DICIEMBRE 2022
La Natividad del Señor, 25 de diciembre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Salvador González Morales, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México, Vicario General y Moderador de la Curia
A Dios nadie lo ha visto jamás, el unigénito que está en el seno del Padre es quien lo ha revelado.
En esta eucaristía de Navidad, expresamos el corazón del misterio de esta fiesta, la palabra, el verbo de Dios se encarnó, se hizo hombre, habitó entre nosotros, vive entre nosotros. Aunque también encontramos ahora que escuchabamos esta proclamación, del prólogo de San Juan con todo realismo, esta afirmación “ Los suyos no los recibieron”.
Tenemos tres textos hermosos para reflexionar en esta fiesta…
El texto del profeta Isaías que escuchamos se encuentra ambientado en tiempos del exhilio en Babilonia, los Babilonios habías destruido Jerusalén y habían deportado a sus ciudadanos, el profeta proclama un canto de entronización en honor a Jerusalén, la paz y la salvación son los anuncios que el mensaje clama, así que atraviesa los montes, los centinelas repiten las buenas noticias mientras vigilan los muros destruidos de la bella ciudad de Jerusalén; pero cundo ven que el señor vuelve a Jerusalén como Rey poderoso y victorioso, estallan de gozo y de alegría.
Dice el profeta: es la indicación con la que comienza un himno de acción de gracias en el que de manera extraordinaria se habla de la exultación, incluso de las ruinas de la ciudad. Dios ha vuelto para ayudar a su pueblo y por lo tanto todas las naciones podrán contemplar su gloria, su poder y su salvación.
El prólogo del evangelio de San Juan, es un majestuoso himno poético que contempla al hijo de Dios en su existencia eterna y en su encarnación histórica, podemos identificar perfectamente cuatro partes…
La primera es la visión cosmológica en la que la palabra de Dios como agente de la creación, es la fuente de la luz y de la vida para el hombre, las acciones y palabras de Jesús son eso, son acciones y palabras de Dios que creó con la palabra y con la luz.
El contraste entre la luz y las tinieblas, recuerda que en el evangelio de Juan, Jesús es presentado como la luz del mundo.
La segunda parte es el testimonio de Juan el Bautista, al que distingue claramente de la luz verdadera aun reconociendo su testimonio ya que Juan el Bautista es enviado por Dios, con una misión igual a la de Moisés o la de los profetas.
La tercera parte es la venida de la palabra, que aparentemente fracasa porque ni los privilegiados la han escuchado, en esta parte se pasa de lo que es eterno a lo que es temporal y particular; el mundo odia a Jesús y a sus discípulos, pero el mundo también es el escenario de su misión salvífica, fundamentada en el amor que Dios siente por la creación y por sus criaturas. El título de hijo de Dios, solo se puede obtener acogiendo a Cristo que es el Hijo de Dios.
La última parte es lo que conocemos como la economía salvífica de Jesús que ha venido entre nosotros como lo testimonia Juan el Bautista de manera humilde; pero necesita mostrar la gloria y la misericordia de Dios, es la humanidad de Jesús lo que permite su revelación, aunque los que creen han podido contemplar su gloria.
Ahora bien, la gloria no puede contemplarse a través de la carne, sino en su carne, la gloria significa plenitud de gracia y de verdad.
El comienzo de la carta a los Hebreos que hemos escuchado como segunda lectura, hace referencia a la palabra de Dios dirigida a los hombres por boca de los profetas del antiguo testamento; pasa enseguida al hijo que es la palabra para quien todo fue creado y pensado, Jesucristo es puesto en íntima relación con Dios mediante imágenes como la del reflejo de su gloria y el poder de su palabra.
El hecho de que se siente a la derecha del Padre pues Jesucristo es el hijo de Dios, y por lo tanto ocupa un lugar superior a cualquier otro porque a Él le ha sido encomendada la tarea de salvar a la humanidad por voluntad divina, liberándola del pecado.
El autor de la carta subraya la superioridad incomparable de Jesucristo sirviéndose de citas bíblicas con lo cual pretende constatar que el hijo es la revelación definitiva de Dios.
Queridos hermanos, queridas hermanas, hoy hemos venido hasta aquí como peregrinos, para encontrarnos con Santa María de Guadalupe, para venir a atender su invitación, la invitación de que aquí quería mostrarnos a aquel que es todo su amor. Que día tan oportuno para peregrinar hasta este santuario, el día de navidad, porque justamente creo yo que la fuerza del espíritu, ha movido nuestros corazones para escuchar aquella invitación de los ángeles a los pastores; para contemplar a ese que es todo su amor de Santa María de Guadalupe y que quiere mostrarnos quien es Dios y que nos muestra quien es Dios. Nos revela, quita el velo para que nosotros podamos contemplar a Dios y Dios nos muestra esto “Soy cercano, estoy cerca de ti”.
Dios nos muestra soy y me he hecho para revelarme a ti pobre, pequeño y Dios nos dice “Soy concreto, no soy una idea, estoy aquí” y por eso al mostrársenos aquí al Señor en la sencillez, cercanía y en la concreción de su nacimiento; ahora lo contemplamos en el hermoso cuadro del pesebre, del nacimiento que también tenemos en nuestras propias casas; podemos recordar esto.
Eso que Dios nos muestra de sí, como se nos ha revelado, quiere que nosotros lo hagamos también con los demás, quiere que entre nosotros seamos cercamos unos de los otros, que no nos preocupemos por las riqueza, sino por la única riqueza que vale la pena, que son las relaciones entre las personas; sabernos amar, cuidar, atender y por supuesto que eso no sean sólo palabras y discursos bellos; sino que sean una realidad. Nuestra atención por aquellos que más nos necesitan… en nuestra propia casa, en nuestra familia, en nuestras comunidades.
Pidámosle pues hoy al Señor, que nos revela el gran amor de Dios por cada uno de nosotros y en este lugar lo ha hecho a través de la mirada tierna, cariñosa, amable de Santa María de Guadalupe que podamos devolver justamente todo este amor a aquellos que tanto están necesitando de nuestro propio amor.
Que así sea y que el Señor nos bendiga a todos nosotros.
IV Domingo de Adviento, 18 de diciembre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“El Señor le habló a Ajaz diciendo: «Pide al Señor, tu Dios, una señal de abajo, en lo profundo o de arriba, en lo alto». Contestó Ajaz: «No la pediré. No tentaré al Señor.”
Ajaz tiene razón al afirmar que no hay que tentar a Dios pidiendo señales; sin embargo cuando Dios mismo ofrece una señal no hay que menospreciarla. Es gracia, que será siempre para nuestro bien. Y dejarla de lado, es negarse a la correspondencia de esa gracia, que ofrece Dios.
Hay quienes tienen olfato y sensibilidad espiritual para detectar las intervenciones de Dios, y hay quienes solo consideran las intervenciones milagrosas como intervención divina; sin embargo Dios mediante el Espíritu Santo siempre nos acompaña, y cuando decidimos nuestras acciones, de manera acorde a la voluntad de Dios Padre, siempre intervendrá Él para nuestro bien y para llevar a cabo los proyectos.
¿Qué se necesita para adquirir la sensibilidad espiritual y descubrir la mano de Dios en nuestras vidas? Muy sencillo: Ejercitar la oración y escuchar habitualmente la Palabra de Dios.
Oración habitual ya sea invocándolo con alguna oración como el Padre Nuestro, o también tomando conciencia de su presencia, con un momento de silencio para tener siempre presente que Dios camina a nuestro lado, para crecer así en la confianza de su auxilio, y adquirir la virtud de la esperanza, especialmente ante las dificultades y situaciones dolorosas o trágicas.
La segunda manera es la escucha frecuente de la Palabra de Dios, al menos cada Domingo; y a la luz de esa Palabra, interpretar los signos de los tiempos para descubrir la voz de Dios en los acontecimientos.
Por eso, todo acontecimiento humano debe ser de nuestro interés, y debe siempre cuestionarnos para examinar lo que esa Palabra suscita en nuestro corazón para discernir nuestra conducta ante las distintas situaciones y las relaciones con los demás.
A este propósito consideremos la experiencia de San José, quien amaba profundamente a María, pero no encontraba la manera de proceder en vista de su compromiso matrimonial ante el inesperado e incomprensible misterio del embarazo de su prometida: “Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”
El evangelio que hoy hemos escuchado expresa cómo José afronta la compleja situación, ante la evidencia de la concepción de María, y de qué manera recibe el auxilio divino mediante un ángel, quien le confirmó a José, la acertada decisión de amparar a su esposa.
Así quedó cumplida en María, la señal, que el Profeta Isaías había ofrecido al Rey Ajaz, quien representaba en ese momento la continuidad de la descendencia del Rey David al frente del pueblo de Israel: “Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros”.
El desbordamiento de la gracia de Dios en Jesucristo, superó las expectativas mesiánicas del pueblo de Israel, en el sentido de que el Mesías sería un descendiente de la dinastía davídica. Jamás imaginó el Pueblo de Israel, que el Mesías sería la Encarnación del Hijo de Dios; por eso el apóstol Pablo se siente profundamente agradecido por la llamada a ser mensajero y apóstol de esta gran noticia.
“Yo, Pablo, siervo de Cristo Jesús, he sido llamado por Dios para ser apóstol y elegido por él para proclamar su Evangelio. Ese Evangelio, que, anunciado de antemano por los profetas en las Sagradas Escrituras, se refiere a su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor, que nació, en cuanto a su condición de hombre, del linaje de David, y en cuanto a su condición de espíritu santificador, se manifestó con todo su poder como Hijo de Dios, a partir de su resurrección de entre los muertos”.
Ahora todos los bautizados en el nombre de Jesucristo somos llamados también para anunciar y testimoniar, que Jesucristo es el Señor: Camino, Verdad y Vida para la humanidad.
Los invito asumir como nuestra la expresión gozosa de San Pablo: “Por medio de Jesucristo, Dios me concedió la gracia del apostolado, a fin de llevar a los pueblos paganos a la aceptación de la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos, también se cuentan ustedes, llamados a pertenecer a Cristo Jesús.”
¿Me he alegrado de este enorme don que Dios me ha dado, y puedo expresar, como el apóstol Pablo, la alegría y el entusiasmo de ser miembro de la comunidad de los discípulos de Cristo, de ser miembro del Pueblo de Dios que peregrina en este mundo, de ser miembro de la Iglesia?
Preguntémonos si he tomado conciencia de mi vocación y si he ejercitado la misión de darlo a conocer a los demás, para que también ellos obtengan la gracia y la ayuda divina a lo largo de su vida, y alcancen así la vida eterna en la Casa de Dios Padre.
Este tiempo del Adviento es muy propicio para redescubrir mi vocación y celebrarlo en mi familia, con mis amigos y vecinos en la ya próxima Navidad. Sin duda alguna, será el mejor regalo, que podamos ofrecer a quienes amamos y con quienes convivimos.
Nuestra Madre, María de Guadalupe nos recuerda con su amor y su ternura la misericordia divina, y nos acompaña para ofrecernos su auxilio; por eso invoquemos su ayuda para ser discípulos comprometidos con su Hijo Jesucristo.
Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, y aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, ayúdanos a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, orienta nuestro camino para estar vigilantes, buscando el bien, la justicia y la verdad.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en este tiempo del Adviento para que al contemplar el misterio de la Navidad, que manifiesta tu dócil obediencia al Espíritu Santo, sea para nosotros consuelo y esperanza, y aprendamos a transmitir la Fe en Jesucristo, tu Hijo amado; a crecer y transmitir la esperanza, recordando la inmensa confianza en el amor a Dios Padre, que mostraste al aceptar engendrar, bajo la sombra del misterio, a tu Hijo Jesús.
Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
III Domingo de Adviento, 11 de diciembre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Fortalezcan las manos cansadas, afiancen las rodillas vacilantes. Digan a los de corazón apocado: ¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos”.
El desánimo fácilmente puede invadirnos al tomar conciencia de los grandes desafíos sociales, como son la Desigualdad Social que separaba las distintas clases sociales, o la volatilidad del compromiso matrimonial, que deja a los hijos desprotegidos de un hogar, sin una cuna para aprender el amor recíproco y la ayuda solidaria, que debiera inspirar el testimonio cotidiano de papá y mamá. Así fácilmente surge la desesperanza y debilita la voluntad para emprender con ánimo y fortaleza la edificación de la civilización del amor, para la que nos ha creado Dios, Nuestro Padre, y nos ha revelado en carne propia, Jesucristo, el Señor: Camino, Verdad y Vida.
El Profeta Isaías sigue alentando ante la ceguera y la sordera espiritual que siempre cunde en el pueblo de Dios por el desconcierto e incertidumbre ante lo que sucede y lo que acontecerá, por ello anuncia también generando la esperanza: “Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un ciervo el cojo, y la lengua del mudo cantará. Volverán a casa los rescatados por el Señor, vendrán a Sión con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría; serán su escolta el gozo y la dicha, porque la pena y la aflicción habrán terminado”.
Precisamente para esto ha enviado Dios Padre a su Hijo, para darnos la mano y caminar con nosotros, ofreciéndonos la asistencia constante del Espíritu Santo; así se ha cumplido el anuncio del Profeta Isaías: “Regocíjate, yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de júbilo, porque le será dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón”.
En nuestro contexto sociocultural actual, ¿a qué desierto podemos referir la acción ofrecida por Jesucristo de la asistencia del Espíritu Santo? Sin duda, al desierto del silencio y la soledad para encontrarse con uno mismo. Este es el camino indicado para descubrir que Dios me habla, sembrando en mi corazón las buenas inquietudes y proyectos para bien de mi comunidad.
En nuestro tiempo existe una tendencia intensa y constante a propiciar la cultura de la imagen por encima de la auténtica cultura humana, que es la de compartir la vida y caminar juntos, la cultura sinodal, que nos ha recordado el Papa Francisco con insistencia.
Esta experiencia redentora y salvífica, que con su vida ofrece Jesucristo, la hacemos nuestra y la experimentamos cuando seguimos, como buenos discípulos, sus enseñanzas y las ponemos en práctica a la par de nuestra familia, de nuestra comunidad parroquial, y de nuestra Madre la Iglesia.
El consejo que hoy el apóstol Santiago ha recordado nos orienta para desarrollar la paciencia y la esperanza necesarias, y dejarnos conducir bajo la guía del Espíritu Santo: “Hermanos: Sean pacientes hasta la venida del Señor. Vean cómo el labrador, con la esperanza de los frutos preciosos de la tierra, aguarda pacientemente las lluvias tempraneras y las tardías. Aguarden también ustedes con paciencia y mantengan firme el ánimo, porque la venida del Señor está cerca”.
La Paciencia y la Esperanza son la clave del caminar en la vida. Recordemos a los Profetas y todos los que nos han precedido, dejándonos el testimonio de su generosa entrega y caridad.
Es decir que nuestra esperanza no esté condicionada por los hechos inmediatos de éxito, sino por la confianza en la Palabra de Dios, que nos conduce por tiempos de desierto e incertidumbre, pero mediante la constancia constataremos con frecuencia la bondad y el amor de Dios, que misericordiosamente nos consuela y alienta.
Finalmente en el Evangelio San Mateo narra: “Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: ¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se lo aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino”.
Los Hechos son la prueba que da la certeza de que lo proclamado es verdad. Los hombres que miran como Juan, y actúan propiciando el bien de sus hermanos, seducen y atraen para reorientar las vidas de quienes andan extraviados. Por eso el camino a seguir motivados por la Fe que nos ilumina, y por la esperanza que enciende nuestro corazón, es la práctica de la Caridad.
Nuestra recompensa inmediata es ser testigos de la alegría que causa al que sufre, recibir la ayuda necesaria; y nuestro corazón se inunda del amor de Cristo, ya que auxiliando a los más necesitados, es a él a quien encontramos. Con esta experiencia podemos hacer plenamente nuestro el canto del Salmo, que hoy hemos proclamado, respondiendo a la Palabra de Dios:
“El Señor siempre es fiel a su palabra, y es quien hace justicia al oprimido; él proporciona pan a los hambrientos y libera al cautivo. Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado. A la viuda y al huérfano sustenta y trastorna los planes del inicuo. Reina el Señor eternamente. Reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos. Ven señor a Salvarnos”.
Y cuando nos invada el desánimo, es oportuno invocar el consuelo y la ayuda de Nuestra querida Madre, María de Guadalupe; e incluso venir para darle las gracias de su presencia en medio de nosotros.
Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, que nos genera sufrimientos y angustias, ayúdanos para que al contemplar el misterio de la Navidad, que manifiesta tu dócil obediencia al Espíritu Santo, sea para nosotros consuelo y esperanza, y aprendamos a transmitir la Fe en Jesucristo, tu Hijo amado.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en este tiempo del Adviento a crecer y transmitir la esperanza, recordando la inmensa confianza en el amor a Dios Padre, que mostraste al aceptar engendrar, bajo la sombra del misterio, a tu Hijo Jesús.
Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
II Domingo de Adviento, 4 de diciembre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
NOVIEMBRE 2022
I Domingo de Adviento, 27 de noviembre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Hermanos: Tomen en cuenta el momento en que vivimos. Ya es hora de que se despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca, que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, la obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz”.
La característica transversal de este tiempo que hoy iniciamos es la Esperanza, la cual se fortalece, caminando juntos en el aprendizaje del amor recíproco y abierto a todos nuestros semejantes, con quienes convivimos.
Para que esa esperanza sea bien sostenida y siempre creciente es indispensable recordar y celebrar el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María, y tomar conciencia que el motivo de la Encarnación es la Redención de la Humanidad.
En efecto, la decisión de Dios Padre al enviar a su Hijo para que se encarnara, fue proporcionar el testimonio ejemplar de Jesucristo, manifestándonos como recorrer la senda de la vida, y garantizarnos que de la misma manera que Él lo vivió, también nosotros seremos asistidos, por el Espíritu Santo, para afrontar positivamente todo tipo de circunstancias, incluso las más duras y difíciles de asumir como son los sufrimientos e injusticias.
En este sentido, el Adviento durante cuatro semanas nos exhorta y alienta a centrar nuestra mirada en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en el Seno de María, nuestra querida Madre, primer ejemplo, de cómo seguir a Jesucristo para ser sus discípulos y apóstoles.
El Evangelio de hoy ofrece otro elemento indispensable para desarrollar la Esperanza, se trata de la toma de conciencia sobre la brevedad de la vida, de la ignorancia sobre el tiempo de nuestra existencia, y de los tiempos finales de la Humanidad: “Así como sucedió en tiempos de Noé, así también sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía, bebía y sé casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca. Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre”.
De esta manera nos indica que mientras llega el final de los tiempos debemos estar alertas y recordar con frecuencia los elementos que debemos procurar en nuestra vida diaria.
En este sentido son de suma importancia las recomendaciones de Jesús: “Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”.
Estas indicaciones no son para atemorizarnos, sino para motivar a no quedarnos con una mirada corta y miope, que solamente ve el futuro inmediato, y considera que la única vida es la de esta tierra. Por tanto, apoyados por nuestra fe, elevemos nuestra mirada y entendamos que hay una íntima relación entre esta vida y la futura, que será eterna.
¿Tomo conciencia de por qué la Navidad es una fiesta familiar y de su mensaje, y de que necesitamos constantemente recordarla para fortalecer nuestra esperanza?
Es además una magnífica oportunidad de crecer en la indispensable transmisión a las nuevas generaciones de lo que creemos y vivimos. Esto puede incrementarse compartiendo juntos en oración sea en el templo como en torno de los nacimientos, que solemos cada año exponer en nuestros hogares, comercios, mercados y en los barrios.
Escuchemos al Apóstol San Pablo, quien advierte: “Comportémonos honestamente, como se hace en pleno día. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni desenfrenos, nada de pleitos ni envidias. Revístanse más bien, de nuestro Señor Jesucristo y que el cuidado de su cuerpo no dé ocasión a los malos deseos”. De esta manera evitaremos que la Navidad quede reducida como un tiempo de compra e intercambio de regalos, o de saborear juntos una buena cena.
Así desarrollaremos mejor la transmisión de una generación a otra, de las maneras en que debemos vivir nuestra Fe en el misterio de la Encarnación, que recordamos en la Solemnidad de la Navidad. Es oportuno recordar que no basta transmitir la Fe con la enseñanza de los conceptos doctrinales, es indispensable transitar al testimonio que siempre será el punto medular para arraigar y fortalecer la Fe; que dicho de manera sencilla y frecuentemente aludida, convencen más los hechos que las palabras, porque los hechos quedan pero las palabras se las lleva el viento.
La fe y la esperanza son indispensables para afrontar la cotidianidad de nuestra vida. Auxiliados por estas dos virtudes nos resultará más fácilmente transitar al ejercicio de la Caridad, que es la mejor expresión de que seguimos fielmente a Jesucristo, viviendo la solidaridad con los más necesitados.
El recuerdo anual que nos ofrece el tiempo del Adviento es ocasión de examinar si hemos seguido las orientaciones de Jesús, y valorar si hemos fortalecido nuestra experiencia sobre la virtud de la esperanza. Por eso San Pablo nos alerta: “Hermanos: Tomen en cuenta el momento en que vivimos. Ya es hora de que se despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca, que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, la obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz”.
Nuestra Madre, María de Guadalupe, lo aprendió y siguió a su Hijo Jesús, entregando su vida en plenitud, y por eso reina con él para toda la eternidad. Acudamos a ella para pedir su auxilio y seguir su ejemplo.
Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, que nos genera sufrimientos y angustias, ayúdanos para que al contemplar el misterio de la Navidad, que manifiesta tu dócil obediencia al Espíritu Santo, sea para nosotros consuelo y esperanza, y aprendamos a transmitir la Fe en Jesucristo, tu Hijo amado.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en este tiempo del Adviento a crecer y transmitir la esperanza, recordando la inmensa confianza en el amor a Dios Padre, que mostraste al aceptar engendrar, bajo la sombra del misterio, a tu Hijo Jesús.
Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, 20 de noviembre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”.
¿Qué tipo de Reino es el de Jesús? ¿Quiénes forman parte y cómo accedemos a este Reino de Dios?
Juan Bautista preparó el camino al Mesías, y acreditó a Jesús como el Mesías esperado. La preparación la cumplió anunciando que ya estaba a punto de llegar el Mesías y esta misión la realizó, bautizando a quienes manifestaban su arrepentimiento y su disposición para recibir el perdón de los pecados.
Aunque es importante notar, que en el bautismo de Jesús, más que Juan, son el Espíritu y la voz del Padre, quienes presentan a Jesús como el Mesías esperado: “Por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio abrirse los cielos y al Espíritu, que bajaba sobre él como paloma. Se oyó entonces una voz que venía del cielo: Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,9-11).
Jesús al inicio de su ministerio público lo primero que anunció fue, que el Reino de Dios había llegado, y llegaba con El, mediante su Encarnación. Para entender la naturaleza del Reino de Dios se necesita descubrir las dos dimensiones que constituyen el Reino de Dios.
La primera y más conocida consiste en reconocer los males que haya cometido y asumir el arrepentimiento de corazón para pedir perdón a Dios, a lo cual llamamos Conversión personal; y la segunda dimensión es la Conversión Pastoral, que consiste en creer, que el Reino de Dios ha llegado, y que estoy llamado a dar testimonio con mi vida, que Dios vive y nos acompaña a través de nuestras relaciones fraternas y solidarias. Ambas son complementarias y recíprocamente se comprenden y se necesitan, independientemente con cuál dimensión haya iniciado el seguimiento de Jesucristo.
Jesucristo encarna el Reino de Dios. La llegada del Reino en Jesús debe ser prolongada por sus discípulos, por eso los llama para prolongar en la Historia el dinamismo del misterio de la Encarnación. De esta manera en la comunidad apostólica y eclesial, Cristo se mantiene presente a lo largo de los siglos, ofreciendo eficazmente la redención salvífica.
Por tanto, en la primera dimensión del Reino de Dios es indispensable el Arrepentimiento de todo aquello que haya sido decisión para actuar solamente pensando en mis intereses, dejando de lado el bien de los demás; es reconocer mi tendencia al egoísmo y las acciones negativas que haya vivido. Para lo cual, se debe examinar la conducta, si he procurado solamente mi propio bien, dejando de lado la búsqueda del bien para mi prójimo, o incluso si he habitualmente abandonado la preocupación por el bien de los demás.
La segunda dimensión inicia con la preparación de mi persona para disponer mi espíritu a una Conversión no solamente de abandonar mis acciones egoístas, a lo cual llamamos conversión personal, sino también es indispensable aceptar y asumir que Dios está presente y acompaña a la humanidad en todo momento, y que para corresponder a su amor, acepto con plena convicción colaborar con los demás en la edificación de la Civilización del Amor.
Así, el dinamismo del Reino de Dios exige centrar el poder en el servicio al prójimo, especialmente ayudando al más necesitado de quienes me rodean; y para mayor eficiencia, debo aprender a orientar mi disposición para la colaboración con los demás miembros de mi comunidad de discípulos de Cristo, y juntos como Iglesia, anunciar y testimoniar en los distintos ambientes, donde desarrolle mis relaciones y actividades, que Jesucristo vive y acompaña a la humanidad para ofrecer el amor misericordioso de Dios Padre, y proporcionar la ayuda necesaria mediante la asistencia del Espíritu Santo, ante todo tipo de adversidades, y ser así capaces de prolongar ese amor a nuestros prójimos.
¿Y de qué manera podemos entender a Jesús como Rey?
San Pablo ofrece los elementos claves para entender porque Jesús es Rey: “Cristo es la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda la creación, porque en él tienen su fundamento todas las cosas creadas, del cielo y de la tierra. Todo fue creado por medio de él y para él”. Dios Padre llevó a cabo la obra de la Creación mediante su Hijo, que es su Palabra, es su Presencia.
San Pablo continúa, haciendo alusión a la Resurrección de Jesucristo: “Él es también la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que sea el primero en todo.” Luego añade expresando la finalidad redentora de la Encarnación: “Dios quiso que en Cristo habitara toda plenitud y por él quiso reconciliar consigo todas las cosas, del cielo y de la tierra, y darles la paz por medio de su sangre, derramada en la cruz”.
Jesucristo con plena confianza en su Padre, escucha la súplica del buen ladrón, que supo robarse el Paraíso al expresar su fe en el crucificado, diciéndole: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús responde al ajusticiado: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Nosotros podremos obtener el ingreso al Paraíso mediante nuestra Conversión personal, y ofrecerlo a nuestros prójimos con nuestra Conversión pastoral. Pidámosle a Nuestra Madre, María de Guadalupe que nos acompañe para anunciar la presencia del Reino de Dios en el mundo actual, y sepamos proclamar con plena convicción: ¡Viva Cristo Rey!
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan para superar la gran desigualdad social que vivimos, y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.
Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generar una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de testimoniar la presencia de tu Reino en esta desafiante época que vivimos.
Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, pedimos tu auxilio para que nuestros esfuerzos misioneros realizados en la Megamisión que hoy culminamos, sean semilla del Reino de Dios, que contribuya al nacimiento de un México más fraterno y solidario.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
XXXIII Domingo Ordinario, 13 de noviembre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Ya viene El día del Señor,… Pero para ustedes, los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación en sus rayos”.
Los últimos domingos del año litúrgico, presentan textos alusivos al final de los tiempos. Este tema responde a una inquietud, generalizada a lo largo de los siglos, en todas las generaciones, sobre el fin del mundo y de la historia humana.
El profeta Malaquías hace una importante aclaración, que sin duda tocará para bien, el corazón de todo creyente: el fin del mundo será muy distinto para quienes han sido fieles al Señor, Dios Creador, y que han creído en Él, pues será un día glorioso. Porque Jesucristo, es el Señor de la Historia, y traerá la salvación para todos sus discípulos.
También en el Evangelio de hoy, le preguntan a Jesús, acerca del día del fin del mundo. Jesús advierte e invita a que no se dejen engañar. A lo largo de los siglos siempre habrá, quienes anuncien señales del fin del mundo: “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.
En efecto, una y otra vez, en el ciclo de la Historia, se presentarán situaciones desfavorables, así cuando suceden catástrofes, son parte del ritmo de las leyes de la naturaleza. Las epidemias y el hambre son consecuencia combinada de esas leyes y de la conducta de los seres humanos. Por eso, Jesús llama para evitar la confusión: las adversidades, las catástrofes, y las epidemias, no son necesariamente signo ni señal del fin del mundo.
Además, Jesús advierte con claridad y contundencia: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles”; pero esas señales se han dado y se seguirán presentando a lo largo de los siglos, como hasta ahora lo hemos constatado.
Si se revisa la historia de estos XXI siglos después de Jesucristo, esos eventos lamentables, han acontecido una y otra vez. Después vienen tiempos de reconciliación y de paz, dependiendo de nosotros, de las generaciones que en su momento les corresponde compartir la misma época.
Sin embargo, las advertencias sobre el fin del mundo, nunca deben ser instrumento para amedrentar. Quienes tenemos fe en Jesucristo, nunca debemos tener miedo al fin del mundo, ya que será glorioso, como afirma el profeta Malaquías. En cambio, como bien advierte el profeta, para los soberbios y malvados, será terrible, ya que para ellos todo será exterminación y muerte, serán consumidos como termina la paja en un horno.
De la misma manera, Jesús anuncia que sus discípulos en las distintas épocas serán atacados y perseguidos por profesar su fe: “Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto darán testimonio de mí”. Aunque es conveniente aclarar que las persecuciones contra la Iglesia y sus fieles han sido, son, y serán siempre consecuencia de enfrentamientos ideológicos al interior de la sociedad y de las organizaciones e instituciones, tanto públicas como privadas.
El Apóstol Pablo advierte a la comunidad de Tesalónica, que consideraba que el fin del mundo era inminente, y dejaron de trabajar, pensando que, si mañana se acabaría todo, que caso tenía trabajar, construir y edificar. Recordándoles su testimonio de vida los exhorta: “Hermanos: Ya saben cómo deben vivir para imitar mi ejemplo, puesto que, cuando estuve entre ustedes, supe ganarme la vida y no dependí de nadie para comer; antes bien, de día y de noche trabajé hasta agotarme, para no serles gravoso. Y no porque no tuviera yo derecho a pedirles el sustento, sino para darles un ejemplo que imitar”. Por eso, Pablo es durísimo, cuando manifiesta a la comunidad, que quienes no trabajan son unos holgazanes, que se entrometen en todo y no hacen nada: “El que no quiera trabajar, que no coma”.
