sociales.
Así lo propone el documento de Aparecida en el No. 370: “La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial (NMI 12) con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera”.
Para ello, viene muy bien la advertencia de San Pablo: “la vida es corta. Por tanto, conviene que los casados vivan como si no lo estuvieran; los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no compraran; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran de él; porque este mundo que vemos es pasajero”.
En efecto, necesitamos adquirir una actitud de desapego a los bienes de esta vida, para poder, como los primeros discípulos, centrar nuestra vida en la proclamación del Reino de Dios, y en el testimonio personal y comunitario de los valores del Reino.
Los invito a que hagamos nuestra la orden que Dios dirigió a Jonás: «Levántate y vete a Nínive, la gran capital, para anunciar ahí el mensaje que te voy a indicar”. Con la confianza y esperanza de que nuestros interlocutores en toda América Latina y el Caribe respondan como lo hicieron los ninivitas a la predicación de Jonás: “Los ninivitas creyeron en Dios”, y actuaron en consecuencia.
La tarea queda clara, recordando los números 366 y 367 del documento de Aparecida: “estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2, 29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta. La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico donde viven sus miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos. Estas transformaciones sociales y culturales representan naturalmente nuevos desafíos para la Iglesia en su misión de construir el Reino de Dios. De allí nace la necesidad, en fidelidad al Espíritu Santo que la conduce, de una renovación eclesial, que implica reformas espirituales, pastorales y también institucionales”.
A la luz de estos párrafos considero, que el Papa Francisco tiene toda la razón al a haber indicado al CELAM, que en lugar de convocar a una VI Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, se celebrara en noviembre próximo en nuestro País, la primera Asamblea Eclesial de Latinoamérica y el Caribe, que hoy anunciamos con la finalidad de retomar el documento de Aparecida para impulsar el proceso de su aplicación en nuestras Diócesis.
Pidamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que nos acompañe en el camino de preparación de la Asamblea Eclesial, y en la posterior fecundidad para cumplir la misión de proclamar y testimoniar como lo hizo Jesús, que Dios Padre nos ama, y nos regala los dones del Espíritu Santo para vivir conforme a las enseñanzas y ejemplo de su Hijo Jesucristo, Nuestro Señor. ¡Que así sea!
II Domingo del Tiempo Ordinario, 17 de enero de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Aún no conocía Samuel al Señor, pues la palabra del Señor no le había sido revelada. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel; éste se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste? Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al joven y dijo a Samuel: Ve a acostarte, y si te llama alguien, responde: Habla, Señor; tu siervo te escucha. Y Samuel se fue a acostar”.
Esta bella historia del joven Samuel expresa la ignorancia de un joven que no ha descubierto la forma como Dios se manifiesta y se comunica, con cada uno de nosotros. De pequeños, nacidos en una familia cristiana, nos enseñan oraciones que debemos recitar para orar y para dirigir nuestras súplicas a Dios. Sin embargo son solamente los primeros pasos para aprender a relacionarnos con Dios, nuestro Padre. Nos ayudan a descubrir que Dios es alguien, a quien debemos tener en cuenta a lo largo de nuestra vida.
Habitualmente después de esos primeros pasos y llegada la adolescencia, nuestra preocupación ya no es orar y buscar a Dios, sino responder a la pregunta, ¿quién soy yo, y que será de mi vida? Y si no tenemos a mano alguien, que nos recuerde que la vida ha sido un regalo de Dios, y que él tiene un proyecto para mí, fácilmente caeremos en una búsqueda de sentido, donde yo sea el protagonista y decida cómo vivir, conforme a mis atracciones. Aquí viene bien tener en cuenta la advertencia del apóstol Pablo que escuchamos en la segunda lectura: “El cuerpo no es para fornicar, sino para servir al Señor; y el Señor, para santificar el cuerpo”.
Samuel sí tuvo quien lo instruyera sobre lo que debía responder. Y Samuel obediente a la instrucción respondió adecuadamente, iniciando un camino que lo llevaría a ser profeta y juez del pueblo de Israel: “De nuevo el Señor se presentó y lo llamó como antes: Samuel, Samuel. Este respondió: Habla, Señor; tu siervo te escucha”.
La clave es aceptar ser siervo, es decir servidor del Señor Dios, y abrir los oídos y la inteligencia para escuchar sus indicaciones. A este proceso la espiritualidad cristiana lo ha llamado discernimiento vocacional.
