San Juan Diego

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin

…del vidente de la Nuestra Señora de Guadalupe, basada en el libro del postulador de la causa de Canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

Biografía de Juan Diego Cuauhtlatoatzin

M. I. Sr. Cango. Dr. Rómulo Eduardo Chávez Sánchez
Teólogo Magistral Guadalupano
Director del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos (ISEG)
Coordinador de la Licenciatura en Teología y Cultura Guadalupanas

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como águila) es conocido por el Acontecimiento Guadalupano, que consiste en las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, que tuvieron lugar en el año de 1531, y en donde, San Juan Diego fue uno de los protagonistas centrales.

SanJuan Diego nace en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, que pertenecía al reino de Texcoco; y su muerte tuvo lugar en 1548, poco después de otro importante protagonista de ese Acontecimiento, el arzobispo de México, fray Juan de Zumárraga.

San Juan Diego es llamado embajador-mensajero de Santa María de Guadalupe. Fue beatificado en la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe de la ciudad de México el 6 de mayo de 1990 por el Papa Juan Pablo II, durante su segundo viaje apostólico a México.

Desde el siglo XVI, existen documentos en donde se sabe de la vida y fama de santidad de Juan Diego, uno de los más importantes fue, sin lugar a dudas, las llamadas Informaciones Jurídicas de 1666, importante Proceso Canónico, aprobado después por la Santa Sede y constituido como Proceso Apostólico, cuando se pidió la aprobación para celebrar la Fiesta de la Virgen de Guadalupe los días 12 de Diciembre. Estas Informaciones están constituidas por testimonios de ancianos vecinos de Cuauhtitlán (alguno de ellos de más de cien años de edad); quienes testificaron y confirmaron la vida ejemplar de Juan Diego. Uno de estos testigos, Marcos Pacheco, sintetizó la personalidad y la fama de santidad de Juan Diego: “Era un indio que vivía honesta y recogidamente y que era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder, en tanta manera que, en muchas ocasiones, le decía a este testigo su Tía: «Dios os haga como Juan Diego y su Tío», porque los tenía por muy buenos indios y muy buenos cristianos”[1]; otro testimonio es el de Andrés Juan quien decía que Juan Diego era un “Varón Santo” [2]; en estos conceptos concuerdan, unánimes, los otros testigos en estas Informaciones Jurídicas, como por ejemplo: Gabriel Xuárez, doña Juana de la Concepción, don Pablo Xuárez, don Martín de San Luis, don Juan Xuárez, Catarina Mónica, etc.

Juan Diego, efectivamente, era para el pueblo “un indio bueno y cristiano”, o un “varón santo”; ya sólo estos títulos bastarían para entender la fortaleza de su fama; pues los indios eran muy exigentes para atribuir a alguno de ellos el apelativo de “buen indio” y mucho menos atribuir que era tan “bueno” que llegaba a considerarse ya “santo” como para pedirle a Dios que a sus propios hijos o familiares los hiciera igual de buenos y santos como a Juan Diego.

Gracias a las fuentes históricas, conocemos las circunstancias de lo que fue la vida normal de Juan Diego, su familia, sus casas y tierras; y su actitud decidida a retirarse de toda comodidad para ir a vivir y servir en la ermita recién construida, según la voluntad de Nuestra Señora de Guadalupe, a los pies del cerro del Tepeyac, y en donde fue colocada la sagrada Imagen.

Según la tradición oral continua e ininterrumpida y según varios documentos históricos, como los llamados Nican Mopohua y el Nican Motecpana y otros, en Diciembre de 1531 tuvieron lugar las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego, un encuentro extraordinario. Juan Diego era un hombre maduro, bautizado poco antes por los primeros misioneros franciscanos, perteneciente a la etnia indígena de los chichimecas de Texcoco.

Diez años después de la conquista y cuando se iniciaba lentamente la evangelización de estas tierras, el Sábado 9 de Diciembre de 1531, muy de mañana, Juan Diego que tenía pocos años de haberse convertido y bautizado, natural del pueblo de Cuauhtitlán, que había sido casado con una india llamada María Lucía y que en este tiempo vivían en el pueblo de Tulpetlac con su tío Juan Bernardino, se dirigía a la Misa Sabatina de la Virgen María y al catecismo, a la “doctrina” en Tlatelolco, atendida por los franciscanos del primer convento que entonces se había erigido en la Ciudad de México.

Cuando el humilde indio llegó a las faldas del cerro llamado Tepeyac, de repente escuchó cantos preciosos, armoniosos y dulces que venían de lo alto del cerro, le pareció que eran coros de distintas aves que se respondían unos a otros en un concierto de extraordinaria belleza, observó una nube blanca y resplandeciente, y que se alcanzaba a distinguir un maravilloso arcoiris de diversos colores. El indio quedó absorto y fuera de sí por el asombro y “se dijo ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento, acaso en la tierra celestial? Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial.” [3]

Estando en este arrobamiento, de pronto, cesó el canto, y oyó que una voz como de mujer, dulce y delicada, le llamaba, de arriba del cerrillo, le decía por su nombre: «Juanito, Juan Dieguito». Sin ninguna turbación, el indio decidió ir a donde lo llamaban, alegre y contento comenzó a subir el cerrillo y cuando llegó a la cumbre se encontró con una bellísima Doncella que allí lo aguardaba de pie y lo llamó para que se acercara. Y cuando llegó frente a Ella se dio cuenta, con gran asombro, de la hermosura de su rostro, su perfecta belleza, “su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella como preciosas piedras, como ajorca (todo lo más bello) parecía: la tierra como que relumbraba con los resplandores del arcoiris en la niebla. Y los mezquites y nopales y las demás hierbecillas que allá se suelen dar, parecían como esmeraldas. Como turquesa aparecía su follaje. Y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro.” [4] Todo manifestaba la presencia divina.

Ante Ella, Juan Diego se postró, y escuchó la voz de la dulce y afable Señora del Cielo, en idioma Mexicano, “le dijo: «Escucha, hijo mío el menor, Juanito. ¿A dónde te diriges?» Y él le contestó: «Mi Señora, Reina, Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatilolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan, que nos enseñan quienes son las imágenes de Nuestro Señor, nuestros Sacerdotes.»” [5] De esta manera, dialogando con Juan Diego, la preciosa Doncella le manifiestó quién era y su voluntad “«Sábelo, ten por cierto, hijo mío el más pequeño, que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada, en donde lo mostré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto: lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación: porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí, porque ahí escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores. Y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa, anda al palacio del Obispo de México, y le dirás cómo yo te envío, para que le descubras cómo mucho deseo que aquí me provea de una casa, me erija en el llano mi templo; todo le contarás, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído.” [6] Y la Señora del Cielo le hace una especial promesa: “ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré; [7] y mucho de allí merecerás con que yo retribuya tu cansancio, tu servicio con que vas a solicitar el asunto al que te envío.” [8]

Así, de esta manera tan sublime, la Señora del cielo envía a Juan Diego como su mensajero ante la cabeza de la Iglesia en México, el obispo fray Juan de Zumárraga. El humilde y obediente Juan Diego se postró por tierra y pronto se puso en camino, derecho a la Ciudad de México, para cumplir el deseo de la Señora del Cielo.

Llegó a la casa del obispo, el franciscano fray Juan de Zumárraga, y le pidió a los servidores y ayudantes que le avisaran que traía un mensaje para él, pero estos al verlo tan pobre y humilde, simplemente, lo ignoraron y lo hicieron esperar; pero Juan Diego, con infinita paciencia, estaba dispuesto ha cumplir con su misión así que esperó, hasta que por fin le avisaron al Obispo y este pidió que lo trajeran a su presencia. Juan Diego entró y se arrodilló ante él, inmediatamente le comunicó todo lo que admiró, contempló y escuchó, le dijo puntualmente el mensaje de la Señora del Cielo, la Madre de Dios, que le había enviado y cual era su voluntad. El Obispo escuchó al indio incrédulo de sus palabras, juzgando que era parte de la imaginación del indio, máxime que era un recién convertido, y aunque le hizo muchas preguntas acerca de lo que había referido, y captó que era constante y claro su mensaje, de todos modos no hizo mucho aprecio a sus palabras; así que lo despidió, si bien con respeto y cordialidad, pero sin darle crédito a lo que le había dicho; el Obispo se tomaría un tiempo para reflexionar sobre este mensaje. Salió el indio de la casa del Obispo muy triste y desconsolado, ya que se dio cuenta que no se le había dado crédito ni fe a sus palabras, como por no haber podido fructificar la voluntad de María Santísima.

Juan Diego regresó al cerrillo al mismo punto en donde se le había aparecido la Madre de Dios “y en cuanto la vio, ante Ella se postró, se arrojó por tierra, le dijo: «Patroncita, Señora, Reina, Hija mía la más pequeña, mi Muchachita, ya fui a donde me mandaste a cumplir tu amable aliento, tu amable palabra; aunque difícilmente entré a donde es el lugar del Gobernante Sacerdote, lo vi, ante él expuse tu aliento, tu palabra, como me lo mandaste. Me recibió amablemente y lo escuchó perfectamente, pero, por lo que me respondió, como que no lo entendió, no lo tiene por cierto. Me dijo: «Otra vez vendrás; aún con calma te escucharé, bien aun desde el principio veré por lo que has venido, tu deseo, tu voluntad».”[9] Juan Diego entendió que el obispo pensaba que le mentía o que fantaseaba, y con toda humildad le dice a la Señora del Cielo: “«mucho te suplico, Señora mía, Reina, Muchachita mía, que a alguno de los nobles, estimados, que sea conocido, respetado, honrado, le encargues que conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que le crean. Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mi detenerme allá a donde me envías. [10] Virgencita mía, Hija mía menor, Señora, Niña; por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía».” [11]

La Reina del Cielo escuchó con ternura y bondad, y con firmeza le respondió al indio: “«Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quien encargue que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es necesario que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad. Y mucho te ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Y de mi parte hazle saber, hazle oír mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido. Y bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando».” [12]

Juan Diego, todavía entristecido por lo que había sucedido, se despidió de la Señora del Cielo asegurándole que al día siguiente realizaría su voluntad, aunque guardaba la duda de que fuera creída su palabra, aún así, le aseguró que obedecería y esperaría; se despidió de María Santísima y se fue a su casa a descansar.

Al día siguiente, Domingo diez de diciembre, Juan Diego se preparó muy temprano y salió directo a Tlatelolco, y después de haber oído Misa y asistir a la catequesis, se dirigió a la casa del Obispo, en donde, nuevamente, los ayudantes del obispo lo hicieron esperar mucho tiempo; al entrar ante él, Juan Diego se arrodilló y entre lágrimas le comunicó la voluntad de la Señora del Cielo, certificándole que se trataba de la Madre de Dios, la Siempre Virgen María y que pedía le edificase su casita sagrada en aquel lugar del Tepeyac. El Obispo lo escuchó con gran interés, pero para certificar la verdad del mensaje de Juan Diego le hizo varias preguntas acerca de lo que afirmaba, de cómo era esa Señora del Cielo, de todo lo que había visto y escuchado. El Obispo comenzó a comprender que no era posible que hubiera sido un sueño o una fantasía lo que Juan Diego le refería, pero le pidió una señal para constatar la verdad de las palabras del indio. Juan Diego, sin turbarse, aceptó ir con María Santísima con la petición del Obispo. Al tiempo que Juan Diego se ponía en marcha, el Obispo mandó dos personas de su entera confianza que vigilaran a Juan Diego y que, sin perderlo de vista, lo siguieran para saber a dónde se dirigía y con quién hablaba. Juan Diego llegó a un puente en donde pasaba un río, y ahí los sirvientes lo perdieron de vista y, por más que lo buscaron, no lograron encontrarlo; los sirvientes estaban muy molestos por lo que había sucedido y, al regresar, le dijeron al Obispo que Juan Diego era un embaucador, mentiroso y hechicero y le advirtieron que no le creyera que sólo lo engañaba por lo que, si volvía, merecía ser castigado.

Mientras tanto, Juan Diego había llegado nuevamente al Tepeyac y encontró a María Santísima que lo aguardaba; Juan Diego se arrodilló ante Ella y le comunicó todo lo que había acontecido en la casa del Obispo; quien le preguntó minuciosamente todo lo que había visto y oído, y le pidió una señal para que pudiera dar crédito a su mensaje.

María Santísima le agradeció a Juan Diego la diligencia e interés que había demostrado para cumplir su voluntad con palabras amables y llenas de cariño, y le mandó que regresara al día siguiente al mismo lugar y que ahí le daría la señal que solicitaba el Obispo.