Mientras se tenga vida, condiciones de salud y de servicio a los demás, habrá quehaceres. Ésa es la tarea, en la que debemos ayudarnos unos a otros, para caminar juntos como comunidad. Hay que mantener siempre la disponibilidad para colaborar con lo que somos y con lo que tenemos: capacidades, habilidades y conocimientos. Así se construye la fraternidad de los discípulos de Cristo, en el servicio a la misma Iglesia y a la sociedad.
En el servicio hay que invitar a todos, aún aquellos, que por diversas circunstancias están distantes de la Iglesia, sean católicos o no, e incluso a quienes han optado por alguna otra confesión de fe o rechazado creer en Dios. Nosotros, como discípulos de Cristo, tenemos que seguir el ejemplo del Maestro. Acercarnos a todos para manifestar con palabras y hechos la misericordia de Dios Padre, que nos ha creado con la finalidad de que lleguemos a la casa que nos tiene preparada.
Con estos elementos de la Palabra de Dios, preparémonos para el siguiente domingo, la fiesta de Cristo Rey, que nos impulsará, alentará y motivará para construir el Reino de Dios en medio de nosotros, y hoy que celebramos la VI Jornada Mundial del Pobre en comunión con el Papa Francisco y con toda la Iglesia, se convierta en una oportunidad de gracia, para hacer un examen de conciencia personal y comunitario, y preguntarnos si la pobreza de Jesucristo es nuestra fiel compañera de vida.
Acudamos con plena confianza a nuestra Madre, María de Guadalupe para que fortalezca nuestro espíritu fraterno y solidario en nuestras comunidades parroquiales.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en esta VI Jornada Mundial del Pobre a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan para superar la gran desigualdad social que vivimos.
Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.
Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
XXXII Domingo Ordinario, 6 de noviembre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Hermanos: Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, conforten los corazones de ustedes y los dispongan a toda clase de obras buenas y de buenas palabras”.
¿Cuál es el consuelo eterno, que Dios nos proporciona en Cristo Jesús?
Estos últimos domingos del año litúrgico, la liturgia presenta textos que recuerdan el destino del hombre, que muestran ese horizonte final, y ayudan a contemplar para qué ha llamado Dios a cada persona; y así orientados por esta luz, podamos mantener el rumbo y fortalecer siempre la esperanza, no obstante las circunstancias en las que se pueda vivir.
La razón de esta vida terrestre, no termina con la muerte, sino al contrario, con la muerte se afianza y se llega al destino final. De ahí la relación indispensable entre lo que se vive y el futuro que se espera.
Por esta razón la mirada del hombre no debe clavarse de manera miope ante las adversidades; tiene que contemplar el más allá, evitando quedarse en el momento presente en que se viven. Es en esos momentos cuando el horizonte de la resurrección de los muertos se vuelve indispensable.
Indudablemente la promesa garantizada, mediante la Resurrección de Jesucristo, de un destino eterno, de una vida que no tendrá fin, que será participar de la vida divina, que es el amor pleno, que relaciona, une y, mantiene el entendimiento y la comunión entre todos los participantes en la Casa de Dios Padre en una eterna alegría, es la roca firme que nos sostendrá con gran entereza y paz interior.
La resurrección de Jesucristo de la injusta y escandalosa muerte en cruz, es la luz que da sentido a la muerte, sea cual sea la manera en que acontezca. La Fe generada al aceptar el testimonio de Jesucristo, mediante los Apóstoles y sus sucesores, proporciona la fortaleza necesaria para afrontar la enfermedad, las adversidades, el sufrimiento, la injusticia y toda clase de males, que hayamos afrontado en esta peregrinación terrestre.
En el Evangelio, Jesús responde a los Saduceos, que no creían en la resurrección y que solamente pensaban que Dios concedía la vida, pero que terminaba con la muerte. Por tanto, consideraban que la relación con Dios era para obtener con su favor, la abundancia de bienes terrenales.
Los Saduceos eran la clase más rica y poderosa en la época de Jesús. Consideraban que cumpliendo con las tradiciones religiosas obtendrían: dinero, riquezas, y poder. Su gran preocupación era satisfacer el presente: sus necesidades, sueños y proyectos, aún más allá de lo ordinario, y por eso justificaban poder extralimitarse con su poder económico, político o social para lograr todos sus deseos, negociando con cualquier tipo de autoridad en la tierra. Se concentraban en el hoy, menospreciando a quienes aceptaban la trascendencia.
El Evangelio de hoy relata cómo los Saduceos, que no creían en la resurrección de los muertos, cuestionan a Jesús con un problema ridículo, ¿cómo va a ser la vida de siete hermanos que sucesivamente se casaron con la misma mujer sin tener descendencia, qué pasará con ellos en la vida futura? Jesús les responde a fondo: la vida futura, no tiene los condicionantes de la vida terrena.
Mientras que aquí la sexualidad y otras categorías de la materia y del cuerpo tienen sentido, en la dimensión de la vida eterna pasarán a una dimensión espiritual como la de los ángeles. Es decir, así como nuestro cuerpo mortal se transformará, también las condiciones de la vida eterna se transformarán para poder entrar en plena relación e intimidad con la vida divina, con la vida de Dios.
Cada persona que está en el mundo es un reflejo, una imagen de Dios, especialmente al ejercer la libertad y desarrollar la capacidad de amar. Estos son los elementos que son primicia de la vida, que se tendrá en el más allá.
De ahí la importancia de centrar la vida en la generosidad, en el compartir, en la solidaridad con los demás, especialmente con los más necesitados; ya que éste es el ejercicio que permitirá aprender a amar. El amor es la naturaleza de Dios, por tanto el hombre debe prepararse para la vida eterna, ejercitándose en aprender a amar.
Jesús también afirma que para Dios todos están vivos. De ahí surge la pregunta, ¿aquellos que hicieron tanto daño a los demás, que pasará con ellos? La Iglesia tradicionalmente ha contemplado tres fases, en el desarrollo de un ser humano para que alcance la vida eterna.
La primera fase es esta vida, la vida terrena. Se le da el nombre de Iglesia peregrinante, la iglesia que camina a su destino. La segunda fase es la etapa intermedia, purificatoria, se le llama Iglesia purgante; es decir, aquellos que no desarrollaron el amor, que no aprendieron a entregarse generosamente en el amor, tendrán una etapa de purificación, para obtener ese aprendizaje indispensable y poder compartir la vida eterna con Dios. La fase final, la definitiva, es la vida eterna. La llamada Iglesia triunfante, la que llega al destino final.
Esta consideración ayuda a entender los consejos que da San Pablo, y que recomienda a la comunidad de Tesalónica: Sean unos con otros amables, dense un consuelo fraterno, conforten sus corazones, dispónganse a toda clase de obras buenas, y oren por nosotros, para que Dios nos libre de la maldad. Dios es fiel y les otorga la fortaleza.
Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien ha venido para acompañarnos en el aprendizaje de amar, manifestándonos su ternura y su comprensión. Aprendamos de ella, y confiemos con plena confianza en su amor.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.
Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
OCTUBRE 2022
XXX Domingo Ordinario, 23 de octubre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Ahora bien, ¿cómo van a invocar al Señor, si no creen en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van oír hablar de él, si no hay nadie que lo anuncie? ¿Y cómo va a haber quienes lo anuncien, si no son enviados?”
Pero además, ¿qué Dios anunciamos? ¿Cuál es el Dios en quien creemos y confiamos? Hoy Jesús en el Evangelio afirma que Dios escucha al hombre arrepentido que clama misericordia, que se muestra débil, que reconoce su fragilidad, y por su sincera confesión recibe la gracia del perdón.
En cambio, quien se presenta con Dios para jactarse y vanagloriarse a sí mismo sin reconocer sus debilidades y necesidades, no establece un diálogo con Dios e impide recorrer un camino para amistar con Él y experimentar su amor. Por esta razón el Fariseo era incapaz de comprender al hombre que sufre por sus pecados, y su corazón se endureció, volviéndose insensible ante el prójimo necesitado.
¿Cuál era la debilidad en la oración del fariseo? Su actitud de considerar que el haber cumplido con los mandamientos era solo por mérito propio, olvidando reconocer que su buena conducta era consecuencia de la gracia, que proviene de Dios. Así su soberbia lo llevaba a despreciar a los demás, que no cumplían con lo mandado.
De ahí la importancia de asumir en la oración este punto del Evangelio: Dios da la gracia para vivir en consonancia con el modelo, que es Jesucristo. Esa gracia hay que pedirla en la oración, y descubriremos, lo que Dios desea y espera de cada uno de nosotros: sus hijos.
Por eso debemos pasar más allá de la oración infantil: oraciones, rezos, y devociones, que está bien para iniciarse en la relación con Dios como una primera etapa; pero hay que desarrollar la oración, que es diálogo con Dios a través de Jesucristo, y discernimiento de la voluntad del Padre, mediante la luz del Espíritu Santo.
Un diálogo cuya finalidad es encontrar la voluntad de Dios para mi persona. Y una vez consciente de su voluntad, pedirle la gracia para cumplirla. Éste es el punto central de la oración, que permitirá descubrir cómo Dios fortalece mi interior ante cualquier adversidad, conflicto, drama, sufrimiento o angustia.
Así iniciamos una experiencia de Dios, mediante la cual, se desarrolla un proceso para adquirir la sensibilidad espiritual de la presencia e intervención de Dios en la vida. A la vez el creyente va percibiendo una paz interior, una manera de vivir, en la que a todo se le encuentra sentido, y todo se convierte en oportunidad para hacer el bien. Ésta es la experiencia de Dios, que debe generarse en cada persona.
Y cuando el hombre falla, hay que reiniciar como el publicano del Evangelio, reconociendo las propias culpas y pecados: “El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Recordemos siempre que la misericordia de Dios redime al hombre, lo rehace cada vez que lo necesite, lo acompaña y le da la mano para fortalecerlo. Dios nunca abandonará al hombre, y cuando más solo y abandonado se sienta el hombre, si acude a Dios, más sentirá su presencia amorosa y cercana en cada momento.
Hoy la primera lectura nos motiva para acudir con toda confianza a Dios: “El Señor es un Dios justo que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia”.
Para experimentar la necesidad de Dios y descubrir el enorme beneficio de esta relación con Dios, particularmente en la oración; es indispensable que haya mensajeros, que lo anuncien con la palabra y generen mediante el testimonio de vida al Dios, que es amor. Los proclamadores y misioneros, que transmiten al Dios revelado por Jesucristo, experimentarán una inmensa alegría y esperanza al testimoniar el inmenso amor misericordioso de Dios Trinidad.
Se trata de una vivencia que genera una paz interior, que difícilmente la obtendrás con tal intensidad, con otra experiencia humana, porque estás transmitiendo y experimentando la presencia de Dios en tu interior.
Ésta es la gran recompensa, que en esta vida recibimos cuando nos convertimos en mensajeros del Reino de Dios, de la Presencia del Dios Amor en nuestro mundo. Por eso afirma la Escritura: “¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes el mensajero que trae buenas noticias!”
Hoy, ambas cosas necesita con urgencia la Iglesia; y por ello, consecuentes a la convocatoria del Papa Francisco, promovemos en la Arquidiócesis, una Iglesia en Salida, que va al encuentro de los hermanos en sus ambientes de vida para expresarles, que a través del encuentro humano y fraterno, Dios se hace presente, y suscita la alegría y la paz interior.
Convencidos que no te arrepentirás, y que lo agradecerás posteriormente, te invitamos para que participes de alguna manera en la Megamisión, que hoy iniciamos, y que culminará el Domingo 20 de noviembre, en que celebraremos la “Jornada Mundial del Pobre”.
¡Misionera y mensajera de Buenas noticias fue Nuestra Madre, María de Guadalupe! Por eso los invito a poner en el cruce de sus brazos nuestra Megamisión 2022.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en esta Megamisión 2022 a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Con tu cariño y ternura trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.
Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
XXIX Domingo Ordinario, 16 de octubre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Cuando Moisés tenía las manos en alto, dominaba Israel, pero cuando las bajaba, Amalec dominaba”.
Las lecturas de hoy proponen como tema central la necesidad de la oración. Entendida no solamente como la expresión de la súplica confiada a Dios para invocar y recibir su ayuda, sino para aprender a reconocer la ayuda recibida de parte de Dios.
El gesto de levantar las manos que realiza Moisés para dirigirse a Dios significa que, tanto en la mente y en el corazón, como en la misma vida, es decir en la cotidianidad de nuestra conducta y acciones, debemos descubrir la presencia del Espíritu Santo, que acompaña al creyente para lograr adecuar su comportamiento al cumplimiento de la voluntad de Dios Padre.
De la misma manera debemos aprender a descubrir como Moisés, que al conectar nuestras acciones con la voluntad divina causa inmensa alegría y una profunda satisfacción de nuestro proceder.
Pero hay muchas ocasiones en las que nuestra voluntad flaquea ante las atracciones y seducciones para buscar solo nuestro propio bien, descuidando la repercusión de las mismas, que causa a los demás. Esto significa el cansancio de Moisés de tener las manos levantadas tanto tiempo. Ante esta situación, muy humana y frecuente, necesitamos como Moisés, quién nos ayude a mantener nuestra mirada y nuestro corazón levantado hacia Dios, Nuestro Padre.
¿Preguntémonos de qué manera, o de quién, podremos auxiliarnos en nuestros cansancios y agotamientos, ante el constante esfuerzo de cumplir la Voluntad de Dios en nuestra vida?
Hoy San Pablo ofrece la respuesta, al compartirla a su discípulo Timoteo: “Permanece firme en lo que has aprendido y se te ha confiado, pues bien sabes de quiénes lo aprendiste y desde tu infancia estás familiarizado con la Sagrada Escritura, la cual puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación”.
Evidente, que no todos la han aprendido desde niños, pero si consideramos nuestra ignorancia sobre la Palabra de Dios y la reconocemos que está en un nivel inicial, y acudimos a quienes pueden acompañar el aprendizaje para conocer las Sagradas Escrituras, adquiriremos “la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación”. De aquí se desprende que así como recibimos ayuda, así también la deberemos ofrecer posteriormente, a quienes nos lo pidan, o a quienes veamos propicio compartirla.
Nuestra convicción al adentrarnos en la escucha de la Palabra de Dios, y en el discernimiento para la toma de decisiones, que sin duda nos conducirá su aplicación a nuestra vida, nos irá manifestando la verdad de lo afirmado por San Pablo: “Toda la Sagrada Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté enteramente preparado para toda obra buena”. Así nos convertiremos no solo en discípulos de Jesucristo, sino pasaremos a ser Apóstoles, es decir transmisores de sus enseñanzas a nuestros prójimos.
En esto consiste la evangelización, y es lo que necesita la Iglesia para prolongar la presencia del Reino de Dios en medio de nosotros.
En el Evangelio, Jesús advierte a sus discípulos que los desafíos provocan de ordinario el desencanto y sentimientos de frustración cuando no se alcanzan los objetivos planteados, y por eso les propone la Parábola de la viuda necesitada de justicia, y que no encontraba respuesta del Juez injusto.
“En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario; por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando”.
La paciencia acompañada de la constancia todo lo alcanza, y mueve montañas, que bien sabemos es posible con la ayuda de Dios. Además Jesús les anima diciéndoles: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar”.
Pero también debemos advertir que Jesús deja en claro, que Dios respetará nuestras decisiones, y no obligará por la fuerza de una imposición, la manera de actuar y de relacionarse. ¡Nos deja en plena libertad!
Por eso, lanza una duda extremadamente dolorosa, que está en la posibilidad de suceder: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Preguntémonos a la luz de esta advertencia:
– ¿Ha crecido mi confianza en Dios, y levanto mis manos en oración, pidiendo la ayuda divina? _ ¿Soy consciente de la libertad que me ha dado Dios para elegir el bien o el mal? _ ¿Respeto a los demás, y evito imponerle lo que yo creo? – ¿Descubro que he realizado la experiencia de ayudar a alguien en la búsqueda de la Voluntad de Dios Padre, y en el conocimiento de las enseñanzas de Jesucristo acompañándolo, pero dejándolo en libertad para dar sus respuestas?
En un breve momento de silencio presentemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe nuestras aspiraciones y necesidades, confiando en su amor y su auxilio.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Con tu cariño y ternura trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.
Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
XXVIII Domingo Ordinario, 9 de octubre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
Los leprosos no podían entrar a las ciudades, ni vivir en ellas para no contagiar al resto de la población; por tanto, tenían que vivir fuera de la ciudad. En cuevas o en algún campamento. Cuando entraban en la ciudad, tenían que llevar una campanilla para anunciar que ahí iba un leproso, para que nadie se le acercara y así no contagiara a los demás.
Según la legislación establecida en Israel, los leprosos debían acudir al templo y presentarse ante los sacerdotes para que hicieran un ritual, fundamentalmente de limpieza con agua y oración para implorar la misericordia de Dios y la curación. Si el sacerdote constataba que después de estos ritos desaparecía la lepra, eran reincorporados a la sociedad, pero si la lepra continuaba, debían seguir viviendo en las afueras del pueblo.
Ante la súplica a gritos de los leprosos, Jesús les indica que se presentaran en el templo a los sacerdotes. Así lo hacen: “Y mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra”.
Por tanto, antes de llegar al templo quedaron limpios de la lepra; pero no tuvieron la sensibilidad para descubrir, que Jesús los había curado, solo hubo un extranjero: “Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: ¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios? Después le dijo al samaritano: Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
¿Cómo podemos evitar la actitud de los nueve leprosos, y ser como el samaritano, que agradece la acción de Dios a través de Jesucristo?
Es oportuno plantearnos esta pregunta, particularmente cuando experimentamos que Dios no escucha nuestra súplica, y por eso nos alejamos o distanciamos de la oración. Es entonces conveniente examinarnos y detectar si padezco de ceguera espiritual, que me impide descubrir la ayuda divina en mi vida ordinaria.
La lepra actual de la ceguera espiritual está muy difundida actualmente en nuestra sociedad, altamente secularizada; ya que se ha extendido la tendencia constante de ignorar o esconder con vergüenza nuestra convicción cristiana, lo cual ha llevado a una fractura familiar y cultural de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones, que lamentablemente desconocen cómo descubrir la presencia de la intervención de Dios en su vida, sus relaciones, y en sus actividades.
Las intervenciones de Dios son constantes pero muchas veces no las descubrimos y caemos en el falso orgullo de atribuirlo a nuestra astucia. Con frecuencia se piensa que son fruto de la relación humana, o de los méritos propios, y se olvida, quien está detrás. No existe así la sensibilidad para descubrir la mano de Dios en la cotidianidad de la vida.
Otro sector de la sociedad de tradición religiosa mantiene la actitud de Naamán que pretendió recompensar materialmente al Profeta Eliseo por haberle conducido para ser curado de la lepra.
El profeta rechaza la dádiva, expresando así que la intervención de Dios es siempre gratuita, y superando la concepción de un Dios que solamente ayuda a cambio de alguna ofrenda o sacrificio.
El Dios revelado por Jesucristo es un Dios, cuya naturaleza es el amor, y que está permanentemente pendiente de sus hijos, nos ayuda sin límites para que aprendamos a amar en libertad, eligiendo siempre el bien para los demás, y descubriendo la dignidad de todo ser humano, independientemente de sus contextos culturales y condiciones sociales.
Para recorrer ese camino es necesario acudir a Jesucristo mediante la oración, la escucha de los Evangelios, y el compartir las experiencias de vida con otro discípulo, en familia, con un pequeño círculo de amigos, o en comunidad. Porque solos jamás saldremos adelante, particularmente ante los problemas, conflictos y sufrimientos.
Por eso, la recomendación de San Pablo a su discípulo Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos… Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede contradecirse a sí mismo”.
San Pablo afirma que su propia experiencia espiritual y apostólica es el núcleo de su su fortaleza y su mensaje: “Este ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna”.
Los invito a preguntarnos, ¿cuál es mi actitud en la oración? ¿Me dirijo a Dios presentando mi necesidad de ser auxiliado, porque confío en su amor misericordioso? ¿Y, cuando Dios me escucha y me responde favorablemente, reconozco esa ayuda y le agradezco su intervención, siguiendo el ejemplo del leproso samaritano?
Nuestra madre, María de Guadalupe ha venido a nuestras tierras para ayudarnos a descubrir mediante su ternura y amor, que su Hijo se encarnó en su seno para manifestar el inmenso amor de Dios Padre, que quiere que todos los hombres se salven, y para lograrlo Jesucristo entregó su vida en obediencia plena, para señalarnos que la enfermedad, sufrimiento, tragedias, y muerte no es el destino final, sino el paso definitivo para llegar a la Casa del Padre.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Con tu cariño y ternura trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.
Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
XXVII Domingo Ordinario, 2 de octubre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches, y denunciaré a gritos la violencia que reina, sin que vengas a salvarme?
¿Dios se tarda en escuchar y atender nuestras súplicas, o por qué no percibimos sus respuestas?
La clave para responder dicha pregunta, es vivir a la luz de la Fe. Nuestro modo de ver y sentir nuestras experiencias de necesidad o sufrimiento es generalmente muy superficial, simplemente queremos salir de esa situación; mientras que Dios, en la mayoría de los casos, espera que el vivir las adversidades y complejas realidades sean para nosotros un aprendizaje para descubrir nuestras capacidades y potencialidades. Por ello afirma el Profeta Habacuc: “El Señor me respondió y me dijo:… El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe”.
¿Dónde está el origen de nuestra desconfianza y de las dudas, sobre la falta de respuesta de Dios a nuestras súplicas? Y, ¿cómo superarlas?
Aprendamos del testimonio de los atletas que deben realizar, de manera constante e intensa, los entrenamientos para hacerlos capaces de competir. De la misma manera, debemos afrontar los conflictos y adversidades, ya que son ocasión de crecimiento y desarrollo humano-espiritual, y a la par, descubrir y reconocer la indispensable ayuda de la gracia divina para superar todo tipo de sufrimiento.
Con dichas experiencias se inicia un recorrido existencial, en el que se desarrolla la fe, sin saber de qué manera se reciba la ayuda divina, pues casi siempre será la menos esperada por nosotros; lo cual suscitará la confianza en el amor de Dios, y crecerá la fortaleza de nuestro espíritu.
Los discípulos constataron cómo Jesús caminaba con decisión, confianza y afrontando todo tipo de situaciones, por ello se atrevieron a pedirle: “Señor, auméntanos la fe”.
La respuesta de Jesús es muy sencilla y contundente: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a ese árbol frondoso: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y los obedecería”.
Creer vivamente en las enseñanzas de Jesús, conocer y valorar el testimonio de su vida ante las adversidades en su máxima expresión, como fue el juicio manipulado ante el pueblo, la prisión, la tortura, la burla y la injusta condena de muerte en cruz, para desacreditarlo ante el pueblo como el mesías esperado, son contundentes expresiones de la fortaleza, que otorga el Espíritu Santo.
Por lo anterior, uno de los grandes obstáculos para vivir a la luz de la fe es el orgullo, generado por la autoreferencialidad, que invariablemente ciega al cristiano, impidiendo descubrir la mano de Dios en las actividades humanas.
De ahí la recomendación de San Pablo a su discípulo Timoteo: “Te recomiendo que reavives el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos. Porque el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación”.
Fortaleza, es decir: firmeza, constancia y paciencia para mantener nuestras actitudes cristianas ante la adversidad.
Amor, iniciando con la experiencia de ser amado como hijo adoptivo de Dios mediante el Bautismo, para afrontar cualquier adversidad, confiados en el amor de Dios Padre, y lanzarnos a mantener el ritmo de nuestra respuesta como discípulos de Jesucristo.
Moderación, pensar siempre en hacer el bien y rechazar el mal sea para mí mismo, sea para mis prójimos, independientemente si la conducta de ellos es buena o mala, yo debo siempre elegir el bien, lo cual implica el ejercicio habitual del discernimiento para clarificar las inquietudes de nuestro corazón.
Obtenida esa experiencia, San Pablo recomienda: “Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros”. ¡Qué importante es darle crédito a lo que Dios, mediante la Iglesia nos ha regalado, y dejarme conducir con plena confianza por la luz de la Fe! Recordando siempre que: “el justo, vivirá por su fe”.
La Parábola que presenta Jesús a sus discípulos, está dicha para todos nosotros: “Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: Entra enseguida y ponte a comer. ¿No le dirá más bien: Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?”.
¿Nosotros somos patrones dueños de la vida, o somos jornaleros trabajadores en la cotidianidad de nuestras vidas? ¿Acaso de nosotros dependió nacer, y tenemos en nuestras manos la posibilidad de prolongar nuestra vida más allá de la muerte? Somos ciertamente trabajadores, siervos. Pero el problema es que nos consideramos dueños y patrones cuando poseemos y tenemos de alguna manera autoridad sobre otros, y disposición de los bienes para disfrutarlos, según nuestra voluntad.
Por eso, la indicación precisa de Jesús a sus discípulos para desarrollar la fe en quien nos ha creado, ya que en sus manos está darnos paso a la eternidad: “Así también Ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: No somos más que siervos, solo hemos hecho, lo que teníamos que hacer”.
Recordemos la respuesta de Nuestra Madre, la Virgen María, “hágase en mí según tu palabra”. Ella es el ejemplo a seguir, es la Madre de la Iglesia, y ha venido a estas tierras para mostrarnos el camino, la verdad, y la vida, para que Su Hijo Jesús surgiera y fuera conocido entre nosotros. Acudamos a ella con toda confianza, para que siempre la tengamos presente, especialmente en los momentos difíciles y dolorosos.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Con tu cariño y ternura trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.
Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
SEPTIEMBRE 2022
XXVI Domingo Ordinario, 25 de septiembre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“¡Ay de ustedes, los que se sienten seguros en Sion y los que ponen su confianza en el monte sagrado de Samaria! Se reclinan sobre divanes adornados con marfil, se recuestan sobre almohadones para comer los corderos del rebaño y las terneras en engorda. Canturrean al son del arpa, creyendo cantar como David. Se atiborran de vino, se ponen los perfumes más costosos, pero no se preocupan por las desgracias de sus hermanos. Por eso irán al destierro a la cabeza de los cautivos y se acabará la orgía de los disolutos”.
¡Qué duras palabras lanza el profeta Amós a los desmanes y vida disoluta que observaba en la gente poderosa del Reino de Samaria! Pero que lamentablemente, vemos repetirse a lo largo de los siglos en la Humanidad.
¿A qué se debe, que no aprendamos de una generación a otra, como sociedad, a cambiar la actitud en el control de los bienes y riquezas?
Pareciera que las terribles consecuencias que producen el derroche y la vida libertina, al desatar los instintos y las pasiones más bajas, no cuestionan la conciencia social para buscar la verdadera libertad, que conduzca a la auténtica alegría y la paz interior, que generaría la convivencia social, fraterna, solidaria y respetuosa de la dignidad de toda persona.
Los invito a descubrir en la Parábola, que hoy hemos escuchamos de boca de Jesús, la clave para adquirir una actitud positiva y salvífica: “Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos. Abraham le dijo: Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen. Pero el rico replicó: No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán. Abraham repuso: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto”.
Por tanto, la clave está en escuchar la Palabra de Dios, que a través de Moisés, los Profetas, y el mismo Jesús y sus apóstoles han manifestado. Por ejemplo, hace dos semanas el Domingo 4 de este mes, Jesús advirtió, que debemos esforzarnos para lograr que sus enseñanzas sean la brújula de mis decisiones, asumiéndolas prioritariamente ante cualquier otra atracción o preferencia: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo… cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.
Por eso es conveniente interrogarnos: ¿En qué o en quienes pongo mi confianza? ¿Me dejo llevar por lo que me atrae, sin discernir las consecuencias, sin clarificar si me ayuda para bien o me perjudica? La insensibilidad conduce a la ceguera espiritual, y por tanto, frena el crecimiento del espíritu para aprender a amar al estilo de Dios Trinidad, para el que fuimos creados.
¿Cómo lograr, detectar a tiempo los riesgos de las atracciones, que surgen en mi interior? La forma de alcanzar tan importante meta, es realizar habitualmente el examen de conciencia, detectar mis inquietudes y clarificar mediante el discernimiento las que son para bien, de las que me conducirán a correr los riesgos de ceder ante la tentación. Para mayor eficiencia en el examen de conciencia es muy conveniente y provechoso compartir mis dudas y conclusiones con personas de confianza, que me estiman y valoran, y que podrán hablarme con la verdad.
Además hoy San Pablo recomienda en la segunda lectura: “Tú, como hombre de Dios, lleva una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado, y de la que hiciste tan admirable profesión ante numerosos testigos”.
Elegir a Cristo como Camino, Verdad y Vida nos lleva a descubrir al prójimo como nuestro hermano; lo cual moverá nuestro corazón a la acción, tanto personal como comunitaria. Así la pobreza del prójimo para los cristianos es una oportunidad para suscitar y desarrollar la caridad.
Para este proceso de seguir a Cristo, es indispensable que desarrollemos las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. La Fe en la Palabra revelada por Jesús ilumina el camino a recorrer, es la luz que nos orienta en esta vida, y practicándola nos abre a la Esperanza, que a su vez nos mueve a la Caridad.
Viviendo este proceso experimentaremos cómo la Caridad, retroalimenta y fortalece la Esperanza, y a su vez, confirma que la Fe es la auténtica lámpara para desarrollar nuestra sensibilidad por el prójimo necesitado.
La práctica del servicio y ayuda a los más pobres será más fecunda si lo hacemos en comunión y colaboración con la comunidad parroquial o diocesana. Particularmente es bueno recordar que la Iglesia Católica tiene una Institución Pontificia presente en todas las Diócesis llamada “CÁRITAS”, la cual muchas veces tiene su presencia en las Parroquias.
Recordemos que, al ejercer la Caridad de forma comunitaria y habitual, nuestra colaboración se vuelve evangelizadora, comunicamos un testimonio contundente y atractivo de la presencia de Cristo en medio de nosotros.
Así nació y se desarrolló la Iglesia primitiva. Ante los actuales desafíos es urgente que volvamos a evangelizar con los hechos, y dar testimonio claro de nuestra colaboración para lograr una sana y pacífica convivencia social.
Supliquemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que nos lleve de la mano por el camino de la Caridad para manifestar en nuestro tiempo, que su Hijo, Cristo Jesús vive en medio de nosotros a través de nuestras actividades.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para promover que descubramos en cada persona a un hermano.
Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, ayúdanos a promover un espíritu solidario, en esta Jornada Mundial por los migrantes y refugiados. Y que estas Jornadas generen el nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que experimentemos una verdadera conversión del corazón.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Ayúdanos a caminar juntos y vivir la sinodalidad en la escucha recíproca y en el discernimiento en común, para ser testigos del amor de Dios, como tú lo has sido con nosotros.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
XXV Domingo Ordinario, 18 de septiembre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Julio César Salcedo Aquino, Obispo de Tlaxcala
Estimadas hermanas y hermanos, saludo con cariño y afecto a los peregrinos que han venido a esta Casita Sagrada a visitar a Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Madre.
Saludo de manera especial al Movimiento Juan Pablo Segundo para la familia, laicos, hermanas y misioneros de San José aquí presentes, al superior General, a los padres provinciales y a todos los que nos siguen por las redes sociales.
También saludo con cariño a los conferencistas de diversos países que participarán en el simposio internacional sobre San José, compartiendo el fruto de sus reflexiones, estudios e investigaciones.
Al venir como peregrinos a este santuario, queremos recibir la mirada tierna y cercana de Nuestra Señora de Guadalupe, esposa de San José.
A lo largo de la emergencia sanitaria, le hemos suplicado con confianza “vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos” ella, Madre de Misericordia, nos muestra Jesús que es la misma misericordia.
Presentamos como súplica confiada nuestras intenciones: en primer lugar, por los adolescentes y jóvenes que han sido presos de la delincuencia, presentamos también nuestras enfermedades, problemas familiares, falta de trabajo, carencias económicas, violencia y asesinatos en nuestro país o las consecuencias de la emergencia sanitaria, pues esta ha destruido vidas, salud, proyectos, sueños, fracturando familias, la sociedad y la iglesia.
En este lugar resuenan las palabras de Nuestra Señora… “Hijo mío, el más querido, ¿acaso no estoy yo aquí que tengo el honor de ser tu madre? ¿acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿acaso no soy yo, la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? Por favor, que ya ninguna otra cosa te angustie, te perturbe”.
Como manifestar a Nuestra Señora lo que traemos en el corazón, nos iluminan aquellos versos que el Papa Francisco pronunció cuando vino a visitarla… “Mirarte simplemente Madre, dejar abierta solo la mirada, mirarte toda sin decirte nada, decirte todo, mutuo y reverente”.
Hermanas y hermanos, con esta celebración eucarística, se inaugura el décimo tercer simposio internacional sobre San José, cuya primera edición fue en 1970 en Roma con motivo del centenario de la proclamación de San José como patrono de la iglesia universal. En 2020 el Papa Francisco por los 150 años de esta proclamación convocó a un año de San José en medio de la pandemia y entregó una carta apostólica que tituló “Con corazón de Padre”.
El simposio tratará acerca de los alcances y retos del año de San José, se celebrará aquí en la ciudad de México con los misioneros de San José, quienes, con los laicos y las hermanas Josefinas, cumplimos 150 años de servir a la iglesia según el carisma Josefino.
El evangelio de San Lucas que se ha proclamado, nos presenta una parábola que tiene como protagonista a un administrador astuto, poco honrado y acusado de haber despilfarrado los bienes del patrón y porque está a punto de ser despedido reacciona con lucidez reconociendo sus límites; no tengo fuerza para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna, luego actúa con astucia, robando a su amo por última vez, reduciendo de una forma descarada las deudas que le deben a su amo, así los deudores se verán obligados a ayudarle cuando sea despedido y obtendrá gratitud con la corrupción.
Jesús presenta este ejemplo no como una exhortación a la deshonestidad, sino por su lucidez… de hecho enfatiza: el amo tuvo que reconocer que su mala administración había procedido con habilidad; es decir, con esa mezcla de inteligencia y astucia que permite superar situaciones difíciles. Una clave para leer esta historia, está en la advertencia de Jesús al final de la parábola, “el que es fiel a las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes”.
El mensaje de Jesús parece ser el siguiente: sean hábiles con todo lo que les ha sido dado para alcanzar la única y verdadera riqueza que es la comunión con Dios, gánense amigos que cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo.
Hermanas y hermanos, ¿quién puede enseñarnos a ser fieles administradores de los dones que hemos recibido de Dios? en San José tenemos un ejemplo, pues Dios confió plenamente en él; el Papa Francisco en la carta apostólica de Corazón de Padre, muestra a San José como un administrador fiel, le llama “Padre de la valentía creativa” y la liturgia de la misa de San José así nos lo presenta: este es el siervo fiel y prudente, a quien el Señor puso al frente de su familia.
También alégrate siervo bueno y fiel, entra a compartir el gozo de tu Señor, la oración del prefacio de San José, alaba, bendice y proclama a Dios diciendo: “Porque San José es el hombre justo que diste por esposo a la Virgen Madre de Dios, el fiel y prudente servidor, a quien constituiste jefe de tu familia” y en la oración después de la comunión, se ruega a Dios para que vivamos en justicia y santidad a ejemplo y por intercesión de San José, el varón justo y obediente que contribuyó con sus servicios a la realización de tus grandes misterios.
Con esta valentía creativa, San José respondió a la confianza que Dios depositó en él para custodiar a su hijo, defenderlo, protegerlo, cuidarlo. Dice el Papa: “Dios confía en este hombre del mismo modo que lo hace María que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el niño; en este sentido San José no puede dejar de ser el custodio de la iglesia, porque la iglesia es la extensión del cuerpo de Cristo en la historia y al mismo tiempo en la maternidad de la iglesia, se manifiesta la maternidad de María.
Ante los tiempos difíciles y adversos que estamos viviendo, requerimos la valentía creativa de San José, el Papa la describe: “El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre que cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar, el más acogedor posible para el hijo de Dios que venía al mundo” ante el peligro eminente de Herodes que quería matar al niño; José fue alertado una vez más en un sueño para protegerlo y en medio dela noche, organizó la huida a Egipto.
Añade el Papa diciendo: Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el evangelio dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la providencia. Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar.
Presentamos en esta eucaristía tanto nuestras intenciones como el fruto del décimo tercer simposio internacional sobre San José, que estos trabajos iluminen el caminar de la iglesia ante los desafíos que tiene en el anuncio de la alegría del evangelio. Que María de San José y José de Santa María sean nuestro intercesores, apoyos y guías en estos tiempos difíciles.
Suplicamos a San José con la oración del Papa Francisco:
Salve, custodio del redentor y esposo de la Virgen María, a ti, Dios confió a su hijo, en ti, María depositó su confianza, contigo, Cristo se forjó como hombre, Oh bien aventurado José, muéstrate Padre también a nosotros y guíanos en el camino de la vida, concédenos gracia, misericordia y valentía y defiéndenos de todo mal, amén.
Santa María de Guadalupe Madre Nuestra, esposa de San José, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos,
Santa María de Guadalupe, Madre Nuestra, esposa de San José, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos,
Santa María de Guadalupe, Madre Nuestra, esposa de San José, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos.
Así sea.
XXIV Domingo Ordinario, 11 de septiembre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Carlos Enrique Samaniego López, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
Acabamos de escuchar las parábolas de la misericordia que se pueden también completar con otras parábolas o experiencias de la misericordia en otros evangelistas fuera de Lucas.
No se trata solamente de aquella monedita que ha encontrado una mujer y que cuando la encuentra, se alegra y hace fiesta, y ahora requiere al menos diez moneditas para hacer una fiesta por la alegría que tiene. Se trata más que de algo material también en otra parábola de un animalito, de una oveja que se pierde y el pastor deja las 99 que tenía en el aprisco y se va en búsqueda de aquella que ha perdido. Como si uno fuera igual a 99 o tuviera el mismo valor, ya no es algo material, una monedita, sino ahora hablamos de una historia y es esta parábola del hijo pródigo.
También en San Juan se habla de una pecadora y finalmente podríamos nosotros entonces pensar que Dios se dirige a nosotros y que nosotros con nuestra conversión al acercarnos a Dios, también provocamos alegría en el cielo cuando regresamos a la casa del Padre.
El día de hoy quisiera que nos centráramos en esta parábola del hijo pródigo que nos puede dar muchos elementos para nuestra conversión… ¿a quién nos parecemos? podría ser la pregunta de fondo, al hijo menor, al hijo mayor o al padre compasivo y misericordioso.
Vamos a decir dos aspectos de cada uno de ellos y una imagen tomada de un cuadro muy famoso, una pintura de Rembrandt que ha pintado ahí este pasaje del evangelio que acabamos de escuchar y que ustedes podrán ver también en sus casas cuando regresen en internet, y que nos puede ayudar mucho a seguir profundizando la palabra de Dios.
¿Nos parecemos al hijo menor? él es un hombre que ha salido, ha buscado llenar el corazón de sus ansias, de su hambre-sed de felicidad, pero queriendo una libertad absoluta sin límites y tratando de llenar su anhelo de felicidad con toda clase de placeres que lo han llevado a una degradación moral, a una degradación existencial, vemos pues, que este hijo menor va a recapacitar y en segundo lugar recuerda el hogar, la casa paterna y eso le hace volver.
También nosotros podemos recapacitar… decía Santa Teresa de Ávila que el primer paso para la oración es el conocimiento de sí mismo a la luz de Dios “Recapacitar”, llegar a decir, reconozco tener la capacidad de ver y reconocer mis propias faltas, sin excusas, sin atenuantes, sin echarle la culpa a los demás; y también tener verdaderos deseos de corregirlas y tener verdaderos deseos de corregirlas, implica poner verdaderos medios. Este es el primer paso que da este hijo menor y que nosotros también podemos dar “Recapacitar” entrar en sí mismo.
Y el segundo paso que llega a dar él después de entrar en sí mismo es “Encaminarse hacia el Padre, ponerse en marcha, tomar la decisión de ir a buscar arrepentido a su Padre. Hay tenemos esos dos pasos que da el hijo que se ha apartado de la casa paterna. Rembrandt pinta a este hombre sin cabellera, como si fuera un esclavo de sus pasiones, viene incluso en ropa interior; pero está arrodillado ante el padre y ha perdido una sandalia, tiene el pie herido, porque estar lejos de Dios nos causa heridas, y la otra sandalia casi ya la está tirando también.
Tiene el rostro como si fuera un bebé, porque está dispuesto a volver a nacer, a volver a empezar… ¿a quién nos parecemos? ¿al hijo mayor? este también tiene dos actitudes: la primera, no se siente ni siquiera hijo y tampoco se siente hermano, nunca le va a llamar padre a su padre y tampoco al hermano, hermano… llega a decir, ese hijo tuyo de manera despectiva, ese hijo tuyo se ha malgastado tu fortuna.
Decía San Juan Bautista: Quien no tiene a Dios, quien no tiene al migrante como hermano, que no diga que tiene a Dios como padre, ahí podríamos poner, quien no tiene a tal vecino, tal compañero de trabajo, de escuela como hermano, que no diga que tiene a Dios como Padre, este es el primer rasgo; y el segundo es que cubre con apariencia, como si fuera una capa de religiosidad y también de legalismo religioso, cubre el hecho de no quiere ser hijo ni hermano y entonces, así como que se justifica.
Rembrandt lo pinta apartado del Padre que está recibiendo al hijo que se había ido, se aparta porque así vive, apartado del padre y también apartado por lo tanto de sus hermanos; para ser buen hijo hay que ser buen hermano.
Y finalmente a quién nos parecemos … ¿acaso nos parecemos al Padre? el padre también nos presenta al menos dos actitudes muy hermosas, la primera es que perdona, sabe perdonar, hay veces que nos cuesta mucho perdonar y también el pedir perdón nos cuesta mucho entrar en esta dinámica de reconciliación. Y el padre perdona porque es compasivo y misericordioso y además de perdonar no le dice borrón y cuenta nueva; sino que lo va a revestir, le va a conceder la dignidad que antes tenía y además va a mandar matar al becerro gordo que es signo de la bendición de Dios como lo pinta Rembrandt a este padre.
Lo pinta abrazando al hijo que ha regresado, una mano es firme y esa mano está oprimiendo al hijo para llevarlo a su corazón, lo está apapachando y la otra mano es frágil, hasta parece como una mano femenina, es una mano que expresa el cariño, la cercanía, la bondad de Dios, lo ha mandado a revestir, mandó también que le trajera el anillo como signo de pertenencia, como diciendo… “este es mi hijo muy amado” es lo que Dios quiere decir de su hijo Jesús y de cada uno de nosotros que el día de hoy nos acercamos a este santuario.
También vemos nosotros en el padre, en esta imagen de Rembrandt, como que no alcanza a ver, pareciera que tiene problemas en los ojos, hay veces que nosotros tenemos los ojos muy agudos para ver las faltas de los demás, tendríamos que tenerlos muy agudos para ver nuestras propias faltas y también considerar que los demás están hechos de la misma madera que nosotros, para sobrellevarnos unos a otros y de este camino.
Vamos a pedirle al Señor y hoy que hay venido a visitar a la Morenita del Tepeyac la Santísima Virgen de Guadalupe, pidámosle su intercesión para que acerque más nuestros corazones a Dios Padre y también a nuestros hermanos sus hijos y así nos manifestemos todos hermanos todos, hijos de Dios, hijos de María Santísima de Guadalupe.
Que así sea.
XXIII Domingo Ordinario, 4 de septiembre de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de México.
Si alguno quiere seguirme y no me prefiere, así mismo incluso, no puede ser mi discípulo…
Este domingo la palabra de Dios nos invita a descubrir cuál es la sabiduría necesaria para tomar la decisión de seguir de verdad al Señor.
El camino del seguidor de Cristo no es fácil y está lleno de grandes renuncias, a veces renuncias insospechadas y aplicables a los criterios más básicos de la vida personal, eclesial y social; por ello, se requiere todo un cambio de mentalidad que sepa reconocer el paso de Dios en la vida, de tal manera que los valores que uno deja por Cristo y los que adquiere por Cristo, sean asumidos con alegría y con la certeza de que se ha hecho la mejor elección, la única que produce vida en abundancia.
El texto de la carta a Filemón, contiene una llamada de atención en las decisiones concretas de la vida, urge una mentalidad nueva acorde al impacto de la salvación en la existencia humana y cristiana. El autor del libro de la sabiduría expone una de las preguntas más constantes en la historia de la fe de todos los hombres, se trata del mismo Salomón que habla e intenta dar una respuesta a la cuestión que él personalmente se ha planteado tantas veces.
Su enseñanza es la de un sabio y contiene los siguientes elementos: primero, la sabiduría que sirve para hacer elecciones justas es un don de Dios, el hombre es descrito más bien como uno que tiene un cuerpo mortal, uno que apenas tiene a mano las cosas de la tierra, no se tiene aquí una visión negativa de lo físico, del cuerpo, de lo material; pero se insiste en lo limitado de esta dimensión para acentuar que el misterio de la vida como el de la misma sabiduría es precisamente un don divino.
Después, igualmente el Señor aparece como inaccesible en sus pensamientos, en sus deseos, en lo que agrada, pero eso, a lo que a Dios le agrada es importante para el hombre, sin ello, el mismo no sabe cómo orientar sus pasos con éxito en la existencia.
Se deja escuchar casi un lamento y al mismo tiempo una confesión “Dios no ha dejado en la ignorancia a los hombres” de una manera u otra les ha revelado su sabiduría, gracias a esta misericordia suya, todo hombre puede caminar en seguridad, en sus opciones.
En el evangelio, se descubre aquella opción que requiere la máxima sabiduría, se trata de elegir a Cristo, de caminar con Él un sendero que tiene precisamente fuertes exigencias, en el fondo se perfila algo impensable y aparentemente imposible como es la renuncia a lo más querido y valorado, tal vez a lo largo de toda la vida. Las palabras del maestro y Señor de la comunidad contienen diversos elementos a observar, Jesús se dirige a la gente que andaba con Él, la muchedumbre, quienes quizás no advierten momentáneamente lo que en el fondo significa seguir a este que camina hacia Jerusalén para entregarse totalmente.
El punto de partida del breve pero fuerte discurso de Jesús es la famosa exigencia de posponerlo todo para seguirlo a Él personalmente, el significado de tomar la cruz no es otro que vivir la renuncia, la entrega, las dos juntas sin separación posible en todas sus consecuencias. El modelo es el mismo Jesús que camina a Jerusalén a consumar su renuncia a sí mismo para cumplir la entrega por la salvación del mundo.
Así el maestro instruye sobre el seguimiento por medio de dos comparaciones, la primera, la torre que se construye calculando, es una llamada a usar la inteligencia, la capacidad de discernimiento, no es un mero cálculo comercial al estilo del mundo, pero si la preparación inteligente a una decisión que será radical; producto de una conciencia que trabaja en algo que realmente importa y compromete en todos sus medios. Y la segunda, la batalla que requiere una estrategia, a su vez una enseñanza sobre la imposibilidad de volver atrás; pues una entrega a medias, hecha en la inconciencia o en la parcialidad de la entrega comporta fuertes riesgos, la batalla sin duda, no es otra que aquella que impregna de cierta tensión que requiere fortaleza en los diversos aspectos de la vida del cristiano.
Se trata pues, de hacerse sabio también en el camino del seguimiento, de llegar a ciertas opciones que no pueden improvisarse, si no que deben de meditarse continuamente, de modo que no haya cristianos adormecidos o ambiguos, sino buenos seguidores de aquel que se encamina a Jerusalén movido por la sabiduría más alta y por una opción, la opción más radical “su amor por el hombre”.
La carta a Filemón pocas veces presente en la liturgia de la palabra, es un escrito muy breve, pero a la vez sumamente profundo e impactante “Pablo se dirige a su amigo Filemón, propietario del esclavo fugitivo Onésimo para proponerle en lugar del castigo al esclavo, un verdadero cambio de mentalidad y perspectiva, la práctica del perdón y la fraternidad cristiana” una sabiduría nueva y extraña, propia del discípulo de Cristo y siempre más allá de la misma cultura o sistema económico o social del mundo. Tratar a Onésimo como presencia de Pablo mismo, es decir, desde la valoración cristiana y no económica o sociológica de lo otro.
Como fundamento de esta actitud se encuentra no una abolición de la esclavitud, que sería lo más esperado de Pablo, pero que no entra todavía en las circunstancias culturales de la época. Pablo llama a un cambio más profundo e integral de valores, renunciar al modo como hasta ahora se ha vivido en vistas a un valor mayor, no el que tiene Onésimo como esclavo, si no como presencia del hermano y maestro de Pablo mismo y del mismo Señor Jesús.
Queridos hermanos, este día somos confrontados en medio de nuestro camino de seguimiento al Señor a propósito del tema de la renuncia y de la búsqueda de la sabiduría, porque la renuncia mayor tantas veces, es aquella de nuestros propios esquemas de pensamiento, esas mentalidades apartadas de la voluntad de Dios; en esto necesitamos la verdadera sabiduría, esa que nos regala el Señor y no la que recomienda el mundo referida a sus propios intereses y es que el testimonio surge precisamente en las decisiones que tomamos, en el ámbito del matrimonio, de la familia, de la sociedad, de la economía, de la política y que efectivamente estas no siempre están buscando el bien verdadero.
Ahí es donde tenemos que tomar las decisiones, buscando el bien verdadero y auténtico, el camino emprendido en lo personal, en nuestra familia o el compromiso como comunidad habría de ser objeto de constante discernimiento para afianzarlo y que sea cada vez más auténtico.
Los invito a que pidamos hoy al Señor Jesús que camina hacia la entrega total, nos ayude a ser capaces de renunciar a nuestros intereses, que aprendamos todo de Él y que esto se refleje en el modo de tratar a los demás, que podamos siempre ver en el hermano la imagen y la presencia de Cristo. Eso que tan bellamente vivimos en esta Casita de Santa María de Guadalupe, aquí donde lloramos nuestras penas y nuestras miserias y sin embargo confiamos este gran sueño de Dios “Ser cada vez más los hermanos que se aman como fruto de su amor a su Padre y Dios”.
Que así sea, y que Santa María de Guadalupe, interceda por nosotros.
AGOSTO 2022
XXII Domingo Ordinario, 28 de agosto de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de México.
Queridas hermanas y hermanos, el día de hoy escuchamos esta parábola de Jesús en donde quienes lean superficialmente el evangelio, pudieran pensar que Jesús está dando una catedra de buenos modales en la mesa, lo cual está muy lejos de ser eso de lo que el evangelio nos quiere dar.
El evangelio tiene un mensaje de salvación para nosotros y hoy no es la excepción, si se fijan ustedes, la parábola que Jesús nos comparte dice: Cuando te inviten a un banquete de bodas, en el evangelio, los banquetes de bodas hablan del banquete de la salvación, es decir, del banquete en el cielo, ¿se acuerdan de la boda que organizó aquel señor para su hijo y los invitados no quisieron ir? bueno, el banquete de bodas siempre hace referencia a la salvación, entonces pudiéramos tratar de entender un poco mejor y más profundamente el evangelio si pensamos… para sentarnos en el cielo con Dios, no hay que estar buscando o queriendo nosotros decir que nosotros merecemos sentarnos en los primeros lugares, hay que ser humildes dice Jesús y entender que ese lugar te será dado, el lugar en el cielo nos será dado por Dios, es gratis, nos lo dio. Todos nosotros podemos decir “Yo he sido salvado por Jesús”, no es, “Yo seré salvado”, ¡no! hoy somos salvados.
Por eso en este evangelio parece muy importante ver dos actitudes importantes para poder gozar eso que nos ha sido dado… la primera nos aleja de esta salvación, la segunda nos permite gozar de esta salvación.
La primera es la soberbia, esta nos impide vivir desde hoy como salvados, porque el soberbio piensa que él es el origen de su dinero, poder, autoridad y entonces manda como si él fuera el origen de todo. El humilde sabe en quien está el origen, ¡en Dios! su vida es gracias a Dios, sus dones son gracias a Dios, sus capacidades son gracias a Dios, y entonces el humilde vive agradecido, el soberbio vive enojado porque todos los días tiene que defender lo que es suyo; se nota la diferencia cuando tratas con uno y con otro ¿verdad?
Otra característica es que el soberbio piensa que todo lo que tiene es para él… yo me gané este dinero y lo gasto como yo quiera en mí, yo tengo este poder y lo uso para ser servido por él, y para que todos me sirvan. El humilde en cambio sabe que todo lo que ha recibido es para que sirva a los demás… no es para él.
Dios te dio la vida para que des vida a otros, Dios te dio la capacidad de vivir, de mandar, para que con tu autoridad sirvas a los demás y no te sirvas de ella; Dios te dio capacidad de generar dinero y bendito Dios tienes esa riqueza para que otros se puedan enriquecer. El humilde reconoce que lo que Dios le ha dado, es para que pueda realizarse sirviendo a los demás.
Por eso el humilde puede experimentar la salvación desde el día de hoy, en cambio el soberbio está con los ojos cerrados pensando que él es el autor de la salvación para si mismo.
Por último, el soberbio exige a los demás… exige respeto, exige que lo obedezcan, exige que lo volteen a ver, exige que lo sienten en los primeros lugares; el humilde dice: no tengo que pedirle a ustedes nada, por eso dice en la segunda parte, no invites a los que pueden pagar, porque entonces te vas a dejar de dar cuenta que Dios ya te dio todo lo que tú necesitas; el soberbio piensa que su riqueza está en la cartera o en el poder, el humilde sabe que su riqueza está en Dios y que la riqueza más grande que ha recibido es ser hija o hijo amado de Dios.
Cuando mi riqueza es lo que me da la fe, entonces yo hoy puedo experimentar la salvación porque son las tres características del humilde… sabe de quién viene, sabe para quién existe y sabe porque es lo que es, viene de Dios, sirve a los demás y se vive como hijo amado del padre; y no anda mendigando el amor y no anda exigiendo a los demás para que le den autoridad o reconocimiento porque él sabe que el amor que necesita ya o tiene, y el reconocimiento que necesita ya lo ha recibido. ¿quién se lo ha dado? “Dios” por eso el humilde puede experimentar la salvación desde hoy y no necesita lugares especiales en la mesa, ¡Dios ya se lo dio!
Cuando vivimos así queridas hermanas y hermanos, nuestra vida se hace más ligera, no menos compleja, pero si se hace más ligera y se puede vivir con mayor alegría, no te ofenden tan fácil, porque el que exige, es ofendido por cualquier cosa; pero el que agradece no se ofende tan fácil, simplemente sabe excusar a su prójimo.
Hoy que celebramos el día de los abuelos, pudiéramos decir, el día de nuestros ancestros, reconocemos con humildad que si algo somos hoy, es porque Dios a través de ellos nos lo dio, a través de mis padres y ellos a través de sus padres “mis abuelos” yo recibí la vida, yo recibí gran parte de la educación que tengo, mis valores, la manera de vivir la vida, la manera de enfrentarla, recibí la educación, el amor, mi nombre, mi identidad; por eso dijimos que el humilde era el que vivía agradecido, reconociendo que lo que somos hoy nos lo han dado.
Celebrar a nuestros abuelos es precisamente eso “vivir con un corazón agradecido hacia ellos” … a mí me llamó mucho la atención que, dentro de una encuesta en México, ahora durante la pandemia, la violencia intrafamiliar aumentó y de quienes recibían la mayor parte de las agresiones los adultos mayores eran de sus hijas e hijos. Y quiero decirlo ahora para advertirlo, sé que a veces no se hace adrede, no se quiere ofender; pero nos hace falta mucha paciencia, para entender que ellos están viviendo otra etapa de su vida y se nos olvida la paciencia que nos tuvieron ellos a nosotros.
Invito a todos aquellos que tienen la dicha en tener una madre que cuidar o que acompañar, una abuela, un abuelo… que su corazón se llene de gratitud antes de exigencias, yo sé que muchas veces lo hacen por amor, pero debemos tener cuidado porque gracias a ellos, tú estás de pie el día de hoy.
Por último, unas palabras para los abuelos y las abuelas …
Muchas veces ahora, hemos estado visitando las diferentes parroquias aquí en la arquidiócesis de México, hemos salido a muchas casas, visitar gente mayor y muy seguido escucho “ya estamos aquí padre, sin hacer nada, de inútiles” y no es cierto eso, nadie vive aquí sin una misión por parte de Dios; entiendo que no pueden hacer lo mismo que antes, y que ya no se pueden mover como lo hacían antes, ya no pueden a lo mejor trabajar como trabajaban antes, pero si pueden amar mucho más profundo que como amaban antes, si pueden orar con mucha más devoción que como lo hacían antes, pero sobre todo, quisiera invitar a todos los abuelos y las abuelas que mediten esta palabra “pueden agradecer como no lo podían hacer antes”.
Volteen a ver su historia, es una historia de muchas luchas, de momentos felices y momentos difíciles, de gozo, también de momentos de tropiezos, pero es una historia de salvación porque en esa historia ustedes compartieron su amor y con ella Dios escribió su historia sagrada y hay que saberla agradecer; a lo mejor no fue la historia ideal que se imaginaron, pero es la historia que ustedes trazaron gracias a Dios que caminó con ustedes.
Así que los invito a tener un corazón agradecido, y hoy en la noche, cuando estén por dormirse, den gracias a Dios porque les ha permitido escribir esta historia junto con Él, haciendo así una historia sagrada en la que el amor de Dios se ha manifestado.
Que el Señor los bendiga a todos ustedes, abuelos y abuelas les conceda salud de cuerpo, paz en su corazón y obre todo un corazón agradecido con la historia que Dios les ha permitido vivir.
Así sea.
XXI Domingo Ordinario, 21 de agosto de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Esto dice el Señor: Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y enviaré como mensajeros a algunos de los supervivientes hasta los países más lejanos y las islas más remotas, que no han oído hablar de mí, ni han visto mi gloria, y ellos darán a conocer mi nombre a las naciones”.
Dios desea que toda la humanidad conozca al verdadero Dios Creador, y la naturaleza divina, que ha revelado mediante la Encarnación y Redención del Hijo de Dios hecho hombre: Jesucristo. Sin embargo ha querido realizar esta misión de manera que no sea por la omnipotencia divina que apabulla y espanta, sino a través de la misma condición humana para respetar plenamente la libertad de todo ser humano.
Lo ha decidido de esta manera porque es el camino para responder al amor de Dios, de la misma manera que él nos ama; es decir consciente y voluntariamente, no impuesto por la fuerza, sino aprendiendo a descubrir que el verdadero amor debe ser desinteresado y logrado, mediante la superación del egoísmo, que innato al hombre, lamentablemente con frecuencia, lo lleva a buscar lo que desea, sin importarle el bien del prójimo.
Teniendo en cuenta esta modalidad de revelarse Dios, mediante la misma condición humana, entendemos hasta qué punto es indispensable asumir nuestra respuesta libre, y obtenida con plena convicción.
La escena del Evangelio de hoy presenta la pregunta de un oyente de la predicación y de las enseñanzas de Jesucristo: “Uno le preguntó: –Señor, ¿serán pocos los que se salven? Jesús les dijo: –Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta”.
La respuesta de Jesús plantea la necesidad de realizar una gran esfuerzo porque habrá que aprender a usar la libertad y la capacidad de decisión para obtener la entrada al Reino de los cielos, y queda claro que el objetivo a lograr es la relación de conocimiento, amistad y obediencia a Dios, cumpliendo su voluntad: “Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ¡Señor, ábrenos! Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes”.
Podemos ahora entender, que no basta simplemente cumplir los mandamientos de Dios y las normas establecidas por la Iglesia, sino que debemos mediante ese cumplimiento desarrollar la amistad con Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Para este propósito se ha encarnado el Hijo de Dios, asumiendo plenamente la condición humana. Así tenemos un modelo a seguir, y la claridad del modo cómo seguir sus huellas, mediante la puesta en práctica de sus enseñanzas. En esto consiste ser discípulos de Cristo.
El autor de la Carta a los Hebreos, recuerda una reflexión sobre la necesidad de ayudarnos mediante la corrección fraterna, sea de Padres a Hijos, sea de miembros de la comunidad eclesial entre sí: “Hermanos: Ya han olvidado ustedes la exhortación que Dios les dirigió, como a hijos, diciendo: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a los que ama, y castiga a sus hijos predilectos”.
La exhortación paternal es la que hace la Iglesia, sus ministros, los padres de familia, los miembros de la comunidad entre sí, o simplemente un amigo que advierte oportunamente el peligro a su prójimo. El castigo del Señor se refiere a las consecuencias, que recibimos cuando equivocamos nuestra conducta, y actuamos mirando solamente nuestro bien individual.