Discernir es clarificar lo que se mueve en nuestro interior para realizar el bien, estar atento a las inquietudes del corazón, a las reacciones ante los acontecimientos que se presentan, y llegar a la decisión para actuar en consecuencia con lo que mi conciencia considera mi mejor aportación.
Este proceso habitual, facilita descubrir la vocación, a la que estoy llamado, cuál es la misión que Dios quiere confiarme. En este paso se vuelve fundamental el consejo de personas mayores, que han caminado en la vida positivamente, y a quienes les tenga confianza para abrir mi interior. Tener a la mano personas, que me indiquen a quien acudir es un gran auxilio.
En el Evangelio de hoy escuchamos cómo Juan Bautista cumplió la misión de indicar a dos de sus discípulos, quién era Jesús: “Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús”. Ellos por su parte siguieron la indicación y su experiencia fue maravillosa: “Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscan? Ellos le contestaron: ¿Dónde vives, Rabí? Él les dijo: Vengan a ver. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día.
La experiencia los llenó de tanta alegría y entusiasmo, que el discípulo Andrés inmediatamente compartió con su hermano Simón: “El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: Hemos encontrado al Mesías. Lo llevó a donde estaba Jesús y éste fijando en él la mirada, le dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás, que significa Pedro”.
Vemos la importancia de compartir con los más cercanos, las experiencias que atraen y sorprenden por inesperadas, y por descubrir caminos insospechados, como lo fue para estos dos hermanos, y lo ha sido para tantos en la historia, que se han dejado seducir por la presencia del Espíritu de Dios que interviene y se manifiesta en la vida terrena. Porque como bien afirma San Pablo: “¿No saben ustedes que sus cuerpos son miembros de Cristo? Y el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él… ¿O es que no saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y habita en ustedes?”.
En efecto, descubrir la propia vocación y seguirla para responder al llamado de Dios fortalece y dinamiza a toda persona, porque se le concede corresponder a la acción divina del Espíritu Santo.
Sin embargo, ante tanta belleza y encanto, que provoca a quienes deciden responder vocacionalmente a Dios, Nuestro Padre; también constatamos tantos jóvenes, que hoy caminan sin rumbo en la vida, que se dejan seducir por el placer, el poder, o la acumulación de riquezas, y al primer tropezón se derrumban, y son víctimas de la desesperación, a tal grado, que lamentablemente en nuestro tiempo se han vuelto recurrentes los suicidios entre los jóvenes.
Es urgente acercarnos a ellos y ofrecerles ayuda, especialmente cuando están deprimidos, o se sienten fracasados o derrotados, de aquí la importancia de la Pastoral Juvenil-Vocacional, que debemos fortalecer en nuestra Arquidiócesis de México.
Especialmente hago un llamado a los jóvenes que ya han encontrado un buen camino vocacional, para que se sumen a esta urgencia de acompañamiento a las nuevas generaciones.
Pidamos a nuestra Madre, María de Guadalupe, nos auxilie, y acompañe nuestros esfuerzos pastorales en general, y especialmente en la atención de adolescentes y jóvenes.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común. Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria. Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
El Bautismo del Señor, 10 de enero de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.
Antes de iniciar la reflexión de la palabra de Dios, quisiera enviarles un saludo a todos ustedes de nuestro Cardenal Carlos Aguiar Retes que normalmente preside esta Eucaristía y que nos ha permitido a los Obispos Auxiliares en estos días presidir en su nombre; pero no por ello deja de estar atento a todos ustedes y les envía su saludo.
El día de hoy, celebramos esta fiesta del bautismo del Señor … Y en esta fiesta nosotros reconocemos cual es el sentido de ser Cristianos, es decir, no somos Cristianos nada más para no condenarnos, no somos Cristianos nada más por tradición familiar, no somos Cristianos nada más para celebrar los Sacramentos; somos Cristianos nos lo dirá el Evangelio para vivirlos y configurarnos día con día como hijos amados del Padre.
Esta es la experiencia que Jesús nos comparte en el Evangelio, si escuchamos bien este Evangelio de Marcos, encontramos como Jesús sale de Nazaret y va a encontrarse con Juan el Bautista a vivir esta experiencia; Juan el Bautista ofrecía una experiencia de purificación y de preparación para cuando viniera el Mesías, es decir, Juan el Bautista le decía a los Judíos: Vengan, arrepiéntanse de sus pecados, bautícense para que ustedes ya estén listos para cuando venga el Mesías , que ya viene pronto , conviértanse y entonces era un bautismo de purificación y de preparación.