Al día siguiente, Lunes once de Diciembre, Juan Diego no pudo volver ante la Señora del Cielo para llevar la señal al Obispo; pues su tío, de nombre Juan Bernardino, a quien amaba entrañablemente como si fuera su mismo padre, estaba gravemente enfermo de lo que los indios llamaban Cocoliztli; buscó un médico para lograr su curación pero no logró encontrar a nadie. Ya de madrugada, el Martes doce de Diciembre, el tío le rogó a su sobrino que se dirigiera al Convento de Santiago Tlatelolco a llamar a uno de los Religiosos para que lo confesase y preparase porque era conciente de que le quedaba poco tiempo de vida. Juan Diego se dirigió presuroso a Tlatelolco para cumplir la voluntad del moribundo y habiendo llegado cerca del sitio en donde se le aparecía la Señora del Cielo, reflexionó con candidez, que era mejor desviar sus pasos por otro camino, rodeando el cerro del Tepeyac por la parte Oriente y, de esta manera, no entretenerse con Ella y poder llegar lo más pronto posible al convento de Tlatelolco, pensando que más tarde podría regresar ante la Señora del Cielo para cumplir con llevar la señal al Obispo.

Pero María Santísima bajó del cerro y pasó al lugar donde mana una fuente de agua aluminosa, salió al encuentro de Juan Diego y le dijo: “«¿Qué pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te diriges?»”. [13] El indio quedó sorprendido, confuso, temeroso y avergonzado, y le respondió con turbación y postrado de rodillas: “«Mi Jovencita, Hija mía la más pequeña, Niña mía, ojalá que estés contenta: ¿cómo amaneciste? ¿Acaso sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía? Con pena angustiaré tu rostro, tu corazón: te hago saber, Muchachita mía, que está muy grave un servidor tuyo, tío mío. Una gran enfermedad se le ha asentado, seguro que pronto va a morir de ella. Y ahora iré de prisa a tu casita de México, a llamar a algún de los amados de Nuestro Señor, de nuestros Sacerdotes, para que vaya a confesarlo y a prepararlo; que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte. Mas, si voy a llevarlo a efecto, luego aquí otra vez volveré para ir a llevar tu aliento, tu palabra, Señora, Jovencita mía. Te ruego me perdones, tenme todavía un poco de paciencia, porque con ello no te engaño, Hija mía la menor, Niña mía, mañana sin falta vendré a toda prisa».” [14]

María Santísima escuchó la disculpa del indio con apacible semblante; comprendía, perfectamente, el momento de gran angustia, tristeza y preocupación que vivía Juan Diego, pues su tío, un ser tan querido, se encontraba moribundo; y es precisamente en este momento en donde la Madre de Dios le dirige unas de las más bellas palabras, las cuales penetraron hasta lo más profundo de su ser:

“«Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío el menor, que no es nada lo que te espantó, lo que te afligió; que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad, ni cosa punzante aflictiva. ¿No estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?»” [15] Y la Señora del Cielo le aseguró: “«Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por cierto que ya está bueno».” [16]

Y efectivamente, en ese preciso momento, María Santísima se encontró con el tío Juan Bernardino dándole la salud, de esto se enteraría más tarde Juan Diego.

Juan Diego tuvo fe total en lo que le aseguraba María Santísima, la Reina del Cielo, así que consolado y decidido le suplicó inmediatamente que lo mandara a ver al Obispo, para llevarle la señal de comprobación, para que creyera en su mensaje.

La Virgen Santísima le mandó que subiera a la cumbre del cerrillo, en donde antes se habían encontrado; y le dijo: “«Allí verás que hay variadas flores: córtalas, reúnelas, ponlas todas juntas: luego baja aquí; tráelas aquí, a mi presencia».”[17]

Juan Diego inmediatamente subió al cerrillo, no obstante que sabía que en aquel lugar no habían flores, ya que era un lugar árido y lleno de peñascos, y sólo había abrojos, nopales, mezquites y espinos; además, estaba haciendo tanto frío que helaba; pero cuando llegó a la cumbre, quedó admirado ante lo que tenía delante de él, un precioso vergel de hermosas flores variadas, frescas, llenas de rocío y difundiendo un olor suavísimo; y poniéndose la tilma o ayate a la manera acostumbrada de los indios, comenzó a cortar cuantas flores pudo abarcar en el regazo de su ayate. Inmediatamente bajó el cerro llevando su hermosa carga ante la Señora del Cielo.

María Santísima tomó en sus manos las flores colocándolas nuevamente en el hueco de la tilma de Juan Diego y le dijo: “«Mi hijito menor, estas diversas flores son la prueba, la señal que llevarás al Obispo; de mi parte le dirás que vea en ellas mi deseo, y que por ello realice mi querer, mi voluntad; y tú …, tú que eres mi mensajero…, en ti absolutamente se deposita la confianza; y mucho te mando con rigor que nada mas a solas, en la presencia del Obispo extiendas tu ayate, y le enseñes lo que llevas; y le contarás todo puntualmente, le dirás que te mandé que subieras a la cumbre del cerrito a cortar flores, y cada cosa que viste y admiraste, para que puedas convencer al Obispo, para que luego ponga lo que está de su parte para que se haga, se levante mi templo que le he pedido».” [18]

Y dicho esto, la Virgen María despidió a Juan Diego. Quedó el indio tranquilo en su corazón, muy alegre y contento con la señal, porque entendió que tendría éxito y surtiría efecto su embajada, y cargando con gran tiento las rosas sin soltar alguna, las iba mirando de rato en rato, gustando de su fragancia y hermosura.

Juan Diego llegó a la casa del Obispo, y suplicó al portero y a los demás servidores que le dijeran al Obispo que deseaba verlo; pero ninguno quiso; fingían que no entendían, quizá porque todavía estaba oscuro, o porque ya lo conocían, o que nomás los molestaba y los importunaba. Juan Diego espero por un larguísimo tiempo; y cuando los sirvientes vieron que el indio todavía seguía ahí, sin hacer nada, esperando que lo llamaran, y observando también que algo cargaba en su tilma, se acercaron para ver que traía. Juan Diego no pudo ocultarles lo que llevaba, pues podrían empujarlo y hasta maltratar las flores, así que abriendo un poquito la tilma, se dieron cuenta que eran preciosas flores que despedían un perfume maravilloso. Y quisieron agarrar unas cuantas, tres veces lo intentaron, pero no pudieron, porque cuando hacían el intento ya no podían ver las flores, sino que las veían como si estuvieran pintadas, o bordadas, o cosidas en la tilma.

Inmediatamente fueron a decirle al Obispo lo que habían visto; y cómo deseaba verlo el indito que otras veces había venido, y que ya hacía muchísimo rato que estaba allí aguardando el permiso, porque quería verlo. Y el Obispo, en cuanto lo oyó, comprendió que Juan Diego portaba la prueba para convencerlo, para poner en obra lo que solicitaba el indio. Enseguida dio orden de que pasara a verlo. Y Juan Diego habiendo entrado, en su presencia se postró, como ya antes lo había hecho; de nuevo le contó lo que había visto, admirado y su mensaje.

Y en ese momento, Juan Diego entregó la señal de María Santísima extendiendo su tilma, cayendo en el suelo las preciosas flores; y se vio en ella, admirablemente pintada, la Imagen de María Santísima, como se ve el día de hoy, y se conserva en su sagrada casa. El Obispo Zumárraga, junto con su familia y la servidumbre que estaba en su entorno, sintieron una gran emoción, no podían creer lo que sus ojos contemplaban, una hermosísima Imagen de la Virgen, la Madre de Dios, la Señora del Cielo. La veneraron como cosa celestial. El Obispo “con llanto, con tristeza, le rogó, le pidió perdón por no haber realizado su voluntad, su venerable aliento, su venerable palabra.” [19]

Y cuando el Obispo se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego la tilma en la que se apareció la Reina Celestial. Posteriormente, la colocó en su oratorio. Juan Diego pasó un día en la casa del Obispo; y, al día siguiente, éste le dijo: «Anda, vamos a que muestres dónde es la voluntad de la Reina del Cielo que le erijan su templo»” [20].

Juan Diego le mostró los sitios en que había visto y hablado las cuatro veces con la Madre de Dios y pidió permiso para ir a ver a su tío Juan Bernardino, a quien había dejado gravemente enfermo; el Obispo pidió a algunos de su familia para que acompañaran a Juan Diego, y les ordenó que si hallasen sano al enfermo, lo llevasen a su presencia.

Al llegar al pueblo de Tulpetlac vieron que el tío, Juan Bernardino, estaba totalmente sano, nada le dolía; y él, por su parte, estaba admirado de la forma en que su sobrino era acompañado y muy honrado por los españoles enviados por el Obispo. Juan Diego le contó a su tío cómo había sucedido su encuentro con la Señora del Cielo, cómo lo había enviado a ver al Obispo con la señal prometida para que se le edificara un templo en el Tepeyac y, finalmente, como le había asegurado que él estaba ya sano. Inmediatamente, Juan Bernardino confirmó esto, que en ese presido momento a él también se le había aparecido la Virgen, exactamente en la misma forma como la describía su sobrino; y que también a él lo había enviado a México a ver al Obispo; y que le testificara lo que había visto y le platicara la manera maravillosa de cómo lo había sanado, “y que bien así la llamaría, bien así se nombraría: LA PERFECTA VIRGEN SANTA MARÍA DE GUADALUPE, su Amada Imagen.” [21]

Cumpliendo con esta disposición, Juan Bernardino fue llevado ante el Obispo para que contara su testimonio y, junto con su sobrino Juan Diego, lo hospedó en su casa unos cuantos días, de esta manera supo con exactitud lo que había pasado, cómo había recobrado su salud y cómo era la Señora del Cielo.

De una manera asombrosa, ya se había difundido la fama del milagro y acudían los vecinos de la ciudad a la casa Episcopal a venerar la Imagen. Al darse cuenta el Obispo de la gran cantidad de personas que llegaban a ver de cerca lo que había acontecido; decidió llevar la Imagen santa a la Iglesia mayor y la puso en el Altar, donde todos la gozaran; aquí permaneció mientras se edificaba una Ermita en el lugar que había señalado Juan Diego.

Todos contemplaron con asombro la Sagrada Imagen. “Y absolutamente toda esta ciudad, sin faltar nadie, se estremeció cuando vino a ver, a admirar su preciosa Imagen. Venían a reconocer su carácter divino. Venían a presentarle sus plegarias. Mucho admiraron en qué milagrosa manera se había aparecido puesto que absolutamente ningún hombre de la tierra pintó su amada Imagen.” [22]

Juan Diego se entregó plenamente al servicio de María Santísima de Guadalupe, y le apenaba mucho encontrarse tan distante su casa y su pueblo. Él quería estar cerca de Ella todos los días, barriendo el templo (que para los indígenas era un verdadero honor), transmitiendo lo que había visto y oído, y orando con gran devoción; por lo cual, Juan Diego suplicó al señor Obispo poder estar en cualquier parte que fuera, junto a las paredes del templo, y servirle. El Obispo, que estimaba mucho a Juan Diego, accedió a su petición y permitió que se le construyera una casita junto a la Ermita de la Señora del Cielo. Viendo su tío Juan Bernardino que su sobrino servía muy bien a Nuestro Señor y a su preciosa Madre, quería seguirle, para estar juntos; “pero Juan Diego no accedió. Le dijo que convenía que se estuviera en su casa, para conservar las casas y tierras que sus padres y abuelos les dejaron”. [23]

Juan Diego fue una persona humilde, con una fuerza religiosa que envolvía toda su vida; que dejó sus tierras y casas para ir a vivir a una pobre choza, a un lado de la Ermita; a dedicarse completamente al servicio del templo de su amada Niña del Cielo, la Virgen Santa María de Guadalupe, quien había pedido ese templo para en él ofrecer su consuelo y su amor maternal a todos lo hombres. Juan Diego edificó con su testimonio y su palabra; de hecho, se acercaban a él para que intercediera por las necesidades, peticiones y súplicas de su pueblo. Juan Diego nunca descuidó la oportunidad de narrar la manera en que había ocurrido el encuentro maravilloso que había tenido, y el privilegio de haber sido el mensajero de la Virgen de Guadalupe. La gente sencilla lo reconoció y lo veneró como verdadero santo; incluso, como decíamos, los indios lo ponían como modelo para sus hijos, y no había empacho de llamarlo “Varón Santo”. [24]

El mismo pueblo fue quien comunicó por todas partes el gran Acontecimiento Guadalupano y, con la característica memoria indígena, fue transmitido de padres a hijos, de abuelos a nietos.

Una de estas narraciones que actualmente se escucha y que recoge lo esencial y lo más hermoso del Evento Guadalupano, y en donde es llamado Juan Diego “uno de los nuestros”, la tenemos en Zozocolco, Veracruz, pueblecito perdido en las montañas entre Papantla y Poza Rica, a seis horas hacia la montaña, el padre Ismael Olmedo Casas, el doce de diciembre de 1995, tuvo la idea de preguntar a los fieles indígenas qué era lo que celebraban, antes de predicárselos él:

“–¡Buenos días, Grandes Jefes! Queremos que nos platiquen sobre la Virgen de Guadalupe. Hoy, en la fiesta de la Virgen de Guadalupe.

“–¡Señor Cura, Jefe servidor de las cosas santas, buenos días!