Por eso, continua el pasaje de la carta exhortando: “Soporten, pues, la corrección, porque Dios los trata como a hijos; ¿y qué padre hay que no corrija a sus hijos? Es cierto que de momento ninguna corrección nos causa alegría, sino más bien tristeza. Pero después produce, en los que la recibieron, frutos de paz y de santidad”.
Finalmente a todos invita el Autor de la Carta para que no dejemos pasar la ocasión cuando sabemos, que nuestro prójimo o prójimos, están siendo seducidos y se encuentran en peligro de obrar una mal proceder: “fortalezcan las manos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes, y caminen por una senda plana: para que el cojo ya no tropiece, sino más bien se alivie”.
La pregunta a Jesús de si son pocos los que se salvan queda por tanto, abierta: serán muchos o pocos, dependerá de nosotros, de cada generación, y por ello es necesario mantener los servicios eclesiales para la evangelización.
Así pues, tanto la Parroquia, como la Diócesis debemos ofrecer siempre, de manera oportuna y adecuada, la ayuda para orientar a todos los bautizados, dando a conocer la vida y las enseñanzas de Jesucristo, a través de los Evangelios, y de todos los libros de la Biblia, y a través de la Tradición, fruto de la experiencia de las generaciones anteriores a la nuestra, que han logrado ir actualizando dichas enseñanzas, ante los contextos sociales y culturales por los que va atravesando la humanidad.
Hoy, como en tiempos de Jesús, como lo narran los Evangelios, y como se desarrolló la Iglesia en los primeros siglos, debemos ser también una Iglesia en Salida, que vaya al encuentro de los hermanos en sus ambientes cotidianos, para ofrecerles la manera de encontrarnos con Jesucristo, y valorar la vida litúrgica, que es fuente indispensable para alimentar y desarrollar la fe.
Nuestra Madre, María de Guadalupe es una expresión de Iglesia en salida, y especialmente de Iglesia misionera, que propicia no sólo el anuncio de la Buena Nueva, sino que expresa una Evangelización plenamente inculturada. Pidámosle que nos ayude a ser capaces de anunciar a su Hijo Jesús, en un lenguaje acorde a la desafiante realidad de nuestro tiempo.
A ti Madre nuestra nos encomendamos, para que aprendamos como Iglesia a caminar juntos, para formar comunidades de escucha y discernimiento; a caminar guiados por la luz de la Fe, a buscar y acompañar a quienes necesitan ayuda, especialmente te pedimos hoy, por quienes han sufrido alguna forma de extorsión.
Como Iglesia que peregrina en México anímanos a ser como tú, una Iglesia en salida, una Iglesia que transmita con alegría y convicción la invaluable riqueza de vivir a la luz de la Fe, haciendo nuestras las enseñanzas de tu Hijo Jesucristo.
Tú que eres la Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos; y estamos seguros de que nos ayudarás para que sigamos tu camino de obediencia a la voluntad de Dios, y así llegar a la Casa del Padre.
Por eso, ayúdanos, Madre, a descubrir la voluntad del Padre y cumplirla, siguiendo el ejemplo de Jesús. Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para guiarnos, asumiendo la cruz, a la alegría de la resurrección.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y de esperanza. Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas ante nuestras necesidades, y líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
XX Domingo Ordinario, 14 de agosto de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Andrés Luis García Jasso, Obispo Auxiliar De México
“No he venido a traer la paz a la tierra, sino división”
Sin duda son palabras que nos sorprenden seriamente cuando escuchamos al Mesías, al príncipe de la paz, con este discurso que nos presenta una situación contraria a la esperada, esperamos de Cristo un mensaje de unión, de paz, de amor, pero no un mensaje que nos diga que provocará la división.
Por eso, es importante escuchar la palabra con los oídos de la fe y entender correctamente el mensaje que Cristo nos quiere transmitir. Jesús, desde su nacimiento, ha sido una señal de contradicción y signo de contradicción, así lo manifestó el anciano Simeón, cuando Cristo fue presentado en el templo cuando le dice a María: Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción.
Jesús es una señal de contradicción, que constantemente provoca discordias, aunque no sea su intención, pero la exigencia que implica seguir a Cristo, necesariamente genera una división; Cristo viene a proponer una vida nueva, un espíritu nuevo, ha venido a traer un fuego a la tierra, un fuego nuevo, el Espíritu Santo que nos purificará y nos abrazará los corazones, pero el camino que nos llevará a los corazones, es el camino de la cruz.
Cristo nos ha mostrado una forma de vivir totalmente diferente a la que vivía el pueblo de Israel y a la que muchas veces la naturaleza nos impulsa, habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”, pues yo les digo “Amen a sus enemigos y rueguen por los que los persigan, para que sea hijos de su Padre celestial”. Sin duda hermanos este es un espíritu nuevo, la naturaleza muchas veces nos dice, ojo por ojo, diente por diente, el que me la hace, me la paga; Cristo en cambio nos invita a vivir en el amor, nos invita a tener un espíritu y una visión totalmente diferente.
Para poder vivir en esta “exigencia” del amor, es necesario tener un espíritu nuevo, el espíritu de Cristo, y para poder tener este espíritu, necesitamos fijar nuestros ojos en Jesús, que nos lleva a la plenitud.
Cristo nos ha mostrado el camino del amor al dar su vida por nosotros y hacernos partícipes de la esperanza de la salvación, pero este camino pasa a través de la cruz, signo de escándalo y contradicción; Cristo nos ha invitado a seguirle, a tomar nuestra cruz cada día y caminar con Él, a responder al mal con amor, a perdonar hasta setenta veces siete, en una palabra, a amar como él nos ha amado.
Sin embargo, queridos hermanos amar como Cristo nos ha amado, siempre será un signo de controversia, ante las enseñanzas de Cristo y su amor, el hombre no puede quedar indiferente, pero muchas veces implicará romper con su vida pasada; para amar como Cristo, es necesario romper con el rencor, para donarse a los demás como Cristo se entregó por nosotros, es necesario vencer con el egoísmo.
El cristiano ama, perdona, carga con la injusticia, ayuda al necesitado, pero también habla con la verdad y defiende su fe, y esto muchas veces genera una incomodidad; en la primera lectura escuchamos como el profeta Jeremías era tomado preso y prácticamente condenado a muerte por anunciar la verdad, por anunciar la palabra de Dios, no era lo que el pueblo quería escuchar, el pueblo quería llevar un rumbo totalmente diferente a la voluntad de Dios y el profeta valientemente anunciaba de parte de Dios la verdad… eso incomoda, eso le estaba costando la vida; pero al mismo tiempo Dios no abandona, no lo deja solo, manda a un extranjero a que interceda y lo defienda.
Si bien Cristo viene a traer la paz y la unidad que provienen de Dios, no se quedará callado cuando tenga que defender la verdad y el plan de salvación de su Padre, por eso el verdadero cristiano puede ser en ocasiones incómodo, cuando no sigue las corrientes ideológicas contrarias a la fe, cuando alza la voz para denunciar la injusticia, cuando no actúa como el mundo te exige, si dicha exigencia es contraria a la vida; esa es nuestra tarea hermanos, alzar la voz, hablar con la verdad, defender nuestra fe, para eso necesitamos el espíritu de Cristo, necesitamos conocer la verdad, no callarnos la verdad aunque sea incomoda, esa es la división que viene a generar Cristo.
Pidamos al Señor que nos dé su espíritu, para poder vivir como verdaderos cristianos, no porque tengamos que cumplir un requisito, sino porque hemos experimentado su amor y su fortaleza. Sabemos también que somos débiles, y que muchas veces no podemos amar como él nos invita, por eso decíamos en la oración “Enciende Señor nuestros corazones con el fuego de tu amor, a fin de que, amándote en todo y, sobre todo, podamos obtener aquellos bienes que no podemos nosotros ni siquiera imaginar y que tú has prometido a los que te aman”. Vivamos pues hermanos, anhelando esta promesa que Dios nos ha hecho, sabiendo que, en su infinito amor la hará vida y la cumplirá en nosotros.
Que el Señor nos conceda el espíritu y su corazón
XIX Domingo Ordinario, 7 de agosto de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“La Fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera, y de conocer las realidades que no se ven.”
Este domingo un eje transversal que ofrece la Palabra de Dios es el tema de la Fe, y en el Evangelio, Jesús instruye a sus discípulos sobre el verdadero tesoro, que debemos desarrollar en nuestro corazón.
La Fe es el faro de luz que orienta nuestro caminar en esta peregrinación terrenal, la fe es la que anuncia nuestro destino y expresa las realidades celestiales, que están preparadas para toda la familia humana, y que conociéndolas animan e iluminan esta vida terrena.
Desde el principio es fundamental la confianza en nuestros padres, nuestra familia, y nuestros amigos, que ya han ido experimentando el caminar a la luz de la Fe; su testimonio, sus consejos y exhortaciones son una ayuda, que al tiempo se valora y agradece por el resto de la vida.
También para el crecimiento y desarrollo de la fe es indispensable aprender a confiar en los conceptos doctrinales, asumiéndolos cotidianamente en la experiencia personal. Pero además es necesario examinar con frecuencia la repercusión de nuestras acciones en nuestro interior, descubriendo las inquietudes, las satisfacciones, las tristezas y las alegrías, que voy viviendo, y constatar el estado de ánimo, que me produce vivir acorde a las verdades propuestas por la Fe en las enseñanzas de Jesucristo.
De esta manera, la Fe se convierte en nuestra lámpara, que ilumina las realidades actuales a la luz de las venideras. Y un fruto que expresa la fortaleza de nuestra Fe es la confianza necesaria para afrontar sin temor las sombras y tinieblas ante nuestras incertidumbres.
Cuando hemos asumido esas orientaciones y las evaluamos a lo largo de las distintas experiencias entonces nace, crece y se desarrolla la Fe.
De ordinario, en nuestro país, la familia ha sido la principal transmisora de la fe cristiana, y de acuerdo a la confianza y el amor, que hayamos recibido de nuestros padres, hermanos y demás familiares se desarrolla la fe, aunque al inicio sea débil y muy dependiente del testimonio de nuestra familia, en la vivencia cotidiana de la fe.
“Por su Fe, Abraham, cuando Dios le puso una prueba, ofreció a Isaac: y era su hijo único lo que ofrecía, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia.» Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar muertos. Y así recobró a Isaac como figura del futuro y se convirtió así en un signo profético”. Así la Fe de Abraham trascendió a Isaac, y a su vez a Jacob y a sus hijos.
La Fe además de ser la Luz para conocer la Voluntad de Dios, Nuestro Padre, es la que genera la confianza y fortalece nuestra convicción, de que Dios nos ama entrañablemente. Revisemos nosotros, cómo hemos recibido la Fe, y agradezcamos a Dios y a quienes nos la han transmitido.
Hoy también la Palabra de Dios presenta el surgimiento de la liturgia de la Pascua como una tradición en el pueblo de Israel, a partir de la fuerte experiencia de la liberación del yugo egipcio, que manifestó la intervención salvífica de Dios en el cumplimiento de las promesas, que en la Fe recibieron Abraham, Isaac y Jacob.
La celebración litúrgica de la Pascua para el Pueblo de Israel, fue la confirmación de que Dios cumple sus promesas: “La noche de la liberación pascual los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y de común acuerdo se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.”
Es oportuno recordar también, que nosotros los cristianos, a partir de la Encarnación del Hijo de Dios, y de la Vida, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo hemos alcanzado la Redención; es decir, hemos adquirido por el bautismo la condición de hijos adoptivos de Dios, y la capacidad de participar de la vida divina. Lo cual se realiza ya desde esta vida, como primicia de la vida eterna, en la Celebración de la Eucaristía.
Para nosotros los cristianos la fe nos permite descubrir, que la Eucaristía es un regalo invaluable, cuyo beneficio es encontrarnos con Cristo mediante su Palabra y en el Pan Eucarístico, presencia misteriosa, pero real de Jesucristo. Con este doble alimento de la Palabra y del Pan Eucarístico podremos siempre vivir alertas y bien preparados para el día en que Dios, Nuestro Padre nos recoja para recibirnos en la Mansión celestial, donde viviremos por toda la eternidad.
Finalmente, Jesús nos advierte, cual es la verdadera riqueza que debemos procurar: la constante vigilancia de nuestro corazón para que en él anide la voluntad de Dios Padre, por encima de cualquier atracción o seducción de la riqueza, y mantener la alerta constante del buen administrador de los bienes tanto terrenales como espirituales para que sirvan adecuadamente a cumplir la voluntad de Dios Padre, que quiere que todos los hombres, sus hijos se salven.
Así Jesús nos previene para comprender a fondo la importancia de no apegarnos a los bienes terrenales, que siendo indispensables para mantener la vida, son simplemente herramientas para el camino y no objeto de ambición y poder: “No temas rebañito mío porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes, y den limosna; consigan bolsas que no se destruyan, y acumulen en el cielo un tesoro inagotable, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón”.
Invoquemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, que obedeciendo en plenitud de su fe, aprendió a obtener un gran tesoro, la compañía eterna con su hijo Jesús:
A ti nos encomendamos, para que aprendamos como Iglesia a caminar juntos, para formar comunidades de escucha y discernimiento; a caminar guiados por la luz de la Fe, a buscar y acompañar a quienes necesitan ayuda.
Tú que eres la Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos; y estamos seguros de que nos ayudarás para que sigamos tu camino de obediencia a la voluntad de Dios, y llegar a la Casa del Padre.
Como Iglesia que peregrina en México anímanos a ser como tú, una Iglesia en salida, una Iglesia que transmita con alegría y convicción la invaluable riqueza de vivir a la luz de la Fe, en tu Hijo Jesucristo.
Por eso, ayúdanos, Madre, a descubrir la voluntad del Padre y cumplirla, siguiendo el ejemplo de Jesús. Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para guiarnos, asumiendo la cruz, a la alegría de la resurrección.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y de esperanza. Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas ante nuestras necesidades, y líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
JULIO 2022
XVIII Domingo Ordinario, 31 de julio de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis De México
Queridas hermanas y hermanos, el día de hoy el evangelio que es palabra del Señor nos advierte sobre una actitud que es radicalmente antievangélica y esta es la avaricia.
No es nada más una clase de moral lo que nos está diciendo aquí Jesús, aquí hay un mensaje mucho más profundo, que tiene que ver con una de las actitudes cristianas más importantes y que pone o que acaba con ella la avaricia.
Quien vive la avaricia, quien es un avaro normalmente lo vive porque tiene miedo, ¿a qué tiene miedo el avaro? a perderlo todo, como tengo miedo al futuro, entonces acumulo, porque yo me pongo en el centro a solucionar ese miedo pensando que en mis fuerzas está poder acumular suficiente para perder el miedo, pero es un miedo que es como la arena movediza; entre más te mueves, más te hundes y entre más tienes, más quieres. Y si pensabas que con diez pesos ibas a estar tranquilo cuando los alcanzas a tener ¿Cuántas quieres, cien? y cuando tienes cien, quieres mil.
Entonces el avaro nunca va a poder estar feliz y en paz porque no va a solucionar el problema de su miedo con las cosas que acumule; otro detalle del avaro es que no solamente tiene miedo y piensa que las cosas se solucionaran su miedo, sino que además se ciega a su prójimo, no le importan los demás.
La discusión al principio del evangelio “Dile a mi hermano que me dé una parte de la herencia” ¿de qué está hablando? De alguien que no quiere soltar, el avaro no ve al prójimo porque el prójimo amenaza su futuro, le va a quitar cosas; si se fijan en el evangelio cuando narra esta historia, esta parábola o este ejemplo que nos da Jesús “que una vez que tuvo todo acumulado, ahora sí, date a la buena vida” nunca dice “ahora sí, ayuda a tu hermano” el avaro no mira al hermano porque lo tiene cegado; esa necesidad, esa hambre de poder tener seguridad, el avaro obviamente tampoco mira a Dios. Ni miras a tu hermano, ni miras a Dios porque todo lo quieres solucionar con tu poder, con tu dinero, con tu fama, con tus influencias y el día que te quedas sin eso, no sabes cómo vivir.
Por eso Jesús reclama y nos dice “No acumulen tesoros que les den seguridad en este mundo, porque no va haber tesoro que alcance para que ustedes estén en paz” ¿Qué es lo que Jesús nos está pidiendo? La avaricia es un desorden, pero la prudencia y el ser previsor no es un desorden. Dios nos pide ser prudentes y previsores, sí, yo puedo ser buen administrador y puedo prever para poder enfrentar las diferentes vicisitudes o dificultades de mi vida; pero el que prevé no pone toda su confianza en sí mismo, pone su confianza primero en Dios y sabe que Él es el primer proveedor.
Con la confianza puesta en Dios, sabiendo que todo lo ha recibido de Dios entonces sabe ser prudente en la administración de aquello que ha recibido de Dios y quien recibe de Dios las cosas, quien comprende que el dinero que pudo acumular, la salud que tiene, el poder que pueda ejercer o cualquier cosa que tenga como dijo Jesús a Pilatos “si supieras que eso que tienes es porque Dios te lo dio, entonces serías agradecido”.
Las personas que saben que las cosas, que la salud que tiene, que lo que sea que tenga es un don de Dios, entonces lo primero que nos brota del corazón día tras día es “Señor, gracias” esta persona que pudo ver su cosecha multiplicarse si ha sabido que esa cosecha viene de Dios ¿Qué hubiera hecho con ella? “agradecerle a Dios” ¿y a través de quien se le agradece a Dios? a través del prójimo.
Aquel que tiene el corazón agradecido con Dios tiene su corazón abierto al prójimo y sabe que al cielo llegamos juntos o no llegamos porque lo primero que te van a preguntar en el cielo es ¿y dónde está tu hermano? No te van a preguntar ¿Cuánto dinero acumulaste? o ¿cómo te cuidaste la salud? me la cuidé tanto que no cuidé a nadie y vas a llegar con las manos vacías.
¿Cuál es el tesoro del cielo? las personas que podamos nosotros haber amado y entonces sí, con prudencia y también siendo previsores, pero sobre todo administradores agradecidos de los dones de Dios; dice el evangelio “eviten toda clase de avaricia” no pensemos nada más en la cartera, pensemos en la vida, en los dones que dios les ha dado, una persona avara sobre su persona que no quiere compartir lo que es, que no quiere compartir su tiempo, que no quiere cuidar a nadie, que no quiere perder tiempo en pensar en otros; y no estoy hablando del dinero, sino de la amistad, del buen compañerismo, del buen vecino, de tomar en cuenta al otro en mi vida, no es nada más la avaricia la que afecta la cartera sino también el corazón y cuando la avaricia afecta al corazón entonces afecta toda nuestra vida porque toda nuestra vida gira en torno a nosotros.
En estos dos años que hemos vivido de pandemia, que bueno que nos cuidamos, pero yo vi a muchísima gente que de manera heroica, que exponiendo su vida cuidaron a los enfermos; pero también vi a otros que llenos de pavor se encerraron en su cuarto y no salieron a sacar las narices ¿a qué le tenemos miedo? a llegar al cielo y esa es nuestra meta. Tengámosle miedo más bien a no ser agradecidos, a no compartir lo que Dios nos ha regalado, porque si no sabemos compartir con generosidad lo que Dios nos ha regalado, entonces si cerraremos nuestro corazón y perderemos la paz y nadie podrá recobrar esa paz.
Hoy el Señor nos invita entonces a acumular tesoros en el cielo y para acumular tesoros en el cielo hay que aprender a ser agradecidos, a ser misericordiosos y generosos con nuestro prójimo para así poder obtener la paz que solamente Dios nos da.
No quisiera dejar pasar este momento y este privilegio de celebrar este día en esta Basílica en donde hace 20 años subía Juan Pablo Segundo a canonizar a San Juan Diego haciéndolo de una manera heroica con la salud que ya tenía. Él quería estar aquí, él amaba tanto a Nuestra Madre Santísima de Guadalupe y con ella a Juan Diego que lo veía como un privilegio y no como una exigencia y por eso quiso estar aquí.
¿Qué nos enseña Juan Diego? su nombre significa el águila que habla, el que habla como águila ¿la característica principal del águila es hablar o ver? ver no, podemos ver en Juan Diego que fue un águila porque supo ver a Nuestra Madre Santísima, ver y creer, pero no solamente supo ver a Nuestra Madre Santísima, también supo transmitir lo que él vio, se la pasó haciendo oración y compartiendo lo que había visto, él había visto a la Madre del Verdadero Dios, él había visto su amor y por eso no hizo otra cosa más que vivir compartiendo eso que había visto, “el águila que ve y que habla”, que comparte. Yo pensaba en lo importante que es que nosotros que contemplamos a Nuestra Madre Santísima, gracias a Dios este santuario siempre está lleno ¿y que es lo que vinimos a hacer? ver a Nuestra Madre Santísima, pasar cerca de ella.
No basta contemplar a Nuestra Madre Santísima, hay que hablar de ella, hay que transmitir su mensaje que es el amor misericordioso de su hijo Jesucristo, para eso está ella aquí, para que, contemplando la maravilla de su presencia entre nosotros, podamos ir y dar testimonio de que Jesucristo el verdadero Dios por quien se vive, está presente entre nosotros.
Que podamos cada uno de nosotros honrar la memoria de San Juan Diego imitando su vida, contemplando a Nuestra Madre y hablando sobre ella.
Que así sea.
XVI Domingo Ordinario, 17 de julio de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Abraham estaba sentado en la entrada de su tienda, a la hora del calor más fuerte. Levantando la vista, vio de pronto a tres hombres, que estaban de pie ante él”.
¿A quiénes encontramos también nosotros en nuestra cotidianidad, que van de viaje, que no los conocemos, y que de repente están ante nuestros ojos? ¿No es acaso a tantos migrantes, que peregrinan en busca de mejores condiciones de vida? Y, ¿cuál es nuestra actitud: indiferencia, lástima, o como Abraham: ¿Haré que traigan un poco de agua para que se laven los pies y descansen a la sombra de estos árboles; traeré pan para que recobren las fuerzas y después continuarán su camino, pues sin duda para eso han pasado junto a su siervo”.
Somos muy conscientes que no podemos responder a los anhelos, deseos, y necesidades de cada migrante; ciertamente si estuviera en nuestras posibilidades ofrecer algún servicio como lo hizo Abraham, practicando una hospitalidad pasajera, sería de gran ayuda para quien va de paso y no conoce a nadie.
Particularmente en nuestros tiempos, y especialmente en una gran ciudad como la nuestra, no es nada fácil ser hospitalarios de forma personal, por los riesgos que conlleva abrir las puertas de nuestra casa. Por ello es tan importante colaborar con las instituciones de servicio socio-caritativas: sean públicas, privadas o eclesiales, y al menos tener información de ellas para ofrecerlas a quien las necesite.
Recordemos que atendiendo a las necesidades de nuestros prójimos encontramos a Jesús como le sucedió a Abraham: “el Señor se le apareció a Abraham en el encinar de Mambré”. Además, descubriendo a Jesús en el prójimo necesitado lo hacemos presente a los demás, fortaleciendo en la esperanza a los peregrinos, y atrayendo a quienes sean testigos de nuestra acción, Jesús tocará de alguna manera sus corazones.
Así podremos dar testimonio como San Pablo: “Hermanos: Ahora me alegro de sufrir por ustedes, porque así completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí, por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia.”
Con nuestra respuesta, de generosa hospitalidad y ayuda a los demás, entrará Jesús como lo hizo en casa de sus amigos: “Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude. El Señor le respondió: Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará«.
Esta escena del evangelio de hoy, en las personas de Marta y María, expresa las dos dimensiones del servicio a Cristo y a los demás: Dar servicio de recibir y dar de comer como lo hizo Marta, y ofreciendo y escuchando la Palabra de Dios, como lo hace María, que es la mejor parte, porque en ella se fundamenta y se sustenta toda nuestra actividad humana en favor de los demás.
Debemos aprender que no todos podemos hacerlo todo, y conociendo los carismas presentes en nuestra Iglesia podremos complementarnos para que haya quienes oren más y quienes trabajen más según sus carismas, sus capacidades y sus posibilidades.
En nuestra Arquidiócesis de México, por ejemplo contamos con varias comunidades eclesiales, de vida religiosa como “los Padres fundados por San Carlos Scalabrini”, que nos ayudan, coordinando y sumando fuerzas con fieles laicos para promover y sostener los servicios establecidos para los migrantes; así también las asociaciones eclesiales de la “Comunidad de San Egidio”, y del “movimiento de los Focolares”, las instituciones de los “Padres Jesuitas”, etc. Todos ellos están en comunión con las estructuras diocesanas para la dimensión socio-caritativa.
De la misma manera muchas otras obras de caridad, en diferentes campos (Reclusorios, Asilos para adultos, o para huérfanos, comedores para indigentes, son atendidas con esmero por varias Órdenes de religiosos y religiosas, en diferentes ámbitos de nuestra Arquidiócesis, siempre en comunión eclesial.
Los invito a conocer dichas obras de caridad, particularmente a ustedes los jóvenes, y así se alegre su corazón de colaborar con la Iglesia. Especialmente no dejen de orar por todos estos obreros del Reino de Dios, que están en los frentes más necesitados, y muchas veces pasan desapercibidos para la mayoría de los fieles católicos.
Acercándonos así a dichas realidades comprenderemos las palabras que expresaba San Pablo a los Colosenses: “Por disposición de Dios, yo he sido constituido ministro de esta Iglesia para predicarles por entero su mensaje”. Ministerio semejante es el que hemos recibido los Obispos y los Presbíteros, y que ejercemos con la ayuda de los Diáconos y los Agentes de Pastoral. Por ello, es indispensable ofrecer a las nuevas generaciones experiencias que toquen su corazón, y lo disponga a preguntarse, cuál es su vocación y la misión a la que Dios Padre los llama.
De esta manera haremos realidad para nuestro tiempo, lo que continúa diciendo San Pablo: “Dios ha querido dar a conocer a los suyos la gloria y riqueza que este designio encierra para los paganos, es decir, que Cristo vive en ustedes y es la esperanza de la gloria. Ese mismo Cristo es el que nosotros predicamos cuando corregimos a los hombres y los instruimos con todos los recursos de la sabiduría, a fin de que todos sean cristianos perfectos”.
Por eso, el objetivo y lema de nuestra Visita Pastoral a las Parroquias es “Revitalizemos nuestra fe”, y la exclamación exhortativa propuesta es “Cristo Vive, en medio de nosotros”.
Esa misma tarea es la que ha traído a nuestro País, a Nuestra Madre, María de Guadalupe. Ella ha venido a mostrarnos “al verdadero Dios por quien se vive”, a su hijo Jesucristo, quien vive en medio de nosotros y a través de nosotros. Pidámosle a Ella que nos ayude a ser fieles a nuestra misión, como Ella lo realizó.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, ante la dramática situación de los migrantes, que deciden peregrinar para buscar mejores condiciones de vida para ellos y sus familias, acudimos a ti, con plena confianza, para que muevas nuestro corazón a colaborar y promover la necesidad de ofrecer la hospitalidad pasajera, pero indispensable a los migrantes que cruzan nuestro país y atraviesan por nuestra Ciudad de México.
Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión de corazón. Especialmente auxílianos en la responsabilidad de acompañar a los adolescentes y jóvenes, para que descubran su vocación, y puedan fortalecer su condición de discípulos de tu Hijo Jesucristo, y afrontar, con valentía y esperanza, los desafíos de nuestro tiempo.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
XV Domingo Ordinario, 10 de julio de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Andrés Luis García Jasso, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
“Maestro… ¿Qué debo hacer para conseguir vida eterna?”
Esta pregunta resuena hoy de una manera muy particular en el evangelio, sin duda es un cuestionamiento sencillo de hacer, pero de gran profundidad y trascendencia en la vida del cristiano. La palabra nos interpela en medio de un contexto social muy particular y complejo, en el que como sociedad tenemos miedo, nos sentimos inseguros, cansados, lastimados y tristes por tantas cosas que están sucediendo; y que quizás además de preguntarnos personalmente sobre cómo podemos alcanzar la vida eterna, también surge en nuestro interior otra pregunta ¿qué debemos hacer para recuperar la paz?
Ante esta realidad de violencia e inseguridad, siempre está la tentación de querer responsabilizar a terceras personas y no asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos, como sociedad, como iglesia. Queridos hermanos, nuestra sociedad está enferma y todos formamos parte de la misma y en consecuencia es responsabilidad de todos buscar una solución y cura para sanar el lugar en el que vivimos, buscar y procurar la paz, cada uno desde nuestra propia condición y obligación; por eso creo que hoy resuena de un modo muy peculiar esta pregunta.
Si fijamos nuestra atención en el texto bíblico, es muy interesante como surge el diálogo entre el doctor de la ley y Jesús, el evangelista nos indica que la pregunta no se realiza con una intención recta, el contrario, pregunta para ponerle a prueba, sin embargo, independientemente de la intención no se excluye de la misma, a pesar de la doble intención sabe que para alcanzar esa vida eterna prometida se requiere una búsqueda activa, aunque la salvación no dependa de Él. La respuesta en realidad no fue una novedad, sino que se evoca la ley antigua “amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo” pero surge la duda ¿y quién es mi prójimo?
Es maravillosos como ante una respuesta, que el mismo interlocutor propuso, la conversación con Jesús da un giro inesperado, el diálogo poco a poco deja de ser un poner a prueba y se torna en un cuestionamiento personal y profundo ¿quién es mi prójimo? A lo que Jesús responde con una parábola.
La ley era clara “amar al prójimo como a uno mismo”, pero ¿quién es el prójimo? La ley no especifica si el prójimo es uno del mismo clan, un familiar, algún conocido o amistad, o aquel que piense como yo, es decir, ¿con quién se debe mostrar el amor y la misericordia? La respuesta que da Jesús es contundente y no deja lugar al error ni a la interpretación… “Mi prójimo es el que necesita de mí” sin distinción de razas, de credo o ideología, ni su condición social o económica, simplemente, todo aquel que necesite de mí.
En nuestra vida, constantemente hemos encontrado gente que necesita de nosotros y cuantas veces hemos hecho caso omiso a sus necesidades, cuántas veces hemos pasado de largo ante aquel que está tirado, golpeado y mal herido. Cuántas veces hemos sido testigos de humillaciones a la dignidad humana y hemos volteado la cara hacia otro lado.