Cuando llega Jesús a vivir esta experiencia, no es que Él tuviera que purificarse o arrepentirse de algún pecado; pero quiere en su camino espiritual vivir esta experiencia del pueblo, esta experiencia espiritual que Jesús vive junto con el Bautista le permite comprender con más claridad quien es Él, quien lo acompaña y cuál es su misión. En el bautismo encontramos estos signos: encontramos el agua en el que es sumergido, para el Bautista signo de purificación, pero por Jesús signo de nueva vida, el agua es el signo de la nueva vida que vendrá con Él, después vemos al Espíritu Santo, que bajó, se abrieron los cielos y bajó el Espíritu Santo en figura de paloma; signo de que Jesús es el ungido de Dios, es aquel sobre el cual profetizaría Isaías.
Precisamente la lectura que leyeron, que no correspondía pero que gracias a Dios la leyeron también porque nos narra precisamente la experiencia: El espíritu Santo descenderá sobre mi siervo, Él será mi elegido y cumplirá con esta misión; entonces el bautismo le sirve a Jesús para experimentar la nueva vida que Él traerá por la unción del Espíritu y después dice estas bellísimas palabras … Se escucha una voz, la voz de Dios, la voz de Dios creador que dice: TÚ ERES MI HIJO MUY AMADO Y YO TENGO EN TI MIS COMPLACENCIAS. En esto está la identidad, como va a cumplir la misión de ser el ungido siendo hijo muy amado del Padre.
Entonces vemos como el bautismo es transformado por Jesús de ser un bautismo de preparación y de purificación, a ser un bautismo donde se experimenta una nueva vida, donde se experimenta una nueva identidad, hijos del Padre y donde se experimenta una misión, ungidos por el Espíritu para hacer presente este Reino de Dios Padre.
Esto fue lo que experimentó Jesús, de aquí, de este experiencia Jesús va a comenzar su vida pública, viviendo como un hombre ungido, el Mesías, el ungido de Dios, haciendo presente el amor de Dios padre, sabiéndose Él, hijo muy amado. Esta experiencia que tuvo Jesús nos ilumina a nosotros, y yo quisiera invitarlos a que nos preguntáramos en este año que comenzamos 2021 podemos nosotros vislumbrar un año, por decirlo poco, difícil; porque si comenzamos el 2020 sin saber lo que íbamos a vivir, comenzamos el 2021 sin ninguna ignorancia; ahora si sabemos lo que vamos a vivir porque tendremos que seguir viviendo en medio de esta situación sanitaria, tendremos que seguir viviendo en medio de esta dificultad económica, tendremos que seguir viviendo cuidándonos en nuestras familias, manteniendo la distancia, es decir, ahora no hay sorpresas; pero esto no significa que debamos bajar la cabeza y decir: bueno, como va a ser posible que Dios no nos libre de aquí a mañana de todo, esto es un proceso que se va a vivir durante todo este año.
Y esta fiesta creo yo, nos ilumina como hemos de vivir este año: no con la cabeza baja, derrotados y cansados; ¿Por qué? Porque sabemos quién camina con nosotros, sabemos quién nos fortalecerá y sabemos hacia dónde vamos caminando; en este año caminamos como hijos de dios, sabiéndonos siempre hijos predilectos, amados del Padre, todos y cada uno de nosotros aquí en este santuario de Nuestra Madre Santísima como ella nos lo recordó… Hijos del Padre, Hijos de María Santísima, esa es nuestra fortaleza, esa es nuestra certeza que estemos sufriendo, que no estemos pudiendo caminar como quisiéramos caminar, que las dificultades son muchas y se hacen pesadas, lo sabemos, pero la certeza que si tenemos es que tenemos un Dios que no nos abandona, porque un Padre nunca abandona a sus hijos y tenemos una madre que ha prometido estar con nosotros y nos ha dicho: ¿Por qué te acongojas si camino contigo?
Queridos hermanos, el bautismo del Señor que nos recuerda nuestro bautismo nos da así la esperanza de que no caminamos sin rumbo y no caminamos en la soledad, caminamos como hijos del Padre y caminamos, esta es la segunda experiencia, como ungidos del Espíritu ¿y qué significa eso? El ungido del Espíritu es aquel que el capacitado para ir a realizar la obra de Dios en medio de su Pueblo, el Espíritu es como el oxígeno para el cuerpo, nos da vida, nos capacita, nos hace fuertes, con sus carismas, con sus emociones, con su fuerza, con su luz, nos ilumina , nos da sabiduría, hace fuerte nuestro caminar, le da visión a nuestra vista, una visión Cristiana, el Espíritu es el que nos lanza a vivir la misión, entonces ya estoy viviendo este 2021 como hijo de Dios; pero también enviado a ayudar a los demás.