“–Te platico lo que hemos oído a los ancianos, nuestros abuelos: Hace muchas pascuas [fiestas] de San Miguel, hace casi mil cosechas [dos por año], hace casi 500 vuelos del Palo Volador [un vuelo cada año durante una fiesta], sucedió que allá en el centro de donde nos mandaban a nosotros, que éramos servidores del Emperador Gran Señor, que vestía fina manta y hermosos plumajes, y ofrecía por el pueblo al Dios Bueno lo que la tierra producía y la sangre de sus hijos para que el orden de la vida siguiera adelante, llegaron hombres de cabello de sol, que nosotros ya sabíamos de su llegada; pero no esperábamos esos malos tratos de su parte, porque los creíamos enviados de los Ángeles, y sólo trajeron mugre, enfermedad, destrucción, muerte y mentira: Nos hablaban de un Dios que amaba, pero ellos con su vida odiaban.

“–El pueblo ya estaba cansado, cuando en una obscura mañana de la media cosecha fuerte del café [mediados de diciembre], a uno de los nuestros le regaló Dios, Dios Espíritu Santo, un mensaje del cielo. Como lo dijera el Libro Grande de nuestros hermanos los mayas [el Popol Vuh]: El hombre se había portado mal, y el gran Dios mandaría a alguien para rehacer al hombre del maíz.

“–También el Libro Grande de los españoles [la Biblia] dice que después de que el hombre destruyó la armonía que había en el Universo, manifestado en el vuelo perfecto del Volador, merecía la vida sin felicidad, pero Dios prometió que alguien nacido de una de nuestra raza, Mujer, nos devolvería la sonrisa a nuestros rostros, nos quitaría el mecapal con la carga en la cuesta más pesada, y haríamos fiesta días enteros, sin acabarse [la Vida Eterna].

“–Apareció, así lo dicen los Jefes, en el Cerro del Anáhuac, una señal del mismo Cielo, a donde llega la manzana del Volador: Una Mujer con gran importancia, más que los mismos Emperadores, que, a pesar de ser mujer, su poderío es tal que se para frente al Sol, nuestro dador de vida, y pisa la Luna, que es nuestra guía en la lucha por la luz, y se viste con las Estrellas, que son las que rigen nuestra existencia y nos dicen cuándo debemos sembrar, doblar o cosechar.

“–Es importante esta Mujer, porque se para frente al Sol, pisa la Luna y se viste con las Estrellas, pero su rostro nos dice que hay alguien mayor que Ella, porque está inclinada en signo de respeto.

“–Nuestros mayores ofrecían corazones a Dios, para que hubiera armonía en la vida. Esta Mujer dice que, sin arrancarlos, le pongamos los nuestros entre sus manos, para que Ella los presente al verdadero Dios.

“–Los tres volcanes surgen de sus manos y en el pecho, aquellos que flanquean el Anáhuac y el que vio la llegada de nuestros dominadores, que para Ella tienen que ser tenidos y tenerlos como de una nueva raza, por eso su rostro no es ni de ellos ni de nosotros, sino de ambos. En su túnica se pinta todo el Valle del Anáhuac y centra la atención en el vientre de esta Mujer, que, con la alegría de la fiesta, danza, porque nos dará a su Hijo, para que con la armonía del Ángel que sostiene el cielo y la tierra [manto y túnica] se prolongue una vida nueva. Esto es lo que recibimos de nuestros ancianos, de nuestros abuelos, que nuestra vida no se acaba, sino que tiene un nuevo sentido, y como lo dice el Libro Grande de los españoles [la Biblia], que apareció una señal en el cielo, una Mujer vestida de Sol, con la Luna bajo sus pies y una corona de Estrellas, y está a punto de parir.

“–Esto es lo que hoy celebramos, Señor Cura: la llegada de esta señal de unidad, de armonía, de nueva vida.” [25]

También el Santo Padre, Juan Pablo II, transmite con gran fuerza la importancia del Mensaje Guadalupano comunicado por el Beato Juan Diego y confirma la perfecta evangelización que nos ha sido donada por Nuestra Madre, María de Guadalupe; “Y América, –declara el Papa– que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, […] en Santa María de Guadalupe, […] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como Reina de toda América.” [26] El Papa Juan Pablo II reafirma la fuerza y la ternura del mensaje de Dios por medio de la estrella de la evangelización, María de Guadalupe, y su fiel, humilde y verdadero mensajero Juan Diego; momento histórico para la evangelización de los pueblos, “La aparición de María al indio Juan Diego –reafirma el Santo Padre– en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente.” [27]

El Beato Juan Diego continúa difundiendo al mundo entero este gran Acontecimiento Guadalupano, un gran Mensaje de Paz, de Unidad y de Amor que se sigue transmitiendo también por medio de cada uno de nosotros, convirtiendo nuestra pobre historia humana en una maravillosa Historia de Salvación, ya que en el centro de la Sagrada Imagen, en el centro del Acontecimiento Guadalupano, en el centro del corazón de la Santísima Virgen María de Guadalupe, se encuentra Jesucristo Nuestro Salvador.

Oración a Juan Diego

Juan Diego gracias por el mensaje evangelizador que con humildad nos has entregado, gracias a ti sabemos que la Virgen Santísima de Guadalupe es la Madre del verdadero Dios por quien se vive y es la portadora de Jesucristo que nos da su Espíritu que vivifica a nuestra Iglesia.

Gracias a ti sabemos que Santa María de Guadalupe es también nuestra Madre amorosa y compasiva, que escucha nuestro llanto, nuestra tristeza; porque Ella remedia y cura nuestras penas, nuestras miserias y dolores. Gracias al obediente cumplimiento de tu misión sabemos que Santa María de Guadalupe nos ha colocado en su corazón, que estamos bajo su sombra y resguardo, que es la fuente de nuestra alegría, que estamos en el hueco de su manto, en el cruce de sus brazos.

Gracias Juan Diego por este mensaje que nos fortifica en la Paz, en la Unidad y en el Amor.

AMÉN.


[1] «Testimonio de Marcos Pacheco», en Informaciones Jurídicas de 1666, Archivo Histórico de la Basílica de Guadalupe, Ramo Histórico, f. 12v.
[2] «Testimonio de Andrés Juan», en Informaciones Jurídicas de 1666, Archivo Histórico de la Basílica de Guadalupe, Ramo Histórico, f. 28v.
[3] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, traducción del náhuatl al castellano del P. Mario Rojas Sánchez, Ed. Fundación La Peregrinación, México 1998, p. 27.
[4] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 29.
[5] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 30.
[6] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, pp. 30-33.
[7] Te glorificaré: nimitzcuiltonoz, nimitztlamachtiz; los dos verbos usados significan una dicha y felicidad no ordinarias.
[8] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 34.
[9] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 37.
[10] Mecapal, cacaxtli: (parihuela) enseres de carga, aún en uso en muchas regiones del país; el primero: una faja de ixtle que pasa por la frente y ayuda a sostener la carga; el segundo: un armadijo de varas y cuerdas donde se acomoda el fardo, y va apoyado en las espaldas del cargador. Son expresiones de mucha humildad, tomadas de los refranes y modos de hablar de aquel entonces, del habla popular. Como si dijera: “No soy más que un animal de carga; necesito que otras personas me guíen; me siento fuera de mi ambiente en esos lugares a donde me mandas…”
[11] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 38.
[12] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, pp. 38-39.
[13] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 48.
[14] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, pp. 48-49.
[15] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 50.
[16] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 51.
[17] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 52.
[18] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 54.
[19] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 61.
[20] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 62.
[21] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, p. 64.
[22] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, pp. 66-67.
[23] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, en Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, Testimonios Históricos Guadalupanos, Ed. FCE, México 1982, p. 305.
[24] «Testimonio de Andrés Juan», en Informaciones Jurídicas de 1666, Archivo Histórico de la Basílica de Guadalupe, Ramo Histórico, f. 28v.
[25] El texto completo y su ratificación judicial, se encuentra en la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, Archivo para la Causa de Canonización de Juan Diego.
[26] El Papa Juan Pablo II cita literalmente la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Santo Domingo a 12 de Octubre de 1992, 24. Citado también en AAS, 85 (1993) p. 826. El Santo Padre también menciona la declaración realizada por los obispos de los Estados Unidos de Norteamérica en: National Conference of Catholic Bishops, Behold Your Mother Woman of Faith, Washington 1973, 37.
[27] Juan Pablo II, Ecclesia in America, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1999, p. 20.

A la pregunta: ¿Quién es un Santo? es fácil responder.

EL APÓSTOL PABLO, en su carta a los Efesios, exclama entusiasmado: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por medio de Él nos ha bendecido desde el cielo con toda bendición del Espíritu. Porque nos eligió con Él, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos y sin defecto a sus ojos, por el amor; destinándonos, ya entonces, a ser adoptados por hijos suyos, por medio de Jesús Mesías —conforme a su querer y a su designo— a ser un himno a su gloriosa generosidad, que derramó sobre nosotros por medio de su Hijo querido, el cual, con su sangre, nos ha obtenido la liberación, el perdón de los pecados, muestra de su inagotable generosidad. Y la derrochó con nosotros  y ¿con cuánta sabiduría e inteligencia revelándonos su designio secreto, conforme al querer y proyecto que él tenía para llevar la historia a su plenitud: hacer la unidad del universo por medio del Mesías, de lo terrestre y de lo celeste?” (Ef 1, 3-10).

Esto no es otra cosa que lo anunciado desde el principio de la interacción de Dios con nosotros: el cumplimiento de su deseo de “hacer al hombre a imagen y semejanza suya” (Gn 1, 26), por lo que ya vemos que “fuimos elegidos por el Padre, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos y sin defecto”, y que eso se logra mediante una adopción que nos asimile a “su Hijo querido, Jesús el Mesías”, que nos la ganó con su sangre. De modo que queda claro que nuestra vocación es ser santos, pero, ¿qué cosa es un santo?

¿QUIÉN ES UN SANTO?

A la pregunta: ¿Quién es un Santo? es fácil responder: Sólo Dios es Santo, y, entre los hombres, sólo es Santo e! Hombre Dios, el Verbo Encarnado, el “Santo de Dios” (Mc 1, 4; Lc 4, 34), y por tanto, todo otro humano sólo puede serlo por el don gratuito de la esa adopción divina que nos asimila e “injerta” con Él, (Cfr. Rom 11, 13-24), que nos otorga su Gracia Santificante:”… a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera Él el primogénito entre muchos hermanos …” (Rom 8, 29). El Catecismo de la Iglesia Católica nos lo subraya: “El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: … Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí…” (Mt 11, 29) “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí”. (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la transfiguración, ordena: “Escuchadle” (Mc 9, 7).[1]

Ser santo, pues, es ser “imagen y semejanza” de Dios que es el único “Santo”,  y el mandato de que lo seamos no es nada nuevo: Ya desde el Levítico, haciendo énfasis en la pureza ritual. Se insistía, expresa y reiteradamente: “Yo soy el Señor, vuestro Dios, santificaos y sed santos, porque yo soy santo.” (Lev 11, 44) “Yo soy el Señor, que os saqué de Egipto para ser vuestro Dios: sed santos, porque yo soy santo’: (Lev 11, 45) “El Señor habló a Moisés: —Di a toda la comunidad de los israelitas: Sed santos, porque yo el Señor, vuestro Dios, soy santo.” (Lev 19, 1) “Santificaos y sed santos, porque yo, el Señor, soy vuestro Dios,” (Lev 20, 7) “Sed para mí santos, porque yo, el Señor, soy santo, y os he separado de los demás pueblos para que seáis míos.” (Lev 20, 26).

Los sacerdotes “serán santos para su Dios y no profanarán el nombre de su Dios, porque son los encargados de ofrecer la oblación.” (Lev 21, 6). Al sacerdote “lo considerarás santo, porque es el encargado de ofrecer el alimento de tu Dios. Será para ti santo, porque yo, el Señor, que lo santifico, soy santo,” (Lev 21, 8), Jesús confirmó y actualizó ese llamado, pidiendo que fuésemos “perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48), y Pedro insistió: “Igual que es santo el que os llamó, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque la Escritura dice: «Seréis santos, porque yo soy santo»” (1 P 1, 16). “El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios.”

Esta adopción filial lo transforma, dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de practicar el bien. En la unión con su Salvador, el discípulo alcanza la perfección de la caridad; la santidad. La vida mortal, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del cielo.”[2]

Por lo tanto, todo el que cumpla el mandato del amor que lo asimila a Cristo, “dando de comer al hambriento, de beber al sediento, etc.” (cfr. Mt 25, 31, 46), y, en especia, todo bautizado es santo, puesto que el Bautismo nos confiere precisamente la “Gracia Santificante”. “Santo” significa “consagrado”, “marcado”, “señalado”, y todos los cristianos llevamos el sello de Cristo, por indignos o pecadores que seamos: nuestro nombre distintivo es ese: “santo”. Conviene recordar que la palabra “cristiano”, fueron los paganos de Antioquía quienes empezaron a usarla para referirse a los discípulos de Jesucristo[3] y que esa palabra tuvo inicialmente un sentido más bien burlón, de tipo político, como se hablaba de “cesarianos”, de “pompeyanos” de “herodianos”, etc., pero el término que usaban los propios seguidores de Jesús para designarse a sí mismos fue el de “santos”.