En este día en que se nos exhorta a rezar por la paz, es importante luchar contra pecados de omisión, es decir, aquellas veces que tuvimos la oportunidad de hacer el bien y optamos por dejarlo de lado. Si bien la ley de amar a Dios y al prójimo no era una novedad expuesta por Jesús, si lo era la forma de vivir ese amor y justo esa es la que el Señor quiere que experimentemos ¿cómo podemos ser ese samaritano que no pasa de largo, ni le saca la vuelta al que necesita de nosotros? Dando testimonio del amor que Dios ha tenido con nosotros cuando nos hemos sentido lastimados, golpeados, humillados o agobiados en la vida y el Señor se ha detenido en el camino, nos ha amado, nos ha curado y ha velado por nosotros.
A lo largo de nuestra vida, muchas veces hemos emprendido este viaje de Jerusalén a Jericó, Cristo muestra esta parábola en la que cada uno de los lugares dice mucho más que solo que el sentido literal de las palabras.
Jerusalén, el lugar de la presencia de Dios, Jericó representa lo contrario, la ciudad que maldijo Josué; el sacerdote y el levita, hombres del pueblo de Israel que se supone que buscarían hacer la voluntad de Dios y el samaritano es el extranjero y hereje.
El amor al prójimo nace del corazón, no es una ley aprendida o un acuerdo firmado, el amor al prójimo se lleva en las entrañas del ser humano; en esta parábola de quien menos se hubiera esperado que ejerciera el amor y la misericordia era del extranjero, Dios nos ha creado para amar, para buscar la vida, para buscar la paz.
Cuando uno descubre este amor, no puede quedar ajeno a Él, así le sucedió al levita, que inicia el diálogo con la intención de ponerle a prueba, pero ante el rostro del amor que muestra Cristo por los débiles y los que sufren no puede quedarse fuera del plan de misericordia de Dios; al final Jesús le pregunta ¿cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo?
En esta jornada de oración por la paz, recordamos a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas que como buenos samaritanos han dado su vida por defender la dignidad de los más necesitados, por supuesto no olvidamos a tantos y tantos mexicanos y extranjeros que han sufrido por la violencia en nuestro país; no nos acostumbremos a estos escenarios de muertos y desaparecidos, sigamos indignándonos cada vez que tengamos noticias de esta índole y sobre todo sigamos orando por la paz en nuestras familias, nación y el mundo entero.
Sigamos siendo hombres de fe que creemos en la bondad del ser humano, que tengamos esperanza en el mundo y una sociedad de paz, de justicia, de comunión y respeto.
Que Cristo que es el buen samaritano, nos conceda este espíritu para poder amar como Él nos ha amado.
XIV Domingo Ordinario, 3 de julio de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Salvador González Morales, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México, Vicario General y Moderador de la Curia
“No permita Dios que yo me gloríe en algo, que no sea la cruz de Nuestro Señor Jesucristo”.
La cruz de Cristo es el testimonio que ofrece Jesús de haber aceptado la voluntad del Padre, descubriéndola, asumiéndola y viviéndola. Este testimonio es parte fundamental de nuestra Fe. Es la revelación que Cristo ha hecho al encarnarse, vivir como todo ser humano las circunstancias favorables y adversas, siempre cumpliendo la voluntad de Dios Padre, quien lo envió al mundo para orientarnos cómo debemos vivir.
A pesar de nuestros habituales miedos y temores humanos al conocer los sufrimientos extremos, que padeció injustamente Jesús, la cruz de Cristo nos ayuda a entender nuestra propia cruz; aunque de inicio no la queramos, como expresó el mismo Jesús en su oración, con lágrimas y temor en el huerto de Getsemaní: “Padre, si te es posible aparta de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
¿Cuál es el proceso para conocer mi propia cruz? Se inicia descubriendo para que me creó Dios, qué está esperando de mí, para qué me ha dado la vida, cuál es mi vocación, cuál es mi misión en el mundo de hoy.
La vocación no es lo que yo quiero hacer, por eso es cruz. La vocación es lo que Dios quiere que yo haga. Si fuera lo que yo quiero hacer, sería muy placentera, pero mi vocación es lo que Dios quiere de mí, lo que espera de mí, y no siempre será lo que en primera instancia me atrae. Pero siempre será acorde a mis habilidades, a mis capacidades, y a las inquietudes, que siembra Dios Padre en mi interior. Por ello es tan importante orar y discernir mi vocación y misión.
Para poder vivir la cruz propia necesitamos darnos la mano, agruparnos, conocernos, encontrarnos, compartir nuestras experiencias, y fortalecer mediante la solidaridad nuestro camino ante cualquier adversidad que encontremos; por ello, necesitamos aprender a ser acompañantes del otro, acompañantes desde la familia.
Si lamentablemente en la familia hay violencia, se deshace ese ambiente favorable a educarnos en el acompañamiento recíproco, y en respeto al otro; si los vecinos no se conocen, ni se visitan, entonces es muy difícil generar los lazos de amistad. En esas circunstancias será necesario y urgente buscar en la Parroquia, en los Movimientos y Asociaciones Católicas, en las actividades Socio-caritativas o en los grupos de amistad, la relación interpersonal, que propicie y favorezca la cultura del respeto a la dignidad de toda persona.
Descubriendo mi vocación y cumpliéndola en mis contextos de vida nos transformaremos en una nueva criatura como afirma San Pablo: “Porque en Cristo Jesús de nada vale estar circuncidado o no, sino el ser una nueva creatura”.
Sin embargo es necesario ser conscientes, que nuestro proceso para formarnos como discípulos de Jesucristo dura toda la vida, aunque ciertamente experimentaremos, que al recorrer el tiempo, y siendo fieles a nuestra vocación, desarrollaremos una creciente capacidad para afrontar las circunstancias desfavorables y todo tipo de adversidad.
Conviene tener conciencia que la cruz, asumida como la de Cristo, nos da una fortaleza y una espiritualidad admirable para beneficio personal; pero además va a ser un testimonio atractivo, porque un discípulo de Cristo, que asume su cruz es un testimonio ejemplar y convincente, que atraerá a los otros a tomar la decisión de seguir a Cristo. Es sin duda alguna la mejor manera de evangelizar.
Porque ciertamente no vamos a convencer a los demás, incluidos los mismos católicos distantes, con discursos intelectuales, con raciocinios, y conceptos; estos sin duda auxilian para profundizar la fe, pero para convencer a otros a seguirlo es fundamental nuestro testimonio de aceptar nuestra cruz, nuestra vocación.
Además debemos ser conscientes que no hay un mundo perfecto, siempre toparemos con las adversidades, y por eso necesitamos descubrir y desarrollar relaciones de amistad en los distintos ambientes de nuestra cotidianidad. Y recordar, que cruz y alegría van de la mano, si tenemos presente la cruz de Cristo.
La enseñanza de la Iglesia, a través de los siglos, ha clarificado que la clave de una vida social que favorezca la paz ciudadana, es el respeto a la dignidad del ser humano. La dignidad humana la respetamos cuando dialogamos, cuando nos escuchamos, cuando reconocemos en el otro que ahí habita el Espíritu de Dios; y por ello, el otro es mi hermano.
Para promover esta enseñanza necesitamos salir al encuentro de los demás con el anhelo de la paz como escuchamos a Jesús en el envío de 72 discípulos. Claramente les advirtió la necesidad de orar para ser enviados como corderos en medio de lobos: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.
Con este proceso de vida cristiana misionera, de una Iglesia en salida, se cumplirá la Profecía de Isaías: “Alégrense con Jerusalén, gocen con ella todos los que la aman; alégrense de su alegría, todos los que por ella llevaron luto, porque yo haré correr la paz sobre ella como un río y la gloria de las naciones como un torrente desbordado”.
Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y presentémosle nuestra cruz a quien en nombre “del verdadero Dios por quien se vive”, ejerce el ministerio de agruparnos, de arrullarnos, de consolarnos, como madre tierna y cercana, que entiende y escucha, que actúa y que acompaña, como lo hizo con San Juan Diego Cuauhtlatoatzin.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para colaborar y promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita.
Ayúdanos a fortalecer las familias para que compartiendo las características de la mujer y del varón, expresen la importancia de la complementariedad de los papás, y faciliten en los hijos la educación para adquirir los valores de la fraternidad y de la solidaridad, y descubran su vocación, y viviéndola aprendan que la adversidades son la cruz que debemos afrontar con valentía para obtener la experiencia de la auténtica felicidad.
Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión de corazón.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
Jesús pregunta a sus discípulos: según ustedes, ¿quién soy yo? Si le preguntamos a las nuevas generaciones, ¿quién es Jesús y qué significa para ellos en su vida? Me atrevo a afirmar que serían muy pocos los que responderían como el apóstol Pedro: el Mesías de Dios; y menos aún encontraríamos quienes afirmaran, que son sus fieles discípulos, que practican cabalmente sus enseñanzas.
¿A qué se debe, que en nuestro país se conozca tan poco a Jesús, no obstante que los mexicanos en el pasado Censo del 2020 cerca del 80%, hemos declarado que somos católicos? ¿Por qué se alejan los jóvenes de la participación litúrgica de los sacramentos y de la práctica devocional de las tradiciones religiosas, si precisamente esa práctica proporciona la fortaleza y la sabiduría para recorrer el camino que conduce ya desde esta vida a la felicidad y la paz?
Los factores de esta situación son varios, sin embargo hay dos muy importantes: primero la transmisión de la fe y de los valores humano-espirituales se ha fracturado aceleradamente en los últimos 30 años.
La familia había sido por siglos, la principal transmisora, pero dada la creciente inconsistencia de los matrimonios y la consecuente debilidad de la vida familiar, van generando una ausencia de diálogo entre padres e hijos, que debilita su autoridad moral, y que va siendo sustituida por las nuevas tecnologías de la comunicación, cuya intensa presencia y facilidad de consulta, asumen, en la práctica, el tradicional papel educador, que tenía el núcleo familiar, especialmente de los Padres y los Abuelos con los hijos.
Además lamentablemente hay que añadir la escasa presencia evangelizadora en las redes sociales. La poca que hay es frecuentemente devocional y cultual, lo cual ciertamente tiene influencia positiva en el ámbito de quienes ya están evangelizados y formados en la fe, que son al máximo un 20% de los católicos; pero el resto de creyentes necesita más bien una presencia digital, que transmita la espiritualidad cristiana de forma clara y pedagógica para auxiliar a las nuevas generaciones, facilitándoles las respuestas a sus angustias existenciales, que viven muchas veces en la soledad.
El segundo factor es la consecuencia del Cambio de Época, éste ha provocado la fractura de la cultura, entendida como el estilo de la vida social. Es decir, la conducta social está fragmentada, ya no hay una referencia establecida en el proceder de las relaciones interpersonales y sociales; los comportamientos públicos han quedado al arbitrio de cada persona, propiciando con frecuencia enfrentamientos y conflictos, que violentan el respeto mutuo y la dignidad de las personas.
¿Y qué nos ofrece Jesús? Un testimonio contundente de dar la vida hasta el extremo de ser crucificado, en vista de mostrar el camino que lleva a la verdad y a la vida. Mirar al otro como hermano, a quien se ama, se respeta y auxilia como explica san Pablo en la segunda lectura: “Todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues, cuantos han sido incorporados a Cristo por medio del bautismo, se han revestido de Cristo. Ya no existe diferencia entre judíos y no judíos, entre esclavos y libres, entre varón y mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Y si ustedes son de Cristo, son también descendientes de Abraham y la herencia que Dios le prometió les corresponde a ustedes”.
Ante la sed de Dios, hay que ofrecer los manantiales de agua viva. La satisfacción espiritual solamente la llena y alimenta el encuentro con Dios Vivo. ¿Qué nos hace falta promover en nuestro tiempo y en nuestra sociedad? Sin duda dar a conocer el proyecto de Dios, para el que fuimos creados. ¿Y cómo podemos ofrecerlo?
Por ello es necesario responder, desde lo profundo del corazón a la pregunta planteada por Jesús a sus discípulos, y no simplemente como quien ha escuchado algo de la vida de Jesús, quien ha visto una película, una serie sobre acontecimientos de la vida de Jesús, eso sería conocer a Jesús de oídas, pero la pregunta para nosotros que somos sus discípulos, como lo recuerda San Pablo, que hemos sido bautizados en nombre de Jesús, es fundamental que respondamos, ¿quién es Jesús para mí?
La vida no es sólo éxito material y bienestar, no consiste en que todas las cosas salgan bien. La libertad con quienes nos toca coexistir, y las decisiones de los demás, sea en la familia, en el barrio, en la ciudad, en un país, en el mundo, nos afectan para bien o para mal. Por ello hay que aprender a perdonar y a propiciar la reconciliación, como lo hizo Jesús.
La falta de respeto a la dignidad humana de cualquier manera que se haya ejercido es precisamente una situación trágica, dramática y esas situaciones, que nos corresponde abordar, las tenemos que asumir, siguiendo el ejemplo de Jesucristo. Por eso advierte a sus discípulos: «Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará”.
Si los discípulos de Jesucristo damos testimonio fidedigno, siguiendo su advertencia, será un camino, que ofrecerá vida y vida en abundancia, según la profecía del profeta Zacarías: «Derramaré sobre la descendencia de David y sobre los habitantes de Jerusalén, un espíritu de piedad y de compasión y ellos volverán sus ojos hacia mí, a quien traspasaron con la lanza”.
Confiemos en Nuestra Madre, María de Guadalupe, ustedes vienen con inmensa alegría a su casa, porque la reconocen como madre, tierna, compasiva, llena de piedad, que nos acompaña sea cuál sea la cruz que estemos viviendo, llorando si es necesario llorar, o cargándonos en sus brazos, como lo hizo al descendimiento de Jesús de la cruz, así estará siempre María a nuestro lado.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita.
Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
JUNIO 2022
XIII Domingo Ordinario, 26 de junio de 2022

Audio de la Homilía
XII Domingo Ordinario, 19 de junio de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Salvador González Morales, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México, Vicario General y Moderador de la Curia
«Y según ustedes, ¿quién soy yo?»
Jesús pregunta a sus discípulos: según ustedes, ¿quién soy yo? Si le preguntamos a las nuevas generaciones, ¿quién es Jesús y qué significa para ellos en su vida? Me atrevo a afirmar que serían muy pocos los que responderían como el apóstol Pedro: el Mesías de Dios; y menos aún encontraríamos quienes afirmaran, que son sus fieles discípulos, que practican cabalmente sus enseñanzas.
¿A qué se debe, que en nuestro país se conozca tan poco a Jesús, no obstante que los mexicanos en el pasado Censo del 2020 cerca del 80%, hemos declarado que somos católicos? ¿Por qué se alejan los jóvenes de la participación litúrgica de los sacramentos y de la práctica devocional de las tradiciones religiosas, si precisamente esa práctica proporciona la fortaleza y la sabiduría para recorrer el camino que conduce ya desde esta vida a la felicidad y la paz?
Los factores de esta situación son varios, sin embargo hay dos muy importantes: primero la transmisión de la fe y de los valores humano-espirituales se ha fracturado aceleradamente en los últimos 30 años.
La familia había sido por siglos, la principal transmisora, pero dada la creciente inconsistencia de los matrimonios y la consecuente debilidad de la vida familiar, van generando una ausencia de diálogo entre padres e hijos, que debilita su autoridad moral, y que va siendo sustituida por las nuevas tecnologías de la comunicación, cuya intensa presencia y facilidad de consulta, asumen, en la práctica, el tradicional papel educador, que tenía el núcleo familiar, especialmente de los Padres y los Abuelos con los hijos.
Además lamentablemente hay que añadir la escasa presencia evangelizadora en las redes sociales. La poca que hay es frecuentemente devocional y cultual, lo cual ciertamente tiene influencia positiva en el ámbito de quienes ya están evangelizados y formados en la fe, que son al máximo un 20% de los católicos; pero el resto de creyentes necesita más bien una presencia digital, que transmita la espiritualidad cristiana de forma clara y pedagógica para auxiliar a las nuevas generaciones, facilitándoles las respuestas a sus angustias existenciales, que viven muchas veces en la soledad.
El segundo factor es la consecuencia del Cambio de Época, éste ha provocado la fractura de la cultura, entendida como el estilo de la vida social. Es decir, la conducta social está fragmentada, ya no hay una referencia establecida en el proceder de las relaciones interpersonales y sociales; los comportamientos públicos han quedado al arbitrio de cada persona, propiciando con frecuencia enfrentamientos y conflictos, que violentan el respeto mutuo y la dignidad de las personas.
¿Y qué nos ofrece Jesús? Un testimonio contundente de dar la vida hasta el extremo de ser crucificado, en vista de mostrar el camino que lleva a la verdad y a la vida. Mirar al otro como hermano, a quien se ama, se respeta y auxilia como explica san Pablo en la segunda lectura: “Todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues, cuantos han sido incorporados a Cristo por medio del bautismo, se han revestido de Cristo. Ya no existe diferencia entre judíos y no judíos, entre esclavos y libres, entre varón y mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Y si ustedes son de Cristo, son también descendientes de Abraham y la herencia que Dios le prometió les corresponde a ustedes”.
Ante la sed de Dios, hay que ofrecer los manantiales de agua viva. La satisfacción espiritual solamente la llena y alimenta el encuentro con Dios Vivo. ¿Qué nos hace falta promover en nuestro tiempo y en nuestra sociedad? Sin duda dar a conocer el proyecto de Dios, para el que fuimos creados. ¿Y cómo podemos ofrecerlo?
Por ello es necesario responder, desde lo profundo del corazón a la pregunta planteada por Jesús a sus discípulos, y no simplemente como quien ha escuchado algo de la vida de Jesús, quien ha visto una película, una serie sobre acontecimientos de la vida de Jesús, eso sería conocer a Jesús de oídas, pero la pregunta para nosotros que somos sus discípulos, como lo recuerda San Pablo, que hemos sido bautizados en nombre de Jesús, es fundamental que respondamos, ¿quién es Jesús para mí?
La vida no es sólo éxito material y bienestar, no consiste en que todas las cosas salgan bien. La libertad con quienes nos toca coexistir, y las decisiones de los demás, sea en la familia, en el barrio, en la ciudad, en un país, en el mundo, nos afectan para bien o para mal. Por ello hay que aprender a perdonar y a propiciar la reconciliación, como lo hizo Jesús.
La falta de respeto a la dignidad humana de cualquier manera que se haya ejercido es precisamente una situación trágica, dramática y esas situaciones, que nos corresponde abordar, las tenemos que asumir, siguiendo el ejemplo de Jesucristo. Por eso advierte a sus discípulos: «Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará”.
Si los discípulos de Jesucristo damos testimonio fidedigno, siguiendo su advertencia, será un camino, que ofrecerá vida y vida en abundancia, según la profecía del profeta Zacarías: «Derramaré sobre la descendencia de David y sobre los habitantes de Jerusalén, un espíritu de piedad y de compasión y ellos volverán sus ojos hacia mí, a quien traspasaron con la lanza”.
Confiemos en Nuestra Madre, María de Guadalupe, ustedes vienen con inmensa alegría a su casa, porque la reconocen como madre, tierna, compasiva, llena de piedad, que nos acompaña sea cuál sea la cruz que estemos viviendo, llorando si es necesario llorar, o cargándonos en sus brazos, como lo hizo al descendimiento de Jesús de la cruz, así estará siempre María a nuestro lado.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita.
Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
La Santísima Trinidad, 12 de junio de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Salvador González Morales, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México, Vicario General y Moderador de la Curia
Todo lo que tiene el Padre es mío…
Después de la cincuentena pascual, retomamos el tiempo ordinario, dejar atrás un tiempo fuerte como es la pascua no disminuye la intensidad de nuestro compromiso cristiano, muy al contrario, la solemnidad de la Santísima Trinidad que hoy celebramos se convierte de cierta manera en una buena recapitulación de los efectos del misterio pascual.
Los misterios de la muerte y la resurrección de Jesús, su ascensión a la derecha del Padre y la efusión del espíritu santo en Pentecostés, nos han permitido entrar a la vida de la gracia insertándonos en la dinámica trinitaria mediante los sacramentos pascuales a fin de continuar progresando en nuestro amor a Dios, en nuestro amor a los hermanos.
El libro de los proverbios que hemos escuchado en la primera lectura nos presenta un bello himno en el que la sabiduría personificada se presenta a sí misma y hace una alabanza de su origen divino; la sabiduría procede de Dios y es completamente anterior al universo visible, esta prioridad implica superioridad respecto a cualquier otra cosa creada. Este autoelogio de la sabiduría tiene efectivamente muchas consecuencias respecto al modo de como nosotros pensamos a Dios.
En primer lugar, nos muestra un rostro menos masculino de Dios, la sabiduría aparece en femenino en el antiguo testamento, es cierto que sustancialmente aquí no se identifica con Dios, pero sigue siendo el primer rostro que se muestra de Dios cuando Él quiere la creación. En segundo lugar, aquí el Dios creador ya no es una figura solitaria que por no tener otra cosa que hacer, se pone a crear un juguete para literalmente pasar el tiempo, sino que es descrito como un Dios en relación que toma precisamente a esta niña que le acompaña como modelo de todo el bien que va ser nada menos que el propio arquitecto.
Por último, se muestra la filantropía de un Dios que se divierte con la humanidad, ciertamente no para burlarse del carácter dramático de la historia humana, sino al contrario, para indicar que el verdadero sentido de la historia y de la vida se encuentra precisamente en ese juego de rol entre Creador y criatura.
El evangelio que acabamos de escuchar de san Juan, sitúa en el contexto de la última cena un discurso de despedida de Jesús a los discípulos, Jesús repite la promesa del espíritu santo al que ha mencionado anteriormente; el pecado, la justicia de Dios y el juicio, están íntimamente relacionados en este texto…
Todo queda sellado con el retorno de Jesús al Padre y por el envío del espíritu santo.
Esta es la razón por la que el hecho de que Jesús se haya marchado, entristece muchísimo a los discípulos y les será de un gran provecho; el espíritu santo se limitará a decir lo que ya había dicho Jesús, porque a las palabras de Jesús no hay que añadirles nada.
Por lo tanto, la nueva presencia divina del espíritu entre los hombres sustituye la presencia física y visible de Jesús, por esto una de sus principales funciones será recordar lo que ya había dicho Jesús y dará a entender quién es Jesús, cuáles son sus enseñanzas. Juan expresa con sus palabras la profunda relación existente entre el Padre, al Hijo y el Espíritu Santo en lo que se refiere a la revelación… Todo tiene el origen en el Padre a través del Hijo y en el Espíritu que lo transmite a los discípulos para comprender plenamente quien es Jesús.
La gloria es la que acompaña de forma natural al mesías cuando vuelva al final de los tiempos, el espíritu ha de hacer realidad las funciones de esos últimos tiempos de Cristo, confiriéndole la gloria mesiánica. Lo que el espíritu explicará al mundo cuando ocurra el juicio de Cristo, es la de sus enseñanzas y de su persona, pero la revelación que el hombre es capaz de aceptar no puede alcanzar a comprender la verdad divina que comparte el Hijo con el Padre.
Jesús es la revelación plena y definitiva de Dios, y el espíritu Santo es el que encamina a los hombres hacia Jesús, por su parte, el apóstol San Pablo en su carta a los romanos nos dice que hemos sido justificados por la fe, gracias a Jesucristo; de esta forma enumera una serie de consecuencias a su fruto de esta gracia recibida.
Esperar la gloria de Dios y poder participar de ella plenamente, hemos sido liberados del pecado y de su dominio y estamos en paz con Dios, gracias a la acción salvadora de Jesucristo. Este estado en el que nos hallamos, es posible solo por la gracia de Dios que nos permite participar de su gloria; sin embargo, vivimos en un mundo en el que el mal está presente y aunque sabemos que al final la victoria será de Dios, ahora nos toca luchar y enfrentarnos a las dificultades que el mal pone en nuestro camino.
Por eso la paciencia ha de ser la compañera de los creyentes en Cristo, pues, aunque ya ha sido revelado en evangelio, aún no ha llegado a su plenitud, los cristianos han de ser valientes porque sabemos que tenemos de nuestra parte a Dios mismo, que envía a su espíritu como prenda de lo que recibiremos en el futuro.
Queridos hermanos, esta solemnidad nos invita a sumarnos a la vida íntima de Dios, vida de comunidad, vida de amor, la cual procura salvación y el bien para la humanidad, más aún, asegura a los hombres y mujeres la posibilidad de crecer en humanidad teniendo como modelo esta vida divina.
Cada uno de nosotros hemos recibido esa vida desde nuestro bautismo y la alimentamos con la participación en los sacramentos, hoy mismo estamos en esta casita de Santa María de Guadalupe para fortalecer esa vida que nos proporciona su hijo Jesucristo, ha sido su santo espíritu quien nos ha congregado para experimentarnos de nueva cuenta hijos amados de Nuestro Padre Dios.
Somos invitados a vivir en amistad con Dios para reflejar en nuestra vida, su santidad, su bondad, su belleza y así ser testigos de la verdad revelada en medio del mundo. La familia de las tres personas divinas penetra en la historia para hacer de la comunidad humana una verdadera familia; es por eso que, desde aquí, desde esta casa de Nuestra Madre, sintamos un llamado fuerte a abandonar las divisiones y las tenciones para vivir cada vez más la misma comunión de amor que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se tienen mutuamente.
Entonces y solo entonces nuestra vida será preciosa y santa cuando llegue a ser un canto de alabanza y gloria a la Santísima Trinidad.
Que así sea y que el Señor nos bendiga a todos.
Domingo de Pentecostés, 5 de junio de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Carlos Enrique Samaniego López, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
Algunos han visto una contradicción el día en que el Señor Jesús envió al Espíritu Santo, el Espíritu que había prometido a sus discípulos.
Vemos el día de hoy en la lectura de San Juan que se proclamó en el evangelio como al primer día de la resurrección el Señor, Jesús les dice a los apóstoles ¡Reciban el Espíritu Santo! el Espíritu del Señor fue derramado sobre los corazones de los apóstoles, pero San Lucas nos dice en los hechos de los Apóstoles en la primera lectura que escuchamos el día de hoy como el Espíritu Santo descendió lenguas como de fuego sobre los apóstoles que estaban el en cenáculo; estamos hablando de cincuenta días después de la resurrección cuando se celebraba una fiesta no sólo agrícola para los judíos sino ya era una fiesta donde celebraban la alianza de Dios con su pueblo celebraba la entrega de la ley en aquellas piedras que se le habían dado a Moisés.
San Agustín señala esta gran coincidencia o esta gran providencia como se hizo la alianza en el Sinaí, cincuenta días después de que Dios liberó al pueblo de Israel, y ahora cincuenta días después de que el cordero ha sido inmolado y ha resucitado cincuenta días después desciende el Espíritu Santo; mientras que San Juan nos está diciendo de donde viene el espíritu no hay ninguna contradicción por tanto nos dice de donde viene… viene del costado abierto del Señor Jesús, es el primer fruto de la resurrección, el don del Espíritu Santo.
San Lucas nos va a decir a donde nos lleva ese mismo espíritu, nos lleva a la misión ya desde San Juan, que es el evangelio que acabamos de escuchar, aparecen estas palabras misioneras cuando el Señor Jesús está diciéndoles “Reciban el Espíritu Santo” como el Padre me envió, también yo los envío, en la misma misión que me ha enviado el Padre, en esta misma misión yo los envío.
El domingo pasado acabamos de celebrar la fiesta de la Ascensión del Señor, el Señor Jesús en realidad no se fue, se quiso quedar de una manera diferente… ustedes recordarán a nuestro querido Papa Juan Pablo Segundo cuando nos dijo “Me voy, pero no me voy, me voy, pero de corazón me quedo” Así también el Señor Jesús se quiso quedar no solo moralmente sino realmente, quiso asociar a su ascensión el testimonio de los discípulos.
Por eso cuando ascendía a los cielos les dijo “Serán mis testigos, primero en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta los confines del universo” es decir, Él se quiso quedar ahora en el testimonio de sus discípulos y esto se realiza a través del Espíritu Santo que nos une al cuerpo espiritual de Cristo. La nueva manera de estar de Jesús que supera todo espacio, todo tiempo es su cuerpo que es la iglesia, que somos todos y cada uno de nosotros, los miembros de la iglesia quienes continuamos su misma obra salvífica, por eso nosotros lo hacemos presente en todos lugares, no a todos lugares llega el sacerdote, no a todos lugares puede llegar el obispo, pero son ustedes también fieles laicos quienes están presentes en las oficinas, en las escuelas, en los lugres de trabajo haciendo presente a Cristo que vive en medio de nosotros y esto es gracias al don del Espíritu Santo.
¿Creen ustedes que Cristo vive en medio de nosotros?
Por eso el Papa Juan Pablo Segundo decía “No destierren a Cristo de las Calles, de los lugares de trabajo, de las escuelas, es ahí donde lo hacemos presente los seguidores de Jesús” ¿Creen que esto es así? ¿Creen que Cristo vive en medio de nosotros?
Hace algunos años aquí en la Basílica de Guadalupe el Señor Cardenal dijo estas mismas palabras “Cristo vive” y todos con convicción respondieron “En medio de nosotros”
Dice San Agustín, San Ambrosio, San Cirilo… que cuando se llenaron del Espíritu Santo salieron a anunciar que Cristo estaba vivo y proclamaron su fe y San Pedro dijo “Creo en Dios Padre” y Andrés dijo “Creo en Jesucristo, su Hijo Único” y así se formó el llamado credo de los apóstoles. Por eso en algunas iglesias aparecen los doce apóstoles con los signos de su martirio, anunciaron la fe hasta dar la vida, es por ello que nosotros ya estamos viviendo una nueva etapa, estamos saliendo poco a poco de esta terrible pandemia que nos ha confinado y estábamos encerrados como los apóstoles que tenían temor, había tristeza, llanto y desilusión; pero llenos del espíritu Santo salieron a anunciar que Cristo estaba vivo.
Digámoslo una vez más… ¡Cristo Vive! en medio de nosotros, ¡Cristo Vive! en medio de nosotros, ¡Cristo Vive! en medio de nosotros.
Que así sea.
MAYO 2022
VI Domingo de Pascua, 22 de mayo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
El Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas, y les recordará todo cuanto yo les he dicho”.
Hoy Jesús en el Evangelio, además de ofrecernos la promesa del Espíritu Santo, afirma también: “La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz, ni se acobarden”. Confiando en esta promesa de la asistencia del Espíritu Santo, obtendremos la fortaleza para colaborar a construir la ciudad santa, proyectada por Dios, como lo profetiza hoy el apóstol San Juan: “Un ángel,… me mostró a Jerusalén, la ciudad santa, que descendía del cielo, resplandeciente con la gloria de Dios”.