No se trata este año nada más de porque estoy cuidándome desde casa me desentiendo de mi prójimo, el Espíritu nos envía, nos empuja a cumplir nuestra misión; así como envió a Jesús después del bautismo lo llevó al desierto a vivir las tentaciones y purificar sus motivaciones y encontrar su camino. Y Después lo llevó e impulsó durante toda su vida a realizar milagros, a predicar con esas palabras de sabiduría, bueno, el Espíritu Santo es quién nos guiará este año y que bueno que estamos aquí ante Nuestra Madre Santísima, ante la palabra de Dios y su eucaristía, para comprender lo que el Espíritu quiere invitarnos a vivir… Cada uno de ustedes, cada uno desde la sencillez, desde los cuidados que se tienen que hacer tendrá que pensar, bueno y que me está invitando a realizar el Espíritu Santo para vivir en este año; porque ya soy hijo de Dios, pero también soy un discípulo de Cristo enviado por el Espíritu, con la certeza de ser acompañados por Cristo en esta misión.
Los invito a caminar es esta semana, no lo pongan tan largo como el año entero… en esta semana caminemos con un corazón que pueda vivir en paz porque sabe que eres un hijo del Padre, amado de Nuestra Madre Santísima; pero también con la mirada puesta para mirar a ver y cómo puedo ayudar a alguien en esta semana, una llamada por teléfono, un acto de caridad, lo que Dios nos inspire.
Que el Señor nos ayude a cada uno de nosotros a vivir también esta experiencia bautismal y a cumplir desde nuestra identidad de hijos la misión de discípulos.
Que así sea.
La Epifanía del Señor, 3 de enero de 2021

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.
Queridos hermanos, hermanas en la solemnidad de la epifanía que hoy estamos celebrando damos gracias a Dios por la manifestación de Cristo como Salvador de todos los Pueblos; reconociendo y celebrando que la redención y la salvación que Él ha traído con su encarnación, nacimiento y misterio pascual es ofrecida a todo ser humano, a todo hombre y mujer de cualquier pueblo, raza, nación o condición social sin distinción y sin exclusión.
Es por ello que una antigua tradición representa a los magos o sabios de oriente de los cuales nos ha hablado San Mateo en el capítulo dos de su evangelio con los rasgos físicos de las personas pertenecientes a los continentes conocidos en la antigüedad: Asia, África y Europa queriendo expresas así que el designio salvífico de Dios es universal, es para todos. Este designio ha sido descrito por San Pablo en la segunda lectura, en la carta a los Efesios donde nos dice: por el evangelio, también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo.
Esta misma verdad es decir, la salvación ofrecida por Dios a todas y a todos de alguna manera la encontramos también insinuada y anunciada en el salmo responsorial en donde hemos escuchado… los Reyes de occidente y de las Islas le ofrecerán sus dones ante Él se postrarán todos los reyes y todas las naciones; pero quienes eran los sabios o magos de oriente que buscaban al rey recién nacido para adorarlo, ellos nos dice el Papa Benedicto XVI, representan la peregrinación de la humanidad hacia Dios es decir, al ser humano interiormente inquieto en búsqueda permanente de la verdad y del bien; anhelante de encontrar su propia vida, deseoso de profundidad y de luz sobre su ser y su quehacer en el mundo.
Estos sabios de oriente representan entonces al ser humano necesitado de encontrar más allá de sí mismo y por encima de sí mismo una respuesta a sus inquietudes más profundas, respuesta que únicamente Dios nos puede dar. Estos magos eran una especie de científicos, de sabios o de filósofos de su tiempo que escrutando en el saber humano y buscando en el cielo intuyeron la existencia de un nuevo Rey de los Judíos como ellos le llamaron “un Rey de Israel, un rey distinto a los que ellos conocían y a quien era preciso buscar para adorar como a Dios” de allí los dones que llevan como regalo a este recién nacido. Estos hombres se ponen en marcha para buscar al Señor y habiéndolo encontrado se postran y lo adoran… De ellos sin duda podemos aprender grandes lecciones para nuestro crecimiento en la fe, para nuestro seguimiento de Jesucristo el Señor, por supuesto centro de esta fiesta, de esta solemnidad; en primer lugar, estos sabios fueron personas en búsqueda, abiertos a los anhelos más nobles y profundos de su corazón que representa al corazón humano, cuya hambre y sed de sentido solamente puede ser saciado por Dios.