[1] Catecismo de la Iglesia Católica, versión española conforme al texto latino oficial, propiedad de la Santa Sede. Coeditores Unidos de México, 1999, N° 459.
[2] Catecismo.., núm. 1709.
[3] Fue en Antioquía donde, por primera vez, llamaron a los discípulos “cristianos” (Hch 11, 26).

Algunos momentos importantes en el proceso de Canonización del vidente de la Virgen de Guadalupe.

Proceso de Beatificación y Canonización de San Juan Diego

P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez

Desde hace mucho tiempo se ha tenido la certeza de que Juan Diego ya se encontraba en el cielo, gozando de Dios, como lo expresaba Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, a finales del siglo XVI, en su escrito llamado Nican Motecpana: “La Purísima, con su precioso Hijo, llevó su alma a donde disfruta de la Gloria Celestial”, [1] el mismo autor manifiesta que Juan Diego es modelo de santidad y que así como él mereció el cielo, nosotros también nos esforcemos para ser dignos de él, continuaba Fernando de Alva Ixtlilxóchitl: “¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!” [2] En el siglo XVII, uno de los documentos más importantes son las Informaciones Jurídicas de 1666, en donde encontramos varias veces la referencia de Juan Diego como un hombre excepcional, todos los testigos confirmaron que Juan Diego fue un hombre piadoso, devoto, lleno de Dios, por ello no dudaron en llamarlo “varón santísimo” o ir a verlo para que intercediera ante la Virgen de Guadalupe y ante el mismo Dios para sus necesidades, o ponerlo como modelo para sus hijos. [3] Otro importante autor, pero del siglo XVIII, Cayetano Cabrera y Quintero, expresaba en su libro Escudo de Armas, publicado en 1746, cómo Juan Diego era un verdadero intercesor para el pueblo: “Aún los mismos indios que frecuentaban el Santuario –decía Cabrera– se valían de las oraciones de su compatriota viviendo y, ya muerto y sepultado allí, lo ponían como intercesor ante María Santísima, para lograr sus peticiones.” [4]

El pueblo siempre expresó su admiración y veneración a Juan Diego representando su figura como un “atlante” y sostenedor de todo un altar, como en el altar de San Lorenzo Ríotenco; como fundamento y sostenedor de un púlpito como en la iglesia del Pocito, como ángel a los pies de la Virgen como en la fachada del Colegio de Guadalupe o como franciscano, como es representado en la fachada de la antigua Basílica de Guadalupe, o pintado con aureola como en el exvoto que se conserva en el museo de la Basílica de Guadalupe, esculpido con veneración en un cáliz de oro, etc.

Don Santiago Beguerisse publicó Apuntes Biográficos del Venturoso Indio Juan Diego; y el 1 de noviembre de 1895 escribió al Obispo de Cuernavaca, Fortino Hipólito Vera, con quien lo unía un mismo pensamiento, comunicándole su interés por iniciar un Proceso para la Beatificación de Juan Diego.

En octubre de 1904, en el Congreso Mariano que se celebró en Morelia, se presentó la iniciativa para que se solicitara iniciar el Proceso para la Beatificación de Juan Diego.

En 1930, el P. Lauro López Beltrán fundó su revista Juan Diego con la que continuamente impulsó la posibilidad de llevar a los altares a Juan Diego.

El 1 de mayo de 1931, por motivo del IV Centenario de las Apariciones, se publicó en el Boletín Eclesiástico de la Arquidiócesis de Guadalajara un artículo intitulado “La Canonización de Juan Diego” donde se pide la canonización de Juan Diego.

El 12 de abril de 1939 se publica una importante Carta Pastoral del Obispo de Huejutla, José de Jesús Manríquez y Zárate: XXI Carta Pastoral que dirige a sus diocesanos sobre la necesidad de trabajar ahincadamente por la glorificación de Juan Diego en este mundo, San Antonio, Texas; para trabajar en la glorificación de Juan Diego.

En 1950, el Obispo de Huejutla, José de Jesús Manríquez y Zárate, cuando asistió a Roma a la Declaración Dogmática de la Asunción, representando al Arzobispado de México, aprovechó para entrevistarse con el cardenal Nicolás Canali, gran autoridad del Vaticano, proponiéndole el iniciar la beatificación de Juan Diego.

En los últimos años esto se expresó con mayor fuerza. En 1974, tanto los Obispos de México como los de América Latina habían pedido la canonización de Juan Diego, se propuso la canonización de Juan Diego como modelo de laico cristiano. [5] En 1979, durante su primer viaje pastoral en México, el Santo Padre, Juan Pablo II, habló de Juan Diego como ese personaje histórico fundamental en la historia de la Evangelización de México. Los Obispos mexicanos insistieron en que la canonización de Juan Diego es un hecho profundamente querido por la gran parte del pueblo de México; se dieron los primeros pasos y el 15 de junio de 1981 durante la Décima Asamblea, la Conferencia Episcopal Mezicana pide formalmente la canonización de Juan Diego.

El Arzobispo Primado de México, D. Ernesto Corripio Ahumada, escuchó estas súplicas y peticiones y con gran empeño inició los trabajos; escribiendo a la Congregación para la Causa de los Santos en 1981, para informarse sobre los pasos y posibilidades de canonizar al indio Juan Diego.

El 8 de junio de 1982, la Congregación para la Causa de los Santos informó al Arzobispo de México, Corripio, los pasos necesarios que se tenían que dar para que todo el Proceso fuera conforme al Derecho Eclesiástico. [6]

El 7 de enero de 1984, en la Insigne Basílica de Guadalupe, presidió la ceremonia donde se daba inicio al Proceso Canónico del Siervo de Dios, Juan Diego, el indio humilde mensajero de la Virgen de Guadalupe. El 19 de enero de 1984 se nominó para Roma como Postulador al P. Antonio Cairoli, OFM, el 11 de febrero se completó jurídicamente el Tribunal con la sesión de apertura y se llevó adelante el Proceso Canónico Ordinario que se piden en estos casos; en total fueron 98 sesiones. También se nombró, en ese entonces, una comisión histórica, presidiéndola el Prof. Joel Romero Salinas, miembro de la Academia Nacional de Historia y Geografía de México, perito en Historia y Archivística para la Causa en cuestión; esta comisión histórica preparó el material necesario en estos casos. Más de dos años de estudio y trabajo fueron necesarios para concluir la primera etapa del Proceso, el 23 de marzo de 1986, en solemne ceremonia se concluyeron estos trabajos. y toda la documentación y la investigación fue enviada a Roma. La Congregación para la Causa de los Santos aprobó el camino realizado el 7 de abril de 1986.

Todavía el Arzobispo de México Ernesto Corripio quiso congregar, el 9 de octubre de 1989, en la Sala de Acuerdos de la Curia de la Arquidiócesis de México, a 21 especialistas en historia, investigadores y estudiosos del Acontecimiento Guadalupano, con la presencia también del entonces abad Mons. Guillermo Schulenburg, para que ahí se pronunciaran los comentarios, reflexiones y opiniones a favor o en contra de la Causa de Juan Diego; era importante conocer todos los puntos de vistas y analizar no sólo la personalidad de Juan Diego, sino también la oportunidad de la continuación de la Causa; con toda libertad se podía exponer cualquier opinión en contra o a favor. El Ing. Joel Romero Salinas recordaba este momento en su libro Juan Diego. Su peregrinar a los altares, en donde refiere lo sucedido en este importante encuentro: “Ninguna opinión se vertió en contra de la existencia física del Siervo de Dios y se ahondó positivamente en su fama, virtudes y culto.” [7]

En ese año de 1989, después de la muerte del Rev. P. Antonio Cairoli, OFM, el Cardenal Ernesto Corripio designó como Postulador para la Causa de Juan Diego al Rev. P. Paolo Molinari, SJ.

El Episcopado Mexicano actuaba en gran unidad y conciencia pastoral. El 3 de diciembre de 1989, Mons. Adolfo Suárez Rivera, Arzobispo de Monterrey y Presidente de la CEM, escribía al Cardenal Felici, Prefecto de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos:

“Saludamos a Vuestra Eminencia con respeto y afecto en el Señor:

“Con fecha 17 de noviembre del presente año, los Obispos de México enviamos a Vuestra Eminencia una carta con la cual implorábamos que el Siervo de Dios Juan Diego sea proclamado Santo en virtud de la continuación del culto a él dirigido.

“Para complementar nuestra mencionada carta, nos permitimos por las presentes letras, asentar las siguientes aclaraciones y declaraciones:

“Cuando fueron emitidos los Decretos de S. S. URBANO VIII (1625-1634), la Jerarquía de México, en debido acatamiento a las disposiciones pontificias, prohibió toda manifestación de culto público y litúrgico de Juan Diego.

“Sin embargo, la fama de santidad del Siervo de Dios y la auténtica devoción religiosa que se le guardaba, eran tales que, pese a la observancia de la Norma referente al culto público y litúrgico, el culto popular privado continuó y ha venido a ser más vivo y creciente en nuestros días.

“Las diversas disposiciones de la Jerarquía Eclesiástica local, referentes tanto a la veneración de la Imagen de la Sma. Virgen de Guadalupe como al respeto a la casa de Juan Diego, testifican la continuidad de la auténtica devoción hacia el Siervo de Dios. Todo esto está ampliamente ilustrado en los diversos Estudios hechos para la elaboración de la “POSITIO”, en correlación con los documentos respectivos.

“La existencia de la auténtica fama de santidad del Siervo de Dios Juan Diego está sólidamente confirmada por el hecho de que, desde el año de 1666, las Autoridades Eclesiásticas de México se preocuparon por llevar a cabo un proceso formal, con la finalidad de solicitar la aprobación de un Oficio Propio en honor de la B. Virgen María de Guadalupe, para la celebración del día de la aparición preternatural de la Santísima Virgen al Obispo Fray Juan de Zumárraga, y esto como comprobación de la veracidad de Juan Diego.

“En las actas de tales investigaciones figuran las disposiciones acerca de la vida, las virtudes, la fama de santidad y el culto a Siervo de Dios Juan Diego.

“Las actas de estos dos Procesos han sido debidamente insertadas en la mencionada “POSITIO”.

“Además, ha de tenerse presente que la Jerarquía Eclesiástica de México instruyó un proceso específicamente sobre la vida, las virtudes, la fama de santidad y el culto del Siervo de Dios en los años 1984-1986.

“Teniendo en cuenta todo esto, se debe afirmar que el período de tiempo en el cual el culto se manifestó y fue vivido en la Iglesia de México, es suficiente por sí mismo para corresponder a la categoría de “A TEMPORE INMEMORABILI”.

“Por lo expuesto, nosotros, los Obispos de México, declaramos que la ininterrumpida fama de santidad atribuida al Siervo de Dios JUAN DIEGO y la continua devoción religiosa que se le guarda constituye en seguro fundamento para declarar que ha existido un verdadero culto religioso, pero con la limitación ordenada por la Santa Sede Apostólica.

“Esta declaración es firmada por el suscrito, Presidente de la Conferencia Episcopal de México, en nombre de todos los Excmos. Sres. Arzobispos y Obispos de nuestra Nación.“Nosotros esperamos que esta declaración constituya un documento válido para la “Positio Super Cultu ab Inmemoriabili Praestito” del Siervo de Dios Juan Diego, elaborada por la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos que Vuestra Eminencia dignamente preside como Cardenal Prefecto.

“Los Obispos de México, junto con nuestro pueblo cristiano, abrigamos la dichosa esperanza de que el Santo Padre Juan Pablo II, en uso de la autoridad que le asiste, se digne declarar Santo al Siervo de Dios Juan Diego, el laico que fue siervo de la Sma. Virgen de Guadalupe, en su próxima visita pastoral a México, en el mes de mayo del próximo año.

“Este asentimiento eclesial será de notoria importancia para la Iglesia en México y constituirá un gran impulso para la pastoral y la vitalidad del laicado católico de México y de América Latina.

“Reiteramos a Vuestra Eminencia nuestros sentimientos de aprecio y estima en el Señor.

“Ciudad de México, D. F., a 3 días del mes de Diciembre del año de 1989.”

Bajo las normas y directrices de la Congregación para la Causa de los Santos, así como las del Relator General Mons. Giovanni Papa se elaboró la Positio; la cual fue presentada a los Peritos en Historia, así como a los Teólogos Consultores y al Congreso de Cardenales y Obispos de la Congregación, y se obtuvo el voto afirmativo sobre el culto inmemorial y la fama de santidad del Servo di Dio Juan Diego. De esta manera se llega a la aprobación de la Positio en 1990; [8] se confirmó, pues, que a Juan Diego se le daba un culto desde tiempos inmemoriales; manifestado por objetos de todas clases como son imágenes y diseños de Juan Diego en donde se le representó con aureola; su figura se esculpió en cálices, en púlpitos, en altares, en exvotos, en ofrendas; son varios los documentos en donde se declara que Juan Diego fue un indio buen cristiano y santo, como vimos en los testimonios de los ancianos indios de Cuauhtitlán que fueron vertidos en las Informaciones Jurídicas de 1666. Una fama que no se interrumpió, como también ya vimos que expresaba, en 1746, D. Cayetano de Cabrera y Quintero: “Aún los mismos indios que frecuentaban el Santuario se valían de las oraciones de su compatriota viviendo y, ya muerto y sepultado allí, lo ponían como intercesor ante María Santísima, para lograr sus peticiones.” [9]

El 9 de abril de 1990, el Santo Padre Juan Pablo II, por medio del Decreto de Beatificación, reconoció la santidad de vida y culto tributado, de tiempo inmemorial, al Beato Juan Diego. Y el 6 de mayo sucesivo, el mismo Santo Padre, durante su segundo viaje apostólico a México, presidió en la Basílica de Guadalupe la solemne celebración en honor del Beato Juan Diego, inaugurando la modalidad del culto litúrgico que se le debía rendir al humilde y obediente indio, mensajero de la Virgen de Guadalupe.