Ahora bien, en nuestro tiempo estamos reconociendo que el modo y estilo de nuestra sociedad está dañando gravemente a la Tierra, nuestra Casa Común. Ninguno en particular, es capaz de afrontar este grave deterioro; necesitamos la participación de todas las personas, de todos los sectores sociales, y desde luego de los gobiernos. Es responsabilidad común colaborar para detener la degradación de nuestro planeta.
Especialmente en las grandes metrópolis, como la nuestra, es urgente la toma de conciencia de todos los ciudadanos, sobre la necesidad de una ecología integral que garantice el uso de los recursos naturales, sin causar su deterioro y degradación. Por ello, los invito a responder a la solicitud del Papa Francisco de dedicar esta semana para leer, meditar y asumir la Carta Encíclica Laudato si’, y convencernos del indispensable compromiso de cuidar nuestra Casa Común.
En el No. 93 el Papa afirma: “Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos.
Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social»”.
Éste es el camino para lograr una sociedad más justa, solidaria y fraterna, y garantizar que nuestra Casa Común sea el principio feliz de la Casa Eterna del Padre. Es decir, que el final de los tiempos sea glorioso su término, y se transforme gozosamente en la morada de Dios con los hombres. Como lo recuerda hoy Jesús mismo: «El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”.
Ciertamente es un enorme y urgente desafío detener el proceso de la actual degradación, y la habitual indolencia de muchos sectores sociales, que no se percatan de la emergencia o pretenden ignorarla.
A pesar de las frecuentes voces, que con frecuencia escuchamos de considerar una dificultad insuperable, más el desaliento que provoca la violencia, las injusticias, y las contrariedades cotidianas, desatadas por la envidia, los celos, los desaires y las burlas ante las propuestas por el bien de la sociedad: La fe nos anima a afrontar con esperanza el gran desafío de hacer presente el Reino de Dios en nuestro tiempo.
En la mirada del amor de Dios Padre y en la confianza en su Palabra, el Hijo de Dios que nos prometió la asistencia del Espíritu Santo, sin duda encontraremos la fortaleza necesaria para afrontar las adversidades. El Papa Francisco expone en el No. 2 de la Encíclica Laudato si’ que:
“Esta hermana nuestra la madre tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”.
Ya que hemos sido bendecidos con el sol, el agua y la tierra, y las diversas especies de minerales, vegetales, y animales tan variablemente abundantes en fertilidad para que todos pudiéramos alcanzar una vida digna; abramos nuestras mentes y nuestros corazones para que podamos responder al don de la creación.
Depende de nosotros el destino de nuestra casa: hacerla morada de Dios con los hombres o llevarla a una degradación insospechada de escenarios catastróficos. Trabajemos por extender entre nuestros familiares, amigos, y vecinos, la conciencia de un nuevo estilo de vida, en base a una ecología integral, que sin duda las nuevas generaciones mucho lo agradecerán.
Pidamos a Dios, nuestro Padre, por nuestras autoridades y por todos los que tienen posición de liderazgo para que, con el auxilio divino, colaboremos los ciudadanos a edificar, en nuestra Patria y en el mundo entero, la prometida ciudad santa.
Los invito a que oremos a Dios, nuestro Padre que nos regaló esta tierra, y a María de Guadalupe, que como madre entiende la importancia de cuidar la casa de sus hijos y proveer todo lo que necesitan.
Acudimos a tí Madre Nuestra, y a Nuestro Padre Dios para que nos ayuden a ser conscientes, que es nuestra responsabilidad heredar en buenas condiciones nuestra Casa Común a todas las criaturas y especialmente a las generaciones futuras.
Tú, Madre querida, bien conoces que Dios es amor, y que nos ha creado a su imagen para hacernos custodios de toda la creación. Abre nuestras mentes y toca nuestros corazones para que respondamos favorablemente al don de la creación.
Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.
Ahora, que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, ayúdanos a ser capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres; para que que todos los actuales sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Enséñanos a ser valientes para acometer los cambios, que se necesitan en busca del bien común de toda la humanidad.
Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
V Domingo de Pascua, 15 de mayo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”.
La interpretación de este mandamiento nuevo se refiere a la relación entre las personas, que debe ser movida por el amor. Y el concepto se clarifica con el testimonio de Jesús “como yo los he amado”. Jesús pasó haciendo el bien. Su persona no se centró en sí mismo, sino en el otro, cumpliendo la misión que el Padre le encomendó: manifestar la vida trinitaria, que es el amor incondicional que mira siempre el bien del otro por encima del propio.
¿Acudo a Jesús, para aprender de su ejemplo y fortalecer mi espíritu en vista de amar al prójimo como Él lo hizo? Porque amar al prójimo significa no solamente cuidar de la persona, sino de todo aquello que necesita para una vida digna: casa, vestido y sustento. Ciertamente nadie es capaz de resolver las necesidades de todos. La tarea es promover la colaboración de los demás para edificar una sociedad con espíritu solidario y subsidiario que ofrezca las condiciones favorables a todos sus miembros.
¿Cómo iniciar y desarrollar tan desafiante misión? Hoy la primera lectura recuerda que los primeros discípulos eran conscientes de afrontar las dificultades y para ello se animaban compartiendo sus experiencias: “Pablo y Bernabé… animaban a los discípulos y los exhortaban a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”.
Por tanto, lo primero es recordar con frecuencia, que la edificación de una sociedad, que manifieste en su estilo de vida la Civilización del Amor, es el proyecto que Dios quiere, y espera de la humanidad. El Auxilio Divino es la base y el sustento de nuestra esperanza para colaborar en dicho proyecto.
En segundo lugar, y como consecuencia de confiar y experimentar la ayuda divina, es comprometernos a vivir en comunidad: familia, vecindad, colonia, ámbito laboral, y recreativo. Para lo cual es indispensable promover y testimoniar en la relación con los demás, el respeto a la dignidad de toda persona, desde los valores de la Justicia y la Verdad.
La acción comunitaria y organizada es la gran labor a la que estamos llamados por Dios. Además, así encontraremos el sentido fundamental de nuestra vida. ¿Descubro, la importancia de promover el bien de la comunidad para vivir como buen cristiano? Para ello es indispensable dejarnos conducir por el Espíritu Santo, prometido por Jesús a su Iglesia, al Pueblo de Dios.
¿Y cómo realizamos ese aprendizaje? Como lo hacía la primitiva Iglesia: “reunieron a la comunidad y les contaron lo que había hecho Dios por medio de ellos y cómo les había abierto a los paganos las puertas de la fe”.
Con razón el Papa Francisco ha propuesto y solicitado a la Iglesia, que la Sinodalidad es la manera indicada. La cual consiste en caminar juntos, y para ello se requiere tres pasos fundamentales: primero capacidad de dialogar en escucha recíproca; segundo paso, discernir en común para clarificar las situaciones, conflictos, y necesidades del Pueblo de Dios; y tercer paso, proponer a las respectivas autoridades las acciones convenientes, con actitud y disposición corresponsable, para realizar de forma solidaria y subsidiaria, las que decida la autoridad competente.
Estos tres pasos: capacidad de escucha recíproca, discernimiento eclesial, y acción en equipo, debe permear todas las estructuras e instancias de conducción y decisión pastoral para animar y realizar las actividades acordadas.
Así aprenderemos a caminar juntos bajo la acción del Espíritu Santo, que nos proporcionará la sabiduría y la fortaleza necesaria para no bajar la guardia ante las adversidades, dificultades, e incluso discusiones y conflictos, que de ordinario aparecen en el proceso. Al realizar este camino sinodal haremos un aporte especialmente valioso a nuestra sociedad, ante los nuevos contextos socioculturales y políticos.
Siempre los cambios de estilo en llevar la conducción social plantea enormes retos, y uno de ellos es superar la polarización que genera naturalmente lo nuevo, lo distinto. Nuestro País vive con frecuencia una polarización que enfrenta a los distintos sectores sociales, impidiendo el diálogo fecundo y creador, que conduzca a visualizar y promover las iniciativas convenientes, y la participación convencida para la ejecución. Es urgente por ello, generar caminos de reconciliación y entendimiento en todos los niveles de la sociedad.
Para aprender la escucha recíproca que exige el auténtico diálogo, es indispensable la libertad de expresión en todas sus modalidades, solo así conoceremos los argumentos y opiniones de todos; y es la base para la conciliación de los distintos puntos de vista aun los contrastados; ya que escuchar al otro me ayuda a reconocer aspectos no considerados, máxime cuando se trata de confrontaciones en las mismas informaciones.
La Iglesia tiene por misión servir a la sociedad, y para realizar esta tarea necesita generar entre los fieles una constante actitud de escucha y comprensión, ante quien piensa lo contrario. Toda comunidad eclesial debe estar siempre dispuesta a promover el diálogo para mediar y superar las polarizaciones, colaborando en la reconciliación, recordando que es el camino de la paz social.
De esta manera colaboraremos adecuadamente para hacer realidad la visión de San Juan, y participar en ella: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva…Es la morada de Dios con los hombres; vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo”.
Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien ya participa en plenitud de la morada de Dios, para que nos auxilie en nuestro caminar hacia la Casa del Padre.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para promover que toda persona cuente con Casa, Vestido y Sustento.
Que podamos sentir ahora más que nunca, que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón, que nos comprometa en colaborar en la integración del Pueblo de Dios.
Te encomendamos a todos los educadores y maestros para que orienten y ayuden a las nuevas generaciones en asumir los valores espirituales humanos y cristianos para que sean capaces de edificar la anhelada civilización del amor en nuestra Patria.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
IV Domingo de Pascua, 8 de mayo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
III Domingo de Pascua, 1 de mayo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México
“Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Nosotros también vamos contigo. Salieron y se embarcaron con él, pero aquella noche no pescaron nada”.
Ha quedado atrás Jerusalén, han superado el temor, y vuelven a Galilea y a sus actividades como pescadores. Se encuentran siete de los discípulos de Jesús, y Simón Pedro los invita a retomar las actividades propias de la pesca, todos se suman gustosos a la iniciativa de Pedro; sin embargo esa noche no pescaron nada. Siete es número de plenitud, Pedro es la cabeza, pero volver a las antiguas labores de pescadores no era la misión para la que Jesús los había llamado. Todavía no han comprendido, que serán pescadores de hombres.
Jesús con bondad y paciencia se presenta como un hombre cualquiera a la orilla del mar: “Al amanecer, Jesús estaba en la orilla del mar, pero los discípulos no lo reconocieron”. Han trabajado en vano, regresan cansados y sin la satisfacción de haber logrado el objetivo; pero en esas circunstancias adversas reciben la sorpresa de reencontrarse con el Maestro, con Jesús vivo.
¡Cuántas veces hemos vivido esa experiencia de frustración cuando hemos puesto todo nuestro empeño en algo, que consideramos importante, y que por nuestra experiencia lo hacemos con plena confianza que lo lograremos, pero no obstante nuestro esfuerzo, el resultado es nulo! Y, si además se trataba de una tarea o misión apostólica, que haría mucho bien a los demás y a la misma Iglesia, sentimos que Dios nos ha abandonado, que no le ha agradado nuestra iniciativa, o que algo hicimos mal.
Sin embargo esta escena, expresa que son ocasiones donde, de manera imprevista y sorprendente, se hace presente el Señor Jesús para suscitar la revisión y el discernimiento, que conducirá a lo que realmente Dios Padre quiere de nosotros.
Así lo expresa el fracaso de la pesca y la presencia de Jesús que les indica: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos obedecen y descubren que con Jesús podrán pescar en abundancia. “Jesús les dice: Traigan algunos de esos pescados”, y es Simón Pedro, quien arrastró hasta la orilla los pescados grandes. Pedro es el que les dijo a los otros vamos a pescar. Pedro es quien escucha del discípulo amado, Juan, que el hombre de la playa es el Señor, y se tira para ir rápido junto a Él.
Las acciones que acontecen cuando la lógica humana no los espera, serán de ahora en adelante la forma de encontrar a Jesús resucitado, quien está detrás de esas acciones, como lo manifiesta esta escena. Así Jesús indica a sus discípulos la misión que necesita para ofrecer eficazmente la Redención al mundo. En esto consiste, que sean pescadores de hombres, pescadores en los mares de la humanidad. Es así como los momentos de fracasos, sufrimientos y desolación se convertirán en encuentro con Dios, que generan la paz y la esperanza, y que fortalecen al discípulo para llevar a cabo la misión.
Lo cual contemplamos en la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, donde expresan la valentía para resistir azotes que no merecen, tormentos que no son justificables. Lo hacen no solamente aceptándolos con resignación, sino alegremente, y felices de testimoniar, que Dios se hace presente a través de su generosa entrega: Los miembros del Sanedrín mandaron azotar a los apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos se retiraron del Sanedrín felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús”. ¿Cómo es posible eso? Solamente mediante el discernimiento de la voluntad de Dios Padre, y la decisión y cumplimiento de esa voluntad divina.
¿Cómo podremos obtener la experiencia de encuentro con Jesucristo? A partir del gesto de Jesús, que prepara el fuego para freír los peces, y los invita a compartir el pan y el fruto de lo que pescaron ellos. De esta puesta en común descubriremos que la misión de la Iglesia, una parte la hará Dios y la otra el hombre con su trabajo.
Así alude a la Celebración litúrgica para compartir nuestros proyectos y trabajos con el pan de la Eucaristía. Por esto es conveniente preguntarme con frecuencia si la Eucaristía es para mí el momento de encuentro con Jesucristo para recibir el pan de la vida que me ofrece. Y también recordar que necesito prever momentos habituales de oración para tomar conciencia del permanente acompañamiento de Dios, mediante el Espíritu Santo.
“Cuando acabaron de comer, Jesús le preguntó a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. El sustento para seguir a Jesús y recibir la encomienda de cuidar a los demás es el amor. Pero también es necesario descubrir que toda encomienda eclesial deberá ser en equipo. “Pedro miró hacia atrás y vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había reclinado sobre el pecho de Jesús, preguntándole: Señor, ¿quién es el que te va a entregar? Cuando Pedro lo vio le preguntó a Jesús: Señor, ¿y éste qué? Jesús le contestó: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué te importa? ¡Tú, sígueme!”.
La Iglesia en medio de las marejadas propias de la fragilidad y limitación humanas se mantendrá gracias al amor sin límites. Para ello Pedro debe estar alerta para superar cualquier tentación de envidia y celo que todo lo arruina. Jesús llama a Pedro para ser cabeza, pero le advierte con firmeza que necesita cuerpo, y ese cuerpo lo formará la comunidad de discípulos.
Juan, el discípulo amado, será modelo de otra tarea indispensable: dar testimonio veraz por escrito de Jesús, en efecto, Juan anuncia el final de los tiempos mediante una visión: “Oí a todas las creaturas que hay en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el mar -todo cuanto existe-, que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén”.
Acudamos a María, como Madre de la Iglesia, sin duda nos ayudará a cumplir en comunión eclesial y fraterna ayuda, la misión de la Iglesia, afrontando los grandes desafíos de nuestro tiempo.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita.
Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
ABRIL 2022
II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, 24 de abril de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, 17 de abril de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por
S.E. Mons. Salvador González Morales, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
No habían entendido las escrituras según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos…
Siempre será sorprendente el hecho de que en ninguna página del nuevo testamento se tenga un relato de la resurrección en si misma; sino del anuncio de que ha tenido lugar. Los evangelios se detienen ante lo que es más bien la presencia de un Cristo ya resucitado en la primera iglesia, al mismo tiempo que narran el camino de fe de los primeros creyentes; este es precisamente el tema de nuestra reflexión este domingo de pascua, momento fundamental para todo el año cristiano “A Jesús es posible encontrarlo vivo y presente en la misma celebración dominical de nuestra fe”.
El discurso del apóstol Pedro en casa de Cornelio es el relato de como Él ha predicado en los primeros tiempos el mensaje cristiano, ahí se contenía una síntesis de la historia de Jesús cuyos puntos hay que notar inmediatamente, su bautismo donde fue consagrado mesías por el espíritu santo que descendió sobre Él.
La actividad de su vida pública y sus gestos de liberación a favor de los sufridos y oprimidos por el diablo, su muerte y resurrección con el testimonio de los discípulos que han visto lo que ha hecho y hasta han comido con Él, y la misión de los apóstoles que deben anunciar lo indicado, que Él es el juez que vendrá y que hay que convertirse para que se perdonen los pecados.
No se trata más que de la vida de un hombre lo que decía y hacía en razón de dos elementos que no pueden decirse puramente humanos su muerte, tenía un valor de salvación para todos y su resurrección hace ahora darse cuenta de que no era un hombre solamente, sino el Hijo de Dios.
Con ello la comunidad está invitada a meditar las cosas que recientemente ha celebrado y a dirigir confiada su oración a Jesús de Nazaret verdadero mesías hijo de Dios. El relato evangélico que nos ha regalado el Señor esta tarde tampoco describe como ocurrió la resurrección, pero si indica cómo llegaron a la fe los primeros creyentes y como pueden hacerlo los que son creyentes de todos los tiempos.
A la certeza de la fe aunque el término parezca contradictorio se llega por medio de los signos al entrar en la tumba, la mañana de pascua se desarrolla un proceso, un educarse al ver los signos de la resurrección para creer en lo que ha ocurrido; de tal manera que en primer lugar María Magdalena simplemente ve las cosas como no deberían estar, la piedra está quitada, la piedra sello de la condena humana sobre una historia que no era solamente humana, sino la acción más maravillosa del Dios que salva; su comprobación le hace actuar a nivel humano… corre y denuncia.
En segundo lugar, Pedro simplemente observa las cosas fuera de lugar; la piedra quitada, las vendas y el sudario doblado, todos signos insuficientes para uno que ve con ojos de asombro y comprobación a nivel horizontal. En estos dos casos las reacciones humanas son lo más natural pues se basan en actitudes humanas ante lo ocurrido.
En tercer lugar, el discípulo amado quien ya no ve u observa simplemente sino que ve o contempla y cree, llega a un estado de certeza de que la historia de Cristo no fue la historia de un fracaso terminado en el robo del cuerpo, sino de que verdaderamente algo ha ocurrido. El discípulo amado tiene fe y esa fe es donde Dios por ello, ahora comprende la escritura del testimonio de los profetas que Pedro anuncia a Cornelio el Cristo debía de padecer y también resucitar para salvar a la humanidad.
Desde esa mañana y ahora más que nunca, Cristo muerto pero también resucitado comenzará a irrumpir en la historia y en la vida de cada hombre a través de la fe en los signos de su presencia. Al igual que aquellos discípulos, los cristianos hemos de dar crédito a las escrituras aunque no veamos físicamente al resucitado pues en nosotros a de vibrar la misma fe que movió al discípulo amado, a no apagar su esperanza de que la historia de su amado Señor no podía terminar en la oscuridad del calvario.
San Pablo se preocupa de hacer entender como lo que era aparentemente una existencia humana corriente ha sido transformada profundamente por Dios; Cristo dice fue sentado a la derecha de Dios ante todo el apóstol se preocupa de mostrar cómo estos acontecimientos de la historia de Cristo afecta nuestras vidas, se trata de que también nosotros busquemos las cosas de arriba, es decir, que orientemos nuestra historia personal, comunitaria de acuerdo a lo que creemos y a lo que esperamos
Queridos hermanos, queridas hermanas en este día tan hermoso, en este lugar bendito a los pies de Santa María de Guadalupe, en medio del gozo de la celebración de la pascua de Nuestro Señor, tenemos que afirmar que nuestra esperanza en Él, que pasó por el mundo haciendo el bien nos lleva a imitarlo en el trato con todo hombre y mujer que está cerca de nosotros.
Es fundamental que colaboremos para que la presencia del resucitado siga cambiando el mundo a través de nuestro paso, vale la pena preguntarse sobre si creemos suficientemente en las cosas de arriba, es decir, en los valores del reino de Dios como para que ello afecte nuestras decisiones a todo nivel personal, familiar, social.
ste es el tiempo de sentirnos renovados, el tiempo de sentir esta renovación para que haya una conciencia sobre esta misma renovación, finalmente, estamos urgidos de aprender a leer los signos de la presencia de Cristo en el mundo y animar a los demás a leerlos; por eso, a Él, que es todo el amor de Nuestra Madre Santa María de Guadalupe le decimos en este día:
“Al extender tus manos en la cruz ¡oh Cristo! Derramaste en el mundo el amor del Padre, hoy ante la tumba vacía, te cantamos victoria pues tú llamas a la vida y ella te obedece, ¡oh Señor de la luz y de la vida! abre nuestros ojos ante los signos de tu paso, aumenta nuestra fe ante la tumba vacía para que no veamos simplemente sino que contemplemos en el corazón el triunfo del amor que no muere nunca, para que no desesperemos ante la muerte, para que vayamos a nuestros hermanos y seamos para ellos un signo vivo de tu resurrección y de tu paso, te lo pedimos con la confesión silenciosa del discípulo amado ante el sepulcro, con una certeza grande de que vives y reinas resucitado para siempre”.
Amén.
Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, 10 de abril de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por
S.E. Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México
Queridas hermanas y hermanos, con este Domingo de Ramos comenzamos la Semana Santa y en especial en este año lo hacemos con gran gozo, al poder mirarnos unos a otros todos reunidos en esta casita sagrada de Nuestra Madre Santísima de Guadalupe.
Así como nos miramos juntos como pueblo, cuidándonos pero también acercándonos a ella a pedir su protección y por ello, no puedo dejar de darle gracias a Dios porque desde un templo completamente vacío que me tocó ver hace dos años en la pascua, hoy vemos como resurgimos a la vida en esta celebración, por eso demos gracias Dios.
El día de hoy escuchamos la pasión, pero la escuchamos en un contexto diferente que haremos el viernes Santo, este domingo tomamos en cuenta la entrada de Jesús a Jerusalén y la crucifixión. Que diferencia nos permite este domingo en reflexión… creo yo que tenemos por un lado esta expresión del pueblo que aclamaba Jesús “Bendito el que viene en el nombre del Señor”.
Yo me preguntaba cuando leía una vez más este evangelio del día de hoy con el canto inicial, me trataba de imaginar al pueblo en aquel entonces ¿que miraban en Jesús? el pueblo miraba la esperanza, habían visto en Jesús a un ungido del Señor que les traía la esperanza que Dios estaba entre ellos, los milagros de Jesús, la multiplicación de los panes, la resurrección de Lázaro, las palabras sabias… tantas cosas que había hecho Jesús que había hecho resurgir con hacer una esperanza en el pueblo, “Dios caminaba con ellos” y por eso le gritaban a Jesús “Bendito el que viene en el nombre del Señor”.
Sabían que venía en el Nombre del Señor y eso traía gozo y esperanza, este gozo y esta esperanza contrastan después con los gritos terribles que escuchamos del mismo pueblo “crucifícalo, crucifícalo”. Yo me preguntaba ¿Qué pasó entre un grito que decía que era el hombre que traía la esperanza, el Mesías, el ungido del Señor? y el otro que confundidos por algunos líderes del pueblo ya no ven al Mesías, sino a un traidor; y se atreven a despreciarlo.
Y llama la atención que en el evangelio de Lucas resalta muy claramente y por tercera vez Pilatos les dice “No encuentro ninguna culpa”… era claro que estaban crucificando a un inocente y no solamente a un inocente ¡al inocente! sin embargo el pueblo gritaba ¡crucifícalo, crucifícalo!
Queridos hermanos y hermanas para mí este pasaje, esta experiencia del Domingo de Ramos nos refleja la fragilidad de nuestra fidelidad, pues tan sinceros eran los gritos “Bendito el que viene como la fuerza y el coraje que mostraban el crucifícalo” pero eran las personas que tenían una fragilidad en su fidelidad a Dios y en su fe, querían un Dios que les cumplieran sus gustos, pero no un Dios que los comprometiera; y en el momento que tuvieron que comprometerse con Él, prefirieron hacerse a un lado y si ya no le iban a hacer los milagros entonces ya no les servía.
La fe se tiene que vivir en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en los momentos en los que se puede experimentar palpablemente la bendición de Dios y también cuando la vida me pide pasar por algún sufrimiento. Hemos de voltear a Dios con la misma fe y decirle “Bendito Dios que me acompañas a gozar y a sufrir y que le das sentido a mi vida” pero este pueblo no quiso hacer eso, este pueblo prefirió traicionar a su mesías que le había traído esperanza y renunciar y quedarse sin nada, antes que comprometerse… esto es la historia de nuestro pecado.
Los invito a que no volteen a ver aquel pueblo de Jerusalén y se pongan a juzgarlos, ¿cómo es posible que hubieran hecho eso? ¡no! no se engañen, nosotros hacemos lo mismo cada vez que pecamos, cada vez que renunciamos al amor de Dios por un pedacito de gozo, de felicidad, de placer, de orgullo, de soberbia; pero la salvación está en cómo reaccionó Jesús, cómo reacciona Jesús ante la traición del pueblo.
Y este año que escuchamos el evangelio de Lucas, tenemos un festín de misericordia, muchos signos de misericordia en esta pasión, el pueblo traicionando a su mesías y el mesías perdonándolos. Cada gesto que Jesús vive y San Lucas nos transmite de la pasión, son gestos de misericordia, Jesús diciéndole a las mujeres “hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren por ustedes, ustedes sufrirán más que yo” Jesús no pensando en Él, no reclamando sino buscando traer consuelo a su pueblo.
Jesús que ante la invitación irónica de los de los líderes del pueblo que le dicen “bájate de la cruz que eres el mecías” Jesús que guarda silencio, guarda silencio ante esa falta de falsas pretensiones que le presentaban y guarda silencio para salvarnos; así como venció la tentación en el desierto, vuelve a vencer la tentación en la cruz de usar su vida, su poder, su autoridad para sí mismo.
Si les ha hecho caso hubiera pensado en Él, pero no estaba pensando el Él, estaba pensando en el pueblo, después vemos esta palabra de vida… yo te aseguro, le dice al ladrón, que hoy estarás conmigo en el paraíso; Jesús regalando abundantemente su misericordia a este hombre, invitándolo a vivir plenamente en el paraíso, no porque su vida lo justificara, sino por la misericordia de Dios, ofreciendo vida cuando él estaba recibiendo muerte, cuando él recibía odio, Él ofrecía empatía, misericordia y perdón.
Estas palabras padre “perdónalos porque no saben lo que hacen, todavía Jesús tratando de justificar nuestra traición, no saben lo que hacen, perdónalos Padre, necesitan de tu misericordia para vivir”.
Finalmente, Jesús pone su mirada en el cielo ante nuestra traición, ante el desprecio del pueblo, Jesús no pone su esperanza en estas palmas que se levantaban para aclamarlo; pone su esperanza en su Dios, en su Padre, y por eso, cuando el siente que ha mostrado con plenitud el amor que Dios nos tiene, cuando nos ha perdonado y nos ha ofrecido la vida, cuando ha cumplido con su misión nos dice “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Yo escucho en esta frase a Jesús diciéndole “Pongo en tus manos Padre, la misión de la iglesia”, en estas personas que así como me alabaron me traicionaron, te pido que las perdones y encomiendo mi espíritu para que sea tu espíritu el que lleve a cabo esta obra.
Y esa es nuestra esperanza, que creemos en un Dios, que no corresponda nuestra infidelidad con violencia o con condena, responde con misericordia y nos ofrece un camino de esperanza y nos dice “sé que son frágiles, pero siempre estaré yo con ustedes para levantarlos” esa es la esperanza que Cristo nos da en este domingo. Creemos en un Dios que si es fiel y que a pesar de nuestras infidelidades el permanecerá fiel, porque sabe que sin Él no alcanzaremos la vida plena.
Queridas hermanas y hermanos comenzamos la Semana Santa, comenzamos este gran misterio de amor y de salvación, no desperdiciemos el tiempo, pongámonos a meditar una vez más la historia, no es una historia, es un acontecimiento vivo y real, que hoy sigue Jesús recordándonos lo misericordioso, empático y solidario con nosotros y llevemos esta esperanza de la presencia de Cristo Nuestro Salvador a nuestros hermanos, a nuestras familias, a nuestros hogares.
Que Nuestra Madre Santísima de Guadalupe, que vino a recordarnos eso, que creemos en un Dios de vida, en el verdadero Dios, que desea la vida plena de todos nosotros, a ella hoy los invito a encomendarnos para que nos traiga con su consuelo, con su intercesión, la paz que hoy nuestro pueblo necesita.
Que así sea.
V Domingo de Cuaresma, 3 de abril de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E.R. Mons. Héctor Mario Pérez Villareal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.
Escuchamos en la lectura del profeta Isaías como dice el Señor en boca del profeta “Ya no recuerden más el pasado, no piensen en lo antiguo, voy a hacer algo nuevo, ya está surgiendo” ¿no lo ven?
Me recordó este pasaje precisamente el comienzo de la sagrada escritura cuando se nos dice que todo era caos, confusión y oscuridad y el espíritu de Dios aleteaba sobre la faz de la tierra para sacar de aquel caos un orden, a Dios le gusta el orden, lo vemos en las estrellas del cielo, en el micro cosmos en todos los seres vivos de aquello que era confusión, el Señor ha sacado una armonía al cosmos de ahí viene la palabra cosmético, bello.
La oscuridad fue disipada con la luz, también recordaba aquello que vamos ya próximamente a vivir en semana santa, la pasión de Nuestro Señor cuando los discípulos estaban llenos de temor, tristeza, llanto, desilusión; pero el Señor resucitó y ya el espíritu de Dios podemos decir, aleteaba nuevamente sobre la faz de la tierra y vino pentecostés y en pentecostés los discípulos quedaron llenos del espíritu santo para salir a anunciar con valentía que Jesús estaba vivo y nos enseñaba el arte de vivir.
Hoy nuevamente hay caos, confusión, oscuridad… hay temor, tristeza, llanto, desilusión, pero el espíritu de Dios viene a hacer nuevas todas las cosas; dice el libro del apocalipsis “he aquí que hago nuevas todas las cosas” no recuerden ya el pasado, no piensen ya en lo antiguo, voy a realizar algo nuevo, ya está brotando ¿no lo ven?
Nosotros podemos disponernos a esta nueva etapa de edificación de una nueva sociedad, todavía viviendo la crisis de los efectos de la pandemia, todavía viviendo esta crisis de la guerra que estamos viviendo cuyos efectos alcanzan a toda la humanidad; podemos nosotros disponernos en esta todavía noche oscura cuyo amanecer estamos esperando… cuando la noche está más oscura, más espesa, alberga la esperanza de un nuevo amanecer.