Ellos buscando la verdad, orientados por los signos que Él le regaló a través de la estrella, se pusieron en marcha y sin duda en su búsqueda, tuvieron que sortear diversas dificultades pero guiados por aquella estrella, es decir, iluminados por la luz de Dios llegaron hasta el niño recién nacido. También nosotros hermanas, hermanos, necesitamos estar en búsqueda permanente, en búsqueda de Dios, ser peregrinos de Dios, ponernos constantemente en camino hacia Dios; a este respecto cabe recordar que hace apenas unos días, hemos concluido juntos un año particularmente difícil y Dios nos ha concedido comenzar un año más que se avizora también lleno de retos y dificultades, como de oportunidades de crecimiento y de búsqueda.
Qué bueno sería que al igual que aquellos sabios de oriente, que se interrogaron por la verdad, que buscaron a Dios, también nosotros mirásemos al cielo, es decir, eleváramos el corazón y la razón hacia Dios; buscando en Él la luz para discernir que es lo que ha querido decirnos y enseñarnos con lo vivido durante el año 2020 y a qué nos invita hoy con lo que acontece en el presente a nuestro alrededor.
Esto es preciso que guiados por la estrella de la fe, de la esperanza y de la caridad sepamos leer los signos que Dios nos da, preguntándole a Él como situarnos en el presente y como hemos de preparar el futuro. Hemos de rogar al Señor con insistencia que seamos dóciles al Espíritu Santo para vivir el presente con la sabiduría de Dios y preparar el futuro con la ciencia del evangelio.
Postrándose lo adoraron, después abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra… solamente reconociendo a Cristo como Rey y Señor, como verdaderamente hombre y verdaderamente Dios, como modelo inigualable de lo que significa ser persona humana podemos asumir la vida a la altura de nuestra vocación humana y cristiana; haciendo nuestra historia la historia de nuestra sociedad y de nuestra iglesia más humana y más divina.
Otra luz hermanas y hermanos de esta solemnidad la encontramos sin duda en la primera lectura, la cual es un canto de esperanza que Dios a través del profeta Isaías dirige siglos antes de Jesucristo a su pueblo, un pueblo que había sufrido el desprecio y la humillación de las naciones paganas, que había vivido las angustias del destierro y que se enfrentaba a un procesos de restauración y de reconstrucción nacional. Por ello, el Señor le dice al pueblo “levántate y resplandece Jerusalén” porque ha llegado tu luz y la Gloria del Señor.
Estos dos imperativos “levántate y resplandece” son también para nosotros hoy, para la humanidad entera, para nuestras familias, para nuestra patria, “levántate y resplandece”; con estas palabras Dios nos invita en este comienzo del año a ponernos de pie, a seguir caminando, a no claudicar en la lucha por familias más unidas, por un mundo más fraterno, por un México más justo y solidario… “levántate y resplandece”
En el año que estamos iniciando y a la luz de esta solemnidad de la manifestación de Cristo como salvador de todos los pueblos, el Señor nos invita a reconstruirnos y a reconstruir; después de meses tan aciagos, reconstruirnos y reconstruir, ofrecer ayuda solidaria a quienes más afectados han resultado por todo lo vivido en los últimos meses, con la plena seguridad que Él nos acompaña, de que Él es fiel, de que está con nosotros.
Ojalá que en la constelación de nuestro cielo patrio, de nuestro cielo mexicano, los discípulos de Jesucristo brillemos con la luz de Dios, irradiemos fe, esperanza y amor; incentivando a otros, particularmente a las nuevas generaciones a encaminarse hacia Dios para recibir su salvación. En este sentido, si miramos con atención nuestra propia historia, la historia de nuestras familias, de nuestra iglesia, de nuestra patria; sin duda podremos conocer que han existido personas que con su testimonio y con su amor, nos han ayudado a encontrar a Dios.
Estrellas que Dios nos ha dado en el camino, para encontrarlo a Él y su salvación.
Por ello quisiera concluir con la siguiente invitación:
Con motivo de la epifanía solemos ofrecer regalos especialmente a los niños, que bello sería dar a nuestros pequeños, adolescentes y jóvenes el regalo de ser para ellos una luz que los ayude a reconocer su incomparable dignidad humana, a comprenderse desde Dios y a encaminarse hacia Cristo, que bello sería poder ser para nuestras nuevas generaciones una luz que los lleve a seguirse encontrando con Cristo… camino, verdad y vida.