El Santo Padre afirmó: “Juan Diego es un ejemplo para todos los fieles: pues nos enseña que todos los seguidores de Cristo, de cualquier condición y estado, son llamados por el Señor a la perfección de la santidad por la que el Padre es perfecto, cada quien en su camino. Conc. Vat. II, Const. Dogm. Lumen Gentium, No 11. Juan Diego, obedeciendo cuidadosamente los impulsos de la gracia, siguió fiel a su vocación y se entregó totalmente a cumplir la Voluntad de Dios, según aquel modo en el que había sido llamado por el Señor, destacando por su amor tierno a la Santísima Virgen María, a la que tuvo constantemente presente y veneró como Madre y dedicándose con ánimo humilde y filial a cuidar su casa. No es extraño, por eso, que estando aún con vida, muchas personas le considerasen santo y le pidieran la ayuda de su oración. Esta fama de santidad ha perdurado después de su muerte, y no son pocos los testimonios del culto que se le daba, los cuales muestran, suficientemente, que delante del pueblo cristiano se le nombraba con el título de santo, y tenía hacia él aquellas manifestaciones de veneración que suelen reservarse a los Beatos y a los Santos, como queda patente por las obras artísticas llegadas hasta nosotros, en las que la imagen del Siervo de Dios aparece representada con una aureola o con otros signos de santidad. Es cierto que esas manifestaciones de culto se dieron sobre todo en la época más cercana a la muerte de Juan Diego, pero es asimismo innegable que han permanecido hasta nuestros días, de manera que puede afirmarse con seguridad que testifican un culto peculiar e ininterrumpido tributado al Siervo de Dios. A petición de gran número de Obispos y de muchos otros fieles sobre todo de México, la Congregación para las Causas de los Santos procuró que se recogieran los documentos que ilustran la vida, las virtudes y la fama de santidad de Juan Diego y ponen también de manifiesto el culto que se le ha tributado. Después de realizar las oportunas investigaciones y de estudiar el material reunido, se elaboró una amplia relación acerca de la fama de santidad del Siervo de Dios, sus virtudes y el culto que se le a tributado desde tiempo inmemorial.” [10]

La labor de la Congregación para la Causa de los Santos es sumamente profesional, trabajan ahí los más grandes especialistas en la materia; quienes llevan todo proceso de una manera meticulosa y detallada, no dejan ninguna duda por aclarar, ninguna pregunta por responder. Todos sabemos de las dudas y especulaciones que Mons. Schulenburg y un grupo de personas han transmitido, si bien, no por la vía normal como se debe proceder en estos casos; aún así, la Congregación no desatendió ninguna de las objeciones que le presentaron. Por lo que dispuso que junto con la Arquidiócesis de México se formara una Comisión Histórica, que encabezara una investigación apegada al método histórico científico. Esta Comisión fue encabezada por el P. Dr. Fidel González Fernández, Doctor en Historia de la Iglesia, Consultor de la Congregación para las Causas de los Santos, catedrático de la Pontificia Universidad Gregoriana y de la Pontificia Universidad Urbaniana, especialista en Historia de la Iglesia en América Latina; P. Dr. Eduardo Chávez Sánchez, Doctor en Historia de la Iglesia, Prefecto de Estudios del Pontificio Colegio Mexicano, Miembro de la Sociedad Mexicana de Histórica Eclesiástica, Investigador especializado de la Arquidiócesis de México; y Mons. José Luis Guerrero Rosado, canónigo de la Basílica de Guadalupe, licenciado en Derecho Canónico, investigador y catedrático, hombre de una vastísima cultura y gran especialista en el Acontecimiento Guadalupano. Para mí fue un gran honor el que el Sr. Arzobispo de México me hubiera designado para formar parte de esta importante y trascendental Comisión Histórica.

Nuestra Comisión retomó todo lo realizado por siglos, investigó nuevamente en Archivos y Bibliotecas de varias partes del mundo, analizó no sólo las dudas u objeciones; sino que estudió e investigó desde la tradición oral continua e ininterrumpida que se ha mantenido hasta el día de hoy en la memoria del pueblo, hasta fuentes documentales como mapas, códices, anales, testamentos, cantares, narraciones antiguas, los llamados Nican mopohua y Nican motecpana, la Información de 1556, las Informaciones Jurídicas de 1666, los importantes escritos de los primeros frailes misioneros y otros muchos documentos más. Así como se tomaron en cuenta las dudas y objeciones, también se tomaron en cuenta las nuevas aportaciones y afirmaciones a favor del hecho histórico, provenientes de los más variados investigadores, científicos y estudiosos del Acontecimiento Guadalupano.

El trabajo revistió un esfuerzo de varios años, analizando, estudiando e investigando bajo el método histórico científico, ubicando cada fuente histórica en su justo valor y naturaleza y en su convergencia; asimismo, se sometió a las normas precisas de la Congregación de la Causa de los Santos. El 28 de octubre de 1998, la Congregación aprobó los resultados de la investigación científica, constatando y confirmando la verdad del Acontecimiento Guadalupano, y la misión del indio humilde Juan Diego, modelo de santidad, quien a partir de 1531 difundió el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe, por medio de su palabra y de su ejemplar testimonio de vida. Se dio un paso más al pedir la Congregación que se publicara lo esencial y más importante de los resultados de la investigación de la Comisión Histórica; gracias a esto, en 1999, se publicó un libro bajo el título: El Encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego; [11] el cual fue analizado por diversos especialistas. Más adelante, la Congregación encomendó a algunos doctores y catedráticos de Historia de la Iglesia de las más prestigiosas Universidades Pontificias, especialistas en el tema de México y América Latina, para que analizaran este Libro de manera detenida y meticulosamente; y todos, de forma unánime, dieron su confirmación positiva y laudatoria, tanto de la esencia de la historia del Acontecimiento Guadalupano, especialmente del Beato Juan Diego, como de la metodología científica usada en la investigación.

En ese año de 1999, nuevamente el Papa Juan Pablo II afirmó con gran fuerza la importancia del Mensaje Guadalupano comunicado por el Beato Juan Diego y confirmó la perfecta evangelización que nos ha sido donada por Nuestra Madre, María de Guadalupe: “Y América, –declaró el Papa– que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, […] en Santa María de Guadalupe, […] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como Reina de toda América.” [12] El Papa confirmó la fuerza y la ternura del mensaje de Dios por medio de la Estrella de la evangelización, María de Guadalupe, y su fiel, humilde y verdadero mensajero Juan Diego, en donde Ella depositó toda su confianza; momento histórico para la evangelización de los pueblos, “La aparición de María al indio Juan Diego –reafirmó el Santo Padre– en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente. […] María Santísima de Guadalupe es invocada como «Patrona de toda América y Estrella de la primera y de la nueva evangelización».” [13]

Todos los sucesores de fray Juan de Zumárraga han promovido ininterrumpidamente el gran Acontecimiento Guadalupano, el cardenal Norberto Rivera, con un gran esfuerzo y una ferviente oración, ha impulsado de manera decisiva la Canonización del Beato Juan Diego. Asimismo, el Rector y todos los Canónigos de la Nacional e Insigne Basílica de Guadalupe, han dirigido peticiones al Santo Padre, por ejemplo el 21 de agosto de 2000, en una de varias cartas, dicen: “estamos plenamente convencidos de la historicidad del Beato Juan Diego […] Por lo tanto, nuestra voz se dirige ahora a Su Santidad, para pedirle, humildemente, la pronta canonización del Beato Juan Diego”. [14]

El Episcopado Mexicano en pleno ha sido de los más fuertes promotores motivando tanto la investigación científica, así como la evangelización y devoción popular en una pastoral integral. El Episcopado Mexicano declaró el 12 de octubre de 2001: “La verdad de las Apariciones de la Santísima Virgen María a Juan Diego en la colina del Tepeyac ha sido, desde los albores de la evangelización hasta el presente, una constante tradición y una arraigada convicción entre nosotros los católicos mexicanos, y no gratuita, sino fundada en documentos del tiempo, rigurosas investigaciones oficiales verificadas el siglo siguiente, con personas que habían convivido con quienes fueron testigos y protagonistas de la construcción de la primera ermita”; [15] y más adelante señala: “Consideramos también deber nuestro manifestar que la historicidad de las apariciones, necesariamente lleva consigo reconocer la del privilegiado vidente interlocutor de la Virgen María.” [16] Todos los Obispos Mexicanos se unen en una misma oración: “expresamos nuestra confianza en que no tardará su canonización y por ello elevamos nuestra plegaria”. [17]

Más adelante, el 17 de mayo de 2001, el Cardenal Norberto Rivera me nombró Postulador para la Causa de Canonización del Beato Juan Diego. De esta manera, por una parte, continué en la Comisión Histórica y, por otra, con el trabajo de la Postulación.

Cuando se aprobó todo el camino recorrido en cuanto a confirmar la historicidad de Juan Diego, se continuó con el proceso, ahora analizando el milagro que realizó Dios por medio de Juan Diego, como veremos en el siguiente capítulo.

Juan Diego sigue intercediendo por su pueblo. Dentro del proceso para la Canonización de Juan Diego era indispensable constatar un milagro efectuado por intercesión del Beato Juan Diego.

Desde el 20 de noviembre de 1990, en la Curia del Arzobispado de México, se abrió el proceso canónico para recoger las pruebas sobre el milagro realizado por el Beato Juan Diego, concluyendo el 31 de marzo de 1994.

No cabe duda, que Dios aprobaba la canonización de Juan Diego al realizar un milagro por medio de la intercesión de este indio humilde y sencillo, mensajero fiel de Santa María de Guadalupe. El caso en cuestión tuvo lugar en la Ciudad de México el 3 de mayo de 1990, cuando un joven de 20 años de edad, llamado Juan José Barragán Silva, cayó de una altura de 10 metro aproximadamente sobre terreno sólido, con un fuerte impacto valorado en 2,000 kgs., con fractura múltiple del hueso craneal, y fuertes hematomas. Según la valoración de los médicos, la mortalidad superaba el 80%. Fue la mamá del muchacho quien le pidió a Juan Diego por la vida de su hijo.

Al llegar al Sanatorio, intervino el Dr. Homero Hernández Illescas y su equipo de médicos, encontrando que las lesiones que presentaba el muchacho eran terribles y se esperaba lo peor; nuevamente aquí la madre del muchacho confirmó su confianza en Juan Diego. Después de dos días, los médicos le tuvieron que dar la mala noticia a la madre, de que su hijo tenía muy pocas esperanzas de vida y que esperaban sólo su fallecimiento. El 6 de mayo de 1990, exactamentecuando el Santo Padre Juan Pablo II estaba celebrando la misa de Beatificación de Juan Diego, en el Sanatorio se operó un verdadero prodigio, el joven que había sido desahuciado se incorporó y, como tenía hambre, comió de lo que encontró en una charola que se había colocado cerca de él; todo esto ante la admiración de propios y extraños. Los médicos no podían creer lo que estaban contemplando, obviamente los exámenes de todo tipo fueron muy exhaustivos para tratar de dar una respuesta racional a lo que estaban contemplando; el muchacho no tenía ya ni fracturas, ni contusiones, ni sangrado, absolutamente nada… tan admirable fue este prodigio, que a los pocos días salió del hospital por su propio pie. Más de 15 médicos especialistas analizaron este caso, conformando un gran expediente que será de gran importancia para el proceso del milagro.

En primer lugar, se realizó un proceso diocesano para analizar este caso prodigioso y constatar que se podía integrar al proceso de canonización del Beato Juan Diego, todos los testimonios de los especialistas coincidían que no había una explicación racional sobre este caso; además fueron claros los testimonios de quienes supieron que la madre del muchacho había invocado a Juan Diego para que intercediera por la salud de su hijo.

La Congregación para la Causa de los Santos confirmó que el proceso diocesano fue muy bien llevado; el caso disponía de una sólida base probatoria. El decreto de Validez de los actos del proceso es del 11 de noviembre de 1994. En la misma Congregación, el 26 de febrero de 1998, los médicos especialistas nombrados por la Santa Sede para analizar de manera meticulosa este caso, lo aprobaron por unanimidad (cinco sobre cinco), sorprendidos de que en el lapso de pocos días la fractura estuviera totalmente soldada y sin manifestar ningún signo de complicación y con una modalidad de curación rápida, completa y duradera, siendo que la caída que había sufrido el muchacho era de fatales consecuencias; era una inexplicable curación según el conocimiento de la ciencia médica.