Aparecen en algunos santos unas noches oscuras, por ejemplo, la noche oscura de San Juan de la Cruz, en una cárcel, o la noche oscura de la enfermedad, de Santa Teresa del Niño Jesús o la noche de San Ignacio de Loyola cuando está a punto de discernir que es aquello que le está pidiendo Dios, la noche de la Madre Teresa de Calcuta, cuando entra en una gran confusión de si ha estado haciendo bien o si ha elegido el camino correcto. Esta noche también tiene una esperanza de un nuevo amanecer.
Pensemos en un cuadro, en una pintura muy hermosa de la noche de Van Gogh, una noche que está llena de estrellas, porque alberga la esperanza de un nuevo día y todas estas noches pueden tener su centro en la noche de la pasión; porque se oscureció el día y es ahí donde vemos el método que utiliza nuestro Señor, es el método de la encarnación, el viene muy de cerca, viene desde dentro y viene desde abajo y es así como pienso que podemos nosotros colaborar a la edificación de una nueva sociedad. A colaborar con la gracia de Dios, desde abajo, con mucha humildad, pidiendo ayuda, dejándonos ayudar unos con otros, desde dentro, no desde nuestra burbuja, desde nuestra cápsula; sino desde el caminar junto con los demás hermanos.
Sintiendo lo que están sintiendo sobre todo las personas más vulnerables, desde abajo, desde dentro, desde cerca; haciéndonos prójimos sin esperar a que nos pidan ayuda, mostrando la cercanía, la misericordia, la ternura de Dios, como nos
enseña el Santo Padre “no recuerden ya lo pasado, no piensen en lo antiguo, algo nuevo está surgiendo, estoy por realizar algo nuevo” ¿qué acaso no lo ven?
Yo los invito a soñar en grande ¿cuál va a ser tu aporte a la edificación de esta nueva sociedad? ¿qué has aprendido en toda esta experiencia tan dura de la pandemia? a soñar en grande desde tu vocación desde tu profesión, desde tu oficio, desde tu edad, como puedes colaborar.
En segundo lugar no dejes que nada, ni nadie te rebaje tus ideales, ni tú mismo diciendo que no vas a poder, quien soy yo para colaborar con algo tan grande.
¡Tercero! La diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario de una vida estará en un esfuerzo más; necesitamos dar un extra para levantar esta sociedad.
Y finalmente siempre en equipo, siempre caminando juntos; porque caminar juntos es una exigencia o un ejercicio de necesidad, más que nunca es necesario caminar juntos. Caminar juntos es una experiencia de belleza y es por ello que el Señor dice que algo nuevo está surgiendo, es este caminar juntos, este edificar juntos el proyecto de Dios.
Vamos a pedirle al Señor que nos conceda disponernos para la acción del espíritu santo después de meditar con mucha seriedad los misterios de la pasión, muerte y resurrección del señor.
Así nos dispondremos para una nueva acción, un nuevo pentecostés del espíritu santo en nuestra iglesia.
Que así sea.
MARZO 2022
IV Domingo de Cuaresma, 27 de marzo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de Méxioc
“En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo: por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús afronta con la parábola de los dos hijos, las frecuentes críticas de los fariseos y escribas, que recibía por mantener una actitud abierta y de diálogo con todo tipo de personas, incluidos los pecadores públicos, que eran considerados contrarios a la propuesta religiosa establecida en el pueblo de Israel.
La parábola cuestiona fuertemente la crítica de los fariseos, ya que el Padre representa a Dios en su amor por todos sus hijos, el hijo mayor que se siente el privilegiado y heredero único, representa a los escribas y fariseos, y el hijo menor a los pecadores públicos que derrochan sus bienes en los vicios. El mensaje se centra en el amor del Padre, que respeta plenamente la libertad de los hijos, pero conserva siempre la esperanza de que los hijos vuelvan a la casa paterna, y compartan su vida en la plenitud del amor.
Es también parte del mensaje descubrir, que al extraviar el camino y perderse en los vicios, queda la persona con mente y corazón atado a la esclavitud de lo acontecido, y llega con frecuencia a perder la propia dignidad, de ya no considerarse hijo amado, y por tanto, indigno de ser perdonado: “Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores”.
El Padre en cambio ama inmensamente a sus hijos, nunca da por perdido al pecador, y siempre está dispuesto a perdonar y a prodigar su amor a sus hijos: “Pero el padre les dijo a sus criados: ¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela;… traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado. Y empezó el banquete”.
Sin embargo el hijo mayor, representa al que se siente justo porque cumple con todas sus responsabilidades, pero con frecuencia sin tomar conciencia de que detrás lo sostiene el amor del Padre, llegando a pensar que él, se merece ser hijo y disfrutar de los bienes del padre; por eso no entiende el perdón a su hermano menor, se enoja, al escuchar la noticia: “Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo”.
En cambio la actitud del Padre es plena de bondad y de amor hacia los dos hijos: “Salió entonces el padre y le rogó que entrara… Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Cuando se vive el amor se ingresa a la experiencia de una vida nueva, todo tiene color y sentido, es la vida en el espíritu, conducida ante todo tipo de contextos favorables y adversos, ambos encuentran sentido, porque hay siempre esperanza, y todo se considera un don de Dios. Es el amor incondicional, que le da sentido a la vida, cualquiera que sea el derrotero que vivan las personas, los pueblos y las familias.
Las alegrías intensifican la convicción de ir por el camino correcto, y generan siempre la confianza necesaria para afrontar con entereza las tristezas y preocupaciones, los sufrimientos y enfermedades, porque se toma conciencia de la transitoriedad de esta vida, y crece la expectativa cierta de la futura, porque el cristiano ya conoce que Cristo entregó su vida por él, como bien expresa San Pablo: “El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo”.
Este camino es el camino pascual al que hoy se refiere la primera lectura, con la experiencia del pueblo de Israel de atravesar a duras penas el desierto, para llegar a la tierra prometida: “Los israelitas acamparon en Guilgal, donde celebraron la Pascua… en la llanura desértica de Jericó. El día siguiente a la Pascua, comieron del fruto de la tierra, panes ázimos y granos de trigo tostados. A partir de aquel día, cesó el maná…y desde aquel año comieron de los frutos que producía la tierra de Canaán”.
Cada año la Cuaresma invita a los fieles, discípulos de Cristo, a examinar el recorrido vivido y renovar la fe en los misterios de la Encarnación del Hijo de Dios y en la consecuente Redención, que ha realizado para beneficio de todos los creyentes, y hombres de buena voluntad.
Ésta es la razón del Sacramento de la Reconciliación, que ha encomendado el Señor Jesús a sus apóstoles, como recuerda San Pablo a los Corintios: “Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos confirió el ministerio de la reconciliación… renunció a tomar en cuenta los pecados de los hombres, y a nosotros nos confió el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros somos embajadores de Cristo, y por nuestro medio, es como si Dios mismo los exhortara a ustedes. En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios”.
Al llegar a esta cuarta semana de Cuaresma, como secuencia a este año, que hemos proclamado con el objetivo “Revitalicemos nuestra fe”, las Parroquias de la Arquidiócesis de México han preparado algunas iniciativas de actividades socio-caritativas para abrir nuestro corazón a las necesidades de los más pobres, y nuestra disposición para colaborar de manera solidaria y en comunidad.
La Caridad es la expresión del amor, el testimonio de vida que atrae y evangeliza a través de las obras de misericordia, mostrando el amor de Dios Padre, que ha enviado a su Hijo para enseñarnos a vivir el amor, y ha llamado a sus discípulos para que a lo largo de la historia, como Iglesia, hagamos presente el amor misericordioso, de quien nos ha creado y destinado a participar en la Casa de Dios Padre por toda la eternidad.
Nuestra Madre, María de Guadalupe, durante 5 siglos nos ha transmitido mediante su ternura ese amor incondicional. Pidámosle su ayuda para aprender a imitarla, como buenos discípulos de su Hijo.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tú y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección. En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones. Auxílianos para que en familia crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
III Domingo del Cuaresma, 20 de marzo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Viendo el Señor que Moisés se había desviado para mirar, lo llamó desde la zarza: ¡Moisés, Moisés! Él respondió: Aquí estoy. Le dijo Dios: ¡No te acerques! Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es tierra sagrada”.
Esta escena del encuentro con Dios, que cambió la vida de Moisés, ayuda a descubrir que para acercarnos a Dios debemos descalzarnos; es decir, tomar conciencia de estar en terreno sagrado, lo cual significa la necesidad de abrir nuestro interior y dirigirnos a Él con toda sinceridad y honestidad, presentándonos tal cual somos, sin encubrimiento ni pretensión de justificar nuestros errores y pecados. Es indispensable tomar conciencia, que Dios me conoce mejor que yo, y que me ama inmensamente para acercarnos y recibir el fuego purificador del Espíritu Santo.
La segunda consideración surge al observar, que Dios nos busca, como lo hizo con Moisés, con alguna señal o acontecimiento para darnos una misión: “Y Dios añadió: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés se tapó la cara, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Pero el Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores y conozco bien sus sufrimientos. He descendido para librar a mi pueblo de la opresión de los egipcios, para sacarlo de aquellas tierras y llevarlo a una tierra buena y espaciosa, una tierra que mana leche y miel”.
El encuentro con Dios, en muchas ocasiones lo provoca el Señor, que nos busca para reorientar nuestros proyectos, especialmente cuando abandonamos, como Moisés, las buenas intenciones en favor de nuestros hermanos, por las dificultades que se presentan al pretender concretarlas. En efecto, nos busca el Señor cuando andamos extraviados, huyendo de nuestros compromisos, y buscando una vida fácil, que muchas veces es la causa de caer en los vicios.
La segunda lectura advierte con claridad, que en el camino de la vida son muchos, quienes no realizan su misión, al menos no todos al mismo tiempo, y eso no debe nunca desanimarnos a cumplir cada uno su propia misión: “Todos comieron el mismo alimento milagroso y todos bebieron de la misma bebida espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo. Sin embargo, la mayoría de ellos desagradaron a Dios y murieron en el desierto”.
La historia es maestra de la vida, y un recurso excelente que permite visualizar lo que debemos evitar, y descubrir lo que debemos hacer para orientar nuestra conducta por el buen camino, como lo indica San Pablo a los Corintios: “Todas estas cosas les sucedieron a nuestros antepasados como un ejemplo para nosotros y fueron puestas en las Escrituras como advertencia para los que vivimos en los últimos tiempos. Así pues, el que crea estar firme, tenga cuidado de no caer. Todo esto sucedió como advertencia para nosotros, a fin de que no codiciemos cosas malas como ellos lo hicieron”.
Teniendo en cuenta esta reflexión queda claro el ejemplo de Jesús: “Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante”.
Así Jesús enseña que los accidentes naturales no son provocados por Dios, sino consecuencia de las leyes establecidas para el funcionamiento de la Creación. La alteración de esas leyes provoca las catástrofes y las inclemencias del tiempo. En buena medida son consecuencia de la explotación y mal uso de los recursos naturales. Por ello, es una gran responsabilidad de todos y cada uno, el cuidado de la Casa común, que Dios ha dispuesto para nuestra existencia.
Finalmente de la parábola que Jesús propone los invito a descubrir los criterios que debemos aplicar en la vida diaria:
– De la primera parte: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador. Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala, ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?”. Notemos que gracias a la constancia en observar y revisar nuestras acciones obtendremos los frutos; por eso en los proyectos y programas de las que yo soy responsable, debo exigir la rendición de cuentas, como lo hace el dueño del viñedo con su viñador.
– De la segunda parte de la parábola: “El viñador le contestó: Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré”. Se descubre la importancia de valorar nuestro trabajo, y por ello aprender y conocer al máximo posible, nuestro quehacer, como escuchamos al viñador, que ante la indicación del dueño, propone dejar la higuera un año más, porque sabe que abonando y removiendo la tierra, habrá mejores condiciones para obtener una buena cosecha. Sin duda esta actitud del viñador también manifiesta la importancia de amar nuestro oficio para tener la paciencia de la espera confiada, y obtener buenos resultados.
Estamos ya iniciando la tercera semana de la Cuaresma, durante la cual proponemos, en el programa de “Revitalicemos nuestra Fe”, de la APM, una semana orientada sobre la necesidad del perdón y la reconciliación. Por ello, especialmente el miércoles y jueves próximos, los párrocos ofrecerán la posibilidad de acceder al Sacramento de la Reconciliación.
Como San Juan Diego, rectifiquemos a tiempo nuestros temores, y superemos nuestras preocupaciones, poniendo la confianza en el inmenso amor de Dios Padre, que ha venido a manifestarnos Nuestra querida Madre, María de Guadalupe. En ella encontraremos siempre el cobijo y la comprensión, ante las diversas y variadas situaciones que nos toque vivir.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Auxílianos para que en familia crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
II Domingo de Cuaresma, 13 de marzo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambio de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban del éxodo que Jesús debía realizar en Jerusalén”.
La escena presenta a Jesús conversando con Moisés y Elías: “hablaban del éxodo que Jesús debía realizar en Jerusalén”, y que implicaría su entrega hasta el extremo de la muerte. De esta manera Pedro, Santiago y Juan están siendo preparados para fortalecer la fe de sus compañeros ante los dolorosos acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús en la cruz.
Jesús preparó de diferentes formas a sus discípulos para que entendieran el perfil del verdadero mesías, enviado por Dios su Padre, por ello era muy importante ayudarles a comprender el porqué de la dramática entrega final de su vida. Jesús ofrece pistas para descubrirles, que de forma oculta, detrás de su humanidad corporal, se encuentra de alguna manera, Dios mismo. No es por tanto un simple hombre de profunda fe y de oración constante, un hombre ejemplar en sus relaciones con los más necesitados, es algo más inimaginable, es el Hijo de Dios encarnado, es la presencia de Dios mismo.
También la escena narra que Jesús es el Hijo de Dios, y como tal, deben escucharlo: “No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió, y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo».
En ese momento no entendieron a fondo la vocación y misión a la que estaban siendo llamados, como lo muestra su actitud de quedarse en silencio: “Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo. Los discípulos guardaron silencio, y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto”. Seguramente quedaron confundidos, como nos pasa a nosotros, cuando de repente nos encontramos en situaciones inesperadas, y no sabemos cómo reaccionar, y qué debemos hacer; aunque con frecuencia, recordando alguna experiencia previa y a la luz de la fe, obtenemos la respuesta.
La Cuaresma es camino a la Pascua, es el tiempo para redescubrir la misión de Jesús y meditar el misterio de su persona, que asume la condición humana, sin dejar la naturaleza divina.
Es de gran importancia reconocerlo como el Hijo de Dios, que se encarnó en el Seno de María para manifestar con el testimonio de su vida, el amor infinito de Dios Padre por todos nosotros, creaturas predilectas de la Creación, a quienes nos ha dado vida para hacernos capaces de conocerlo y amarlo con plena libertad, y así alcancemos el destino para el que nos creó: participar de la vida divina por toda la eternidad.
Por esta razón entendemos las lágrimas de San Pablo, al expresar su tristeza por los cristianos, que no aceptan el camino de la cruz y de las necesarias renuncias, que implica seguir a Jesús: “Hermanos: Sean ustedes imitadores míos y observen la conducta de aquellos que siguen el ejemplo que les he dado a ustedes porque como muchas veces se lo he dicho a ustedes, y ahora se lo repito llorando, hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo. Esos tales acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en cosas de la tierra”.
Estamos viviendo un cambio de época, un quiebre del estilo de vida de la sociedad, quedando sin referencia de un código de ética, y dejando, especialmente a las nuevas generaciones, sin elementos para aceptar y comprender las renuncias voluntarias y el sufrimiento inesperado, como la vocación de asumir la cruz de Cristo en la vida diaria.
Éste es uno de los grandes desafíos para la evangelización en nuestro tiempo, para afrontarlos es fundamental, que quienes nos llamamos cristianos y nos sentimos comprometidos en transmitir los valores de la fe, demos el testimonio de una vida ejemplar, al estilo de Jesús, de reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, de generosidad y entrega para auxiliar a los pobres y necesitados, y de cumplir eficientemente con nuestras responsabilidades.
Los contextos y conductas adversos a los valores humano-cristianos no deben desanimarnos. Recordemos el ejemplar testimonio de Abraham, quien escuchó y aceptó la voz de Dios y confió en la promesa de ser auxiliado por Dios: “Dios sacó a Abram de su casa y le dijo: «Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes». Luego añadió: «Así será tu descendencia». Abram creyó lo que el Señor le decía y, por esa fe, el Señor lo tuvo por justo”. Dios estableció la alianza con él, que cumplió cabalmente con sus descendientes de generación en generación: «A tus descendientes doy esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río Éufrates”.
Esa alianza llegó al culmen con la llegada Jesús, el Mesías anunciado, y a su vez, Jesús prometió a sus discípulos: “Yo estaré con Ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,20).
Esta Cuaresma démonos la oportunidad de revisar y examinar nuestra vida, y a la luz de esa revisión escuchemos la Palabra de Dios, y con mi familia o en la comunidad parroquial, compartamos las inquietudes, que la Palabra de Dios mueva en nosotros. Las Parroquias de nuestra Arquidiócesis están ofreciendo diversas actividades para que “Revitalicemos nuestra Fe”. Esta semana estará centrada en la reflexión y meditación, mediante alguna forma de retiro espiritual.
Los invito abrir nuestro corazón a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y pedir su ayuda para vivir la Cuaresma, de forma que se convierta en una hermosa experiencia, que fortalezca nuestra Fe, Esperanza, y Caridad.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Auxílianos para que en familia crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén
I Domingo del Cuaresma, 6 de marzo de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“La Escritura afirma: Muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón, se encuentra la salvación, esto es, el asunto de la fe que predicamos. Porque basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, para que pueda salvarse”.
San Pablo dirigiéndose a la comunidad de Roma exhorta a sus integrantes, en la necesidad de la coherencia entre el decir y el vivir, entre el hablar y el actuar, por eso insiste que debemos adquirir la relación y coordinación de la boca y el corazón: “Hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación”; es decir, debemos ser coherentes entre lo que creemos de corazón, con lo que hablamos con la boca.
Además de afirmar que es el camino para ser santos y obtener la salvación eterna, explica que esto lo obtenemos gracias al amor, que Dios Padre nos tiene: “ya que uno mismo es el Señor de todos, espléndido con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por él”.
Para vivir este proceso la primera lectura, en boca de Moisés, indica la importancia de transmitir a las nuevas generaciones las experiencias vividas: “Dijo Moisés al pueblo: Cuando presentes las primicias de tus cosechas,… tú dirás estas palabras ante el Señor, tu Dios: Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto y se estableció allí con muy pocas personas; pero luego creció hasta convertirse en una gran nación, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra humillación, nuestros trabajos y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo protector”.
Las experiencias históricas de intervención divina, de los pueblos y de las comunidades o de las familias, e incluso las personales, son el sustento de la confianza en Dios Salvador, que nos ama intensamente. El recuerdo de dichas experiencias salvíficas ante nuevas situaciones que vivan ya sea las personas, o las comunidades y los pueblos, les proporcionará la firme esperanza, de que saldrán adelante de esas pruebas con la ayuda de Dios.
El evangelio de hoy recuerda, que el mismo Jesús intensificó su relación con Dios, su Padre: “lleno del Espíritu Santo, regresó del bautismo en el Jordán, y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio”.
Jesús antes de iniciar su misión, se retiró a orar y a consolidar en su intimidad la ayuda divina, como verdadero hombre, experimentó la necesidad de invocar a Dios, su Padre para afrontar con plena confianza, las adversidades que se presentaran. En esa búsqueda de la ayuda divina, llegaron las tentaciones del mal, como con frecuencia nos pasa en nuestros momentos de oración, cuando nos encontramos en duras pruebas.
En esta escena del evangelio descubrimos, que al buscar la ayuda de Dios, de variadas formas, el tentador, suscita una tergiversación de nuestra actitud, incitando a poner a prueba la intervención de Dios: «Si eres el Hijo de Dios (si Dios te escucha), dile a esta piedra que se convierta en pan… Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras”.
Las respuestas de Jesús son expresión de la sabiduría, que debemos adquirir para superar las tentaciones, y asumir con plena confianza nuestras responsabilidades: “Jesús le contestó: Está escrito: No sólo de pan vive el hombre… Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás… También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”.
Jesús muestra que las tentaciones se vencen no por la fortaleza de la persona, sino por la confianza en quien me ama y me envía, por eso no se debe tentar a Dios, se debe creer y vivir en consecuencia a la fe, y esperar confiadamente, en que de alguna manera, muchas veces inesperada y sorpresiva, llega la ayuda divina.
Estos dos últimos años hemos vivido la Pandemia del Covid, una situación inesperada, que ha provocado sufrimiento, dolor y muerte por doquier. Ha quebrado nuestros ritmos de vida social, ha debilitado nuestras relaciones, ha alterado nuestras prioridades, ha reducido nuestra libertad para desarrollar nuestros proyectos y servicios, que se han centrado en atender a los afectados por los contagios, y a los afectados por las consecuencias de la Pandemia en el campo laboral, comercial, educativo, e incluso político de los países.
Como Arquidiócesis de México hemos programado el resto de este año 2022, una serie de actividades que nos ayuden a revitalizar nuestra fe. Esta primera semana de Cuaresma, tiempo de conversión y renovación en la fe, iniciamos el mes de la familia, con la semana de oración en familia. Mucho ayuda recordar, sin importar cuál haya sido nuestra conducta hasta hoy, que el Señor Dios, nuestro creador y dador de vida, está esperando que lo invoquemos, que lo conozcamos, y que experimentemos el perdón y la reconciliación; ¡qué mejor que hacerlo en familia!
Esta Cuaresma es una gran oportunidad para examinar y revisar, tanto en el nivel personal como en el comunitario, cómo he vivido y de qué manera he afrontado las consecuencias de la Pandemia. Todas las Parroquias indicarán los tiempos, lugares y modos de las iniciativas para que practiquemos un discernimiento, como comunidad eclesial, y descubramos la voz de Dios, que a través de los acontecimientos vividos, ha querido manifestarnos. Así al compartir con los demás la visión y experiencia vivida, podremos descubrir si hemos debilitado nuestra fe, o si la hemos fortalecido.
Pidamos con plena confianza a Nuestra Madre, María de Guadalupe la gracia para encontrarnos, ayudarnos y compartir lo que somos y tenemos, como buenos y fieles discípulos de Su Hijo Jesucristo.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Auxílianos para que en familia crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
FEBRERO 2022
VIII Domingo Ordinario, 27 de febrero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Jesús propuso a sus discípulos este ejemplo: ¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro”.
Jesús afirma la importancia de ser orientado en el aprendizaje de la vida, por alguien que haya ya recorrido camino, y pueda instruirnos y aconsejarnos adecuadamente, para lograr en la vida una buena y satisfactoria experiencia.
Ante esta recomendación y con la decisión de asumir este consejo, quizá surja la pregunta, ¿cuál es el proceso a seguir?, porque ciertamente un maestro para la vida no es simplemente aquel, que transmite una doctrina y proporciona buenos consejos y advertencias, es necesario además seguir un proceso, y advertir que el maestro no estará siempre a tu lado para decidir qué hacer, sino que cada uno debe asumir la responsabilidad de las propias decisiones. La primera lectura del Eclesiástico, transmite un sencillo y pedagógico proceso a seguir en cuatro pasos:
El primer paso señala que: “Al agitar el cernidor, aparecen las basuras; en la discusión aparecen los defectos del hombre”. Es decir, es indispensable el discernimiento sobre todo lo que vemos, lo que oímos y lo que discutimos; después de analizarlo y reflexionarlo en el interior del propio corazón, lo que queda en el fondo, es lo que cuenta.
El segundo paso lo describe así: “En el horno se prueba la vasija del alfarero; la prueba del hombre está en su razonamiento”. Por tanto, la misma experiencia de poner en práctica lo aprendido es la prueba para constatar si se va forjando el carácter y fortaleciendo las convicciones para cualquier toma de decisión.
El tercer paso afirma: “El fruto muestra cómo ha sido el cultivo de un árbol; la palabra muestra la mentalidad del hombre”. Expresa la necesidad de examinar mi lenguaje y mi conducta, y valorar los frutos logrados con mis decisiones, y a partir de esa revisión identificar mis errores para no repetirlos, y mis aciertos para aprovecharlos. Jesús confirma este paso al decir: “No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de los espinos. El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón«.
El cuarto paso lo podemos resumir con el reconocido refrán popular: De lo que hay en el corazón habla la boca”. El texto dice: “Nunca alabes a nadie antes de que hable, porque esa es la prueba del hombre”. Que en conclusión consiste en la indispensable actitud de escuchar al otro y conocerlo a fondo, antes de aprobarlo de antemano, o de reprobarlo por los comentarios o críticas de los demás.
También este paso lo señala Jesús a sus discípulos diciendo: “¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo’, si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano”.
Poniendo en práctica estos pasos, sin lugar a dudas, aprenderemos de Cristo Maestro el proceso necesario para adquirir un corazón sincero, honesto y transparente como buen discípulo, que da testimonio del amor solidario y fraterno. El próximo miércoles 2 de marzo, iniciaremos el tiempo litúrgico de la Cuaresma, tiempo de gracia para redescubrir nuestra vocación y misión como discípulos de Cristo, tanto de manera personal como comunitaria.
Hemos padecido un mal mundial con la Pandemia del COVID, que ha puesto a prueba la sociedad entera; y ahora se añade la violencia de la guerra; por ello será providencial que aprovechemos estos cuarenta días de preparación a la Pascua de la Resurrección del Señor Jesús, para plantearnos la interpretación de estos males como un signo de los tiempos, y descubrir qué nos dice Dios a través de ellos.
La Arquidiócesis de México ha preparado una serie de propuestas a desarrollarse en las Parroquias, durante las cinco semanas, cada una con un objetivo concreto:
– La primera semana será promover la oración en familia.
– La segunda semana a través de retiros espirituales se propiciará la reflexión para descubrir la voz de Dios.
– En la tercera se ofrecerán diversas iniciativas con la finalidad de darle paz a nuestro espíritu, mediante la reconciliación.
– En la cuarta se promoverá la Caridad, mediante obras de misericordia.
– La quinta, ante la inminencia de la Semana Santa, se programarán diversos momentos para la oración personal y comunitaria.
Esta propuesta para la experiencia cuaresmal nos guiará a la toma de conciencia, tanto de nuestra conversión personal, como de la conversión pastoral, consistente en fortalecer nuestra fe en la presencia del Reino de Dios entre nosotros y nuestra convicción de pertenecer a la comunidad de los discípulos de Cristo.
De esta manera, haremos nuestras las palabras de San Pablo a los Corintios: “Cuando nuestro ser corruptible y mortal se revista de incorruptibilidad e inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido aniquilada por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado y la fuerza del pecado es la ley. Gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo”.
Pidamos la ayuda necesaria a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y abrámosle con toda sinceridad y transparencia nuestro corazón.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.
A ti que eres nuestra Esperanza nos dirigimos, ya que estamos desconcertados por la violencia en nuestra Patria y en el mundo, y especialmente ahora por los actos de guerra en Ucrania.
Tú sabes lo que necesitamos, y estamos seguros que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la confrontación bélica. Sostén la esperanza de todos los que en esa querida parte del mundo buscan la justicia y la paz.
Intercede ante Dios, Nuestro Padre, para que envíe el Espíritu Santo, el Espíritu de la Paz, que inspire y oriente a los líderes de las naciones y a todos los pueblos.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre. Ayúdanos a crecer en la solidaridad con los que sufren, y que hoy viven con miedo y angustia.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste, y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
VII Domingo Ordinario, 20 de febrero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“La escritura dice que el primer hombre, Adán, fue un ser que tuvo vida; el último Adán es Espíritu que da la vida”.
Con estas palabras explica San Pablo a la comunidad de Corinto, el proceso de la conciencia humana y de su desarrollo. Es decir, que primero nos damos cuenta de nuestro cuerpo y de nuestro ser personal y distinto a las demás personas, con quienes comenzamos a coexistir; posteriormente poco a poco, y dependiendo del contexto cultural en que nacemos, despierta nuestra conciencia a descubrir, que somos más que un cuerpo, y que ese cuerpo vive gracias a que posee un espíritu.
San Pablo en efecto afirma: “Sin embargo, no existe primero lo vivificado por el Espíritu, sino lo puramente humano; lo vivificado por el Espíritu viene después”. Y añade inmediatamente, acorde con el relato del Génesis, que el primer hombre, hecho de tierra, es terreno; el segundo, refiriéndose a Cristo, viene del cielo: “Como fue el primer hombre terreno, así son los hombres terrenos; como es el hombre celestial, así serán los celestiales. Y del mismo modo que fuimos semejantes al hombre terreno, seremos también semejantes al hombre celestial”.
Con ello explica que la vida de todo ser humano inicia desarrollándose a partir de los instintos y tendencias que surgen en el incipiente espíritu, que Dios infundió en cada individuo, pero que el camino y desarrollo de la vida espiritual, que es la que debe regir toda conducta humana, llega a su plenitud gracias a Jesucristo, a quien San Pablo lo describe como el hombre celestial.
Si reconocemos que todo ser humano está llamado a conducir su vida regido por el espíritu que habita en él, y ser guiado por el perfecto hombre celestial, comprenderemos lo que Jesús pide a sus discípulos: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames”.
El hombre celestial, llamado a participar eternamente de la vida de Dios, debe aprender, desde esta vida, a imitar la naturaleza de Dios. En efecto Jesús afirma: “Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores”.
Que esto es factible y está a nuestro alcance, lo vemos en la primera lectura en la actitud de David, que no cae en la tentación, que le sugiere Abisay, su fiel escudero: “Dios te está poniendo al enemigo al alcance de tu mano. Deja que lo clave ahora en tierra con un solo golpe de su misma lanza. Pero David replicó: «No lo mates. ¿Quién puede atentar contra el ungido del Señor y quedar sin pecado?”.
Así no obstante que David era perseguido por Saúl, quien quería matarlo; David muestra su lealtad al Rey Saúl y respeta su vida, pero le deja bien claro, que lo ha perdonado: “cogió David la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl y se marchó con Abisay,… cruzó de nuevo el valle y se detuvo en lo alto del monte, a gran distancia del campamento de Saúl. Desde ahí gritó: Rey Saúl, aquí está tu lanza, manda a alguno de tus criados a recogerla. El Señor le dará a cada uno según su justicia y su lealtad, pues él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor”.