Por otro lado, la Congregación para la Causa de los Santos también recibió el resultado del proceso de parte de los teólogos que analizó con minuciosidad si este milagro se había realizado por intercesión del Beato Juan Diego. El 11 de mayo de 2001, en Congressus Peculiaris super Miro, los Consultores Teólogos, presididos por el Promotor de la Fe, aprobaron el milagro hecho por intercesión del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, con voto afirmativo por unanimidad.[18] Sin duda alguna, el humilde Juan Diego es una ejemplo de santidad y un fuerte intercesor de su pueblo.

El 21 de septiembre de 2001 se realizó la «Sesión Ordinaria» integrado por Obispos y Cardenales quienes aprobaron todos los resultados. Y el 20 de diciembre del mismo año se Proclamó el Decreto del Milagro realizado bajo la intercesión del Beato Juan Diego ante la presencia del Papa Juan Pablo II. Con ello se dispone a Juan Diego a ser canonizado. Pero todavía el proceso no concluía, ya que el Santo Padre tenía que consultar a todos los cardenales del mundo para que dieran libremente su opinión; disponiendo la celebración de un Consistorio para el día 26 de febrero de 2002 en donde el Papa Juan Pablo II, después de la consulta a los cardenales, proclamaría su resolución.

Por fin, llegó el día tan esperado, el 26 de febrero del 2002, en donde, en una liturgia solemne el Santo Padre Juan Pablo II proclamó que canonizaría al Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin el 30 de julio de este mismo año. Por cuestiones prácticas, el día fue cambiado para el 31 de julio y se confirmó que el lugar en donde se celebraría la Solemne Ceremonia sería en la Insigne y Nacional Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, y que el Papa en persona vendría a presidirla.

A manera de Conclusión

Nuestro pueblo humilde y sencillo siempre a guardado en la memoria de la tradición y en el recinto de su corazón un profundo respeto y veneración por este gran hombre, elegido por Nuestra Señora de Guadalupe para ser su mensajero, y nunca ha dudado de su santidad.

Después de tantos siglos de intenso, honesto y profundo trabajo, especialmente en estos últimos años; y, además, de la sincera oración, sacrificios y ofrendas de miles de personas que con la sencillez del corazón han elevado sus peticiones a Dios Nuestro Señor y a María Santísima de Guadalupe, para que nos regalaran el don maravilloso de tener a Juan Diego en los altares, canonizado y reconocido como uno de los personajes claves en la historia de la evangelización de América. Juan Diego que ha sido el portador de un mensaje que trasciende fronteras y tiempos, el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe para que, con la aprobación de la Iglesia, se le construyera un templo, donde Ella reconstruiría la vida del ser humano, aquel que con sincero corazón se acercara y se confiara a Ella, ahí escucharía todas las tristezas, dolores, sufrimientos y penas, y lo conduciría por el camino seguro del amor para llevarlo ante “«el verdadero Dios por quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de la cercanía y de la inmediación, el Dueño del cielo, el Dueño de la tierra»;” [19] poniéndolo de manifiesto con todo su amor. María Santísima de Guadalupe es la que le aseguró a su humilde mensajero: “«ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré»”. [20]

Esto confirma, una vez más, que nuestros indígenas, nuestros antepasados, nuestros abuelos, no nos engañaron, no nos mintieron; el Acontecimiento Guadalupano marcó nuestra historia. Es una verdad total el hecho de que Dios intervine en nuestra vida, en nuestro pueblo, en nuestro corazón; y lo hace por medio de lo más apreciado para Él, su propia Madre, María Santísima de Guadalupe, quien escogió a Juan Diego, un indio humilde y sencillo para ser su fiel mensajero y darnos esta palabra, este aliento lleno de verdad. Santa María de Guadalupe es nuestra Madre, una Madre amorosa que nos ayuda y nos guía hacia su Hijo Jesucristo, el Amor Total. Esto nos lleva al compromiso de ser los primeros en dar un testimonio, por medio de nuestras vidas, nuestras palabras y acciones, de ser verdaderos hijos de Dios y de María Santísima.

Qué el modelo de Santidad de Juan Diego penetre nuestro corazón y nos mueva a acercarnos más al verdadero Dios por quien se vive.

Qué Juan Diego nos ayude a abrazar con mayor profundidad nuestra fe católica, uniéndonos a todos como verdaderos hermanos.


Notas

[1] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana, ca. 1590, en Lasso de la Vega, Luis, Huei Tlamahvicoltica…, Imp. Juan Ruyz, México 1649.
[2] Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Nican Motecpana.
[3] Cfr. «Testimonio de Marcos Pacheco», en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 12v.
[4] Cayetano de Cabrera y Quintero, Escudo de Armas, Imp. del Real, México 1746, p. 345, No. 682.
[5] Positio, Doc XIII, 119
[6] Carta de la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos al Cardenal, Don Ernesto Corripio Ahumada, 8 junio 1982, Prot. N. 14 08-3 /1982.
[7] Joel Romero Salinas, Juan Diego, su peregrinar a los altares, Ed. Paulinas, México 1992, p. 54.
[8] Cfr. Relatio et Vota del Consultores Históricos del 30 enero 1990, y de los Consultores Teólogos del 30 marzo 1990.
[9] Cayetano de Cabrera y Quintero, Escudo de Armas, Imp. del Real, México 1746, p. 345, No. 682.
[10] AAS, LXXXII (1990), pp. 853-855.
[11] Fidel González Fernández, Eduardo Chávez Sánchez y José Luis Guerrero Rosado, El Encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, Ed. Porrúa, México 1999, XXXVIII, 564 pp. [42001].
[12] Juan Pablo II, Ecclesia in America, México 22 de enero de 1999, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1999, No 11, p. 20. El Santo Padre cita literalmente la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Santo Domingo a 12 de Octubre de 1992, 24. Véase también en AAS, 85 (1993) p. 826.
[13] Juan Pablo II, Ecclesia in America, p. 20, No. 11.
[14] Carta del Rector y Cabildo de la Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe al Cardenal Angelo Sodano, México, D. F., a 21 de agosto de 2001, en Archivo de la Causa de Canonización del Beato Juan Diego, s. f.
[15] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy En el XXV Aniversario de la Dedicación de la actual Basílica de Guadalupe y el traslado de la Sagrada Imagen, México, D. F., 12 de octubre de 2001, No. 3.
[16] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy, No. 9.
[17] Episcopado Mexicano, El Acontecimiento Guadalupano hoy. No. 11.
[18] Congregatio de Causis Sanctorum, Canonizationis Beati Ionnis Didaci Cuautlatoatzin, viri laici (1474-1548) Relatio et Vota, Congressus Peculiaris super Miro, 11 de mayo de 2001, Mexicana, P. N. 1408, Tip. Guerra, Roma 2001.
[19] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 26-27.
[20] Antonio Valeriano, Nican Mopohua, vv. 34-35.

Santuario de Guadalupe

La sección Santuario de Guadalupe incluye los documentos generados hasta antes del 22 de octubre de 1750, fecha en que el Cabildo toma posesión, después de que el año anterior, en Madrid, el Arzobispo Rubio y Salinas hizo la erección de la Colegiata. Durante ese periodo el personaje clave era el mayordomo y administrador de las rentas y propios del Santuario, quien realizaba un sinnúmero de actividades: administrar las casas y propiedades del Santuario, conseguir limosnas y donaciones para sus obras materiales, representar al Santuario en las obras pías de las que era patrón, conseguir los víveres para el sustento de los que servían a la Iglesia, proveer lo necesario para el culto (cera, ornamentos cálices, vino, etcétera), organizar las fiestas o eventos principales, tratar con el Arzobispo o el Virrey los asuntos que lo requerían. El primer mayordomo de quien hay documentación en este Archivo es Domingo de Orona (1581).

Uno de estos mayordomos fue Isidro de Sariñana y Cuenca, quien llegó a ser posteriormente Obispo de Antequera Oaxaca (1685-1696)[1], uno de los dos eclesiásticos que durante la época virreinal sirvieron algún tiempo al Santuario de Guadalupe y llegaron al episcopado[2].

El mayordomo que mayor trascendencia tuvo fue sin lugar a dudas José de Lizardi y Valle, quien llegará a ser el primer Canónigo nombrado para la Colegiata de Guadalupe [1747]. Lizardi fue mayordomo de 1706 hasta 1758. De este hombre hay una cantidad impresionante de documentación. Era originario de Querétaro e intervino en varios acontecimientos de su ciudad. Él llevó muchos asuntos en orden a la erección de la Colegiata y a las celebraciones del patronato de la Virgen de Guadalupe sobre la ciudad de México y la Nueva España. También, junto con el Oidor Domingo de Trespalacios y Escandón, se encargó de conseguir los fondos para la construcción del acueducto que introduciría el agua al pueblo de Guadalupe [elevado por Cédula Real a Villa el 24 de junio de 1751], y cuya documentación, que abarca de 1742 a 1752, se encuentra en este Archivo.[3]

En esta sección también podemos encontrar los documentos de Lorenzo Boturini, italiano que realizó importantes estudios en torno a la imagen de María de Guadalupe, y que ya ha sido objeto de estudios por investigadores mexicanos y extranjeros. Dicha documentación es de las décadas 30 y 40 del siglo XVII.

Para profundizar en el estudio de cómo iba incidiendo en la vida de los fieles el amor a la Virgen de Guadalupe, es fundamental el estudio de los testamentos, algunos del s. XVI, y que están ubicados en la serie testamentarías.

Aunque la creación de la Parroquia fue en 1702, sin embargo el Santuario de Guadalupe, que era una Vicaría de la Parroquia de Santa Catarina Mártir de México, tenía sus libros sacramentales. El Archivo tiene libros de bautismos desde 1596 y libros de matrimonios desde 1624. Los libros sacramentales a partir de 1698 se encuentran en la sección Parroquia.

En la época novohispana eran muy importantes las asociaciones religiosas de fieles en orden a alguna actividad, o para fomentar la devoción a la Virgen o a un santo, también englobaban a algún sector de la sociedad. Por eso ayuda mucho para comprender el culto guadalupano el estudio de la Congregación de Nuestra Señora de Guadalupe (documentación a partir de 1674), de las mayordomías de los pueblos de indios que rodeaban a Guadalupe (documentación a partir de 1671), de la Cofradía del Santo Entierro de Cristo, fundada en el Santuario, (a partir de 1739), y de una Cofradía de Indios, cuyo dato más antiguo se remonta a 1678, y de la cual desgraciadamente hay poca información en este archivo.

Para la vida del Santuario eran muy importantes las fundaciones de capellanías[4], con cuyas rentas se sostenía una parte del Clero. Las más importantes que tuvo el Santuario de Guadalupe fueron las fundadas por Catarina Collado Calderón en 1656 y que duró hasta muy entrado el siglo XIX, y las cuatro capellanías de confesionario que mandó fundar por cláusula testamentaria José Torres y Vergara en 1727.

Expresión de amor a la Virgen es lo referente a la jura como Patrona de un determinado lugar. Hay una serie llamada Patronato en la que aparece alguna documentación sobre lo que rodeó la declaración de María de Guadalupe como patrona de Nueva España en 1747, pero anterior a ella hay dos expedientes referentes al pueblo de Zimapán, que hizo lo mismo en 1737[5]. El expediente del Patronato de la Virgen para la Ciudad de México también en este último año se encuentra en el Archivo General de la Nación[6].

El tema de los sermones ya ha sido objeto de estudios y publicaciones[7], y aunque no hay muchos en este Archivo, son de fundamental importancia, pues expresan la Teología en torno a la Virgen de Guadalupe en esta época.

De esta sección quisiera finalmente resaltar el documento sobre la colocación de la primera piedra[8] de la Iglesia que fue Colegiata[9], Basílica y actualmente Templo expiatorio, así como el Programa impreso sobre la dedicación del nuevo y magnífico templo de Nuestra Señora de Guadalupe, 1709, recientemente restaurado, y cuya fotografía ilustra la portada de esta publicación.

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Notas

[1] El jesuita Francisco de Florencia nos dice de él: “Fabricó la hospedería para comodidad de las personas que van a él [el santuario] a novenas; casa en que puede hospedarse con decencia un Señor Virrey y un Señor Arzobispo. Labró sacristía capaz y hermosa, con cajones de cedro y nogal muy curiosos para guarda de ornamentos; hizo vivienda para el sacristán del Santuario; y otras alhajas, y cosas importantes que están patentes” Francisco de FLORENCIA, La Estrella del Norte de México, México 1688, núm. 347, p.187. En el AGN se encuentra de él: Cuentas que dio el Illmo. Sr. Dr. D. Isidro Sariñana y Cuenca, Obispo electo de Antequera de Oaxaca, de la administración que fue a su cargo del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. AGN, Bienes Nacionales, año 1683, volumen 718, exp. 4. 
[2] El otro eclesiástico que llegó a Obispo fue José Fermín Fuero Gómez, Canónigo Doctoral de la Colegiata de 1776 a 1789, luego pasó al Coro de Oaxaca y de 1795 a 1800 fue Obispo de Chiapas.

[3] Estos documentos se encuentran en esta sección, así como en las de Clavería y Secretaría Capitular, en la serie Acueducto.
[4] Capellanía es la fundación hecha por alguna persona y erigida en beneficio por el ordinario eclesiástico, con la obligación de cierto número de misas u otras cargas.
[5] AHBG caja 81, exp. 68 y caja 83, exp.45
[6] Sobre la proclamación de la Virgen de Guadalupe como patrona de México. AGN, Bienes Nacionales, año 1737, volumen 519, exp. 5.
[7] Cf. Nueve Sermones Guadalupanos (1661-1758). Selección y estudio introductorio David A. Brading. Centro de Estudios de Historia de México Condumex, Chimalistac Ciudad de México, 2005. También la tesis de Francis Raymond SCHULTE, O.S.B. A Mexican Sprituality of Divine Election for a Misión: Its Sources in Publisher Guadalupan Sermons, 1661-1821, Pontificia Universitas Gregoriana, Istituto di Spiritualità, Roma 1994 (esta tesis próximamente será publicada en español).
[8] AHBG caja 389, exp. 36.
[9] Colegiata se le llama a una Iglesia que tiene un Cabildo integrado por el Abad, Canónigos y Racioneros o Prebendados, y que no es Catedral. En Guadalupe había tres Canonjías a las que se accedía por concurso: Doctoral, que era el encargado de los asuntos jurídicos del Cabildo; Magistral que era el encargado de la cura de almas; Penitenciario, que absolvía los pecados reservados. Algunos expedientes de dichos concursos se encuentran en el Archivo Histórico del Arzobispado de México. La Colegiata de Guadalupe fue la primera en América y de ahí su título de Insigne. Basílica es una Iglesia no Catedral que está asociada a alguna de las Basílicas más importantes de Roma. La Colegiata de Guadalupe se comenzó a llamar Basílica a partir de mayo de 1904.

 

Clavería

La tercera sección se titula Clavería, pues los Claveros eran los miembros del Cabildo encargados de la administración del Santuario. Los primeros Claveros fueron elegidos el 8 de enero de 1754 [1], y aunque al principio el Arzobispo se resistió a su existencia, terminó aceptándolos. Siempre fueron dos. Aunque antes de la fecha mencionada no había Claveros, hemos decidido también incluir en esta sección los asuntos económicos que van del 22 de octubre de 1750 [toma de posesión del Cabildo] al 7 de enero de 1754, para no crear una nueva sección.

Aquí se pueden estudiar las cuentas y otros asuntos referentes a todos los medios por los que el Santuario se sostenía: haciendas y ranchos, casas, embarcadero de Santa Bárbara, limosnas, misas, medallas, etcétera. También los Claveros controlaban las cuentas de las diversas dependencias de la Colegiata: Sacristía, Colegio de Infantes, Colecturía de misas y limosnas, Contaduría, Mayordomía de Guadalupe, y recibían las aportaciones de la Congregación de Nuestra Señora de Guadalupe.

En esta sección, la serie repartimientos nos muestra lo que ganaban trimestralmente los Capitulares y los Ministros. Y la serie cuadrantes nos indica la asistencia de todos los que tenían obligación a Coro, la cual anotaba el apuntador y dependiendo de ella era la paga.

Además los mayordomos de los pueblos de indios también hacían sus cuentas, mismas que iban a parar a Clavería.

A partir de 1794, por orden del Virrey Conde de Revillagigedo, se establecen los grandes sorteos y rifas de lotería con el objeto de reparar la Iglesia Colegiata, por los daños que había sufrido por la construcción del Templo de Capuchinas[2]. A partir de este momento la lotería fue uno de los medios más importantes que tenía el Santuario para sostenerse. Los sorteos estaban organizados por la Real Renta de Lotería, quien tenía colectores por toda la Nueva España, Cuba y Guatemala, los cuales enviaban a dicha Renta las cuentas y las relaciones de billetes. A su vez, el Director de la Real Renta de Lotería enviaba la cuenta general de cada año al Cabildo de Guadalupe. En 1800 se concedieron cuatro sorteos menores para dotar la orquesta de la Colegiata[3]y en 1803 otros dos para la subsistencia de la Capilla de Música y sus voces.[4]Por último en 1804 se aprueban otros dos sorteos grandes y dos chicos para mejorar los sueldos de los Canónigos[5]. La documentación que tenemos de la serie de Lotería es muy abundante, y se encuentra en la sección de Clavería, pero también en la de Secretaría Capitular cuando eran escritos o cuentas dirigidos al Cabildo.

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Notas

[1] AHBG Libro segundo de Cabildos de esta Insigne y Real Colegiata, comenzó en 8 de enero de 1754, acabó en 31 de agosto de 1756, caja 301, exp. 2, fs. 3r.-6r.
[2] AHBG caja 97, exp. 34.
[3] AHBG caja 102, exp. 27.
[4] AHBG caja 371, exp. 4.
[5] AHBG caja 244, exp. 49.

 

 

Parroquia

La tercera sección se titula Clavería, pues los Claveros eran los miembros del Cabildo encargados de la administración del Santuario. Los primeros Claveros fueron elegidos el 8 de enero de 1754 [1], y aunque al principio el Arzobispo se resistió a su existencia, terminó aceptándolos. Siempre fueron dos. Aunque antes de la fecha mencionada no había Claveros, hemos decidido también incluir en esta sección los asuntos económicos que van del 22 de octubre de 1750 [toma de posesión del Cabildo] al 7 de enero de 1754, para no crear una nueva sección.

Aquí se pueden estudiar las cuentas y otros asuntos referentes a todos los medios por los que el Santuario se sostenía: haciendas y ranchos, casas, embarcadero de Santa Bárbara, limosnas, misas, medallas, etcétera. También los Claveros controlaban las cuentas de las diversas dependencias de la Colegiata: Sacristía, Colegio de Infantes, Colecturía de misas y limosnas, Contaduría, Mayordomía de Guadalupe, y recibían las aportaciones de la Congregación de Nuestra Señora de Guadalupe.

En esta sección, la serie repartimientos nos muestra lo que ganaban trimestralmente los Capitulares y los Ministros. Y la serie cuadrantes nos indica la asistencia de todos los que tenían obligación a Coro, la cual anotaba el apuntador y dependiendo de ella era la paga.

Además los mayordomos de los pueblos de indios también hacían sus cuentas, mismas que iban a parar a Clavería.

A partir de 1794, por orden del Virrey Conde de Revillagigedo, se establecen los grandes sorteos y rifas de lotería con el objeto de reparar la Iglesia Colegiata, por los daños que había sufrido por la construcción del Templo de Capuchinas[2]. A partir de este momento la lotería fue uno de los medios más importantes que tenía el Santuario para sostenerse. Los sorteos estaban organizados por la Real Renta de Lotería, quien tenía colectores por toda la Nueva España, Cuba y Guatemala, los cuales enviaban a dicha Renta las cuentas y las relaciones de billetes. A su vez, el Director de la Real Renta de Lotería enviaba la cuenta general de cada año al Cabildo de Guadalupe. En 1800 se concedieron cuatro sorteos menores para dotar la orquesta de la Colegiata[3]y en 1803 otros dos para la subsistencia de la Capilla de Música y sus voces.[4]Por último en 1804 se aprueban otros dos sorteos grandes y dos chicos para mejorar los sueldos de los Canónigos[5]. La documentación que tenemos de la serie de Lotería es muy abundante, y se encuentra en la sección de Clavería, pero también en la de Secretaría Capitular cuando eran escritos o cuentas dirigidos al Cabildo.

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Notas

[1] AHBG Libro segundo de Cabildos de esta Insigne y Real Colegiata, comenzó en 8 de enero de 1754, acabó en 31 de agosto de 1756, caja 301, exp. 2, fs. 3r.-6r.
[2] AHBG caja 97, exp. 34.
[3] AHBG caja 102, exp. 27.
[4] AHBG caja 371, exp. 4.
[5] AHBG caja 244, exp. 49.

 

La cuarta sección se llama Parroquia, ésta fue erigida el 4 de noviembre de 1702 por el Arzobispo Juan de Ortega y Montañés[1]. Sin embargo la hemos iniciado desde 1698, fecha en que comienzan los libros sacramentales que se continuaban escribiendo en la fecha de la erección de la Parroquia. Salta a la vista la importancia que tenían dichos libros para conocer la feligresía que vivía en los pueblos que rodeaban al Santuario. Igualmente esto se puede hacer a través de los padrones, tan ricos de información, y de las diligencias matrimoniales.

El párroco siempre era miembro del Cabildo de Guadalupe. Él solicitaba licencias al Arzobispo para los sacerdotes que trabajaban atendiendo a la Parroquia, interesantes son las que se pidieron durante una epidemia en 1813 para que dichos sacerdotes pudieran habilitar y revalidar matrimonios y perdonar pecados reservados. La correspondencia del Párroco nos muestra algunos aspectos de la vida espiritual del pueblo, de los problemas matrimoniales y de la vida cotidiana.


[1] Notas

Autos fechos a pedimento del Bachiller Francisco Fuentes Carrión, Vicario del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, para que sea erigido como beneficio de Curato colativo dicha Vicaría. Archivo Histórico del Arzobispado de México, documentos novohispanos, caja 23, exp. 32, fs. 56-61. La reproducción digital de este documento se encuentra en AHBG, caja 445, exp. 67.

 

Catedral de México

Por último la quinta sección, titulada Catedral de México, consta de 18 documentos que por alguna razón se solicitaron a ella y no se devolvieron. Van de 1681 a 1819.

Quiero terminar haciendo una mención especial de un eclesiástico que en los inicios del México independiente colaboró como nadie en este archivo.

Se trata de Manuel Espinosa de los Monteros. Él nace en la ciudad de México el 9 de junio de 1773. Cursó filosofía y teología en el Colegio de Santiago Tlatelolco de México. Ordenado sacerdote en 1800. Fue Vicario en San Juan Nextipac; luego fue vicario segundo y archivista de la Villa de Coyoacán.

En abril de 1806 fue presentado para el curato de Tlanchinol[1], posteriormente sirvió los de Chiautla, Ixtapaluca, Acolman e Ixtacalco.

El 10 de abril de 1832 toma posesión de una prebenda de idioma mexicano en la Colegiata de Guadalupe, es nombrado Canónigo de la misma el 11 de diciembre de 1835 y muere el 9 de octubre de 1838.

Poco después de su ingreso al Cabildo se le encarga la comisión del archivo, en donde realizó una notable labor de descripción y análisis de los documentos a su cargo, conectando muchísimos de ellos con otros anteriores que nos ayudan a comprenderlos. Un ejemplo de ello es el Inventario razonado de los documentos interesantes a la Historia de la Aparición[2], en que trata de aclarar con precisión histórica el origen de los documentos relacionados al acontecimiento guadalupano; el seguimiento que hace de los documentos de Boturini ilustra su empeño. Por tanto, Espinosa de los Monteros trasciende la línea del simple orden documental por el de la reflexión y concatenación de documentos, esto será comprobado por los investigadores que se interesen por consultarlo. Para todos los que trabajamos en este proyecto nos dio una gran luz y facilitó enormemente nuestra tarea, y creemos que puede ser estudiado como modelo de archivista eclesiástico.

Gustavo Watson Marrón
Director del Archivo Histórico de la Basílica


Notas

[1] Ubicado en la Sierra Madre Oriental, en el actual Estado de Hidalgo, a unos 50 kilómetros de Huejutla.
[2] AHBG caja 380, exp. 1.

 

[1] AHBG caja 382, exp.1

[2] AHBG caja 300, exp. 1

[3] AHBG caja 378, exp. 1. La reproducción digital se encuentra en la caja 378, exp. 2. Cf. Luis REYES GARCÍA¿Cómo te confundes? ¿Acaso no somos conquistados? Anales de Juan Bautista. Biblioteca Lorenzo Boturini Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe y CIESAS, México 2001.

[4] Si en la base de datos publicada nos da un total de 41 registros, es por la reproducción digital de los Anales de Juan Bautista.

Por la Canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin Laico.

Nuestra Señora de Guadalupe
ha cumplido lo que ha prometido!

A todos los miembros del pueblo de Dios que peregrina en la Arquidiócesis de México
y a todos la personas de buena voluntad.

I N T R O D U C C I Ó N

  1. Con espíritu lleno de alegría y de agradecimiento al Padre de nuestro Señor Jesucristo, me dirijo a ustedes hermanas y hermanos, como Pastor de esta Iglesia particular de la Arquidiócesis de México ya que hoy, 26 de Febrero, S.S. Juan Pablo Segundo ha tenido a bien manifestar su decisión de Canonizar al Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Asimismo, quiero hacerme portavoz de los sentimientos de mujeres y hombres, ancianos, niños y adolescentes, jóvenes y adultos, de toda clase social y de todo nivel cultural, hermanos en el episcopado de distintas nacionalidades y de distintas épocas, ya que “Juanito, Juan Dieguito”, será el primer indígena inscrito en el Catalogo de los Santos, el misionero de Jesucristo, vidente y mensajero de la perfecta siempre Virgen Santa Maria, Madre del verdadero Dios por quien se vive, el Creador de las personas, el Dueño de la cercanía y de la inmediación, el Dueño del cielo, el Dueño de la tierra, nuestra Madre del cielo.