Con esta ejemplar actitud, David cumplió perfectamente la enseñanza, que Jesús siete siglos después, expresó a sus discípulos, como criterio de vida en el espíritu: “Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario?”.
El testimonio que pide Jesús a sus discípulos no es solamente para desarrollar la propia vida en el espíritu, sino para aprender y transmitir el amor que Dios Padre tiene por todos sus hijos. La transmisión contundente de la experiencia cristiana en efecto es, ha sido, y será mediante el testimonio vivo del amor.
Así la evangelización que pide Jesús, no queda limitada a la transmisión de conceptos, lo cual será siempre importante para crecer y desarrollar la fe; sin embargo es indispensable que la vivencia de los conceptos sea expresada en las relaciones interpersonales de forma personal y comunitaria.
Así comprenderemos mejor la recomendación de Jesús: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos”.
Hoy que celebramos 25 años de la fundación del centro de comunicaciones de la Arquidiócesis de México, con el nombre “DesdelaFe”, los invito a dar gracias a Dios por el servicio prestado en estos años, y pedirle que seamos cada vez más eficientes para transmitir la vida de la Iglesia, y en particular de la Arquidiócesis.
Deseo que cada vez sean más quienes sigan a “DesdelaFe”, sea en la versión digital o impresa, no solamente como asiduos lectores, sino también participando con el envío de sus testimonios de vida y sus experiencias en favor de los más necesitados.
Imitemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe que supo transmitir el amor de Dios Padre a San Juan Diego, a través de su preocupación e intervención, en favor del tío Juan Bernardino; Pidámosle a ella que nos anime y acompañe en la gran tarea de transmitir a nuestra sociedad, la vida de la Iglesia y los diferentes testimonios de generosa entrega de nuestros fieles.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Auxílianos para crecer en el Amor, y compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
VI Domingo Ordinario, 13 de febrero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. Será como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos”.
El profeta Jeremías anuncia con claridad la indispensable necesidad de aprender y crecer en la confianza en el Señor, Nuestro Dios: Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. La confianza la podemos definir como la expresión de la conducta humana de quien se sabe amado. Uno deposita su confianza en quien ha percibido cercanía, afecto, ayuda, protección y cariño. Los padres ofrecen, especialmente la madre, dicha experiencia, y cuando así sucede, el niño crece con el valor de la autoestima, y adquiere espontáneamente la conciencia de su propia dignidad y descubre con relativa facilidad la dignidad de las otras personas.
Por eso, los Padres de familia tienen la gran tarea de testimoniar el amor a sus hijos, es la mejor forma de prepararlos para que sean personas capaces de fraternizar y de socializar afable y positivamente con sus prójimos. Serán así ciudadanos, que favorecen y fomentan la sana convivencia social, y serán respetados y apreciados por su conducta.
Pero además, adquirir la virtud de la confianza capacita para recorrer la vida a la luz de la Fe. Porque de la misma manera que confían los hijos en su Padre y Madre, de esa manera confiarán con mayor facilidad en Dios, Nuestro Padre, y escucharán y asumirán las enseñanzas del Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, como luz y orientación para sus vidas.
La confianza va gradualmente creciendo a la luz de la fe y a la vez fortaleciendo la esperanza, que es la virtud indispensable para afrontar los conflictos, las desavenencias, los sufrimientos y las adversidades de todo tipo, porque sabe que alguien, que lo ama entrañablemente y le ha otorgado la vida, lo acompaña y está para ayudarle.
Aún más, la confianza lleva a la persona a compartir lo que es y lo que tiene, de esta manera aprende a amar. Así la confianza nos conduce al amor, es decir nos prepara para encontrarnos con quien es el Amor, Dios Trinidad: Padre, Hijo, y Espíritu Santo. La confianza es pues la virtud que necesitamos para llegar a la Casa del Padre, bien preparados.
Por este camino comprenderemos mejor las bienaventuranzas de Jesús: «Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán. Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo”.
En cuanto a las lamentaciones y advertencias, con las que Jesús alerta a sus discípulos, tienen la finalidad de señalar tres actitudes recurrentes en el ser humano, que debemos superar para mantenernos en el camino de las bienaventuranzas; ya que ofrecen la felicidad que es pasajera pero seductora, y nublan la razón, debilitando la voluntad para asumir las decisiones correctas.
La primera lamentación: “¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo!” indica la codicia y la ambición, que se apodera del corazón y pone como prioridad de la vida la riqueza a toda costa.
La segunda y tercera lamentación: “¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena!” señala la satisfacción sin límites de la sensualidad y el placer, tanto en el comer como en el instinto sexual, que ensordece la conciencia, porque conceden al cuerpo lo que pide, dejando de lado la voz del espíritu.
Finalmente la cuarta lamentación: “¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!”. Expresa la búsqueda de la alabanza para la salvaguarda de la propia imagen, y el quedar bien por encima de todo, a costa de la verdad y la justicia.
Las tres actitudes señalan los puntos necesarios para examinar con frecuencia nuestra conducta y evitar caer en ellas; y así recorrer el camino de las bienaventuranzas enunciadas, experimentando que son la fuente de la verdadera alegría. Por eso San Pablo con toda claridad advierte: “Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan sólo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de todos los hombres. Pero no es así, porque Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos”.
Preguntémonos por tanto: ¿En qué situación me encuentro, cómo he recorrido la vida hasta ahora? Examinando nuestra conducta encontraremos lo que debamos corregir y lo que debamos continuar afianzando. Así podremos adquirir la virtud de la confianza en Dios, vivir iluminados por la luz de la fe, crecer en la esperanza, y ejercitarnos en la amistad y en el amor.
Si lamentablemente he equivocado el camino, es el momento oportuno para pedir a Dios perdón, y reconciliarme conmigo mismo y con quienes convivo y me relaciono. Jesús no espera que vayamos todos y al mismo tiempo en el camino correcto, y siempre está dispuesto a perdonar y ofrecer el don del Espíritu Santo para nuestra conversión, para nuestro reencuentro con mi fe y con mis hermanos, para recuperar el tiempo perdido.
Invoquemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien vivió el camino de las bienaventuranzas, y está con nosotros para transmitirnos el amor y la ternura, que nos sostenga ante las seducciones del mal.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Auxílianos para crecer en el Amor, y compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
V Domingo Ordinario, 6 de febrero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”
El profeta Isaías vive la pequeñez de su persona ante la grandiosidad y majestad divina, la indignidad de sus flaquezas y limitaciones ante la santidad de Dios. Pero la visión no era gratuita, la finalidad era un encuentro con Dios, quien lo llamaba para enviarlo como Profeta.
Por ello, esa experiencia se convierte sorpresivamente en la ocasión de ser tocado, y purificado, recibiendo la indispensable pureza de corazón para estar en la presencia de Dios: “Después voló hacia mí uno de los serafines. Llevaba en la mano una brasa, que había tomado del altar con unas tenazas. Con la brasa me tocó la boca, diciéndome: Mira: Esto ha tocado tus labios. Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados”.
Así aconteció el cambio radical de sentirse poca cosa ante Dios, tomando conciencia de su propia pequeñez, de ser un humilde servidor para ser enviado como portavoz, y confiar que el éxito de su misión no dependería de él, sino de quien lo llamaba y enviaba: “Escuché entonces la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía? Yo le respondí: Aquí estoy, Señor, envíame”
El Evangelio narra una experiencia semejante en la persona de Pedro ante la inexplicable pesca, que hace surgir la pregunta, ¿quién es éste que tiene la increíble cualidad de conocer exactamente donde abundan los peces, estando fuera del lago, en la orilla; mientras que nosotros, pescadores de oficio, hemos intentado pescar toda la noche sin encontrar un solo pez.
La Pesca milagrosa, es una intervención divina, que al no tener explicación alguna de cómo pudo suceder, es manifestación de la Divinidad para atraernos, llamarnos, y encomendarnos una misión. ¿He vivido ya esta experiencia? ¿Cómo la he interpretado y cómo he respondido? ¿He preferido mantenerme en la primera reacción de Pedro, y dejar de lado la inquietud sembrada por Dios en mi corazón? ¿O he aceptado la misión de transmitir la Buena Nueva, de la presencia de Dios en medio de nosotros, mediante el cumplimiento de mis responsabilidades?
Muchas veces nuestra primera reacción es como la de Pedro: “Apártate de mí, que soy un pecador”: Sin embargo, Dios llama de múltiples formas, pues El siempre insiste una y otra vez, de forma personal o grupal. No rechacemos la encomienda por miedo a nuestra indignidad e imperfección, a nuestra limitación y fragilidad. Confiemos como Isaías y como Pedro y respondamos: !Aquí estoy! ¡Cuenta conmigo! Seamos como ellos, Profetas en el mundo de hoy, y constataremos la nobleza de la causa y la fortaleza de nuestra persona al recibir la asistencia del Espíritu Santo.
Una objeción frecuente en nuestro tiempo son los grandes desafíos que afrontamos. Es muy común escuchar, qué podemos hacer ante esto o aquello. En este sentido es oportuno el testimonio que ofrece San Pablo en la segunda lectura: ser fieles transmisores del Evangelio recibido, y confiar en la acción divina ante lo que parece imposible de lograr, una sociedad fraterna y solidaria: “Les transmití, ante todo, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según estaba escrito; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos reunidos, la mayoría de los cuales vive aún y otros ya murieron”.
En el primer siglo se vivía un mundo paganizado y desenfrenado en todos los sentidos: un libertinaje pleno y desordenado de la sexualidad, la vigencia de la esclavitud con pérdida absoluta de la libertad, el ejercicio de un poder absoluto, que podía sentenciar a muerte, a voluntad de la autoridad. En ese ambiente social predicar las enseñanzas de Jesucristo, eran reconfortantes especialmente para los oprimidos; sin embargo fue indispensable el testimonio contundente de la trascendencia y de la vida después de la muerte, que manifestó Cristo al resucitar de entre los muertos.
La fidelidad que mostró la Iglesia primitiva, en un contexto plenamente adverso y hostil, fue sin duda creer en la trascendencia posterior a esta vida, y en el destino que Dios nos ha comunicado para participar en la Casa del Padre por toda la eternidad. Esto se logró gracias al testimonio contundente de testigos, que vieron muerto al crucificado, y después lo volvieron a ver vivo, gloriosamente resucitado.
En nuestro tiempo y en occidente en particular, estamos viviendo el tránsito de una cultura estable, que en buena parte estaba sostenida en los valores humanocristianos, a una sociedad donde prevalece el individualismo y el ejercicio de la libertad sin límite, lo que genera, particularmente en las nuevas generaciones, una ausencia de un código de conducta social, que garantice la convivencia razonablemente respetuosa de los demás. Día a día constatamos conflictos, pleitos, agresiones verbales y con frecuencia golpes y maltrato; tanto en la calle, como en las redes digitales, e incluso lamentablemente en el interior de los hogares.
Todo esto debe movernos de manera urgente para dar a conocer la Buena Nueva, Dios no nos ha abandonado, sino espera que reaccionemos favorablemente, abriendo el corazón a las inquietudes que siembra el Espíritu Santo en nosotros. Así daremos testimonio de que el amor es factible, y el camino es la sinodalidad, es decir: unir fuerzas y presencias, ejercer la caridad en favor de los necesitados, y testimoniar la autoridad como servicio.
Preguntémonos ¿cuál es mi percepción sobre la realidad social que vivimos? y segundo, cuál es mi actitud: ¿miro con esperanza el futuro, o estoy despreocupado de lo que venga?
Estamos aquí reunidos en torno a Cristo presente en esta Eucaristía, y a los pies de nuestra querida Madre, María de Guadalupe. Los invito a pedirle su ayuda para que descubramos, qué debemos promover en nuestros contextos y a través de nuestras responsabilidades.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Ayúdanos a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios quiere de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén
ENERO 2022
IV Domingo Ordinario, 30 de enero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
III Domingo Ordinario, 23 de enero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
II Domingo Ordinario, 16 de enero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de la Arquidiócesis Primada de México.
“Al tercer día se celebró una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí. Jesús fue también invitado a la boda con sus discípulos”.
El evangelista Juan abre la actividad pública de Jesús con las Bodas de Caná, acompañado de su Madre María y de sus discípulos. Las Bodas expresan la relación entre Dios y su pueblo elegido, una figura que simboliza y recuerda la alianza en la que Dios y su pueblo se comprometieron a una mutua fidelidad.
Por esta fidelidad de Dios con su pueblo hemos escuchado expresar al profeta Isaías, siglos antes de la llegada de Jesús: “Por amor a Sión no me callaré y por amor a Jerusalén no me daré reposo, hasta que surja en ella esplendoroso el justo y brille su salvación como una antorcha”.
El amor es la clave no solo para descubrir la vida como regalo de Dios, y experimentar su inconmensurable amor a nosotros, sus creaturas, sino especialmente para desarrollar en nosotros la imagen y semejanza de ese amor divino, aprendiendo a amar, al estilo de Dios; es decir procurar siempre el bien de mi prójimo, y de la comunidad, en la que me muevo y actúo.
Ese camino para el que fuimos creados será posible recorrerlo si Jesús está presente en nuestra vida, y si somos conscientes de pertenecer a la comunidad de sus discípulos, de pertenecer a la Iglesia, descubriendo nuestros propios carismas y capacidades, nuestras habilidades y conocimientos para ponerlos al servicio y bienestar de mi familia, de mis amigos y vecinos, de los demás creyentes y no creyentes.
Por eso es fundamental tener en cuenta la afirmación de San Pablo: “Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. El arte está en conocerme a mí mismo, y descubrir mis capacidades y mis limitaciones.
Al descubrir mis propias capacidades, desde ellas, puedo colaborar para el bien común, y al reconocer mis propias limitaciones podré valorar y aceptar las capacidades de los demás, comprendiendo que en el conjunto de los dones que existen en todos y cada uno de los miembros de la comunidad está la riqueza de una sociedad.
Así será más fácil superar las envidias, los celos y las rivalidades, y aprenderemos a valorar y agradecer a Dios, lo que nos regala en cada uno de nuestros prójimos. Éste es el camino, que muestra la escena del Evangelio, para integrar una sociedad fraterna y solidaria. Cuando obedecemos la voz de Dios y cumplimos su voluntad se da el milagro del mejor vino que alcanza para todos.
En efecto, si la respuesta del hombre (personal) y del pueblo (comunitaria) son como la de María y la de los discípulos, seremos testigos y promotores de las intervenciones de Dios en favor del hombre. Así es como lograremos las intervenciones salvíficas y redentoras de Dios en favor de la Humanidad.
Hay que subrayar la necesidad de las tinajas y del agua para que se dé la conversión del vino. Es decir, para que Jesucristo intervenga necesita disponer de lo que somos y tenemos.
Por eso, nosotros debemos cumplir como el mayordomo, haciendo lo que tenemos que hacer, obedeciendo a Jesús como indica María: Hagan lo que él les diga. Así saborearemos el vino de la alegría, que no se agota y le da sentido a nuestra vida, sean cual sean nuestras circunstancias.
Es pues muy conveniente preguntarnos: ¿Seré yo como los comensales del banquete que no se dieron cuenta del milagro, o seré como los discípulos que conocieron lo que Jesús hizo, creyeron en él, y se mantuvieron con él?
Si me mantengo en la comunión y conservo mi identidad como miembro de la Iglesia, sin duda, seré como María y los discípulos, testigo de lo que hace Jesús en el mundo, y capaz de reconocer las intervenciones del Espíritu Santo, en la vida de los que me rodean. Así seré como María y los discípulos, testigo de lo que hace Jesús en el mundo, y podré transmitir mi experiencia con plena convicción que Cristo vive en medio y a través de nosotros.
Reconoceré como el Mayordomo: “Todos ofrecen primero el vino mejor, y cuando ya están bebidos dan otro peor. Tú, en cambio, has reservado el mejor vino hasta ahora”. Experimentaré así la gradualidad creciente de mi espiritualidad, ofreciendo a los demás un mejor vino cada día; es decir desarrollaré mi persona con una capacidad de servir y auxiliar a mi prójimo, dando un testimonio creíble y atractivo de una persona que cree y que ama.
Cuando la Iglesia cumpla su misión viviendo la obediencia a Dios, como lo expresa la narración de las bodas en Caná, será cuando veamos cumplida la profecía de Isaías: “Entonces las naciones verán tu justicia, y tu gloria todos los reyes. Te llamarán con un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona de gloria en la mano del Señor y diadema real en la palma de su mano. Ya no te llamarán “Abandonada”, ni a tu tierra, “Desolada”; a ti te llamarán “Mi complacencia” y a tu tierra, “Desposada”, porque el Señor se ha complacido en ti y se ha desposado con tu tierra”.
Agradezcamos a María su ejemplar actitud de acudir a su Hijo en favor nuestro, y asumamos la clara indicación: ¡Hagan lo que él les diga! para que intervenga Jesucristo en nuestras vidas y podamos juntos dar el testimonio, que nuestra sociedad necesita y espera, de quienes somos discípulos de Jesucristo. Así es como mantendremos la alianza entre Dios y la humanidad, mediante la fidelidad de la Iglesia al anuncio de Jesús de Nazaret: ¡Conviértanse y crean: el Reino de Dios ha llegado!
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza. A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos, que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que lo concederás para que, como en Caná de Galilea, vuelvan la alegría y la fiesta después de esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que Jesús nos diga, Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para que descubriéramos, que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén
El Bautismo del Señor, 9 de enero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.
El día de hoy celebramos la fiesta del bautismo de Jesús y es importante comprender a que bautismo se acercó Jesús y como transformó esta experiencia bautismal.
Para los judíos en la época de Jesús, el bautismo no era un rito de iniciación, para los judíos era un acto de devoción por decirlo de una manera, con el cual algunos expresaban su deseo de esperar, de prepararse y purificarse para esperar al Mesías.
Juan el Bautista anunciaba “El Mesías está cerca, conviértanse” y como signo de esa conversión para esperar al Mesías ¡bautícense! era un signo que purificaba a la persona y la preparaba o la disponía para estar lista al encuentro del Mesías que se acercaba.
A ese bautismo se acercó Jesús y uno se pregunta no se tenía que acercar, Él era el Mesías y no tenía nada que purificarse, sin embargo, Jesús se acerca “En esa búsqueda de encontrar la experiencia que veía Él en su interior de ser el Mesías y de ser el hijo de Dios” y dice el evangelio que Jesús mientras oraba, en ese diálogo con el Padre, habiendo experimentado el bautismo de Juan, se da cuenta o experimenta esta voz del padre… sucede en la oración, en el encuentro íntimo con el Padre que Jesús por el bautismo experimenta esta voz que le dice ¿Quién es Él? ¿Quién es Jesús? Dice el Padre: “Tú eres mi hijo, el predilecto, en quien me complazco”.
Así quisiera yo imaginarme a Jesús contando esta experiencia, una experiencia del Espíritu que desciende sobre Él, en donde Jesús puede anunciarle a sus discípulos, al Bautista, “Pude experimentar, ¿Cómo? los cielos se abrían y bajaba el Espíritu y se derramaba sobre mí, el Padre me decía “Tú eres mi hijo, el predilecto”.
Esta experiencia transforma el bautismo, porque el bautismo a partir de la muerte y resurrección de Jesús ya no va a ser para esperar un Mesías; sino para introducirnos en la experiencia de este Mesías. Ahora si, para el cristiano el bautismo es un signo de iniciación; ¿En qué somos iniciados? En la experiencia del hijo, y del hijo predilecto, y con Jesús nosotros podemos decir que el Padre nos ha mirado con amor, con predilección y nos ha dicho “Tú eres mi hija, tú eres mi hijo”, en el momento del nacimiento, tus padres te transmitieron esta experiencia, que tú ni cuenta te diste y por eso es tan importante el testimonio posterior de los padres, padrinos y madrinas.
Para que la persona pueda experimentar lo que sucedió en ese momento, esta experiencia suceden muchas otras relaciones que nuestros padres nos introducen, por ejemplo, ¿Quién se acuerda cuando los llevaron por primera vez con sus abuelos? ¡Pues nadie! El único que se acuerda o la única que se acuerda son la abuela o el abuelo, pero ustedes no; sin embargo ese día ustedes fueron iniciados en esa experiencia de ser nieto o nieta, sobrino, sobrina de una tía o un tío, cosa que después fue creciendo, con el tiempo, con la relación constante y el amor.
El bautismo nos introduce en la experiencia de Cristo, una experiencia de sabernos hijos predilectos y amados del Padre, y eso es lo que nos distingue a los cristianos. Si ustedes miran a su alrededor y caminan entre gente que no cree dirá… somos iguales, pero nos sabemos distintos y nos sabemos distintos por una experiencia espiritual; esta experiencia espiritual en ser hijos del padre.
¿Quién de ustedes camina como una hija amada del Padre? cuando enfrentas dificultades, cuando estás decidido alguna situación, cuando vives tu día te levantas en tu vida ordinaria y puedes experimentar en ella que si es una vida ordinaria, pero es también extraordinaria; porque ahí se ha levantado una hija amada del Padre. Cuando así nos experimentamos entonces hemos comprendido nuestra vocación bautismal; porque nuestra vocación bautismal está en hacer que esta frase que dijo Dios se haga realidad también en nosotros.
Caminar como hijos amados del Padre en quién Dios tiene su complacencia ¿Por qué tuvo Dios su complacencia en Jesús? porque Jesús vivió toda su vida en una relación fiel con el Padre, por eso oraba constantemente, por eso hacía la voluntad del Padre, por eso se mantuvo fiel hasta la cruz al amor del Padre y su confianza en el Padre fue inquebrantable.
Por eso dice Dios “En Él tengo puesta mi confianza, en Él me complazco”, ¿Que tendríamos que hacer para que Dios pudiera decir lo mismo sobre nosotros? Jesús nos marca el camino, no solamente nos comparte el ser hijos del Padre, nos marca el camino para realizar esta vocación bautismal; y el camino es encontrar el camino del amor, un camino del amor que no nada más es un deseo humano de ayudar al otro, un camino del amor que brota de la gratitud a Dios.
Como no agradecer a Dios que nos ha hecho sus hijos sin que nosotros lo mereciéramos, que nos ha hecho sus hijos y jamás renunciará a esa paternidad, es incondicional, es un amor agradecido, que brota del espíritu; recuerdan cuando Jesús en pasajes posteriores a este dice: “El Espíritu está sobre mí y me ha enviado a sanar los corazones, a llevar la justicia, a traer al oprimido el consuelo… Jesús está encarnando al amor del Padre con un corazón generoso y agradecido.
La vocación bautismal nuestra, nos lleva a eso, a vivir complaciendo al Padre… los invito a pensar cuando tengan tiempo en lo que dicen ustedes cuando dicen el Padre Nuestro “Padre Nuestro que estás en el Cielo, que tu nombre sea santificado, que venga a nosotros tu reino, que se haga tu voluntad en mi vida”.
¿Qué son esas peticiones? un deseo de complacer al Padre… otra manera de complacer al Padre, es viviendo nuestra vocación específica al amor. Todos estamos llamados a vivir en el amor, el amor del Padre, el amor cristiano, agradecido y generoso.
Después nos pide que busquemos un camino concreto, comprometido para vivir este amor y nos marca el matrimonio como una manera de vivir nuestra vocación bautismal específica, vivir el amor de Dios hacia mi pareja y hacia mi familia, brota del bautismo y se especifica en la vocación que Dios nos regala.
En el sacerdocio, en la consagración, como religioso o religiosa o laico, todas esas vocaciones no es otra cosa más que especificar mi vocación bautismal y decirle: “Señor, quiero ser hijo tuyo, quiero ser hija tuya amando a esta persona, amando este pueblo, amando esta comunidad” y así la vocación específica marca el camino, el sendero por el cual nosotros respondemos a la vocación bautismal.
Quisiera terminar con la imagen de la parábola de que la mayoría la conocemos como la parábola del hijo pródigo… ahí nos enseñan cómo no ser hijos del Padre, uno de ellos camina llevándose su herencia, como diciendo, yo soy hijo sin ti, no te necesito, cuántos caminan por este mundo sin voltear a mirar a Dios, pensando que la vida, que no se la deben a nadie, que no tienen por qué agradecer a nadie… “ese es el hijo pródigo” que toma su herencia, que toma su fe, que lo hace hijo y vive como si no lo fuera, como si el Padre no existiera.
Cuántas personas son ateas aún bautizadas… el otro hijo nos enseña la otra manera en la que no debemos de ser hijos, el hijo que vive en la casa del Padre sintiéndose su siervo, que tiene miedo, que no le tiene confianza, que piensa que el Padre siempre lo va Castigar, que le exige mucho, que siempre está de malas… ¿Cuántas personas caminan en la iglesia con esa actitud? temerosos de condenarse por cualquier gesto, enojados un poco con Dios y por ello con los demás también; diría el Papa Francisco, con cara de funeral, así tampoco podemos complacer al Padre
Vivir como hijos del Padre, nuestra vocación específica es caminar el sendero de Cristo con gozo, con alegría, con la mirada puesta en el cielo y las manos y los pies ocupados ayudando a nuestro prójimo.
Que el Señor nos ilumine a cada uno de nosotros y nos conceda el gozo de renovar nuestra vocación, y también el compromiso para vivir complaciendo al Padre por el amor que nos ha regalado.
Que así sea.
La Epifanía del Señor, 2 de enero de 2022

Audio de la Homilía

Texto de la Homilía
Homilía pronunciada por S.E. Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.
Queridos hermanos y hermanas. La Solemnidad de la Epifanía del Señor que hoy estamos celebrando, nos pone delante del amor salvífico universal de Dios, manifestado en el don de su Hijo único y eterno, que se hizo hombre por amor a toda la humanidad, revelado como Señor y Mesías para todos, y entregado como salvador universal de cada hombre y mujer, sin exclusión y sin discriminación de nadie, como lo ha señalado san Pablo en la segunda lectura de hoy.
La tradición y la piedad cristianas han querido expresar que Dios ha donado a su Hijo a todo ser humano, de toda raza, pueblo y nación, de todo tiempo y latitud, representando a los Magos de Oriente, o a los Reyes Magos, como provenientes de las diversas razas que se conocían en el siglo I de nuestra era.
La solemnidad de la Epifanía, o manifestación del Señor, nos llena de júbilo, porque nos recuerda la certeza de tener todos, todos y cada uno de nosotros, un lugar insustituible en el corazón de Dios. La certeza de ser todos destinatarios de la luz que resplandece en el Hijo de Dios, y de estar todos invitados al banquete del Reino de Dios, y por lo tanto a la comunión de vida y de amor con cada una de las personas de la Santísima Trinidad.
Pero esta celebración de la Epifanía, o que conocemos más popularmente como la Fiesta de los Santos Reyes, no solamente nos ubica delante del Dios de amor que ha salido al encuentro de todos, para salvarnos a todos, y que sigue saliendo a nuestro encuentro hoy.
El relato evangélico de esta fiesta también nos coloca delante de unos seres humanos, los Reyes Magos, en búsqueda de luz, de sentido y de trascendencia. Nos coloca esta fiesta delante de seres inteligentes y libres, sedientos de verdad, de bondad, de belleza, de autenticidad, en búsqueda de ideales altos, capaces de dotar la existencia de sentido, de consistencia y de color. Se trata de los Reyes Magos, o de los Magos de Oriente, en quienes quisiéramos estar representados también cada uno de nosotros.
Ellos, los Reyes Magos, eran en realidad personas inquietas, que anhelantes de penetrar en los misterios más hondos de la vida, tuvieron la valentía de hacerse preguntas profundas, de discernir a su alrededor sobre lo esencial, de elevar la mirada hacia el cielo y de elevar también su inteligencia y su corazón hacia Dios, descubriendo que solamente en Dios, podrían obtener la respuesta de cómo hemos de vivir sobre esta tierra.
El reconocimiento de que las cosas de este mundo no son suficientes, la búsqueda sincera de intereses altos, de ideales altos, la decisión de elevar la mirada hacia las estrellas y la valentía para ponerse en marcha, ayudaron a los Reyes Magos o Sabios de Oriente, a descubrir en el Hijo de Dios, nacido en Belén, el cumplimiento de todos sus anhelos.
Nosotros, junto con la celebración de la Epifanía, estamos también iniciando un año civil. Seguramente por ello, muchos estamos aquí, poniendo el año que comenzamos, a los pies de la Santísima Virgen María de Guadalupe. Y seguramente son muchas las inquietudes, los deseos y proyectos para este año. Muchas las cosas que nos preocupan y que nos ocupan. Muchos los objetivos que nos ponen en marcha.
Pero, queridos hermanos y hermanas, enseñados por el ejemplo de los Reyes Magos, ¿valdría la pena detenernos aquí, delante de Santa María de Guadalupe, elevar la mirada al cielo y plantearnos con toda seriedad, qué, de todo lo que estamos planeando y buscando para este año, vale verdaderamente la pena. Y vale la pena, porque de verdad nos ayuda a vivir con autenticidad, y a caminar cumplidamente hacia lo que Dios nos pide en la vocación que cada uno de nosotros tenemos.
Solamente a la luz de Dios, a la luz de aquella estrella que los Reyes Magos vieron, y que los guió hacia Cristo, podemos también nosotros discernir entre lo que vale la pena y lo que solo nos desgasta, o nos desintegra, lo que hace que nuestra vida sea una vida llena de altura, de luz y de amor, o lo que hace nuestra vida inauténtica.
Vamos a pedirle a Dios hoy, por intercesión de Santa María de Guadalupe, que nuestra mirada, nuestra inteligencia y nuestro corazón, no se queden atrapados en cosas pasajeras, en lo que va y viene, en lo que no puede llenar el corazón. Vamos a pedirle a Dios que elevemos hacia Él nuestro corazón, hacia la estrella radiante que anuncia el día Jesucristo, y que de Cristo aprendamos el arte de vivir, el arte de pensar, el arte de caminar, de luchar, de levantarnos, de volver a comenzar, sabiendo que contamos con su presencia y con su amor.
Que a ello nos anime el amor y la ternura de Santa María de Guadalupe. Que a ello nos anime también lo que hemos escuchado, y con esto concluyo. En la primera lectura del día de hoy: levántate Jerusalén, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti. Levántate y resplandece de alegría, porque en ti se manifiesta la Gloria del Señor.