  2. Numerosos acontecimientos han sucedido desde aquel histórico 1531, año clave para la Evangelización de México y del Continente americano. (1) Este hecho se ve coronado por la intervención autorizada del Sucesor de san Pedro, que reconoce la acción del Espíritu divino en la vida de Juan Diego, natural de estas tierras, y la propone ante el Pueblo de Dios, para suscitar la acción de gracias y animarnos a participar en la misión que el Padre le encomendó a su Hijo al enviárnoslo lleno del Espíritu Santo.

  3. La Niña y Señora del Tepeyac, Santa María de Guadalupe, sigue manifestándose como la Madre del amor y de la santa esperanza. Ella le encomendó a Juan Diego llevar su maravilloso mensaje al obispo Fray Juan de Zumárraga, cabeza visible de la Iglesia en México, cuando le dijo: “es necesario que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad.” (2) Ahora ha obtenido de Dios la gracia de cumplir en este tiempo la promesa que le hizo al más pequeño de sus hijos: “ten por seguro que mucho lo agradeceré y lo pagaré, que por ello te enriqueceré, te glorificaré”. (3)

  4. De esta forma, el nuevo milenio de la historia de la Evangelización da paso a un acontecimiento que tiene gran significado para la Iglesia universal y especialmente para la Iglesia en México. La canonización del indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin (4) (= el águila que habla o el que habla como águila) se convierte en signo luminoso del reinado de Cristo en una persona concreta, que sirve de puente entre la cultura náhuatl evangelizada por los frailes misioneros franciscanos, los emigrantes españoles con su religiosidad de cristiandad europea y la naciente cultura mestiza.

Traducción de Antonio Castro Pallares

* “Exaltó a los humildes”. Texto de la bula de Canonización de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, que presidió durante todo el Congreso Guadalupano Conmemorativo de aquel acontecimiento.

JUAN PABLO II
PAPA

SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS
Para perpetua memoria del acontecimiento.

“Exaltó a los humildes” (Lc 1, 53). La mirada de Dios Padre se posó sobre un indígena mexicano, es decir, sobre Juan Diego, a quien enriqueció con el Don de renacer en Cristo, de contemplar el rostro de la Bienaventurada María Virgen y de asociarse en la evangelización del continente Americano.

De esto concluimos abiertamente qué verdaderas son las palabras con las que el Apóstol Pablo enseña el método de realizar la salvación eterna. “Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir en la nada lo que es, para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios”. (1 Cor 1,26-29). Así el Beato, cuyo nombre era Cuauhtlatoatzin (águila que habla), nació alrededor del año 1474, en Cuauhtitlán, perteneciente al reino comúnmente llamado Texcoco. Ya adulto y unido en matrimonio, abrazó el Evangelio y junto con su esposa fue lavado con el agua del bautismo, proponiéndose vivir bajo la luz de la fe y cumpliendo los compromisos aceptados con Dios y con la Iglesia.

En el mes de diciembre de 1531, caminando hacia un lugar llamado Tlatelolco, en la colina que se llamaba Tepeyac, vio a la verdadera madre de Dios que se le apareció y que le mando ir con el Obispo de México para que le edificará un Templo en el lugar de la aparición. El Sagrado Prelado, atendiendo a las insistencias del indígena, le pidió una prueba evidente del admirable acontecimiento. El día 12 de diciembre, la Beatísima Virgen María se dejó nuevamente ver por Juan Diego; lo consoló y mandó que subiera a la cima de la colina del Tepeyac y recogiera allí flores que debía presentárselas. Y a pesar del frío invernal y la aridez del lugar, el Bienaventurado encontró flores hermosísimas que puso en su manto y las llevó a la Virgen. Ella le mandó que las entregara al Obispo como un signo de verdad. Y estando ante él, Juan Diego extendió el manto y permitió que cayeran las flores. Entonces en la textura del manto apareció admirablemente impresa, la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde entonces se convirtió en el centro espiritual de la nación.

Habiendo sido construido el templo (a la Reina del Cielo) en su honor, el Bienaventurado impulsado por la más alta piedad, todo lo dejó y dedicó su vida a la custodia de aquella pequeña capilla y en la recepción de los peregrinos.

Recorrió el camino de la Santidad en la oración y en la caridad, sacando fuerzas del Banquete Eucarístico de nuestro Redentor, del culto a la Madre del Redentor, de la comunión con la Santa Iglesia y también en la Obediencia a los Sagrados. Pastores.

Todos los que lo conocieron quedaban admirados por el esplendor de las virtudes, principalmente de su fe, de su caridad, de su humildad y el desprecio de las cosas terrenas. Juan Diego, en la simplicidad de su vida cotidiana, conservó fielmente el Evangelio sin rechazar su condición de indígena, totalmente consciente de que Dios no discrimina linajes ni culturas y que invita a todos para que sean hijos suyos. De esta manera, el Bienaventurado abrió más fácilmente el camino para que los indígenas mexicanos y del nuevo mundo, tuviesen el encuentro con Cristo y con la Iglesia.

Hasta el último día de su vida caminó con Dios, quien lo llamó a Él el año de 1548. Su recuerdo, que siempre se refiere a la aparición de nuestra señora de Guadalupe, trasciende los siglos y alcanza las diversas regiones del mundo.

El día 9 del mes de abril de 1990, delante de Nosotros, se dio a conocer el decreto sobre la santidad de vida y del culto inmemorial proporcionado al siervo de Dios Juan Diego. El día 6 del mes de mayo, en la misma Basílica, estuvimos presentes en la solemne celebración en honor de Juan Diego, honrado con el título de Beato. Por esos mismos días, en esa misma Arquidiócesis de México, se realizó el milagro por la intercesión de él.

El Decreto se dio a conocer el día 20 de diciembre del año 2001. Y así, abrazando la sentencia favorable de los Padres Cardenales y de los Obispos congregados delante de Nosotros en el Consistorio del día 26 de febrero de anterior, determinamos que el rito de canonización se llevara a cabo el día 31 del mes de julio del año 2002 en la ciudad de México.

Hoy, pues, en esta ciudad de México, en la celebración sagrada, pronunciamos esta fórmula: “En honor de la Santísima Trinidad, para exaltación de la fe católica y crecimiento de la vida cristiana; con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra, después de haber reflexionado largamente, invocado muchas veces la ayuda divina y oído el parecer de numerosos hermanos en el episcopado, declaramos y definimos Santo al Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin y lo inscribimos en el catálogo de los Santos, y establecemos que en toda la Iglesia sea devotamente honrado entre los Santo. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.”

Lo que hemos decretado, queremos que ahora y para siempre tenga fuerza sin que nada, por pequeño que sea, se oponga.

Dado en la ciudad de México, el día 31 del mes de julio del año 2002, vigésimo cuarto de nuestro Pontificado.

(De su puño y letra, el mismo Papa firma) 
Yo, Juan Pablo, Obispo de la Iglesia Católica.
Marcellus Rosetti, Protonotario Apostólico

Memoria del Congreso Guadalupano 2003“Primer Aniversario de la Canonización de San Juan Diego Cuauhtatoatzin”, Julio 28, 29 y 30 de 2013, Traducción de Antonio Castro Pallares, págs. 69, 70 y 71.

…de Su Santidad Juan Pablo II para la Canonización de Juan Diego Cuauhtlatoatzin

OFICINA DE PRENSA DE LA SANTA SEDE
Basílica N. S. de Guadalupe, 31 DE JULIO DE 2002
Santa Misa con Canonización

Texto original de la homilía

1. “¡Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!” (Mt 11, 25).

Queridos hermanos y hermanas: Estas palabras de Jesús en el evangelio de hoy son para nosotros una invitación especial a alabar y dar gracias a Dios por el don del primer santo indígena del Continente americano.

Con gran gozo he peregrinado hasta esta Basílica de Guadalupe, corazón mariano de México y de América, para proclamar la santidad de Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indio sencillo y humilde que contempló el rostro dulce y sereno de la Virgen del Tepeyac, tan querido por los pueblos de México.

2. Agradezco las amables palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de México, así como la calurosa hospitalidad de los hombres y mujeres de esta Arquidiócesis Primada: para todos mi saludo cordial. Saludo también con afecto al Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo emérito de México y a los demás Cardenales, a los Obispos mexicanos, de América, de Filipinas y de otros lugares del mundo. Asimismo, agradezco particularmente al Señor Presidente y a las Autoridades civiles su presencia en esta celebración.

Dirijo hoy un saludo muy entrañable a los numerosos indígenas venidos de las diferentes regiones del País, representantes de las diversas etnias y culturas que integran la rica y pluriforme realidad mexicana. El Papa les expresa su cercanía, su profundo respeto y admiración, y los recibe fraternalmente en el nombre del Señor.

3. ¿Cómo era Juan Diego? ¿Por qué Dios se fijó en él? El libro del Eclesiástico, como hemos escuchado, nos enseña que sólo Dios “es poderoso y sólo los humildes le dan gloria” (3,20). También las palabras de San Pablo proclamadas en esta celebración iluminan este modo divino de actuar la salvación: “Dios ha elegido a los insignificantes y despreciados del mundo; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios “(1Co 1,28.29).

Es conmovedor leer los relatos guadalupanos, escritos con delicadeza y empapados de ternura. En ellos la Virgen María, la esclava “que glorifica al Señor” (Lc 1,46), se manifiesta a Juan Diego como la Madre del verdadero Dios. Ella le regala, como señal, unas rosas preciosas y él, al mostrarlas al Obispo, descubre grabada en su tilma la bendita imagen de Nuestra Señora.

“El Acontecimiento Guadalupano -como ha señalado el Episcopado Mexicano- significó el comienzo de la evangelización con una vitalidad que rebasó toda expectativa. El mensaje de Cristo a través de su Madre tomó los elementos centrales de la cultura indígena, los purificó y les dio el definitivo sentido de salvación” (14.05.2002, n. 8). Así pues, Guadalupe y Juan Diego tienen un hondo sentido eclesial y misionero y son un modelo de evangelización perfectamente inculturada.

4. “Desde el cielo el Señor, atentamente, mira a todos los hombres” (Sal 32, 13), hemos recitado con el salmista, confesando una vez más nuestra fe en Dios, que no repara en distinciones de raza o de cultura. Juan Diego, al acoger el mensaje cristiano sin renunciar a su identidad indígena, descubrió la profunda verdad de la nueva humanidad, en la que todos están llamados a ser hijos de Dios en Cristo. Así facilitó el encuentro fecundo de dos mundos y se convirtió en protagonista de la nueva identidad mexicana, íntimamente unida a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo expresa su maternidad espiritual que abraza a todos los mexicanos. Por ello, el testimonio de su vida debe seguir impulsando la construcción de la nación mexicana, promover la fraternidad entre todos sus hijos y favorecer cada vez más la reconciliación de México con sus orígenes, sus valores y tradiciones.

Esta noble tarea de edificar un México mejor, más justo y solidario, requiere la colaboración de todos. En particular es necesario apoyar hoy a los indígenas en sus legítimas aspiraciones, respetando y defendiendo los auténticos valores de cada grupo étnico. ¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a México!

Amados hermanos y hermanas de todas las etnias de México y América, al ensalzar hoy la figura del indio Juan Diego, deseo expresarles la cercanía de la Iglesia y del Papa hacia todos ustedes, abrazándolos con amor y animándolos a superar con esperanza las difíciles situaciones que atraviesan.

5. En este momento decisivo de la historia de México, cruzado ya el umbral del nuevo milenio, encomiendo a la valiosa intercesión de San Juan Diego los gozos y esperanzas, los temores y angustias del querido pueblo mexicano, que llevo tan adentro de mi corazón.

¡Bendito Juan Diego, indio bueno y cristiano, a quien el pueblo sencillo ha tenido siempre por varón santo! Te pedimos que acompañes a la Iglesia que peregrina en México, para que cada día sea más evangelizadora y misionera. Alienta a los Obispos, sostén a los sacerdotes, suscita nuevas y santas vocaciones, ayuda a todos los que entregan su vida a la causa de Cristo y a la tensión de su Reino.

¡Dichoso Juan Diego, hombre fiel y verdadero! Te encomendamos a nuestros hermanos y hermanas laicos, para que, sintiéndose llamados a la santidad, impregnen todos los ámbitos de la vida social con el espíritu evangélico. Bendice a las familias, fortalece a los esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los padres por educar cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o ignorancia. Que todos, gobernantes y súbditos, actúen siempre según las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre, para que así se consolide la paz.

¡Amado Juan Diego, “el águila que habla”! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que Ella nos reciba en lo íntimo de su corazón, pues Ella es la Madre amorosa y compasiva que nos guía hasta el verdadero Dios. Amén.

SAN JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN
a los 18 años de su canonización, 2002-2020

SAN JUAN DIEGO CUAUHTLATOATZIN
a los 19 años de su canonización, 2002-2021

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